Episodios para recordar
26/10/2006
- Opinión
Especial para la Agencia Latinoamericana de Información
La alianza entre el finalista Álvaro Noboa (PRIAN) y el Partido “Sociedad Patriótica” (PSP) de cara a la segunda vuelta presidencial del próximo 26 de noviembre, cuando el magnate bananero y “héroe de Dios” enfrentará al nacionalista Rafael Correa, impone rememorar pasajes recientes del proceso político que culminó con la espectacular fuga del coronel (r) Lucio Gutiérrez, fundador y líder del PSP, el 20 de abril del 2005.
Neoliberalismo y nacionalismo
La metodología de deshacerse de gobiernos antinacionales y corruptos apelando a recursos como la desobediencia civil, los “cacerolazos”, la ironía y el humor no constituye un fenómeno inédito en el país. En este tornasiglo, movilizaciones espontáneas, policlasistas y no-violentas liquidaron a los regímenes de Abdalá Bucaram (1997) y Jamil Mahuad (2000). ¿Cómo explicar, entonces, que las jornadas abrileñas- bautizadas como la Rebelión de los “Forajidos”- suscitaran la paranoia de las cancillerías del continente, excepto las de Venezuela y Cuba? ¿Qué poderosos mensajes insuflaron a sus gritos de “¡Fuera Lucio!” y “¡Que se vayan todos!” los hombres-mujeres-ancianos-niños rebeldes de la capital ecuatoriana?
Las respuestas a este orden de interrogaciones hay que localizarlas en el impetuoso renacimiento de la rebeldía social como reacción a las recurrentes acciones antinacionales y antipopulares emprendidas desde Carondelet por el “mejor amigo y aliado” de George W. Bush, en cumplimiento de ese “plan diabólico de desinstitucionalización de la República” que denunciara el entonces vicepresidente Alfredo Palacio.
Contrariamente a las marchas antigubernamentales convocadas por diversos organismos seccionales, cámaras de la producción y tiendas políticas del establecimiento –tipo Partido Social Cristiano o “Izquierda” Democrática- en demanda del reestablecimiento de la maltrecha Constitución de 1998, asignaciones presupuestarias y/o trámite a las secesionistas autonomías provinciales promovidas por el alcalde porteño Jaime Nebot y su escudero Paco Moncayo, la revuelta protagonizada por las heteróclitas fuerzas quiteñas, alentadas por Radio La Luna, enarboló argumentos racionales y emocionales contundentes como la defensa de la soberanía, la unidad latinoamericana, el orgullo patrio, la dignidad de la política, la solidaridad, la justicia, la democracia real, el derecho a la decencia … Absolutos escarnecidos sistemáticamente por el régimen del criptofascista PSP, devenido peón de la “globocolonización”.
Agotamiento del liberalismo esquizofrénico
El discurso hegemónico se sustenta en dos axiomas cardinales: el libre mercado y la democracia formal. El primero de ellos infiere que un país puede aspirar a la estabilidad y el crecimiento –los fetiches del economicismo- si decide operar conforme a las “fuerzas” o “leyes” del mercado. En buen romance, si se sujeta a los intereses y necesidades de la oligarquía financiera mundial.
En el caso ecuatoriano, a partir de la administración del demócrata cristiano Osvaldo Hurtado (1981-1984), los distintos gobiernos han apostado reverencialmente a esa pauta de conducta económica y financiera. En este terreno, Lucio el Traicionero y sus ministros de Economía, Mauricio Pozo y Mauricio Yépez, únicamente se diferenciaron de sus predecesores en que resultaron más papistas que el Papa. Esto explica que, en pleno auge del petróleo a consecuencia de las operaciones militares estadounidenses en el Medio Oriente y pese al flujo de voluminosas remesas de los emigrados, el país viviera durante el gutierrato al filo del precipicio y de la inviabilidad por el empeño del Coronel de “honrar” la deuda externa-interna, cumpliendo incluso más allá de las expectativas de los acreedores. El año 2004, el pago de ese tributo significó un drenaje de 3.800 millones de dólares, equivalentes a casi la mitad de los ingresos del presupuesto; en contrapartida, a la hora de la caída del “dictócrata”, un paro médico cumplía dos meses debido al incumplimiento oficial de compromisos que sumaban 15 millones.
Al tenor de ese fundamentalismo económico dieciochesco, Gutiérrez y su ministra de Comercio, Ivonne Baki, se aprestaban a involucrar al país en un TLC (Tratado de Libre Colonización) con la potencia unipolar, soslayando que su firma –entre otros efectos liquidacionistas- significaría el genocidio de una población campesino-indígena de alrededor de tres millones.
