Dimensión política de la cooperación descentralizada

20/01/2008
  • Español
  • English
  • Français
  • Deutsch
  • Português
  • Opinión
-A +A
Un cuento real

Érase una vez un mundo donde todo lo importante desaparecía; parece, sin remedio alguno que pudiera evitarlo.

Este planeta se componía de distintos espacios de tierra, llamados continentes. Durante siglos, la vida nació y se desarrolló. Vida que incluía todo tipo de seres vivos, animales y vegetales, y donde, precisamente la Tierra ofrecía las mejores condiciones para su existencia. Surgió la vida humana y ésta también se desarrolló, creció y se expandió por todos los caminos posibles, al principio de forma un poco torpe, pero con el paso del tiempo con mayor determinación y visión. Esto, aportó, casi se puede decir, mil nuevos mundos dentro de ese planeta, pues cada grupo humano fue configurando su mirada al planeta, su visión de ese mundo y sus ideales sobre cómo entenderse a sí mismo y a los demás.

Ocurrió, como parecía que no podía ser de otra manera, que al final, todo el planeta era conocido, todo el espacio estaba ocupado y ya no había nada más por descubrir. Incluso, a partir de entonces, se intentó encontrar algo más en otros planetas.

Sin embargo, una tónica general en ese crecimiento y ocupación del espacio fue el “encontronazo” entre los diferentes colectivos humanos. A veces generando interrelaciones que suponían nuevos enriquecimientos pero, las más de las veces, el resultado era la dominación de un grupo sobre otro y la degradación y/o desaparición de este último, por lo menos en su forma de ver el mundo.

Lo curioso, lo llamativo, es que cuando todo era conocido, cuando todo era dominado, gracias a las actuaciones y cortas visiones de algunos, ese mundo empezó a desaparecer. De repente, aquellos territorios que no respondían a los objetivos fijados por algunos, eran engullidos por la nada. Desaparecían de los artefactos que se habían creado para enseñar el planeta, llamados televisiones, radios, libros,... O mejor dicho, quienes desaparecían realmente no eran exactamente los territorios, los llamados continentes (éstos simplemente se degradaban por el mal y abusivo uso de los mismos, lo que por otra parte les abocaba a cierta invisibilidad), sino las personas, los colectivos (que habían forjado culturas para interpretarse a sí mismos y a ese mundo). Parecía, que no siendo necesarios para la antilógica instaurada, eran prescindibles.

A mí siempre me dijeron aquello de que “nadie es imprescindible”, pero en este cuento-historia del mundo, ese dicho popular se rebela falso en gran medida. Las personas, los pueblos, si son imprescindibles, pues de lo contrario el mundo no será mundo, el planeta dejará de ser planeta y la Tierra perderá su carácter de dadora de vida. La pobreza intelectual, ética, incluso la material (esa que tanto preocupa a algunos) se extenderá, pues se habrán perdido esos mil mundos de los que hablábamos antes y ni tan siquiera podremos entendernos a nosotros/as mismos/as.

Afortunadamente, esto último empezó a considerarse por muchos/as como lo realmente imprescindible y así se vio desde lo pequeño, desde lo local, desde sectores muy diversos, desde aquellos territorios y personas que iban desapareciendo. Se generó entonces, un movimiento que consideraba que la situación era no solo cambiable, sino urgente de hacer. Porque todos/as tenían el derecho a ser importantes y nadie podía ser prescindible, nadie podía decir a los demás cómo hacer, cómo pensar, cómo vivir. Y lo más importante: nadie podía tener el planeta para sí, mientras los demás no tenían nada. Por eso, la indignación íntima (base de la solidaridad) creció (porque la dignidad humana estaba en peligro de extinción) y reforzó ese movimiento que ponía en cuestión el camino tomado y quería recuperar los mil caminos que la humanidad había tomado al principio, proponiéndose realmente hacer cambios profundos, radicales en el sentido de hacerlos desde la raíz de la situación a la que se había llegado. Y en eso estamos en este planeta.

