El ejemplo de Dancotex y el clientelismo
Con un Estado paternalista no habrá desarrollo
25/06/2006
- Opinión
¡Cómo la melancolía no nos va a embargar a los uruguayos? Por eso
recomiendo la sobrecogedora nota del colega español, Juan Cruz, que da una
mirada a vuelo de pájaro sobre una realidad que es el resultado de una
cultura, de una concepción profunda de los uruguayos, que dependemos siempre
del Estado para solucionar nuestros problemas. Y vemos, lamentablemente, que
hasta quienes no debieran, recurren a prácticas de “clientelismo”, las mismas
que repudiaban cuando eran patrimonio de colorados y blancos.
Es que para tratar ese tema nos tenemos que introducir en otro, el del
progresismo y de la izquierda ha sido tratado más de una vez, definiendo con
claridad conceptos centrales dentro de la coyuntura de las ideas que envuelve
a los uruguayos.
Sin embargo existe un aspecto poco transitado que nos preocupa, muchas veces
nos confunde y que trataremos de esbozar en estas líneas, que tienen que ver
con la vocación liberal, que fuera impulsada desde el inicio de nuestra
nacionalidad, pero que ha quedado empantanada por la forma de país que nos
hemos dado y por un hecho singular, el estatismo ¿exacerbado? en que estamos
sumergidos los uruguayos. ¿Es que la pequeñez de nuestro mercado no permite a
nivel privado el desarrollo de actividades similares a las que realizan las
empresas públicas?
Por supuesto – para alejar pensamientos equívocos desde el mismo comienzo –
debemos indicar que nuestra preocupación no es defender posibles
“asociaciones” de las empresas públicas con socios privados, las que se
califican desde tiendas “ultra” como privatizaciones encubiertas, ni
definirnos tampoco por el estatismo a ultranza, porque ya este tema está
ampliamente discutido y, evidentemente, las cartas están hoy más que
entreveradas. Pero tampoco defender absurdos como la ocupación (ahora,
“guardia gremial”) de la textil Dancotex, una muestra de esa mentalidad
intransigente que nos llevará indefectiblemente al abismo de la paralización
económica.
Para opinar con justicia es deber tomar en cuenta nuevos aspectos de la
realidad, como por ejemplo el peso tarifario de las empresas públicas que
afecta a los uruguayos, que está tendiendo a mostrar, entre otras cosas, que
el mecanismo defendido por algunas corporaciones tampoco es de recibo.
Ni la gente ni las empresas están hoy en condiciones de soportar tarifas que
contribuyen a anular la competitividad al país. ¿Es posible que los uruguayos
paguemos el combustible el doble que los argentinos, que las comunicaciones
nos cuesten cifras absurdas a nivel internacional, así como la energía?
Es un mecanismo fácil de administración, subir tarifas en un régimen de
monopolio, obligando a los usuarios a pagar lo que sea por un servicio. Sin
embargo la contrapartida es la paralización productiva. ¿de ello los
responsables se dan cuenta?
Nos moviliza el peregrino deseo de introducir elementos para el análisis de
una situación (realidad), que evidentemente está signando la coyuntura, o sea
nuestras vidas, pues – por más que queramos mirar la circunstancias con
cristales distorsionantes – siempre volvemos a detenernos sobre una situación
atroz. La de un país que no puede darle trabajo, techo, comida, salud y
educación a casi una tercera parte de la población.
Y manejamos esos rubros porque ellos son los derechos básicos inalienables que
están consagrados en nuestra Constitución.
¿Qué actividades estratégicas?
Ni siquiera están claras a esta altura algunas calificaciones que separaban
las actividades de las empresas estatales como “estratégicas”, vocablo tras el
que se armaron campañas que terminaron con definiciones populares tajantes, de
tal magnitud, que han dejado en figurillas a quienes tratan de mitigar el
camino trazado por el voto de la gente, aunque para ello se apoyen en la
presión de los organismos internacionales de crédito que empujan para ese
lado.
Nos parece que el mecanismo fue promovido desde el batllismo histórico y en
adelante por los políticos –de casi todos los sectores – que han impulsado y
luego heredado en los hechos el facilismo de una vocación antiliberal,
evidentemente autoritaria, sin asumir que su obligación ética es devolver a la
sociedad el esfuerzo que esta hace, aumentando su riqueza y como consecuencia
el nivel de vida de la gente.
Que las empresas públicas hayan funcionado hasta hoy como coto de caza de los
partidos políticos, en un despropósito que ha sido posible solo por el
mecanismo monopólico que se adoptó para su funcionamiento que hoy, a esta
altura de la historia, se está volviendo una anacronismo insoportable.
Por décadas los distintos gobiernos que han accedido al poder han tomado por
asalto al Estado del que se sirven y tras el cual organizan a la sociedad que
depende, se nutre y además paga los platos rotos de las malas políticas.
Estado que por la vía del “clientelismo” sirvió también para sustentar la
actividad de los partidos tradicionales. Claro hubo etapas distintas en país.
Flujos y reflujos económicos que permitieron el abuso o impusieron la
retracción. Pero con una constante: los recursos para tapar los agujeros que
han dejado las malas gestiones en las empresas públicas o en la misma
administración pública o las coyunturas desfavorables para el país, siempre
salieron de los bolsillos de la gente.
Las fabulosas partidas de las que depende el gobierno para pagar la deuda
externa, 3,5% de superávit previo del PBI este año – también emergen del
porcentaje de nuestro esfuerzo que destinamos al pago de impuestos directos e
indirectos y que salvo coyunturas favorables, solo empobrecen al conjunto.
