El desplome bursatil

07/02/2008
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La despiramidación

Mucho ha dado de qué hablar la crisis hipotecaria en los EEUU, que precipitó la tendencia recesiva de la economía estadounidense y ha servido de detonante a la turbulencia que estremece el mercado bursátil en todo el mundo. Todo empezó con la “despiramidación” del llamado mercado “subprime”, sector hipotecario de baja calificación de EEUU, que se vio deteriorado por la moratoria en los préstamos de alto riesgo, que luego se extendió a los buenos clientes del sistema, provocando una alarmante  crisis crediticia total. Para entender lo que pasó, nos tenemos que remitir  al comportamiento de los consumidores inducido por la banca. Después del brote recesivo de 2001, las tasas de interés en los EEUU tocaron el piso e incluso llegaron a ser negativas, en su nivel más bajo en 45 años. En el 2003, con una tasa anual interés de fondos federales del 1% y una inflación que frisaba el 2%, dicha tasa real se situó en -1% - situación esta que se prolongó hasta el 2005 - lo cual si bien contribuyó a la reactivación de la economía, también indujo al mayor endeudamiento, tanto de las empresas como de los consumidores. Fue esta, entonces, una etapa caracterizada por una política monetaria superexpansiva; ello explica el auge del mercado inmobiliario que por aquellas calendas hacía furor en los Estados Unidos. Y no hay que perder de vista la alta propensión al consumo de los estadounidenses, valga decir que desde 1996 el consumo de los hogares en los EEUU representa el 150% de sus ingresos y el 70% del PIB, lo cual ha conducido a un sobreendeudamiento de los consumidores norteamericanos que ya se ha tornado insostenible, al alcanzar el 300% del PIB, superando los niveles alcanzados en vísperas de la gran depresión de 1929!

La destorsida

Luego vendría la destorcida, cuando la baja de las tasas de interés empezó a revertir y muchos de los que habían tomado los tales créditos “subprime” empezaron a colgarse, ante la imposibilidad de seguir pagando sus cuotas e incluso de refinanciar  sus préstamos, debido a la baja que habían experimentado sus viviendas. A ello se suma el hecho de que dada la laxitud de las entidades financieras, estas en el afán de colocar sus créditos no vieron inconvenientes en concedérselos a familias de muy bajo perfil financiero,  a quienes
no tenían historia crediticia o estaban reportadas. Los bancos llegaron al extremo de financiar hasta el 100% de las hipotecas, confiando en que bastaba subir unos puntos más en la tasa de interés para cubrir el mayor riesgo en que estaban incurriendo. A renglón seguido, optaron por emitir bonos sobre dichos créditos, “empaquetados” a través de procesos de titularización, con calificación triple A y con una gran tasa de retorno, en procura de obtener una rentabilidad extra y, de este modo, continuar con esa especie de carrusel que parecía no tener fin.  Como lo delata el inversor multimillonario Goerge Soros “las autoridades favorecieron y alentaron el proceso al intervenir cada vez que el sistema financiero global estaba en riego”; es lo que se ha dado en llamar “riesgo moral”[1]. Ello explica porqué dichos papeles, que dieron lugar a toda una gama de derivados financieros que se conocen como CDO (Collateralized debt obligations), fueron rapados literalmente por parte de inversores de EEUU, Europa y Japón, entre otros, sin sospechar lo deleznable que eran.

El descalabro del mercado inmobiliario

Con el alza en las tasas de interés y la pérdida de liquidez del sistema financiero se encarecieron las hipotecas, vino la mora en los pagos, los deudores tropezaron con dificultades para refinanciarse, proliferaron las daciones en pago, que llegaron a su nivel más alto en los últimos treinta años y los bancos empezaron a verse atestados por ellas. Ello afectó negativamente tanto la compra de viviendas nuevas y la actividad de la construcción, las cuales han tenido una caída el último año en un 50% y un 40%, respectivamente. Pero, para agravar el problema creado con la crisis hipotecaria, esta se extendió a las tarjetas de crédito, a los créditos comerciales, los bonos empresariales y a los préstamos para automóviles. De este modo, la burbuja especulativa a que dio lugar el mercado “subprime” empezó a desinflarse, lo cual repercutió sobre los estándares de crédito, que se tornaron ahora sí más rigurosos, el empleo y el gasto reaccionaron a la baja, como también los precios de las viviendas. Es tan grave esta crisis, que un prestigioso diario de los EEUU en uno de sus titulares se atrevió a afirmar que “las hipotecas son mayor amenaza que el terrorismo”, para dar cuenta de los resultados de una Encuesta de la Asociación
Nacional de Economía Empresarial, conocida como Nabe por sus siglas en inglés. Según los resultados de la misma “La amenaza combinada de esos dos factores (las hipotecas de alto riesgo y la deuda contraída por los consumidores) ha suplantado al terrorismo y a Oriente Medio como el mayor peligro a corto plazo para la economía de Estados Unidos”.