Pasando del cuento a la realidad

Veía hace unos días la película “Hotel Rwanda”, basada en una historia real ocurrida durante el genocidio cometido en ese país africano en 1994. Este
hecho colocó al mundo en una esclarecedora contradicción sobre sí mismo pues, mientras por una parte, estremeció muchas conciencias y movilizó un sentimiento de solidaridad hacia las victimas y de repugnancia hacia los victimarios de unas dimensiones enormes, por otra parte, como el genocidio en si demostró, el mundo ignoró lo que allí ocurría y dejó hacer. Para entonces, ese continente donde se enclava el territorio de Rwanda (país de las mil colinas) ya estaba en proceso de desaparición, de invisibilización y la comunidad mundial, especialmente la política y económica, asistió impasible a una calculada y rápida eliminación de casi un millón de personas. Por supuesto, se movilizaron grandes cantidades de ayuda humanitaria para la asistencia a los supervivientes (reflejo de la solidaridad de la sociedad civil) e, incluso posteriormente, se juzgó a muchos de los principales genocidas, pero en el momento crucial muy poco se hizo por evitarlo, y nuevamente los intereses o desintereses coloniales de algunos países jugaron más que el horror ante la situación generada.

Posteriormente hemos asistido a otros genocidios y guerras sistemáticas, así como a desastres “naturales” que nuevamente han supuesto miles de muertos y la degradación de la vida para cientos de miles de supervivientes. El listado, solo en la última década, ocuparía varias páginas si recogiéramos desde los que más espacio han ocupado en los medios de comunicación hasta aquellos que pasan más o menos desapercibidos.

Y todas estas situaciones tienen un denominador común: los intereses económicos y geoestratégicos, que encaminan a dos tercios del mundo a aparecer o desaparecer en función de ellos. Intereses que definen y controlan en todo momentos una élite política y económica nacida e incrustada en los llamados países del Norte y en un marco de globalización que atañe únicamente a los intereses del mercado y no a los de las personas. Por eso, éstas últimas desaparecen de la escena, o se pretende ignorarlas en espacios genéricos opacos de en “vías de desarrollo” o “subdesarrollados”.

Esta historia de clasificación tiene una fecha emblemática, cual es el 20 de enero de 1949, día en que H. S. Truman accede a la presidencia de los Estados Unidos. En su discurso señala:

“Debemos embarcarnos en un programa completamente nuevo para hacer accesibles los beneficios de nuestros avances científicos y de nuestro progreso industrial, de tal forma que las áreas subdesarrolladas puedan crecer y mejorar.
El viejo imperialismo –explotación en provecho foráneo- no tiene lugar en nuestros planes. Lo que tenemos en mente es un programa de desarrollo basado en los conceptos del trato justo democrático”[1].

Estos párrafos, aparentemente bienintencionados, establecen automáticamente una división del mundo que dura hasta nuestros días. Con una aceptación inmediata de los términos políticos y económicos en que se enunciaban los conceptos de desarrollo y subdesarrollo, desde esa fecha la mayoría de la población del planeta se convirtió repentinamente y sin consulta, en subdesarrollada, eliminándose la diversidad política, étnica, cultural, económica y social que había sido. Desde ese momento, ha primado una clara connotación metafórica del desarrollo: la vía de escape de una condición indigna, considerada indigna, llamada subdesarrollo[2]. Así mismo, supone desde entonces la hegemonía globalizante de occidente sobre el resto pueblos de diferentes culturas, a quienes se elimina la posibilidad de definir las formas de vida política, social y económica. Evidentemente actuaciones en estas líneas hegemonizantes ya se venían dando desde siglos precedentes, pero es ahora cuando la división global se establece en la totalidad del mundo, como una marca a fuego que se graba en las personas.

Se entra ahora en un proceso de varias décadas donde, partiendo de esa prostitución unívoca del concepto de desarrollo prima en su definición un modelo económico imperante que clasifica a los pueblos y a las personas hasta el punto de lograr la interiorización indigna del mismo. Este hecho condicionará totalmente las actuaciones y caminos ya que todas ellas se orientarán en la línea de salir de ese subdesarrollo para ingresar en el desarrollo, ya soñado como meta común para todos/as.

