El elixir de la eterna juventud
09/07/2006
- Opinión
Antes un niño era una persona de cero a 11 años; adolescente, de 11 a 18; joven, de 18 a 30; adulto, de 30 a 50; y viejo -sin pudor por el vocablo-, de 50 hasta la muerte. Hoy, hay niños de cero a 20 años (viven en casa dependiendo de sus padres, embotada la cabeza de ilusiones, haciendo ascos al menor contratiempo); hay adolescentes de 20 a 30 años (siempre inseguros, se enamoran y desenamoran, vacilantes ante el futuro y, aunque se crean dueños de la verdad, cambian de oficio y de principios como si cambiasen de camisa); y son jóvenes todos los mayores de 30 años, aunque hayan cumplido los 70, 80, 90...
Hacerse viejo se ha convertido en una enfermedad letal cuyo nombre no debe ser pronunciado y, aunque no tenga cura, se combate con un coctel de tratamientos, que van desde los ejercicios físicos a la cirugía plástica. Como el vocablo ha sido extirpado del vocabulario, se adoptan eufemismos: tercera edad, edad mejor, dignidad... Por mi parte, ya que estoy viejo y no gozo de todos los derechos del Estatuto del Anciano, prefiero ser realista: eterna edad, puesto que se me aproxima, implacable, la guadaña de la Señora Muerte.
Hace ya cinco mil años que el ser humano, incluidos chamanes y médicos, busca la solución a la calvicie y el elixir de la eterna juventud. La primera continúa desafiando a la ciencia, arrancando los cabellos de los investigadores; Bien dice Ricardo Kotsko que si tuviera poderes el cabello nacería para dentro... En cuanto al segundo desafío, no podemos dudar de la victoria. Ahora el elixir de la eterna juventud puede ser comprado en cualquier farmacia, obtenido en el gimnasio de la esquina, ingerido por medio de una gran variedad de dietas, inoculado en la mente por la literatura de autoayuda o conquistado gracias a los ejercicios aeróbicos, como caminar o practicar tai chi chuan. De ese modo se retrasa el envejecimiento. Pero el evitarlo o, mejor, disfrazarlo, sólo recurriendo a la cirugía plástica, preferentemente usando guantes y bufanda para encubrir la rugosidad del tejido de las manos y del cuello. De tal modo se muere joven y esbelto, sin celulitis. Sí, porque todavía no se consigue descartar la muerte, pero ya es posible abrazarla con un cuerpo saleroso...
Se gastan fortunas diariamente con ese síndrome de la eterna juventud. No tengo nada en contra. Al final, nuestro ritmo de vida difiere mucho del de nuestros abuelos, cuyos diccionarios ignoraban términos como colesterol y obesidad. Hoy llevamos una vida sedentaria y somos atraídos por una exigencia de felicidad más sofisticada. No bastan una vida familiar saludable, trabajo digno y devoción religiosa para ser felices. Queremos más, mucho más. Suspiramos por lo máximo: riqueza, fama y belleza.
Ahora bien, cuanto más alto el salto, mayor la caída. Nuestro índice de frustración es proporcional al de la pretensión. De ahí el recurso al sicoanálisis, a los comprimidos para dormir, a las terapias alternativas, al atractivo por la religiosidad esotérica. Somos profundamente infelices al unir nuestra felicidad, no a la casita que está a nuestro alcance, sino al castillo de quimeras basadas en envidias y ambiciones desmedidas. La felicidad no es una cuestión de placeres sino de sabiduría.
La muerte, inevitable, es tanto más temida cuanto menos sentido le imprimimos a la existencia. Es como si ella no tuviera el derecho de venir hoy, porque todos mis proyectos son para mañana. Quien vive la vida como quien come un mango dejando escurrir el jugo por el pecho encara la muerte como el descanso del guerrero... La muerte hace comprender que ninguno de nosotros es insustituible, excepto nuestra presunción.
La felicidad es un estado de espíritu. Consiste en algo muy sencillo de decir, pero difícil de vivir: amor. Está dicho y redicho por todas las tradiciones religiosas. La felicidad no implica estar exento de problemas y sufrimientos. ¡Cuántos sufren por dar importancia a lo que no la tiene! La felicidad es liberar el corazón y la mente del peso de la envidia, del rencor, de la ira, de la amargura y del odio. Es desdoblar el ego. Es tratar el cuerpo con moderación, sin entregarlo a excesos. Es nutrir la mente de cultura y el espíritu de cosas profundas.
Vivir es fácil. Somos nosotros quienes lo complicamos. La vida no se teje de intenciones sino de acciones. Lo que importa en ella son los bienes infinitos y no los finitos. Pero esa sabiduría sólo es alcanzada por quien no se mira en ojo ajeno. Se mira en el tercer ojo, el divino. Sabiduría que, como dice el apóstol Pablo, es locura para los hombres. De ahí nuestra resistencia a Aquel que es más íntimo a nosotros que nosotros mismos. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor, junto con Leonardo Boff, de "Mística y espiritualidad", entre otros libros.
https://www.alainet.org/fr/node/115937
Del mismo autor
- Homenaje a Paulo Freire en el centenario de su nacimiento 14/09/2021
- Homenagem a Paulo Freire em seu centenário de nascimento 08/09/2021
- FSM: de espaço aberto a espaço de acção 04/08/2020
- WSF: from an open space to a space for action 04/08/2020
- FSM : d'un espace ouvert à un espace d'action 04/08/2020
- FSM: de espacio abierto a espacio de acción 04/08/2020
- Ética em tempos de pandemia 27/07/2020
- Carta a amigos y amigas del exterior 20/07/2020
- Carta aos amigos e amigas do exterior 20/07/2020
- Direito à alimentação saudável 09/07/2020