Hacia una economía estacionaria

03/03/2008
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Para cambiar la economía en sus fundamentos estructurales no basta modificar el patrón de consumo de la población, sino es preciso enfocar como cambiar el lado de la producción. La economía neoclásica, dominante en el campo de la economía, mide el progreso de un país mediante el Producto Interno Bruto (PIB), eso es, sumando el valor (a menudo en dólares) de todos los productos y servicios generados en un país durante el año. A pesar de todas las críticas hechas y por hacer, el PIB continúa ser él indicador fundamental para la economía capitalista ya que sin el crecimiento del mismo, a mediano plazo, no hay acumulación posible.

Bienestar Genuino versus Crecimiento

A partir de los desastres ecológicos provocados por el desfrenado crecimiento económico, surge una reflexión para mejor medir el progreso económico. El Índice de Progreso Genuino (IPG) es un concepto que se deriva de una fusión entre la economía ecológica y de la economía del bienestar. El IPG supone que el crecimiento del PIB tiene costos y beneficios. Supone, pues, que determinado crecimiento económico más allá de un punto puede ser dañino, o sea, antieconómico. El índice procura cuantificar tanto los beneficios como los costos. No hay crecimiento en el IPG si los costos de contaminación equiparan al crecimiento del PIB. Más allá hay un momento de inflexión donde el crecimiento económico se torna antieconómico. El concepto de IPG es políticamente más aceptable que el PIB ya que toma en cuenta más aspectos como la mayor o menor bio-capacidad así como la distribución más o menos desigual de los ingresos. De esta forma brinda información sobre el bienestar natural y humano. Estos aspectos apuntan mejor al bienestar real y su futuro.

Herman Daly es uno de los críticos pioneros que cuestiona la validez de la economía convencional. El índice del IPG y su base teórica fue introducido por Daly en 1989. En su artículo ¿“Sustainable growth?, no thank you”(1996), afirma que todo crecimiento económico que va en contra de las normas de sostenibilidad ha de considerarse como actividad antieconómica. El autor llega a afirmar que la idea del crecimiento económico sostenible ya no es una opción real. El autor considera no solo posible sino urgente trabajar por un “desarrollo cualitativo” sin crecimiento en el ámbito de la producción. Solo una economía estacionaria sería capaz de limitar el impacto actual sobre el medio natural.

Ted Halstead y Clifford Cobb son líderes en la nueva corriente de economistas que cuestionan las premisas para medir el PIB de un país y van más allá con el concepto del IPG. En su artículo “The need for new measurement of progress” (1996) y para medir el IPG los autores toman en cuenta una serie de factores que restan o suman valor al PIB. Cuando hay pérdida de recursos naturales o contaminación del agua y del aire se resta valor al PIB. Contemplan y cuantifican otros factores que se suman al PIB para así obtener el IPG. El trabajo doméstico o el tiempo libre son valores que se suman al PIB. Conforme aumenta la desigualdad del ingreso y alza el gasto de defensa se resta valor al PIB. Si disminuye en cambio la desigualdad se suma valor al PIB. Cuando aumenta la vida media de los productos de consumo y de la infraestructura se suma valor al PIB y se resta valor si sucede lo contrario, etc. Un producto con una vida larga suma valor al PIB ya que nos acompaña más tiempo y por lo tanto mayor bienestar, es la filosofía.

La evolución positiva del PIB corregido o IPG sugiere un progreso genuino de la vida, la negativa más bien un deterioro. A partir de ahí los autores analizan el PIB corregido desde los años cincuenta. Al corregir el PIB de esta forma se llega a definir el IPG. El IPG muestra que mundialmente hubo un incremento en el bienestar hasta principios de los años setenta. A partir de entonces el IPG decrece, es decir hubo crecimiento antieconómico. Un fuerte crecimiento económico medido por el PIB, no garantiza para nada un aumento en el IPG. En Chile, por ejemplo, hubo un crecimiento muy fuerte del PIB en las últimas décadas, debido sobre todo a la exportación de recursos naturales. Estos representaban el 80% de todas las exportaciones del país. En el mismo período, Chile también pasó a ser de uno de los países caracterizado por la menor desigualdad social en América Latina, a un país marcado por una de las mayores desigualdades sociales en el continente. El resultado fue que el IPG descendió. En este entendido el IPG es un indicador políticamente relevante. Cuando crecimiento económico (PIB) no conlleva a un mayor bienestar (IPG) es señal de tomar medidas políticas.

