Inicio de conversación

19/03/2006
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Vivían juntos desde hace años, consumidos por la rutina, ese marasmo atrofiador, repetición cotidiana de un calendario inmutable de quien nunca se imagina dominando el tiempo: el rápido baño matinal, el café engullido, el periódico leído apenas en sus titulares, el trabajo, el almuerzo rápido, el trabajo, la merienda de la tarde, y la noche centrada en la televisión soberana. Siempre había una voz exterior que decretaba el silencio de la pareja. Por la mañana la radio, las noticias desde la otra parte del mundo, el horóscopo del diario, los índices del mercado financiero. Y telefonazos familiares. Había poco tiempo para las palabras entre ellos: no olvidarse de comprar aceite, la cuenta del teléfono, felicitar al hermano por su cumpleaños, la revisión del carro, el cuidado de los hijos. Todo muy telegráfico mientras se peinaba el cabello y se ponía la ropa. Les bastaba con un vocabulario trivial, exiguo, onomatopéyico. Fue en una de esas noches de soledad compartida cuando, súbitamente, vencido el estado de hipnosis, ella apagó el televisor, justo cuando la telenovela llegaba a esa situación final en que invita a los espectadores para el encuentro del día siguiente. Él se extrañó. Antes de expresarlo, cultivó perplejo su monólogo interior. ¿Qué le pasó? ¿Por qué ese gesto impetuoso? ¿Le molestó algo de la telenovela? Toda ruptura de la rutina es un atentado a los mecanismos atávicos. Los amantes son intempestivos, rompen las previsiones, irrumpen inusuales cual volcanes que se niegan a apagarse. Después la boda los hace parientes uno del otro. Las cenizas se enfrían, se apaga la boca incandescente, lo que era volcán se transforma en una bucólica montaña apaciguada por suaves brisas, a veces sacudida por ligeras conmociones sísmicas. Las cosas retoman su cronología, su ritmo, y después de tantos años de convivencia no es nada fácil admitir que en el otro hay un extraño, un lado oculto, sumergido, que de repente aflora y desestabiliza. Es mejor mantener a la fiera a distancia, enjaulada en las racionalidades que matan la jovialidad y domesticada por el temor de reinventarse a sí mismo, camuflada bajo el manto de la supuesta madurez. Por fin él consiguió manifestar su incomodidad. ¿Se habrá enfadado ella por el enredo de la novela? ¿estaría indispuesta? ¿tendría sueño? No es eso, no es nada de eso, habló ella. Sólo quiero conversar contigo. ¿Cuánto tiempo hace que somos el doble de nosotros mismos? ¿cuánto hace que exhibimos por la casa fantasmas que encubren nuestra verdadera identidad? Ya no soporto ese silencio. Quiero hablar de mí, saber de ti, reflexionar, pensar juntos, sacar a flote nuestros interrogantes ante la vida. Inclinada sobre él, lo tomó cariñosamente por los hombros y le miró fijamente a los ojos. ¿Cómo estás? ¿Qué has pensado, soñado, deseado? Le apretó el pecho con la mano abierta: ¿Qué sientes aquí? ¿todavía me amas como antes? ¿eres feliz? Él se quedó mudo. No estaba preparado para interrogaciones a aquella hora de la noche. A lo largo de los años aprendió a ocultar inquietudes, preguntas, desconfianzas, dispuesto a pagar el precio del riesgo por una tranquilidad ficticia. Ahora, ante esa inesperada turbulencia en pleno vuelo, no hallaba qué decir y temía ser traicionado por las palabras. Recurrió al parco vocabulario de una convivencia vulgar, reunió en la voz un conjunto de frases banales y respondió que la amaba mucho, que se sentía bien, feliz porque las cosas habían mejorado en el trabajo. ¿Qué tál si descorchamos una botella de vino?, propuso. Ella aceptó y se dispuso a buscarlo. Al regresar de la cocina con la botella, las tazas y los canapés, lo encontró atento al noticiero de deportes de la tele. Se sirvieron y ella se recogió en el mutismo, apenas dijo unas frases respecto de sí misma. Bebieron como si tomaran hiel. Poco después, pretextando cansancio, ella se largó rumbo a su habitación. Él quedó solo. Sintió miedo de su doble, de sus fantasmas interiores, de tantas preguntas amordazadas en el fondo de su pecho. Le quitó el sonido al televisor y lloró como desde mucho tiempo no lo hacía. Sentía gran vergüenza de sí mismo. Frei Betto es escritor y autor, entre otros libros, de ³Tipos típicos. Perfiles literarios², Premio Jabuti 2005. Traducción de J.L.Burguet.
https://www.alainet.org/fr/node/114666
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS