Todos los niños
03/11/2007
- Opinión
Todos los niños quieren la paz en el mundo, pero no todos son educados libres de la óptica de la discriminación, del prejuicio, en condiciones de aceptar, como dotados de igual dignidad, a blancos, negros, amarillos e indígenas.
A todos los niños les gusta hablar con Dios, pero no todos aprenden que Dios ama, sin distinción, a musulmanes, judíos, cristianos, adeptos al candomblé, seguidores de Arnaz, e incluso al que no cree.
Todos los niños necesitan jugar, pero no todos los padres están en condiciones de evitar que se encaminen por la senda del trabajo precoz, de la mendicidad, de la explotación sexual, de los caminos del crimen.
A todos los niños les entusiasma perder tiempo con sus amigos y amigas, pero algunos se convierten en adultos antes de tiempo, debido a la sobrecargada agenda impuesta por la familia, con clases desde ballet a natación, de música e idiomas, sin poder meterse nunca en el barro. O, empobrecidos, son obligados a luchar desde muy pronto por la supervivencia.
Todos los niños están dotados de una inconmensurable fantasía, pero muchos no tienen sueños propios porque delegaron en la TV el derecho de imaginar por ellos. De ese modo crecen saturados de (des)informaciones que no procesan, vulnerables en su código de valores y confundidos en cuanto a los principios éticos que deben abrazarse.
Todos los niños son generosos, pero no siempre tienen quien les enseñe a compartir lo que acumulan en los armarios, en la despensa y en el corazón.
Todos los niños necesitan mucho amor, pero no todos conocen a alguien que preste atención a lo que dicen y hacen, pasee con ellos los fines de semana, evite cambiar el cariño oculto por regalos y promesas.
A todos los niños les encantan los dulces, pero no todos son educados para apreciar las frutas y verduras, evitando desde muy chicos llenarse la boca de lo que les falta en el corazón.
A todos los niños les encanta escuchar historias, pero no todos conocen a alguien que se preocupe por contarles el mundo de caperucita o a leerles los textos sagrados.
Todos los niños imitan a los adultos que admiran, pero no todos aprenden a conocer a Jesús y a Francisco de Asís, a Gandhi y al Che Guevara, y crecen cautivados con el exterminador del pasado, del presente y del futuro.
Todos los niños están sedientos de alegría, pero ¿cómo esperar que sonrían si los adultos discuten ante ellos o manifiestan su racismo, su odio o su afán por ganar dinero y bienes?
Todos los niños desconocen la muerte como amenaza real, y ninguno de ellos se propone matar a un semejante, fabricar o comercializar armas, bombardear poblaciones civiles. Si un niño roba, se droga o mata es porque el mundo de los adultos le condenó a ser el reverso de sí mismo.
A todos los niños les encanta soñar, pero si no encuentran por el camino a alguien que infle sus sueños, cual un globo que vuela rumbo a la utopía, corren el peligro de buscar en la química de las drogas lo que les falta en autoestima.
Todos los niños están convencidos de que, entregado en sus manos, el mundo sería mucho mejor, pues ninguno de ellos soporta ver a su semejante con hambre, en la miseria o víctima de guerras.
Todos nosotros debiéramos cultivar en adelante la criatura que fuimos un día.
- Frei Betto es escritor, autor de la obra infanto-juvenil “La niña y el elefante”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
A todos los niños les gusta hablar con Dios, pero no todos aprenden que Dios ama, sin distinción, a musulmanes, judíos, cristianos, adeptos al candomblé, seguidores de Arnaz, e incluso al que no cree.
Todos los niños necesitan jugar, pero no todos los padres están en condiciones de evitar que se encaminen por la senda del trabajo precoz, de la mendicidad, de la explotación sexual, de los caminos del crimen.
A todos los niños les entusiasma perder tiempo con sus amigos y amigas, pero algunos se convierten en adultos antes de tiempo, debido a la sobrecargada agenda impuesta por la familia, con clases desde ballet a natación, de música e idiomas, sin poder meterse nunca en el barro. O, empobrecidos, son obligados a luchar desde muy pronto por la supervivencia.
Todos los niños están dotados de una inconmensurable fantasía, pero muchos no tienen sueños propios porque delegaron en la TV el derecho de imaginar por ellos. De ese modo crecen saturados de (des)informaciones que no procesan, vulnerables en su código de valores y confundidos en cuanto a los principios éticos que deben abrazarse.
Todos los niños son generosos, pero no siempre tienen quien les enseñe a compartir lo que acumulan en los armarios, en la despensa y en el corazón.
Todos los niños necesitan mucho amor, pero no todos conocen a alguien que preste atención a lo que dicen y hacen, pasee con ellos los fines de semana, evite cambiar el cariño oculto por regalos y promesas.
A todos los niños les encantan los dulces, pero no todos son educados para apreciar las frutas y verduras, evitando desde muy chicos llenarse la boca de lo que les falta en el corazón.
A todos los niños les encanta escuchar historias, pero no todos conocen a alguien que se preocupe por contarles el mundo de caperucita o a leerles los textos sagrados.
Todos los niños imitan a los adultos que admiran, pero no todos aprenden a conocer a Jesús y a Francisco de Asís, a Gandhi y al Che Guevara, y crecen cautivados con el exterminador del pasado, del presente y del futuro.
Todos los niños están sedientos de alegría, pero ¿cómo esperar que sonrían si los adultos discuten ante ellos o manifiestan su racismo, su odio o su afán por ganar dinero y bienes?
Todos los niños desconocen la muerte como amenaza real, y ninguno de ellos se propone matar a un semejante, fabricar o comercializar armas, bombardear poblaciones civiles. Si un niño roba, se droga o mata es porque el mundo de los adultos le condenó a ser el reverso de sí mismo.
A todos los niños les encanta soñar, pero si no encuentran por el camino a alguien que infle sus sueños, cual un globo que vuela rumbo a la utopía, corren el peligro de buscar en la química de las drogas lo que les falta en autoestima.
Todos los niños están convencidos de que, entregado en sus manos, el mundo sería mucho mejor, pues ninguno de ellos soporta ver a su semejante con hambre, en la miseria o víctima de guerras.
Todos nosotros debiéramos cultivar en adelante la criatura que fuimos un día.
- Frei Betto es escritor, autor de la obra infanto-juvenil “La niña y el elefante”, entre otros libros.
Traducción de J.L.Burguet
https://www.alainet.org/fr/node/124028
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