John McMurthy
en su libro “The cancer stage of capitalism” (1999), va más lejos aún al señalar que el crecimiento económico medido en los años noventa del siglo pasado se parece más a un tumor de un organismo enfermo que a su desarrollo sano. Es muy interesante ver como McMurthy intenta colocar la economía en función de la vida y no la vida en función de la economía para la acumulación perpetua. Esta lógica invertida ha prevalecido durante toda la historia del capitalismo. Las consecuencias son cada vez más graves para la propia vida humana y natural. En un cambio de paradigma propaga introducir el código de la vida para llegar a más vida, reemplazando el decadente código del dinero mercancía- más dinero.

Una contabilidad en función de la vida no puede reducirse a lo meramente cuantitativo. En tal contabilidad lo cualitativo debe prevalecer sobre lo cuantitativo, afirma McMurthy. Las necesidades de la vida no se dejan definir a partir de las preferencias del consumidor individual y menos pueden ser definidas o manipuladas por las empresas transnacionales que tienden a acabar con la propia base de toda vida.  La identificación de las prioridades para la vida conlleva al concepto del bien común y a conceptos como ´ la economía de lo necesario ´ y la ´ economía de lo suficiente ´. Este tema hemos abordado en otro texto Dierckxsens (2005) y no profundicemos más acá.

La des-materialización de la economía

La evolución de la huella ecológica durante las últimas décadas nos señala que el déficit ecológico a nivel planetario aumenta sin cesar, a pesar de los esfuerzos del lado de los consumidores más conscientes. La huella ecológica aumenta sobre todo en la clase consumista en el mundo entero. Las economías emergentes contribuyen a aumentar la huella ecológica mundial. Los países del Sur, sin embargo, tienen el derecho al desarrollo. Nadie les puede negar esto. En términos biofísicos, sin embargo, es imposible generalizar para toda la población mundial el patrón de consumo vigente de la clase consumista en Occidente que se mundializa paulatinamente en el quintil más rico de cada país del Sur. El IPG nos muestra que el bienestar de la población disminuye cuando el crecimiento económico en términos del PIB pasa más allá de cierto punto y transforma así el crecimiento del PIB en un proceso antieconómico. En este contexto, economistas ecológicos propagan la necesidad de una economía estacionaria, es decir una economía con crecimiento cero del PIB. En la literatura francesa se habla de “décroissance” (Jones 2007). En un intento de  menospreciar la propuesta, los críticos de la iniciativa la presentan como una economía estática sin desarrollo. Es cierto que no habrá más desarrollo económico en términos monetarios, o sea, en términos cuantitativos.

Habrá sin embargo, desarrollo cualitativo. Tratase de mejorar la calidad de la vida en vez de pensar en crecimiento de los volúmenes de producción. La economía estacionaria no es estática, sino demanda cambios cualitativos permanentes. Lo anterior implica una des-materialización de la economía. La des-materialización drástica de la economía (en el Norte sobre todo) es una condición necesaria para poder llegar a una sostenibilidad ecológica. Ello supone una reducción del crecimiento físico o circuito material y de energía en la economía. Podemos hablar de des-materialización absoluta y relativa.

a. La des-materialización relativa
  de la economía implica un menor uso de materias primas y energía en relación al PIB. La misma  se puede lograr mediante un mayor reciclaje, renovación, la introducción de productos más livianos, innovación tecnológica y una mayor presencia relativa de los servicios en la economía. Con el neoliberalismo y el peso relativo del capital financiero y especulativo, en Occidente ha contribuido a la des-materialización relativa. No es extraño observar que sobre todo en EEUU y Alemania la des-materialización relativa de la economía ha tomado impulso.  Como la des-materialización relativa no es incompatible con la lógica de acumulación y se fundamenta en buena medida en el desarrollo tecnológico, han sido sobre todo autores de los países centrales quienes la han promovido. Al trasladarse cada vez más la economía productiva hacia las economías emergentes, la materialización de la economía ha aumentado ahí de manera dramática y sobre todo en China. EEUU, en un intento de parar la  competitividad de China y la India, ha tratado de boicotear los acuerdos de Kyoto para organizar su propio foro internacional.

Para avanzar en la des-materialización relativa de la economía, hay límites tecnológicos. Hace falta una des-materialización del orden de 50% mediante una reducción en el uso de materias primas para llegar a una situación sostenible señala Ernst von Weisacker (1992, “Ecological tax reform”, ZEDBOOKS). Esta reducción es imposible obtener mediante la des-materialización relativa, afirma el autor. La des-materialización relativa respecto al PIB no puede ser la solución definitiva al problema, es decir, se requiere una des-materialización absoluta (Vea, Schmidt Bleek, 1998, “Das MIPS-Konzept, Drumer Verlag).

