Suben los precios y nos echan la culpa
El petróleo no genera hambre
13/03/2008
- Opinión
“Aconsejar economía a los pobres es a la vez grotesco e insultante. Es como aconsejar que coma menos al que se está muriendo de hambre”
Oscar Wilde
Los medios privados internacionales divulgaron recientemente declaraciones de Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, donde afirma que “la economía mundial ha entrado en una tormenta, por el alza en precios de los alimentos, ocasionada por los altos precios del petróleo.”
De inmediato agrega: “Se está fomentando anarquía en las calles de las ciudades más pobres. Los altos precios de los alimentos incrementarán el malestar social en varios países. Veremos una reproducción de disturbios que ya hemos reportado en las calles de Burkina Faso, Camerún y Senegal”. Parecería estar más interesada en mantener el orden que en satisfacer la necesidad humana más básica.
Nada extraño en quien fuera comentarista internacional de CNN, periodista de medios conservadores en Washington, representante del Banco Mundial en negociaciones con Asia, defensora de los derechos de propiedad intelectual de la industria farmacéutica, asesora para el incremento del comercio norteamericano con China, Japón, Corea e India, y encargada por el Departamento de Estado para la “transformación económica” de Afganistán.
Suele suceder, al analizar situaciones humanas, que se confundan causas y consecuencias. En las últimas semanas ciertamente ha habido un incremento en los precios del petróleo, pero también el oro, el cobre y la plata alcanzaron cifras superiores. Los alimentos suben con todo el conjunto. ¿Cuál es el elemento común? La unidad de medida: ¡el dólar!
Observemos que en España, donde se comercia en euros, su Ministro de Economía anticipó una “próxima baja sustancial de la inflación”. En otros países, previendo alzas desmesuradas en los precios de los alimentos, sus gobernantes procedieron a tomar drásticas medidas en beneficio de sus respectivos pueblos. Destaca la congelación de los precios del aceite, pan, huevos y leche en Rusia, la implantación de cartillas de racionamiento en Pakistán, la ampliación de la red de asistencia en Egipto y la prohibición de exportación de arroz en la India.
¿Qué sucedió primero? ¿El alza del petróleo? ¿El incremento de los precios de los cereales impulsado entre otras cosas por el desvío de millones de hectáreas que antes cultivaban maíz y caña para humanos, y que hoy son adquiridas por la industria del etanol como combustible para autos? ¿O la difusión de alimentos transgénicos cuyas estériles semillas, incapaces de generar nuevas cosechas, deben ser adquiridas exclusivamente a los laboratorios trasnacionales?
Los precios de los alimentos son impuestos por roscas, oligopolios y monopolios que, en todas partes del mundo, se dedican a eso que conocemos como “la cadena alimentaria”, donde intervienen en todas sus etapas, desde la producción, almacenaje y distribución, hasta incluso la preparación y entrega de los alimentos cocidos listos para su ingesta. Desde la semilla sembrada en tierra hasta la comida rápida servida en la “Feria” del Centro Comercial.
Todos esos complejos eslabones alimentarios generan exagerados porcentajes de ganancia, especialmente si los comparamos con los salarios y jornales devengados por quienes trabajan la tierra donde germinan las plantas y crecen los animales que les servirán como materia prima.
El neoliberalismo, al dominar los bienes y servicios que satisfacen las necesidades básicas de la población, intenta siempre el control político para ampliar el radio de acción de sus corporaciones e incrementar sus ingresos. En Venezuela lo hemos sentido en diversas épocas.
“Se pretendió rendir al pueblo venezolano por hambre. Se pretendió implosionar al país para que el gobierno saliera y el Presidente renunciara” lo recordó el Presidente Chávez en Río Grande do Sul, en el Foro Social Mundial del año 2005.
¿Cuál es la solución? Asegurar nuestra soberanía alimentaria, con los recursos provenientes de nuestras exportaciones de hidrocarburos y ampliar ambos mercados, tanto el energético como el nutricional, hacia una Patria Grande, conformada por las naciones de Suramérica y el Caribe, implantando una moneda común, y basando su relación, costos y precios en función de una amplia cesta mundial de divisas.
La soberanía alimentaria es un concepto político, introducido en Roma (1996) en la Cumbre Mundial de la Alimentación de la Organización para la Alimentación y la Agricultura. Y se entiende como el derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas agrarias, pesqueras y alimentarias, de acuerdo a objetivos de desarrollo sustentable y sostenible.
Esto incluye la protección del mercado nacional contra los productos excedentarios que pudieran ofrecer más baratos las grandes corporaciones, especialmente cuando, amenazadas por las decisiones de tal soberanía, los pondrán a la venta incluso por debajo de sus costos para intentar así doblegar a los productores locales.
Tal como fué aprobado entonces: “El propósito directo de la soberanía alimentaria es asegurar la seguridad alimentaria, la cual sólo existirá cuando todas las personas tengan. en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana” ¡En Venezuela alcanzaremos esa meta!