Aunque aún es prematuro para dimensionar la magnitud del descalabro, puede decirse que las pérdidas de los bancos de los Estados Unidos y Europa en esta estampida no serán inferiores a los US $400.000 millones e incluso no faltan quienes estiman que pueden llegar a la friolera del billón de dólares. La crisis hipotecaria se convirtió en una crisis financiera de enormes proporciones, que luego se extendería al mercado bursátil, que terminó desplomándose, sobre todo después que los temores a una recesión en Estados Unidos se confirmaban con el paso de los días. Quienes todavía abrigaban la esperanza de que los mercados de Asia y Europa pudieran estar a salvo de la crisis que sacude a los EEUU se llevaron su palmo de narices. Incluso, los mismos inversionistas estadounidenses que, en un primer momento, quisieron protegerse migrando hacia los mercados de Asia y América Latina, resolvieron repatriar sus capitales ante la caída estrepitosa, por lo demás más pronunciada, de esos mercados, contribuyendo así a una caída mayor de los mismos. Los índices de sus bolsas acusaron bajas, incluso más sensibles que el Dow Jones, que es el Índice tecnológico de la Bolsa de Nueva York. Paradójicamente, no obstante que el ojo del huracán está en los EEUU, muchos inversionistas, tanto estadounidenses como de otras latitudes, presos de la decepción y la incertidumbre, ante los amagos de una recesión de la magnitud de la que se espera, se refugian en sitios que ellos consideran seguros. Y nada más seguro, de acuerdo con su percepción, que el dólar y los bonos del Tesoro de los EEUU e incluso el oro, que justamente por ello ha venido cotizandose al alza. Es lo que en teoría se conoce como “escape hacia la calidad”. Ello explica el milagro de que al desplomarse la Bolsa en los EEUU el dólar volvió a dar señales de vida y repuntó, por lo menos momentáneamente.

La caída sincronizada de las bolsas

Las preocupaciones que embargan a la comunidad internacional ante la inminencia de una recesión fuerte y prolongada de los EEUU[2] son evidentes y casi la mitad de los mayores índices de acciones tuvo caídas significativas a consecuencia de ella y arrastraron consigo las acciones de bancos y de empresas en Asia, Europa y Latinoamérica. El derrumbe del 7% en un solo día de las acciones del Citigroup, seguida por el anuncio de pérdidas que rozaban los US $10.000 millones en un sólo trimestre reportadas nada menos que por parte del segundo banco norteamericano por su capital, prendió todas las alarmas. Ello condujo  a muchos inversionistas a deshacerse de las acciones en su poder, afectando la cotización de las mismas. La caída de las principales bolsas del mundo no se hizo esperar; los valores bursátiles estadounidenses registraron  las peores jornadas desde las aciagas jornadas del 2002. Casi de manera sincronizada las bolsas de Asia, Europa y América Latina se hundieron el 16 de enero, luego que trascendiera el derrumbe de Wall Street, en medio de los temores de una recesión global. Esta semana, particularmente, la Bolsa de Nueva York tuvo su “supermartes”, coincidiendo con  las primarias de los partidos Demócrata y Republicano, al caer el 2.93%, su mayor descenso en un año. Las esperanzas de aquellos inversionistas que veían a los países en vía de desarrollo como una opción para ellos protegerse del clima adverso en los EEUU se desvanecieron, pues hasta allá llegó la crisis. También allí las bolsas se vinieron a pique; en efecto, las acciones del Índice MSCI de mercados emergentes cayeron en el primer mes del año 11.5%. Como lo afirmó David Dreman, quien supervisa nada menos que US $20.000 millones en New Jersey, “la única manera en que (Brasil, Rusia, India y China) podrían desacoplarse (de la economía estadounidense) sería si estuvieran en otro planeta[3].