La des-materialización absoluta se obtiene solo si la demanda de materiales y energía disminuye por unidad de ingreso al menos proporcionalmente al aumento de ese ingreso. Solo así se mantendría la escala biofísica de la economía y solo así se tornará sostenible la economía. En la práctica, la des-materialización absoluta es imposible sin una estrategia de frenar el crecimiento económico. Poner freno al crecimiento pone en tela de juicio el tema de la propia racionalidad económica. La realización de una ganancia económica está irremediablemente vinculada con el crecimiento y la ganancia es cosa sagrada en una economía capitalista. La necesidad del crecimiento económico en términos monetarios es defendida como un dogma. Es herejía por tanto, hablar de una economía estacionaria. La toma de decisiones políticamente aceptables en función de la sostenibilidad no han resultado ser efectivas. Son políticamente inaceptables aquellas políticas propuestas para lograr la sostenibilidad. De esta forma nuestro modo de vida se torna autodestructivo.

Materialización versus des-materialización

Es interesante ver que han sido a menudo grandes especuladores quienes han echado luz sobre los efectos más nefastos del dinero especulativo e improductivo. Han experimentado muy bien que el dinero no es neutro. Una tasa de interés positiva incentiva la competencia entre los actores en el sistema económico. Con ello tiende a concentrar el dinero en manos de los dueños de posesiones generadoras de intereses. El manejo de dinero con intereses positivos obliga y fomenta al crecimiento perpetuo, aunque este más allá de cierto punto ya no contribuya a la mejora del estándar de vida, sino más bien tiende a deteriorarlo.
(Vea, Bernard Lietaer “The future of money”, 2001, Random House, Londres).

Para lograr un crecimiento perpetuo hace falta generar sin cesar “necesidades” nuevas, o sea, fomenta el consumismo. Para la economía neoclásica, las necesidades son infinitas. Para definir las necesidades no se mira el lado del consumidor, sino el de la producción. Si tenemos que escoger entre un producto con un valor de 20 que tiene una vida media útil de 1 año o un producto que cumpla la misma función con un valor de 40 pero una vida media útil dos veces mayor, en una economía con intereses positivos se escogerá el primer producto ya que se tiende a invertir el monto restante de un valor 20 para obtener más dinero. En una economía con intereses negativos, en cambio, se optará por comprar el producto más duradero. Un interés positivo fomenta a acortar la vida de los productos, estimulando así la propensión al consumo. El interés negativo más bien fomenta una economía de cuidado.

La consecuencia de una tasa de interés positiva es el consumismo desfrenado y la actual forma de producción de cosas cada vez más desechables. Lo anterior se traduce en un estilo de vida con una huella ecológica cada vez más pesada. La eficiencia a nivel micro de las empresas conlleva de esta manera a la ineficiencia y destrucción a nivel macro. La eficiencia a nivel macro no está orientada a satisfacer necesidades humanas y pone en peligro la bio-capacidad. La eficiencia en el consumo, a nivel macro, se encuentra subordinada a la eficiencia en la producción, que solo contempla  el crecimiento del PIB y no el bienestar de la gente y la naturaleza (Jones (2007:74). 

Las formas para sostener el crecimiento económico, fueron y sigue siendo la preocupación de la economía neoclásica durante toda la posguerra. El invento perpetuo de nuevas “necesidades”, la moda, la publicidad, todo ello demanda recursos y energía en función de la producción de ganancia y más ganancia y no en beneficio de la vida y una vida más plena. La definición de lo que se produce o ofrece como servicio debería partir del lado de la vida, es decir la demanda  y no del lado de la producción del capital, o sea, del lado de la oferta. Definir la producción desde la demanda supone una participación democrática en la definición de las prioridades. Un debate sobre las necesidades desde la óptica de la vida misma conlleva a fomentar la producción local. Acorde con la racionalidad de la vida se produce localmente lo puede producirse localmente. Actualmente se produce globalmente lo que las empresas transnacionales son capaces de colocar en los diferentes rincones del globo con ganancia. Desde la óptica de la capacidad bio-física la última forma demanda una inversión en medios de transporte y energía sin precedentes y disparan la materialización de la economía. Desde la óptica de la vida, no solo hay necesidades reales no satisfechas, desde la óptica de la vida solidaria también existe la suficiencia. Esto demanda un debate sobre la economía de lo necesario y la economía de lo suficiente.

La materialización absoluta en la posguerra ha aumentado sobre todo debido al acortamiento constante de la vida media útil de los productos. Como la economía neoclásica mide la riqueza generada en un año, mantener en uso productos que tienen más de un año de vida no genera riqueza monetaria. Producir cosas duraderas es irracional desde la óptica de la maximización de la ganancia. Solamente aquello producido y en forma monetaria en un mismo año aumenta la riqueza monetaria, es decir, el PIB. Esta forma de hacer contabilidad fomenta la producción de artículos desechables. Racional es acortar la vida media de todo lo que se produce y al mayor extremo posible, pues solo así aumenta la rotación del capital. La materialización absoluta de la economía es la consecuencia. 

Es cierto que al acortar la vida media de los productos se produce también una des-materialización relativa, al usar en productos desechables materiales más livianos que en los duraderos y más resistentes. La materialización relativa, sin embargo, no compensa de ninguna manera las diferentes formas de materialización absoluta. Generalmente habrá una relativa reducción en el uso de recursos naturales por unidad producida, pero no necesariamente en términos del uso de energía ni en los desechos y la contaminación de suelos, aguas y el aire. Con alguna exageración podemos afirmar que para satisfacer la (casi) misma necesidad se afecta con doble, triple o cuádruple velocidad la bio-capacidad, conforme la vida media de los productos disminuye a la mitad, un tercio o un cuarto. 

En la lucha por la competencia, las empresas privadas tienen tendencia a acortar la vida media de los medios de producción para así obtener a la mayor velocidad posible la tecnología de punta. La depreciación monetaria acelerada de la tecnología hace aumentar geométricamente los costos de innovación tecnológica. Lo anterior implica otra modalidad de materialización absoluta que genera la renovación tecnológica. Cuando no se logra reducir con la misma velocidad el costo salarial a como sube el costo de la depreciación tecnológica, la tasa de ganancia tiende a la baja. Al bajarse la tasa de ganancia, el capital tiende a fugarse del ámbito productivo y/o migra hacia zonas donde los salarios son mucho más bajos. Esta época del capitalismo se llama neoliberalismo (Vea, Dierckxsens, 2002 y 2005).

La torta tiende a no crecer cuando la inversión abandona el ámbito productivo. Si la torta no puede agrandarse, ya que no da el beneficio deseado, la única forma de realizar una ganancia todavía es a través de una repartición cada vez más desigual de la misma. Para lograrlo se recurre de nuevo a la tasa de interés. Cuanta más alta sea una tasa de interés, mayor la transferencia de la riqueza existente. Esta tendencia neoliberal se da dentro de cada nación como entre las mismas. En los años ochenta sobre todo se alzaron las tasas de interés. Ello afectó a la clase media en particular. La ganancia neoliberal proviene, básicamente de mecanismos de transferir valor existente de una clase a otra y no se obtiene del nuevo  valor creado. El 10 o 20% más rico en cada país (los poseedores de dinero) se vieron beneficiados y muestran un modo de vida que sobre todo en los países periféricos contrasta vergonzosamente con el 50% más pobre de la población.

La transferencia de valor también puede darse de otras maneras. Tenemos las fuerzas especulativas contra monedas, la especulación en la bolsa de valores, la especulación inmobiliaria, los casinos en general y hasta el negocio de la droga y el crimen organizado. Estas formas improductivas de realizar ganancias han sido otra modalidad de transferir valor desde la década de los ochentas del siglo pasado. Todo esto tiene su límite y tiende a desembocar en una crisis financiera, recesión y hasta una crisis sistémica como hemos visto. Ante ello caben medidas keynesianas para frenar en la medida de lo posible todas estas formas improductivas de obtener ganancias. El Tobin-tax es simplemente una de ellas y muy poco radical. La política es obligar a la inversión de reconectarse con el ámbito productivo. Revolucionaria es la idea de lograr esta reconexión a partir de una tasa de interés negativa. Keynes planteó en tiempos de la crisis introducir una tasa de interés negativa. Ello lo llamaba una economía de ´démurrage´, es decir de demarraje.

La economía de demarraje


Tanto el interés positivo como el negativo representan un precio por el uso de dinero, pero la real diferencia es que en el primer caso acrecienta el dinero de los que ya lo poseen, mientras en el segundo se cobra a los poseedores de dinero por su uso. Con un interés negativo, tener fortuna deviene costoso y desincentiva la acumulación. Mientras en un sistema basado en intereses positivos la seguridad se fundamenta en la tenencia de dinero, en un sistema de intereses negativos en cambio la seguridad consiste en llegar a ser parte de una red de relaciones sociales donde se intercambian productos y servicios. En otras palabras el centro de atención se pone en las relaciones humanas y no en la posesión de cosas. Mi realización como persona deja de basarse en lo que poseo, sino con un interés negativo se define a partir de las relaciones que desarrollo con otras personas. Fomenta en otras palabras el compartir, la reciprocidad y el fomento de bienestar.

Una tasa general de interés negativo tiende a fomentar el consumo inmediato. Veamos esto algo más de cerca. Ya vimos si tenemos que escoger entre un producto con un valor de 20 que tiene una vida media útil de 1 año o un producto que cumpla la misma función con un valor de 40 pero una vida media útil dos veces mayor, en una economía con intereses positivos se escogerá el primer producto ya que permite invertir el monto restante de un valor 20 para obtener más dinero con los intereses positivos. En una economía de ´démurrage´ se optará en cambio por comprar el producto más duradero. De la misma manera es cierto que debo escoger entre un producto con valor de 20 que tiene una vida media útil de 1 año y un producto con la misma función con un valor de 100 y una vida media útil cinco veces mayor, en una economía con intereses negativos se escogerá el producto de mayor vida ya que en el futuro mi dinero ya no valdrá lo que vale hoy.

En una economía con intereses negativos, racional es que cuanto más tiempo dure una inversión de dinero para depreciarse, más éxito tendrá Si el tiempo medio para sustituir la inversión necesaria se duplica, el dinero desembolsado para una nueva inversión productiva se reduce a la mitad. En términos monetarios implicará que la economía tiende a decrecer, aunque en términos de bienes más duraderos a partir de entonces, es decir, por su contenido, trae mayor bienestar. El resultado sería un aumento en el bienestar de la población con un crecimiento negativo en términos monetarios. La consecuencia también es una velocidad en la reproducción económica que tiende a ajustarse a la bio-capacidad. En una economía de ´démurrage´, con intereses negativos, no existe posibilidad de ganancia sino más bien fomenta la des-acumulación. Es el fin del capitalismo.

La consecuencia positiva de un interés negativo con crecimiento negativo en términos monetarios es que se reduce el asalto a los recursos naturales, la contaminación de aire, agua y suelo. De esta forma, no solo la naturaleza puede volver a respirar ya que la velocidad de la reproducción de la economía comienza a ajustarse a la capacidad reproductiva de la naturaleza, sino también es cierto, que se liberen de esta forma recursos para el desarrollo en los pueblos excluidos. Con intereses negativos en el Norte se logrará aumentar la vida media de los productos. Lo anterior implica recursos naturales y monetarios que se liberan para fomentar un crecimiento en el Sur a partir de tasas de interés positivas pero reguladas. Hay otras formas para lograr el mismo resultado. La introducción de cuotas en el uso de materias primas, más equitativas y proporcionales a la talla de población, a partir de un techo biofísico establecido a nivel mundial es una  modalidad complementaria. Estas cuotas Otra modalidad para llegar a lo mismo es combinar las tasas de interés negativas con eco-impuestos en el Norte, con tasas positivas y eco-subsidios en el Sur. Si la regulación vela por un resultado de una tasa de interés global negativa, la humanidad puede alcanzar a mediano plazo una economía sustentable, es decir en armonía con la naturaleza.

Es obvio que tras de toda regulación hay un problema de poder. La historia de la Iglesia Católica demuestra que leyes y amonestaciones contra el interés son inefectivas mientras persiste la racionalidad del sistema. Se requiere una solución estructural que suele producirse a partir de una crisis sistémica misma. En su libro “The Natural Economic Order”, Silvio Gesell plantea que el dinero tiene un costo de mantenimiento como toda materia producida y hay que cobrar por ese mantenimiento a quien usa ese dinero. Propone una estampilla periódica al papel moneda como costo de su uso o mantenimiento. Conforme más dinero guardo, este pierde entonces valor en vez de apreciarse. Esta iniciativa de demarraje fue precisamente la propuesta de Keynes durante la crisis de los años treinta del siglo pasado. El no fue el padre de las instituciones de Bretón Woodes. Fueron los norteamericanos quienes lanzaron el Banco Mundial y el FMI.