Conceptos y acepciones posteriores, como desarrollo sostenible, o desarrollo humano, aunque introducen nuevos indicadores, no se puede afirmar fehacientemente que se aparten de los cuantificadores económicos. Aunque, por ejemplo, el desarrollo humano se presenta en función de un proceso amplio que introduce nuevas variables, también incluye, implícitamente, la consideración a un nivel alcanzado respecto a las necesidades humanas en una escala comparativa entre países. De esta forma, rige nuevamente la medición respecto a lo lejos, o cerca, que unos países están de aquellos que han alcanzado un éxito en esos índices de desarrollo. No se encuentra por ninguna parte la opción de un país o pueblo a definir su propio modelo de desarrollo sobre la base de la satisfacción de aquellas necesidades definidas por el mismo y a la autonomía real que tenga para alcanzarlas. Necesidades que pueden ser muy diferentes de un país a otro, y no idénticas a todos, tal y como se establece por los índices medibles.

Además es evidente, en este mismo contexto, la clara desviación existente entre el concepto teórico y el práctico. Mientras se generaliza la aceptación de la necesidad de esos nuevos indicadores humanos, la práctica de la globalización imperante y sus actuaciones, sigue moviéndose en los términos económicos como base del proceso de desarrollo mundial y particular de los pueblos. Y esto también se corrobora muy diafanamente cuando desde la cooperación al desarrollo se establecen las políticas de lucha contra la pobreza, las cuales colocan a la escasez, principalmente material, como su indicador básico, aunque adornado con otros indicadores, siempre secundarios. Se asienta el principio de que todas las culturas y pueblos tienen el mismo concepto de escasez y, por lo tanto, se puede en función del mismo establecer nuevamente una clasificación de desarrollados y subdesarrollados.

Sin embargo, conviene clarificar la falacia de que la ley de la escasez se establece en función de que la persona tiene deseos, necesidades y apetencia ilimitadas, mientras que los medios para su consecución son limitados. Muchos pueblos, muchas culturas, definen de forma muy diferente sus necesidades y establecen éstas en función de los medios que tienen, por lo que el desarrollo se establecería automáticamente en planos diferentes según esas necesidades ansiadas. Por lo tanto, es importante la posibilidad de recuperar las propias definiciones de necesidades, tanto en términos materiales, como espirituales, a fin de poder romper definitivamente con ese espejismo del desarrollo.

Un ejemplo explícito de lo anteriormente señalado se encuentra en la concepción indígena de sustentabilidad y paradigma alternativo al desarrollo[3]. Aunque conscientes de la influencia cada vez mayor de elementos exógenos, especialmente los derivados de la globalización neoliberal que coloca la integración al mercado como objetivo primero de la “vía al desarrollo” y, por lo tanto, una paulatina asunción del concepto occidental de este término, se mantiene en vigor un fuerte rechazo al concepto de pobreza en cuanto acumulación de bienes materiales y carencia de servicios.

El paradigma alternativo se centra en el conocimiento, como condición básica para la gestión de las bases locales ecológicas y espirituales de sustento y resolución autónoma de las necesidades, suponiendo por ejemplo, entre otras cuestiones, el desarrollo de sistemas productivos coherentemente adaptados a las condiciones del entorno. Ese conocimiento coloca a las personas en una condición equitativa en cuanto a capacidad, destreza, identidad y cosmovisión, estableciendo valores imprescindibles para los procesos que enfrenta el colectivo y la resolución autónoma de sus necesidades, caso de la solidaridad y reciprocidad. Esto no propugna un aislamiento imposible de las sociedades indígenas. Por el contrario, las múltiples experiencias en la actualidad demuestran que es posible desarrollar esta conceptualización práctica incluso adoptando dinámicas económicas y conocimientos foráneos, pero adaptándolos a las exigencias y realidades del presente, sin que esto supongo una desaparición de las bases locales de subsistencia y  al contrario optimizando su manejo y fortaleciendo esas capacidades autónomas para la satisfacción de las necesidades.