La parálisis económica
En la geografía social que soportamos, podemos asegurar que esas malas
políticas y esa presión impositiva, que es uno de los elementos que
ostensiblemente paraliza a la economía, ha determinando también en alguna
medida que un tercio de la población viva hoy con carencias básicas
insatisfechas cuando no en la indigencia.
Impuestos directos, algunos, pero el grueso de ellos indirectos. Hablamos por
supuesto del IVA y de los múltiples que se aplican en los elementos que
produce y comercializa el Estado. Ya que nos referimos a ANCAP, digamos que
casi un 50 % del precio de los combustibles sirve para contribuir a financiar
los defasajes de la llamada macroeconomía. Si esta empresa estuviera actuando
en un régimen de competencia estaría en vías de cierre, pues no es admisible
que recién ahora haya resuelto temas tan negativos como el de los negocios en
la Argentina, cuyas pérdidas se multiplicaron por mucho tiempo y siga
entregando al usuario, sin mayores consideraciones, los combustibles – por
litro – más caros del continente. ¿Cómo se debiera caracterizar esa situación?
¿Inviabilidad?, ¿ineficiencia? ¿Qué ocurriría si ANCAP fuera une empresa
exportadora?
Lo peor es comprobar que no se trata solo de malas políticas en la propia
ANCAP, sino de que sus finanzas son succionadas por el Estado nacional, lo que
hace que a esta empresa no se le puedan endilgar con justicia todas las
adjetivaciones que se quiera. Casi siempre se ha utilizado al Estado para
golpearnos y no para servirnos. En el mejor de los casos nuestros políticos
han sido paternalistas, o lo peor, directamente autoritarios y siempre
estatistas.
Veamos lo que pasa con los impuestos que se han establecido para los productos
que se comercializan a través de las empresas del Estado, cuyo precio de venta
está integrado de manera decisiva por esa gabela tributaria que permite el
funcionamiento de su descomunal estructura.
Volviendo a los combustibles – que por la razón que comentamos son los más
onerosos del continente – digamos que son un ejemplo atroz de esa distorsión
en que, en definitiva, no se está respetando el derecho de la gente a pagar el
precio justo.
¿Sabríamos que hacer con nuestra libertad?
Es como si alguien hubiera, en alguna oportunidad, desconfiando del pueblo, de
todos nosotros, porque si nos dejaran no sabríamos que hacer con nuestro
propio dinero o con nuestra propia libertad. Quizás alguien – sostienen
algunos voceros del seudo liberalismo- vea al ciudadano y a la sociedad civil
como una amenaza y “no se de cuenta que dominan el Estado gracias al respaldo
de quienes los hemos votado”.
¿Cómo es que con este panorama pretendan que el ahorro interno se dirija a la
producción? ¿Qué situación le estamos ofreciendo a los inversores del exterior
- fuera de establecerlos en zonas francas - para atraerlos a nuestro
territorio?
El reverso del problema, pero consecuencia de lo anterior, es que los
uruguayos todavía confiamos en que el Estado nos solucione cualquier
contratiempo y pedimos su aprobación a cada paso.
Somos dependientes de él. Hay quienes afirman que ni la derecha ni la
izquierda uruguaya han creído nunca en la sociedad. (Fijémonos, sino, en lo
que está pasando en la textil Dancotex, que más allá de otras consideraciones,
era la única empresa exportadora uruguaya que competía en textiles con
gigantes, como la industria China)
Muchos están interesados en reducir al liberalismo a la imposición del libre
mercado por encima de cualquier consideración social o humana, y ello no es
así, aunque muchos, especialmente los defensores de los intereses de la banca
multinacional, demuestren lo contrario.
El liberalismo es un posicionamiento, una manera de ver el mundo que empieza
por considerar al hombre, y no al Estado, como la medida de todas las cosas.
Creen que el Estado sí debe intervenir por la persona allí donde no llegue el
mercado.
Términos que gustas o disgustan
El término mercado le gusta a la derecha. Y a la derecha uruguaya también le
disgustan las actitudes de libertad personal y progreso moral que defienden
los liberales, por ejemplo, en áreas como los avances médicos en genética o
las libertades individuales en modos de vida y costumbres. Veamos lo que pasa
– por ejemplo - con la despenalización del aborto, tema que se ha abierto a
una polémica que envuelve a todos, hasta al presidente de la República.
¿Qué ocurriría si se modificaran algunos tradicionales privilegios como el de
la “inamovilidad” de los funcionarios públicos, que ha existido desde siempre
y que, cuando se habla de su posible supresión, ese hecho eriza a más de uno?
Si, por ejemplo, ANTEL abriera su monopolio para que se compitiera en la
telefonía básica, si hubiera operadores privados de Internet que manejaran
ingresos de banda ancha y la velocidad aumentara y los precios se redujeran en
un marco de competencia. (En Uruguay, por el sistema ADSL, se pagan también
las tarifas más altas del continente)
¿Sabríamos como administrar esas libertades? ¿Nos daríamos cuenta de que se
abrirían nuevos perfiles, otras formas de vida, diversificadas y dignas? ¿O el
país sería el centro de una puja capitalista por la apropiación de ese ingreso
que el Estado dejaría vacante?
Otro tema para analizar es la reducción misma del peso del Estado: ¿Si se
redujera, sabríamos administrar nuestros destinos olvidándonos de recurrir,
como hacemos ahora, a ese paternalismo que aun se mantiene y que está en el
centro de todos nuestros males y de lamentable consolidación del
subdesarrollo?
Habría que verlo…
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- Carlos Santiago: Periodista. Secretario de redacción de Bitácora.
https://www.alainet.org/fr/node/115720
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