¿Cuando habrá condiciones y poder suficiente para imponer nuevas reglas de juego? Los experimentos del pasado y presente nos enseñan que el sistema de demarraje solo ha sido introducido en momentos de crisis y desempleo generalizado.  El ejemplo más conocido en la historia del siglo pasado fue el caso de la ciudad de Worgl en Austria en 1932. Para mantenerse su validez, la moneda localmente emitida requería un sello mensual que costaba el 1% de su valor. En vez de poder generar intereses y permitir la acumulación de capital, se fomenta la generación de reservas en especie. La medida fomentaba la adquisición de productos y servicios, estimulando la actividad económica y el empleo. En 1933 el banco Central de Austria puso la moneda local fuera de la ley ante la amenaza que sentía de esa medida generalizada.

Si el crecimiento económico negativo en dinero en el Norte se ve compensado con un crecimiento económico positivo y proporcional en el Sur, el dinero del Norte será transferido al Sur no perderá valor. En tal caso habría crecimiento cero a nivel mundial. Si la tasa de interés en el Norte adquiere valores más negativos de lo que tiene de valores positivos las tasas de interés en el Sur, el crecimiento económico monetario negativo en el Norte serán mayores que el crecimiento económico positivo en el Sur. Habrá, en términos de dinero, crecimiento negativo a nivel mundial.

Lograr un crecimiento negativo a nivel mundial permite que el ritmo de reproducción material global pierda velocidad, es decir hay des-materialización absoluta. La velocidad de reproducción material de la economía pierda dinámica y puede acercarse, paulatinamente, a la velocidad de reproducción de la naturaleza, es decir, ajustándose a la bio-capacidad. A partir de las tasas de interés opuestas en su signo entre Norte y Sur habrá una tendencia a la mayor equidad entre los pueblos. Es obvio que se puede regular también políticas para estimular más unas economías en el Sur que otras que menos lo necesitan. La transferencia de dinero del Norte hacia el Sur se torna interés propio del Norte ya que evita su desvalorización. Mientras más velozmente se alarga la vida media de la riqueza en el Norte, no solo es posible un desarrollo más veloz en el Sur, sino también un mejor equilibrio entre la vida humana y la vida natural. En síntesis cuanta más negativa sea la tasa de interés general, más rápidamente logramos este resultado.  

Es cierto que ha habido intentos de creación de dinero alternativo en el pasado pero también en el presente en la propia América Latina. Los intentos han fracasado y merece la pena analizar las causas. La idea de dinero local en América Latina surge con una fuerte crisis de ingresos y empleo. Su introducción está vinculada con la lucha por un nuevo tipo de sociedad. Surge cuando las personas tienen capacidad de trabajar  y su trabajo da frutos, pero no hay dinero para pagar ambas cosas. En los ochenta, en Canadá Michael Linton desarrolló los sistemas de intercambio compensado (LETS) aún vigentes, y adoptados en otros países. En 1995 surgen casi al mismo tiempo el Tianguis Tlaloc en México y el Club de Trueque en Argentina que pasan a usar “billetes” locales como las horas de Ithaca, denominados créditos en Argentina y Tlalocs en México. En 1999 se constituyó la red Latinoamericana de Socioeconomía Solidaria (Red LASES), asociada con nuevas formas de producción colectiva, comercialización justa y consumo ético (Vea, Laura Collin Harguindeguy,  PASOS 132, DEI 2007). La necesidad del dinero alternativo surge ante las amenazas y la posibilidad de una crisis monetaria global. Sin embargo, mientras el “dinero oficial” tenga tasas positivas de interés, el dinero alternativo también se convierte en un instrumento codiciable de poder. 

Con una tasa general de interés negativa, no solo el crecimiento global se torna negativo, sino también la renta. No es posible plantear una renta en dinero a partir de un monopolio sobre el conocimiento a partir de patentes ya que los frutos monetarios de la economía se tornan negativos. Un monopolio sobre el conocimiento o los mismos medios de producción deja de ser fuente de ingreso monetario. Tal monopolio pierde toda utilidad cuando las utilidades en dinero se tornan negativas. El conocimiento, así como los medios de producción mismos a partir de entonces, pueden tornarse patrimonio común de la humanidad o de un pueblo según sea el caso. El interés común se sobrepone al interés privado y no al revés. Estamos ante una emancipación humana. La racionalidad moderna llegó a su fin. Estamos ante la era de una nueva civilización.


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