La cooperación descentralizada en este contexto

Se ha pretendido hasta ahora, aunque sin la profundidad requerida, dibujar el escenario y contexto en que se ubica la cooperación, así como apuntar un claro cuestionamiento previo a las bases conceptuales fundamentales en la que ésta actúa. Evidentemente, lo señalado incide igualmente en aquello que se denomina cooperación descentralizada y donde el papel de ésta puede y debe tener un desempeño especial por sus características.

En muchas ocasiones, se define a la cooperación descentralizada como aquella propia del ámbito de los municipios, diputaciones y comunidades autónomas, en una especie de oposición a la central, aquella realizada por el estado. Sin embargo, ésta es una visión demasiado reduccionista, que se construye solamente en función de los agentes que intervienen, no entrando en otros elementos importantes como qué tipo de cooperación se hace, finalidad, modelos de desarrollo que se promueve, características esenciales, etc.

Trataremos a continuación de ir señalando algunos rasgos y dimensiones posibles que caracterizan, o deberían de caracterizar, a la cooperación descentralizada.

La cooperación descentralizada, la cual ha crecido ostensiblemente en la última década, está en una situación, por su ámbito local, que la permite actuaciones específicas (en cuanto al tipo) y continuadas (como proceso en el tiempo y espacio), con el objetivo de contribuir a respaldar los diferentes modelos de desarrollo autónomo de los pueblos empobrecidos y de aquellos sectores más vulnerables, entre otros, las mujeres, doblemente discriminadas por su condición de clase (desigual reparto de la riqueza) y género (desigual acceso a los recursos y oportunidades entre hombres y mujeres), y a veces, étnica-cultural.

Igualmente, debe de establecer lazos de colaboración entre agentes de la sociedad civil del Norte y del Sur, en la búsqueda de unas relaciones justas, recíprocas y simétricas entre los mismos. Este puede ser, sin duda, uno de los rasgos diferenciadores con otros tipos de cooperación, ya que constituye a las sociedades civiles como verdaderos protagonistas en los procesos de cooperación, como sujetos activos, que recuperan la solidaridad como elemento central en sus teorizaciones y en sus actuaciones.

Conviene aquí detenerse un poco para señalar algo sobre este último concepto. La solidaridad, desde la cooperación, la entendemos en su dimensión más política y, por lo tanto, sobrepasa otros conceptos como ayuda, compasión, etc. Si partimos del derecho humano a una vida digna y entendemos la dignidad como una característica definitoria del ser humano, podremos decir que la solidaridad es el derecho y obligación a indignarse ante la injusticia a que se somete a otro ser humano, sea ésta ética, política, social, económica, étnica o cultural. Pero, la indignación (solidaridad) no puede reducirse a un mero sentimiento (afectivo), sino que comporta también dos rasgos: el cognitivo y el conativo. Es decir, el conocimiento profundo de esas situaciones y el comportamiento ante las mismas que no puede ser sino de actuaciones dirigidas a eliminar las causas profundas de esas situaciones. Por esto es por lo que el protagonismo de las sociedades civiles, basado en el principio de solidaridad, de situarse en el lugar del “otro”, debe de convertirse en un elemento característico de la cooperación descentralizada ya que articula situaciones óptimas más el conocimiento entre iguales, activa sentimientos de identificación y posibilita actuaciones horizontales en procesos que posibiliten verdaderos cambios desde abajo hacia arriba del sistema.


Unos simples datos, entre muchos que podríamos encontrar, para la indignación.

Según diferentes informes del PNUD sobre el estado del desarrollo en el mundo, ya viejos[4], por lo que las cifras que se dan, con toda seguridad, han aumentado en los últimos años:

  • los 225 individuos más ricos, tienen una riqueza superior a un billón de dólares, igual al ingreso anual del 47% de la humanidad entera, más de 2.500 millones de personas,
  • las 3 personas más ricas del mundo superan el Producto Interior Bruto de los 48 países menos avanzados (la mayoría africanos),
  • las 15 más ricas superan la riqueza de todos los países de África subsahariana,
  • las 32 superan la producción total del Asia meridional,
  • las 84 superan la producción de China;

Con algo menos del 4% de la riqueza combinada (unos 44 mil millones/año de dólares) de las 225 personas más ricas, se podría lograr y mantener:

  • acceso universal a la enseñanza básica para todos/as,
  • atención básica de salud para todos/as,
  • atención de salud reproductiva para todas las mujeres,
  • alimentación suficiente para todos/as,
  • agua limpia potable y saneamiento para todos/as[5].