Oscar Wilde
Los medios privados internacionales divulgaron recientemente declaraciones de Josette Sheeran, directora ejecutiva del Programa Mundial de Alimentos de Naciones Unidas, donde afirma que “la economía mundial ha entrado en una tormenta, por el alza en precios de los alimentos, ocasionada por los altos precios del petróleo.”
De inmediato agrega: “Se está fomentando anarquía en las calles de las ciudades más pobres. Los altos precios de los alimentos incrementarán el malestar social en varios países. Veremos una reproducción de disturbios que ya hemos reportado en las calles de Burkina Faso, Camerún y Senegal”. Parecería estar más interesada en mantener el orden que en satisfacer la necesidad humana más básica.
Nada extraño en quien fuera comentarista internacional de CNN, periodista de medios conservadores en Washington, representante del Banco Mundial en negociaciones con Asia, defensora de los derechos de propiedad intelectual de la industria farmacéutica, asesora para el incremento del comercio norteamericano con China, Japón, Corea e India, y encargada por el Departamento de Estado para la “transformación económica” de Afganistán.
Suele suceder, al analizar situaciones humanas, que se confundan causas y consecuencias. En las últimas semanas ciertamente ha habido un incremento en los precios del petróleo, pero también el oro, el cobre y la plata alcanzaron cifras superiores. Los alimentos suben con todo el conjunto. ¿Cuál es el elemento común? La unidad de medida: ¡el dólar!
Observemos que en España, donde se comercia en euros, su Ministro de Economía anticipó una “próxima baja sustancial de la inflación”. En otros países, previendo alzas desmesuradas en los precios de los alimentos, sus gobernantes procedieron a tomar drásticas medidas en beneficio de sus respectivos pueblos. Destaca la congelación de los precios del aceite, pan, huevos y leche en Rusia, la implantación de cartillas de racionamiento en Pakistán, la ampliación de la red de asistencia en Egipto y la prohibición de exportación de arroz en la India.
¿Qué sucedió primero? ¿El alza del petróleo? ¿El incremento de los precios de los cereales impulsado entre otras cosas por el desvío de millones de hectáreas que antes cultivaban maíz y caña para humanos, y que hoy son adquiridas por la industria del etanol como combustible para autos? ¿O la difusión de alimentos transgénicos cuyas estériles semillas, incapaces de generar nuevas cosechas, deben ser adquiridas exclusivamente a los laboratorios trasnacionales?
Los precios de los alimentos son impuestos por roscas, oligopolios y monopolios que, en todas partes del mundo, se dedican a eso que conocemos como “la cadena alimentaria”, donde intervienen en todas sus etapas, desde la producción, almacenaje y distribución, hasta incluso la preparación y entrega de los alimentos cocidos listos para su ingesta. Desde la semilla sembrada en tierra hasta la comida rápida servida en la “Feria” del Centro Comercial.
Todos esos complejos eslabones alimentarios generan exagerados porcentajes de ganancia, especialmente si los comparamos con los salarios y jornales devengados por quienes trabajan la tierra donde germinan las plantas y crecen los animales que les servirán como materia prima.
El neoliberalismo, al dominar los bienes y servicios que satisfacen las necesidades básicas de la población, intenta siempre el control político para ampliar el radio de acción de sus corporaciones e incrementar sus ingresos. En Venezuela lo hemos sentido en diversas épocas.
“Se pretendió rendir al pueblo venezolano por hambre. Se pretendió implosionar al país para que el gobierno saliera y el Presidente renunciara” lo recordó el Presidente Chávez en Río Grande do Sul, en el Foro Social Mundial del año 2005.
¿Cuál es la solución? Asegurar nuestra soberanía alimentaria, con los recursos provenientes de nuestras exportaciones de hidrocarburos y ampliar ambos mercados, tanto el energético como el nutricional, hacia una Patria Grande, conformada por las naciones de Suramérica y el Caribe, implantando una moneda común, y basando su relación, costos y precios en función de una amplia cesta mundial de divisas.
La soberanía alimentaria es un concepto político, introducido en Roma (1996) en la Cumbre Mundial de la Alimentación de la Organización para la Alimentación y la Agricultura. Y se entiende como el derecho de cada pueblo a definir sus propias políticas agrarias, pesqueras y alimentarias, de acuerdo a objetivos de desarrollo sustentable y sostenible.
Esto incluye la protección del mercado nacional contra los productos excedentarios que pudieran ofrecer más baratos las grandes corporaciones, especialmente cuando, amenazadas por las decisiones de tal soberanía, los pondrán a la venta incluso por debajo de sus costos para intentar así doblegar a los productores locales.
Tal como fué aprobado entonces: “El propósito directo de la soberanía alimentaria es asegurar la seguridad alimentaria, la cual sólo existirá cuando todas las personas tengan. en todo momento, acceso físico y económico a suficientes alimentos inocuos y nutritivos para satisfacer sus necesidades alimenticias y sus preferencias en cuanto a los alimentos, a fin de llevar una vida activa y sana” ¡En Venezuela alcanzaremos esa meta!
https://www.alainet.org/fr/node/126324?language=en
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