Cuerpos emancipados, mentes subyugadas
24/02/2005
- Opinión
La industria cultural, tan bien disecada por la Escuela de Frankfurt, retarda la emancipación humana al introducir la sujeción de la mente en el momento en que la humanidad se libraba de la sujeción del cuerpo. Es larga la historia de la sumisión del cuerpo, comenzando por la esclavitud que duró siglos, inclusive en el Brasil, en donde fue considerada legal y legitima por 358 años.
No solamente los esclavos tuvieron sus cuerpos cautivos. También las mujeres. Hace menos de un siglo que ellas iniciaron el proceso de apropiación del propio cuerpo. La dominación sufrida por el cuerpo femenino era endógena y exógena. Endógena porque la mujer no tenía ningún control sobre su organismo, considerado simplemente como una maquina reproductiva y, con frecuencia, demonizado. Exógena por las tantas discriminaciones sufridas, desde la prohibición de votar a la castración del clítoris, desde la obligación de cubrirse el rostro en países musulmanes a la exhibición pública de su desnudez como atractivo publicitario en los países capitalistas de tradición cristiana.
En el momento en que el cuerpo humano alcanzaba su emancipación, la industria cultural introdujo la sujeción de la mente. La Multimedia es como un pulpo cuyos tentáculos nos retienen por todos lados. ¡Intente pensar diferente de la monocultura que nos imponen vía programas de entretenimiento! Si su hija de 20 años dice que permanecerá virgen, eso sonará como un ridículo anacronismo; si aparece en el Big Brother copulando vía satélite para el onanismo visual de millones de telespectadores, eso hace parte del show. El proceso de la sujeción de la mente utiliza como látigos lo prosaico, lo efímero, lo virtual, lo fugaz. Y detona progresivamente los antiguos valores universales. ¿Ética? Ahora, no deje escapar las oportunidades de tener éxito y hacerse rico, con que su imagen no quede mal en la foto… Ahora, todo es descartable, inclusive los valores. Y todos somos lanzados a un reciclaje perpetuo – en la profesión, en la identidad, en las relaciones.
Nuestros padres se jubilaban en un único empleo. ¡Hoy, infortunado el profesional que, al presentarse para una vacante, no tenga en el currículo la prueba de que ya trabajó en por lo menos tres o cuatro empresas del ramo! He ahí la civilización intransitiva, deshistorizada, convencida de que en ella se agota la evolución del ser humano y de la sociedad. Queda solamente dilatar la expansión del mercado. La tecnología multimedia nos sujeta sin que tengamos conciencia de esa esclavitud virtual. Por el contrario, nos da la impresión de que somos “emperadores de sillón”, según expresión acuñada por Robert Stam. Tenemos tanto “poder” que, control en la mano, saltamos velozmente de un canal de TV a otro, configurando nuestra propia programación. Ya no estamos propensos a soportar discursos racionales y duraderos. Nos pauta la vertiginosa velocidad tecnológica, que nos mantiene atrapados a la conveniencia del mercado.
Nuestra tabla de salvación reside, felizmente, en la observación de Jean Baudrillard, de que el exceso de cualquier cosa genera su contrario. Es el caso de la obesidad. El alimento es imprescindible a la vida, pero en exceso afecta el sistema cardiovascular y produce otros efectos colaterales.
Hay tanta información que preferimos no prestar más atención en ellas. La comunicación se tornó incomunicación. O comunicación, pues nos cazó la palabra, transformándonos en meros receptores de la avasalladora maquina publicitaria.
Esa sujeción de la mente viene en el vientre de la crisis de la modernidad que, desmitificada por la barbarie –dos guerras mundiales, la incapacidad de el capitalismo para distribuir riquezas, el fracaso del socialismo soviético, etc.- pasa a rechazar todos los “ismos”. Los espacios de la expresión de la ciudadanía como la política y el Estado, caen en descrédito. Todo y todos prestan culto a un único soberano: el mercado. Es él la Casa Grande que nos mantiene en la choza del consumo compulsivo, del hedonismo desenfrenado, de la insolidaridad y del egoísmo.
Felizmente iniciativas como el Foro Social Mundial rompen el monolitismo cultural y abren espacio a la conciencia crítica y nuevas prácticas emancipadoras.
Frei Betto es escritor, autor de “Treze Contos Diabólicos e um Angélico” (Planeta) y “Saborosaq Viagem pelo Brasil” (Mercurio Jovem- en colaboración con María Stella Libânio Christo).
https://www.alainet.org/fr/node/116749
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