En este marco de solidaridad recuperada, la participación se convierte en un objetivo más de la cooperación descentralizada, estando obligada a facilitar y articular los espacios de máxima participación en, y desde, los diferentes agentes sociales. Esto permitirá definir políticas participativas y líneas de actuación a través de agentes institucionales y no gubernamentales en ese ámbito local generadoras de procesos de cambio.

En esta misma línea, además de resaltar la dimensión política, económica y social, se deben de tener en cuenta, en el mismo nivel de prioridad otras dos dimensiones: la ética y la cultural[6] (sobre la que ya hemos hecho alguna mención).

“La dimensión ética viene demandada por la situación de desigualdad, injusticia, carencia de libertades y derechos, enajenación o alienación en gran escala, perversión de los criterios y códigos de valoración que afectan a la misma condición del ser humano, particular y colectivamente considerado, como personas y como especie. También por el mal hecho contra la naturaleza viva y la biosfera, precisamente como consecuencia del modelo de desarrollo y organización impuesto en las relaciones económicas y en el eje Norte/Sur, por las fuerzas políticas, económicas e ideológicas que dominan a nivel mundial desde el Norte y en el sistema global.

No es admisible –ni creíble- que un “grupo zoológico” que se dice inteligente y ético, pudiendo, permita la extinción o la creciente degradación de una mayoría de sus congéneres, como consecuencia del modo de organizar sus sociedades. Si ese grupo ha elaborado algún código ético –contenido en las Declaraciones de los Derechos Humanos, como “lenguaje” común y universalizable para todos-, querrá decir que ese sistema de principios, valores, ideas, referentes, normas, pautas de actitudes, comportamientos y conducta..., son considerados como válidos, y como tal se les reconoce un carácter superior de orientación en el conjunto de las relaciones que los colectivos e individuos se den”.

“La dimensión cultural tiene que ver con que además de la presión “cultural” de las grandes cadenas de comunicación “ideológicas”, de imagen, opinión, valoración, juicio, modos de ver y apreciar la vida, la tradición..., el tipo de relaciones que se mantienen desde el Norte (...) es reiteradamente calificada como de “etnocidio cultural” –además de físico, en algunos caos-; en otros, de irrespeto a la identidad de dichos pueblos; en muchos más de dominación y enajenación de sus diferencias propias –con su riqueza idiomática, ideativa, simbólica, valorativa, social y espiritual-.”

Y este tipo de consideraciones y actuaciones también afecta, en muchas ocasiones, a la propia cooperación del tipo que aquí tratamos. En demasiadas ocasiones ésta se ha convertido y se convierte en un vehículo más para la enajenación cultural de los países y pueblos empobrecidos, mediante la imposición de modelos, técnicas y vías de actuación que llegan a suplantar los propios, muchas veces en aras de la eficiencia del proyecto y para solventar las necesidades que se les han identificado, obviando las definidas por ellos mismos.

Un elemento más característico de la cooperación descentralizada es el encontrarse menos permeada por condicionamientos comerciales-económicos y políticos que la cooperación bilateral o multilateral. Es indiscutible que gran parte de la cooperación de los estados se encuentra contaminada por intereses económicos y/o geoestratégicos. Por esto se entiende, por ejemplo, que los países más desfavorecidos, aquellos que ocupan los últimos puestos en cualquier clasificación que se haga utilizándose los indicadores que se utilicen, no figuran como principales receptores de la cooperación. Se dirá muchas veces que esta situación responde a la falta de garantías en los regímenes de esos países, al alto nivel de corrupción de sus élites dominantes, pero lo cierto es que la razón principal es que no hay intereses económicos y/o geoestratégicos de primera línea en ellos. 