La democracia burguesa en la picota
El otro axioma de la globalización corporativa, la democracia formal, resultó, también, lesionado por los anónimos contestatarios capitalinos que, aparte de defenestrar al dictador, con sus ardorosas proclamas e ingeniosas acciones, deslegitimaron al conjunto de partidos burgueses y paraburgueses, la mayoría de ellos cómplices del “autogolpe” decembrino (2004).
La descertificación de los partidos tradicionales estuvo revestida de estética y valentía; aunque también de deprimentes episodios. Como aquellos en los cuales dirigentes “partidocráticos” eran “invitados” a retirarse de las marchas y concentraciones. O como la humillación y el castigo físico propinados a varios diputados, al parecer por obra de provocadores “ultraizquierdistas”.
Más allá de esos censurables –aunque explicables- desbordes, el “¡Fuera todos!” coreado por los nacionalistas-anarquistas reflejaba un clamor de la mayoría de ecuatorianos, hastiados de la venalidad y mediocridad de la “clase política”. Políticos sin honor, sin ideas y sin sentido nacional encendieron la iracundia de la ciudadanía.
Desde luego, el blanco de la abominación fue Gutiérrez. Tanto más que, a últimas fechas, en el colmo de la impudicia y en connivencia con una impresentable Corte Suprema de Justicia, anuló juicios contra prófugos de alto coturno como Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik; y, en un acto de olímpico desprecio a la sociedad en su conjunto, designó como premier de la República a Óscar Ayerve, el conocido “hombre del maletín”. Sin contar que acciones cada vez más frecuentes del PSP habían convertido al Ecuador en una auténtica democracia “nostra”. No se tiene que olvidar que, en vísperas del desplome final del régimen, hordas gutierristas intentaron incendiar Quito.
El mandato “forajido”
La rocambolesca fuga del Coronel perseguido por cientos de coléricos jóvenes de ambos sexos, tuvo un corolario promisorio. Múltiples insurgentes, organizados en la Asamblea Soberana Popular, condensaron su crítica a la dominación imperial y oligárquica en un manifiesto de 23 puntos preparado como manual “para refundar el país”.
En ese memorando, los tribunos populares se pronunciaron por la elaboración de una nueva Carta Política, la suspensión de las negociaciones del TLC, la moratoria/desconocimiento de la deuda externa-interna, la recuperación de las riquezas básicas, la no inmunidad a los soldados y mercenarios estadounidenses, la no intervención del Ejército en la añeja guerra civil colombiana y la terminación del convenio de cesión de la Base de Manta al Pentágono. Demandas que circulaban por distintos corrillos pero que emergieron a primer plano al calor de las Jornadas de Abril.
En vísperas de jurar como presidente, el propio Palacio las acogió parcialmente, manifestándose opuesto a la firma de un TLC con la potencia por considerarlo como un mecanismo para “privatizar la vida”. En relación al Plan Colombia opinó que se trataba de un “problema de los colombianos”. En cuanto al sistema de generación de poder, se expresó partidario de una democracia directa, “jeffersoniana”. De su lado, el flamante ministro de Gobierno, Mauricio Gándara, anticipó que la nueva administración revisaría la inconstitucional entrega del fortín de Manta. En tanto que el titular de Economía, Rafael Correa, un keynesiano de izquierda, conmocionó al país y a los santuarios del capitalismo global con su célebre frase: “El petróleo, señores, no será privatizado”. Tampoco el IESS, agregó. Complementariamente, anticipó que el FEIREP –un fondo constituido con excedentes petroleros que se venían destinando en su parte sustantiva a la recompra anticipada de deuda pública- se canalizaría a la reactivación de la producción y a programas de fomento de la educación y la salud. Definió a su modelo económico como “un retorno a la ética y al sentido común”.
Ya como candidato del novísimo movimiento Alianza País para ocupar la silla de Carondelet en reemplazo del lamentable Palacio, Correa lograría catapultarse como finalista por el acierto en recuperar el mandato “forajido” y difundirlo bajo la emblemática consigna de ¡La Patria Vuelve! Planteamiento tanto más necesario en la hora presente cuanto que la heredad que nos legaron personajes tan disímiles como Rumiñahui, Espejo, Manuelita Sáenz, Montalvo, Alfaro, los revolucionarios “julianos”, Leonidas Proaño o Benjamín Carrión corre el riesgo de convertirse en una satrapía al estilo de las que implantaran Anastasio Somoza en Nicaragua o el Benefactor Trujillo en la República Dominicana.
-René Báez, Premio Nacional de Economía y miembro de la Internacional Writers Association.
La alianza entre el finalista Álvaro Noboa (PRIAN) y el Partido “Sociedad Patriótica” (PSP) de cara a la segunda vuelta presidencial del próximo 26 de noviembre, cuando el magnate bananero y “héroe de Dios” enfrentará al nacionalista Rafael Correa, impone rememorar pasajes recientes del proceso político que culminó con la espectacular fuga del coronel (r) Lucio Gutiérrez, fundador y líder del PSP, el 20 de abril del 2005.
Neoliberalismo y nacionalismo
La metodología de deshacerse de gobiernos antinacionales y corruptos apelando a recursos como la desobediencia civil, los “cacerolazos”, la ironía y el humor no constituye un fenómeno inédito en el país. En este tornasiglo, movilizaciones espontáneas, policlasistas y no-violentas liquidaron a los regímenes de Abdalá Bucaram (1997) y Jamil Mahuad (2000). ¿Cómo explicar, entonces, que las jornadas abrileñas- bautizadas como la Rebelión de los “Forajidos”- suscitaran la paranoia de las cancillerías del continente, excepto las de Venezuela y Cuba? ¿Qué poderosos mensajes insuflaron a sus gritos de “¡Fuera Lucio!” y “¡Que se vayan todos!” los hombres-mujeres-ancianos-niños rebeldes de la capital ecuatoriana?
Las respuestas a este orden de interrogaciones hay que localizarlas en el impetuoso renacimiento de la rebeldía social como reacción a las recurrentes acciones antinacionales y antipopulares emprendidas desde Carondelet por el “mejor amigo y aliado” de George W. Bush, en cumplimiento de ese “plan diabólico de desinstitucionalización de la República” que denunciara el entonces vicepresidente Alfredo Palacio.
Contrariamente a las marchas antigubernamentales convocadas por diversos organismos seccionales, cámaras de la producción y tiendas políticas del establecimiento –tipo Partido Social Cristiano o “Izquierda” Democrática- en demanda del reestablecimiento de la maltrecha Constitución de 1998, asignaciones presupuestarias y/o trámite a las secesionistas autonomías provinciales promovidas por el alcalde porteño Jaime Nebot y su escudero Paco Moncayo, la revuelta protagonizada por las heteróclitas fuerzas quiteñas, alentadas por Radio La Luna, enarboló argumentos racionales y emocionales contundentes como la defensa de la soberanía, la unidad latinoamericana, el orgullo patrio, la dignidad de la política, la solidaridad, la justicia, la democracia real, el derecho a la decencia … Absolutos escarnecidos sistemáticamente por el régimen del criptofascista PSP, devenido peón de la “globocolonización”.
Agotamiento del liberalismo esquizofrénico
El discurso hegemónico se sustenta en dos axiomas cardinales: el libre mercado y la democracia formal. El primero de ellos infiere que un país puede aspirar a la estabilidad y el crecimiento –los fetiches del economicismo- si decide operar conforme a las “fuerzas” o “leyes” del mercado. En buen romance, si se sujeta a los intereses y necesidades de la oligarquía financiera mundial.
En el caso ecuatoriano, a partir de la administración del demócrata cristiano Osvaldo Hurtado (1981-1984), los distintos gobiernos han apostado reverencialmente a esa pauta de conducta económica y financiera. En este terreno, Lucio el Traicionero y sus ministros de Economía, Mauricio Pozo y Mauricio Yépez, únicamente se diferenciaron de sus predecesores en que resultaron más papistas que el Papa. Esto explica que, en pleno auge del petróleo a consecuencia de las operaciones militares estadounidenses en el Medio Oriente y pese al flujo de voluminosas remesas de los emigrados, el país viviera durante el gutierrato al filo del precipicio y de la inviabilidad por el empeño del Coronel de “honrar” la deuda externa-interna, cumpliendo incluso más allá de las expectativas de los acreedores. El año 2004, el pago de ese tributo significó un drenaje de 3.800 millones de dólares, equivalentes a casi la mitad de los ingresos del presupuesto; en contrapartida, a la hora de la caída del “dictócrata”, un paro médico cumplía dos meses debido al incumplimiento oficial de compromisos que sumaban 15 millones.
Al tenor de ese fundamentalismo económico dieciochesco, Gutiérrez y su ministra de Comercio, Ivonne Baki, se aprestaban a involucrar al país en un TLC (Tratado de Libre Colonización) con la potencia unipolar, soslayando que su firma –entre otros efectos liquidacionistas- significaría el genocidio de una población campesino-indígena de alrededor de tres millones.