Como nunca, en los últimos tiempos se ha exacerbado la volatilidad de las bolsas, cuyo curso más parece el de una montaña rusa. No obstante, la tendencia es hacia la baja; lo demuestra el hecho de que en respuesta a la decisión de la Reserva Federal de los EEUU (FED) de recortar en tres cuartos de punto las tasas de intervención las acciones tuvieron un importante repunte en el exterior, pero en los EEUU continuaron a la baja. Con esta decisión la FED buscaba recobrar la confianza perdida por parte de los inversionistas y contrarrestar la contracción del crédito; pero, por la forma y la precipitad con la que actuó ha dejado la impresión de que actuó presa del pánico y ello no es una buena señal. El Presidente del BCE, Jean Claude Trichet, a diferencia de su homólogo de la FED, Ben Berrnanke, se abstuvo de revisarlas, manteniéndolas en el 4%, arguyendo que “no tenemos dos agujas en nuestra brújula, una que sería la de la economía real y otra la de la inflación. Tenemos una única aguja, la que nos indica cómo hacer para lograr la estabilidad de los precios”. En ello coincide con la Junta directiva del Banco de la República de Colombia, que privilegia alcanzar la meta de inflación sobre cualquier otra. Empero, su reiteración en el sentido de que “la misión fundamental del Banco es garantizar la estabilidad de los precios y ser guardián del Euro”, provocó un efecto dominó en la caída de las bolsas de la UE.

Ni siquiera la pequeña Bolsa de Valores de Colombia (BVC) escapó a los embates de la turbulencia bursátil desatada y hasta ella han llegado la onda expansiva de la crisis global con sus sobresaltos. Su índice alcanzó el 21 de enero la cuarta mayor caída de su corta historia, al tiempo que el dólar tuvo un repunto inusitado de $49.13 en un solo día. En los primeros quince días del año, la BVC tuvo una caída de 7.65%, apenas superada por la del Perú que alcanzó el 23.12%; curiosamente la venezolana fue la menos golpeada con una caída de 5.11%. Es más, el valor en bolsa de las 28 empresas que integran el Índice General de la Bolsa de Colombia (Igbc) se redujo $11.29 billones al cierre del mes de enero, para una pérdida de 9.57% y hasta la fecha, en lo corrido del año 2008 el Igbc acumula un descenso del 14.73%! Los 482.000 colombianos que se hicieron accionistas de ECOPETROL se llevaron su susto, al ver cómo se esfumaba  la valorización de la acción que había alcanzado la cifra record de 60% en seis meses y en sólo una quincena se redujo a un  modesto 12.5%. Se dijo, entonces, por parte de Juan Pablo Córdoba, Presidente de la BVC, que
 “Cuando una persona invierte en Bolsa debe tener claro que es a largo plazo y que este mercado es volátil, por lo que debe existir un punto de referencia a largo plazo para tomar cualquier decisión”. Pero, esa claridad no se hizo en momentos en que lo in era invertir en acciones de ECOPETROL. Claro que a los pensionados no les fue mejor, pues, según la Superfinanciera, “como resultado de la crisis bursátil los ahorros en pensiones obligatorias, que el primero de enero sumaban 51 billones de pesos, habían perdido $1.6 billones el día 18 del mismo mes”[4].

Davos y el síndrome de los ciclos

Como todos los eneros, desde 1971, se reunió en Davos, en los Alpes suizos, el Foro que tiene por lema cómo construir un mundo mejor. Allí se dan cita periódicamente los más importantes líderes empresariales y políticos del mundo, destacándose esta vez entre ellos 27 jefes de Estado,  el ex primer ministro inglés, Tony Blair y el ex jefe del Departamento de Estado de los EEUU, Henry Kissinger, quienes lo presidieron, además de los presidentes de 74 de las 100 principales multinacionales del planeta. No podía escapar a su consideración el análisis de la actual coyuntura signada por los amagos de recesión global[5]; es más, terminó desplazando de la Agenda el cambio climático y el terrorismo como sus temas principales. Por ello, no es de extrañar que en el Documento “Riesgos globales 2008”, que sirvió de base a sus debates, se señaló sin titubeos que “una recesión en EEUU no puede ser excluida”. Nos recuerda el periodista español, Joaquín Estefanía, a propósito del Foro de Davos de 2001, que este es rehén de los síndromes y destaca entre estos el de los ciclos, advirtiendo que “El apellido Bush no tiene suerte con la economía. George padre perdió ante Clinton la Presidencia de EEUU porque la economía americana sufrió, a principios de los noventa, una recesión. Bush hijo sucede a Clinton pero, paradójicamente, lo hace en una coyuntura que oscila entre el aterrizaje suave y la recesión, tras el período más dilatado de crecimiento de la historia de Estados Unidos”[6]. Y la historia se repite, una vez más, pues, como lo afirma Borges, “los hombres y los siglos vuelven cíclicamente”!