Una dimensión más que facilita y fortalece todos los elementos hasta ahora mencionados, y que estaría muy estrechamente relacionado con lo señalado para la solidaridad, participación y constitución de la sociedad civil como motor y poder en estos ámbitos de cooperación descentralizada, es la referida a la Sensibilización y Educación para el Desarrollo. Aunque son términos muy discutibles y ambiguos en cuanto a su oportunidad como tales, nos importa aquí las enormes posibilidades de actuación que encuentran estas acciones en el ámbito local.

Desde un enfoque causal, que incide en la identificación y cambio de las causas estructurales del actual modelo de relaciones y dominación Norte/Sur, se identifican tres conceptos clave a tener en cuenta en este tipo de actuaciones: informar, educar y concienciar.

Evidentemente, el primer paso corresponde a la difusión de toda la información relativa a la situación de desequilibrio entre los países ricos y los empobrecidos y como la situación de los segundos tiene una directa relación con la situación de los primeros. Mismo caso para la identificación de situación de sectores poblacionales muy diversos, como los pueblos indígenas, inmigrantes, mujeres..., que, por su condición, sufren la desigualdad y dominación por terceros de manera más aguda.

Entendiendo que la información, aunque importante, no es suficiente, se debe tratar en todo momento de educar. Es decir, promover en las personas la reflexión analítica y crítica de la información facilitada. Este proceso, no se puede dejar a la improvisación, sino que debe de ser sistemático y continuado, a fin de crear una toma de conciencia real sobre esas situaciones.

Llegamos así, aunque en un proceso que debe ser integral en todo momento, a la tercera clave: la sensibilización y educación al desarrollo pretende la concienciación. Esto implica que las personas asuman su situación, sus límites y sus posibilidades, y la de los otros. Solamente desde aquí se podrá posteriormente evaluar esas situaciones globales con criterios de justicia y solidaridad y articular una voluntad y acciones que provean el cambio necesario[7].

Acabamos esta enumeración y presentación de rasgos distintivos de la cooperación operada desde el nivel descentralizado, con aquella dimensión que subyace y, por lo tanto, debe transversalizarla en todo momento. Decimos que la cooperación descentralizada está menos permeada a condicionamientos políticos-partidistas, pero eso no quiere decir que la cooperación no debe de ser en todo momento política. De una parte, la apuesta por la descentralización es una apuesta política, bien en oposición al centralismo, bien como complemento y control del centralismo. Por otra parte, la situación en el mundo exige posicionarse políticamente y cualquier tipo, modo, modelo de cooperación es una forma de actuación, lo que lleva implícito un posicionamiento político. En el enfoque causal, ya citado anteriormente, la identificación, análisis y denuncia de las causas estructurales que suponen la imposición dominadora de un determinado modelo de desarrollo sobre otros hasta su práctica desaparición como fin de esa imposición, exige que la cooperación consiguiente deberá enfrentar y trabajar por propiciar los cambios necesarios para revertir esa injusta situación que condena a millones de personas a su degradación, cuando no es a la extinción, desaparición o invisibilización.

Unos apuntes más

Para finalizar es necesario incluir ahora algunos apuntes más, casi a modo de enunciados, que la cooperación descentralizada tiene mejores opciones de poner en funcionamiento como guía de sí misma y como distintiva para la generación de modelos de cooperación horizontales y respetuosos con aquellos modelos de desarrollo que cada pueblo defina para sí.

Lo que sí debe hacerse:
  • la definición como una cooperación socia y aliada de los procesos endógenos de desarrollo, sin imposiciones, y a partir de un proceso de diálogo abierto, crítico y constructivo, pero siempre reconociendo a los pueblos y comunidades del Sur como verdaderos protagonistas de sus procesos;
  • el respeto a las decisiones autónomas;
  • el respeto a las creencias y cosmovisión de personas y organizaciones, así como, en base a ellas, al derecho de articular sus propios modelos alternativos de desarrollo;
  • la horizontalidad y transparencia de aquí hacía allá y a la inversa, pues éstas no pueden darse en una única dirección;
  • la confianza en la capacidad de los pueblos del Sur para llevar adelante procesos integrales de desarrollo;
  • el respaldo al fortalecimiento de la autonomía política, social, económica y cultural;
  • la promoción del empoderamiento de los sectores más débiles, con un especial compromiso con los procesos de empoderamiento y recuperación de derechos de las mujeres;
  • la incidencia política en aquellos espacios superiores de la estructura política y económica, siempre en defensa de la totalidad de derechos individuales y colectivos.

