La osadía de la franqueza

31/07/2006
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Michel Foucault, en conferencias dictadas en la Universidad de Berkeley, USA, en 1983, volvió a tocar el tema de la parresía, palabra griega que aparece por primera vez en la obra de Eurípides, hace ya siete siglos, y que significa franqueza o, etimológicamente, "decir todo". El parrésico, el que habla la verdad, merece credibilidad por su ética y valentía. Pues no se trata sólo de manifestar lo que piensa sino de hacerlo con peligro de la vida, o sea confrontando al poder. Sabiendo que el poderoso puede castigarlo por semejante atrevimiento. "La parresía es una forma de crítica -afirma Foucault- tanto hacia los otros como a sí mismo, pero siempre en una situación en que el crítico se encuentra en posición de inferioridad en relación con el interlocutor. El parrésico es siempre menos poderoso que aquel a quien dirige la palabra. La parresía viene de "debajo" y se dirige a quien está "encima". Por eso, un antiguo griego no diría que un profesor o un padre que critican a un niño hacen uso de la parresía. Pero cuando un filósofo critica a un tirano, cuando un ciudadano critica a la mayoría, cuando un alumno critica al profesor, entonces utilizan la parresía. En la parresía la verdad es un deber". Plutarco, que vivió en el siglo 1º, escribió un libro titulado "Cómo distinguir a un adulador de un amigo". El verdadero amigo es parrésico, habla la verdad, aunque incomode o duela. Pues la relación que tenemos con nosotros, la de amor propio, crea en nuestra mente la permanente ilusión acerca de quién somos en realidad. "Siendo cada uno de nosotros el principal y el mayor adulador de sí mismo -dice Plutarco-, debemos admitir sin dificultad a alguien de fuera como testigo". Alguien que nos critique y nos haga reconocer los errores y defectos. Sólo un amigo parrésico es capaz de librarnos de la ilusión y hacer como que nos miremos en el espejo del alma. ¿Cómo sabemos que el amigo es parrésico? Plutarco dice que hay dos modos: primero, la conformidad entre lo que habla y vive, como Sócrates; segundo, la firmeza de convicciones. "Si se alegra siempre con las mismas cosas y las aprecia -dice Plutarco- y organiza su propia vida según un modelo único. El adulador, por no tener carácter, no vive una vida escogida por él mismo sino por los otros, y se modela y se adapta para el otro; no es sencillo ni coherente, sino ambiguo y contradictorio, por dejarse ir y cambiar como el agua, que, vertida de un recipiente a otro, se adecua al recipiente que la recibe". Foucault llama la atención sobre el hecho de que Plutarco subraya que somos incapaces de admitir que no sabemos nada ni sabemos quién somos. Galeno, el famoso médico del siglo 2º, observa que vemos los defectos de los demás pero permanecemos ciegos cuando se trata de nosotros. Platón destaca que el amante es ciego frente al objeto de su amor. "Pero si cada uno se ama por encima de todas las cosas -dice Galeno- debe estar ciego en lo que concierne a sí mismo. (…) Cuando un hombre no saluda por su nombre a un rico o poderoso, cuando no lo visita ni se sienta a la mesa con él, cuando vive una vida disciplinada, es de esperar que este hombre diga la verdad". Galeno sugiere que tomemos a ese hombre por amigo y le pidamos que diga todo lo que observe en nosotros. Él podrá salvarnos, al igual que el médico que cura la enfermedad de nuestro cuerpo. Esos sabios y antiguos consejos sirven en todas las circunstancias de nuestra vida. Qué bueno sería que quienes ocupan una función de poder -desde el político hasta el síndico de nuestro bloque de viviendas, desde un gerente hasta el guardián de una ermita- estimulasen a aquellos con quienes y para quienes trabajan a manifestar sus críticas y sugerencias. Pero nuestra vanidad vuelve sordos nuestros oídos. Y cualquier crítica es recibida como puñalada en nuestro ego. Sobre todo quienes tienen baja autoestima y necesitan, como pez del agua, vivir rodeados de aduladores. Qué bueno sería que tuviésemos la osada humildad de Jesús que, en Cesárea de Filipo, hizo dos preguntas a sus discípulos: "¿Quién dice la gente que soy yo? Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?" (Mateo 16,13-20). Generalmente preferimos engañarnos convencidos de que los subalternos piensan respecto a nosotros lo que quisiéramos que pensasen. Y sin darles la oportunidad de corregirnos, vamos arrastrando por la vida nuestros defectos, que perjudican a terceros y nos ponen en la peana del ridículo. (Traducción de J.L.Burguet) - Frei Betto es escritor, autor de "Sinfonía Universal. La cosmovisión de Teilhard de Chardin", entre otros libros.
https://www.alainet.org/fr/node/116362
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