El plato fuerte del Foro este año, al que concurrieron más de 2.500 delegados, corrió por cuenta de George Soros, cuyos augurios en relación con la suerte que le ha de deparar a los Estados Unidos esta crisis no pudieron ser más dramáticos; a juicio de él “la crisis actual no es solamente el fracaso que sigue al boom inmobiliario, es básicamente el final de un período de 60 años de expansión crediticia basada en el dólar como moneda de reserva”. Y remató diciendo que “será muy difícil evitar una recesión en Estados Unidos”. Su opinión fue respaldada en el mismo evento por el director de la prestigiosa London School of Economics, Howard Davies, quien afirmó que “no hay ninguna posibilidad de evitar una recesión en Estados Unidos”. Nouriel Roubini, profesor de Economía de la Universidad de Nueva York, quien en el mismo Foro el año pasado vaticinó esta crisis, fue más lejos, al sostener que “habrá una grave recesión en Estados Unidos, una desaceleración en los países emergentes y una fuerte desaceleración en Europa”. Brasil, Rusia, India y China, agrupados en la sigla BRIC, representaron el año pasado el 50% de la expansión de la economía global en el 2007 y crecieron a un buen ritmo; pero, por aquello de las viceversas a que están expuestas sus relaciones comerciales, no son inmunes a una desaceleración o a una recesión, que ya se columbra, de la economía de los EEUU.

Ante tan sombríos pronósticos, le tocó a la Secretaria de Estado de los EEUU, Condoleezza Rice, capear el temporal, enfrentando el desánimo y el pesimismo que se ha apoderado de los financistas y hombres de negocios por doquier. Este era el ambiente que se palpaba en Davos cuando ella intervino, yéndose por la tangente con un discurso más de corte retórico, en el que enfatizaba una visión estratégica sobre el prominente papel de Estados Unidos en la economía global. “Se que muchos están preocupados por las recientes fluctuaciones en los mercados financieros y por la economía estadounidense”, manifestó la Condoleezza, para asegurar que la economía de EEUU es resistente, su estructura es sólida y sus fundamentos económicos a largo plazo están sanos (…) Nuestra economía seguirá siendo el motor que dirige el crecimiento económico mundial”.

La economía es psicología

El problema estriba en que cuando ese motor empieza a fallar, surge la crisis de confianza y la confianza es la base fundamental en la que descansa el funcionamiento del mercado. Las bolsas son el reflejo de cuanto ocurre en la economía real, pero además en ellas influyen mucho las llamadas expectativas racionales de Robert Lucas, cuya hipótesis es lo más aproximado al magistral cuento de García Márquez Algo muy grave va a suceder en este pueblo. Las expectativas racionales de los agentes del mercado, como los rumores de un pueblo, se refuerzan a sí mismas hasta convertirse en profecías autocumplidas. Ese es el riesgo al que está abocado el mercado bursátil y que explica su gran sensibilidad y volatilidad, tanto que llevó a
l profesor de la Escuela de Negocios de la Universidad de Harvard, Michael Porter, a afirmar que la Economía, para bien o para mal,  es psicología. Las bolsas de valores, en últimas, se comportan como las giraldas, que toman la dirección en que soplan los vientos, con la diferencia de que ellas pueden hacer que los vientos tomen más fuerza o se amainen. Siempre será difícil predecir su curso en medio de este remolino sin el riesgo de equivocarse.

Bogotá, febrero 6 de 2008
www.amylkaracosta.net

Amylkar D. Acosta M, Ex presidente del Congreso de la República



[1] El Tiempo. Enero, 27 de 2008

[2] Amylkar D. Acosta M. Estanflación global. Riohacha, Enero 23 de 2008

[3] El Tiempo. Febrero, 3 de 2008

[4] El Tiempo. Enero, 25 de 2008

[5] Amylkar D. Acosta M. Estanflación global. Enero, 23 de 2008

[6] El País. Madrid. El hombre de Davos, bajo los síndromes. Enero, 21 de 2001

https://www.alainet.org/fr/node/125526

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