Lo que no debe hacerse:
  • la imposición de agendas de cooperación;
  • la imposición de nuestro modelo de organización y formas de trabajo por encima de los propios;
  • la ingerencia tanto en los procesos directivos como en los operativos;
  • la suplantación en espacios y procesos de los verdaderos protagonistas, más allá de lo concerniente al acompañamiento.

Ahora una historia verdadera.

En el marco del denominado como Plan Nacional Indígena Originario de Comunicación, desarrollado en Bolivia durante la última década, a partir del año 2002 se inicia un proceso de formación y reflexión en derechos humanos y derechos indígenas, con una perspectiva estratégica. Este amplio proceso, desde sus comienzos y hasta el momento actual es implementado por medio de diversas actuaciones desde la cooperación descentralizada, tanto en sus ámbitos municipales, como autonómicos y con una acción y participación directa de diferentes agentes sociales, tanto del Norte como del Sur. Pero siempre teniendo a las organizaciones indígenas y sindicales bolivianas como protagonistas y directoras del mismo.

El referido Plan Nacional es “un esfuerzo propio que busca establecer un acceso amplio al uso de medios y recursos de comunicación e información (...), y proclama el derecho a la comunicación y a ser activos protagonistas de la sociedad nacional y no objetos o receptores pasivos de los medios establecidos, propiciando la capacitación, el entrenamiento y la creatividad indígenas en un marco de comunicación integral”[8]. Todo ello, con un objetivo de fortalecimiento de las organizaciones indígenas y de sus recursos humanos y de convertir a la comunicación en un valioso instrumento descentralizado de desarrollo humano intercultural e integral.

Después de un proceso de formación continuado en comunicación, en el año 2002 se considera necesario entrar ya a la formación de comunicadores en derechos. Se convocarán para ello talleres y seminarios para éstos, representantes y líderes indígenas de las diferentes estructuras organizativas, contando con la participación de líderes indígenas y expertos internacionales. Es importante señalar que desde un inicio son los propios participantes en el proceso quienes plantean la necesidad de implementar una formación continuada y sistemática, y no una simple capacitación puntual. El conocimiento y reflexión sobre los derechos de los pueblos indígenas se constituye en una necesidad estratégica, teniendo en cuenta la situación del proceso de ese país y, casi  desde los primeros pasos, la demanda de la Asamblea Constituyente para la refundación de Bolivia, en la cual será prioritaria la participación desde las bases de la totalidad de sectores sociales. En ese contexto, estos espacios de formación, además de la reflexión y análisis tienen como objetivo el refuerzo e incorporación de la temática de derechos en las agendas de las organizaciones.

En los dos primeros años de esta actuación, siempre enmarcada en el proceso amplio antes referido, se llevan adelante seminarios y talleres específicos, así como otros con enfoque de incorporación más comunicacional. Se demuestra la necesidad urgente de, por una parte, la extensión al máximo posible de la formación al nivel de organizaciones y comunidades de base; por otra parte, la generación de cuadros dirigentes sociales y políticos con formación específica en los derechos humanos y derechos indígenas. El avance de este proceso tiene un nuevo paso a partir del 2004, cuando estas actuaciones permiten interacciones en las que la cooperación descentralizada considera su importancia. Se entrará a una mayor estructuración y sistematización de la formación, con la creación de centros para ello y la definición de un nuevo marco de actuación que permita la replica en otros niveles organizativos y áreas geográficas por parte de las mismas personas participantes (descentralización del conocimiento). Temáticas, como el desarrollo indígena, la tierra y el territorio, la educación y salud propia, la equidad de género, el derecho de libre determinación, el control de los recursos naturales..., van ocupando un espacio cada vez mayor en las agendas. Además, se posibilita una mejor coordinación, discusión y consensos entre las organizaciones nacionales en el marco del proceso político y social que vive Bolivia, lo que repercutirá en la globalidad del proceso en el que se haya inmerso el país. 