La democracia burguesa en la picota
El otro axioma de la globalización corporativa, la democracia formal, resultó, también, lesionado por los anónimos contestatarios capitalinos que, aparte de defenestrar al dictador, con sus ardorosas proclamas e ingeniosas acciones, deslegitimaron al conjunto de partidos burgueses y paraburgueses, la mayoría de ellos cómplices del “autogolpe” decembrino (2004).
La descertificación de los partidos tradicionales estuvo revestida de estética y valentía; aunque también de deprimentes episodios. Como aquellos en los cuales dirigentes “partidocráticos” eran “invitados” a retirarse de las marchas y concentraciones. O como la humillación y el castigo físico propinados a varios diputados, al parecer por obra de provocadores “ultraizquierdistas”.
Más allá de esos censurables –aunque explicables- desbordes, el “¡Fuera todos!” coreado por los nacionalistas-anarquistas reflejaba un clamor de la mayoría de ecuatorianos, hastiados de la venalidad y mediocridad de la “clase política”. Políticos sin honor, sin ideas y sin sentido nacional encendieron la iracundia de la ciudadanía.
Desde luego, el blanco de la abominación fue Gutiérrez. Tanto más que, a últimas fechas, en el colmo de la impudicia y en connivencia con una impresentable Corte Suprema de Justicia, anuló juicios contra prófugos de alto coturno como Abdalá Bucaram, Gustavo Noboa y Alberto Dahik; y, en un acto de olímpico desprecio a la sociedad en su conjunto, designó como premier de la República a Óscar Ayerve, el conocido “hombre del maletín”. Sin contar que acciones cada vez más frecuentes del PSP habían convertido al Ecuador en una auténtica democracia “nostra”. No se tiene que olvidar que, en vísperas del desplome final del régimen, hordas gutierristas intentaron incendiar Quito.
El mandato “forajido”
La rocambolesca fuga del Coronel perseguido por cientos de coléricos jóvenes de ambos sexos, tuvo un corolario promisorio. Múltiples insurgentes, organizados en la Asamblea Soberana Popular, condensaron su crítica a la dominación imperial y oligárquica en un manifiesto de 23 puntos preparado como manual “para refundar el país”.
En ese memorando, los tribunos populares se pronunciaron por la elaboración de una nueva Carta Política, la suspensión de las negociaciones del TLC, la moratoria/desconocimiento de la deuda externa-interna, la recuperación de las riquezas básicas, la no inmunidad a los soldados y mercenarios estadounidenses, la no intervención del Ejército en la añeja guerra civil colombiana y la terminación del convenio de cesión de la Base de Manta al Pentágono. Demandas que circulaban por distintos corrillos pero que emergieron a primer plano al calor de las Jornadas de Abril.
En vísperas de jurar como presidente, el propio Palacio las acogió parcialmente, manifestándose opuesto a la firma de un TLC con la potencia por considerarlo como un mecanismo para “privatizar la vida”. En relación al Plan Colombia opinó que se trataba de un “problema de los colombianos”. En cuanto al sistema de generación de poder, se expresó partidario de una democracia directa, “jeffersoniana”. De su lado, el flamante ministro de Gobierno, Mauricio Gándara, anticipó que la nueva administración revisaría la inconstitucional entrega del fortín de Manta. En tanto que el titular de Economía, Rafael Correa, un keynesiano de izquierda, conmocionó al país y a los santuarios del capitalismo global con su célebre frase: “El petróleo, señores, no será privatizado”. Tampoco el IESS, agregó. Complementariamente, anticipó que el FEIREP –un fondo constituido con excedentes petroleros que se venían destinando en su parte sustantiva a la recompra anticipada de deuda pública- se canalizaría a la reactivación de la producción y a programas de fomento de la educación y la salud. Definió a su modelo económico como “un retorno a la ética y al sentido común”.
Ya como candidato del novísimo movimiento Alianza País para ocupar la silla de Carondelet en reemplazo del lamentable Palacio, Correa lograría catapultarse como finalista por el acierto en recuperar el mandato “forajido” y difundirlo bajo la emblemática consigna de ¡La Patria Vuelve! Planteamiento tanto más necesario en la hora presente cuanto que la heredad que nos legaron personajes tan disímiles como Rumiñahui, Espejo, Manuelita Sáenz, Montalvo, Alfaro, los revolucionarios “julianos”, Leonidas Proaño o Benjamín Carrión corre el riesgo de convertirse en una satrapía al estilo de las que implantaran Anastasio Somoza en Nicaragua o el Benefactor Trujillo en la República Dominicana.
-René Báez, Premio Nacional de Economía y miembro de la Internacional Writers Association.
https://www.alainet.org/fr/node/117839?language=en
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