Precisamente, los cambios políticos que se dan a finales del año 2005 y la convocatoria de la Asamblea Constituyente en el 2006, fortalecen la necesidad de una mayor incidencia en esta formación y su dimensión comunicacional, alcanzando ya incluso a futuros y actuales constituyentes de las organizaciones nacionales indígenas y sindicales, y extendiendo al máximo posible el debate en las propias comunidades. Esto desde el convencimiento de que la discusión para la refundación del país debe de hacerse desde las mismas bases, a fin de lograr un verdadero proceso de democracia participativa que garantice la intervención de todos aquellos actores sociales históricamente apartados del devenir del estado. Así, este proceso pretende la implementación de una descentralización del conocimiento, a fin de poder realmente alcanzar una descentralización del poder social, político y económico, que se convierta en motor de los cambios necesarios, cambios que deben venir de abajo hacia arriba, para realmente incidir positivamente en la mejora de todas las condiciones de vida, reconocimiento e implementación de la totalidad de derechos individuales y colectivos y la estructuración de una verdadera democracia participativa; en suma, una sociedad más justa y equitativa para todos/as.

Una dimensión no olvidada es la correspondiente a la información, educación y concienciación en nuestra propia sociedad sobre este proceso. De esta forma, en ese marco de cooperación descentralizada, se trabajará paralelamente y mediante acciones muy diversas, en dar a conocer este proceso y generar un respaldo hacia el mismo. Esto, tanto en las instituciones como en organizaciones y otros agentes sociales, así como en la misma sociedad. Se considera la solidaridad como un elemento imprescindible que, a su vez, considera a la sociedad civil como protagonista también en los procesos de cooperación desde la dimensión política que hemos reconocido a ésta.

Hasta aquí esta breve reflexión sobre el mundo que vivimos y el papel que la cooperación descentralizada puede ejercer en los procesos de generación de los cambios necesarios que alteren radicalmente la situación mundial, donde la mayoría de las personas y pueblos tienen gravemente amenazas sus condiciones presentes y futuras de vida y respeto a sus derechos. Desde una visión progresista, la descentralización es un objetivo, estrategia y método correcto para el logro de esos cambios y algunas de las cuestiones aquí planteadas no pretenden sino explicitar que este tipo de cooperación, de interrelación entre pueblos y personas, no solo es un concepto teórico, sino algo posible, viable, realizable y totalmente conveniente para todos/as.

- Jesus González Pazos es antropólogo y Post-grado en Derechos Humanos. Miembro de Mugarik Gabe.

Bilbao, (País Vasco) 21/09/06

Capítulo del libro: AA.VV..- “Riesgos y oportunidades en la cooperación descentralizada. Superar las inercias y construir espacios nuevos”. Ed. Gakoa. San Sebastián. 2007



[1] Truman, H.S..- “Inagural Address, January 20, 1949”, en Documents on American Foreign Relations, Connecticut, Princeton University, 1967.

[2] Viola, Andreu (comp.).- “Antropología del desarrollo. Teorías y estudios etnográficos en América Latina”. Barcelona, Ed. Paidós. 2000.

[3] Viteri Gualinga, Alfredo.- “Ecuador: concepto de desarrollo según la cosmovisión indígena”. Web http://servindi.org/archivo/2006/1015.

[4] PNUD. “Informe de Desarrollo Humano / 1998”.

[5] “Manual de Cooperación Descentralizada al Desarrollo”. Web http://www.eurosur.org/OLEIROS/coodes/manual/default.htm

[6] Ibidem.

[7] Ortega Carpio, Mª Luz.- “Análisis crítico de las ONGD desde la perspectiva del desarrollo humano”. Ponencia en el Congreso “Análisis de 10 años de desarrollo humano. Límites y potencialidades para una estrategia de desarrollo”. Bilbao, 18 al 20 de febrero de 1999. Hegoa.

[8]  Cefrec.- “Estrategias de Comunicación y Derechos Indígenas. Memoria del Plan Nacional Indígena Originario de Comunicación Audiovisual. 2000-2004”. Documento. La Paz. 2005

https://www.alainet.org/fr/node/127108?language=en
S'abonner à America Latina en Movimiento - RSS