UNASUR: Ventajas y riesgos de la integración
- Opinión
La Paz
23 de mayo de 2008: quedará constituida la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), en una reunión a la que asistirán los presidentes y primeros ministros de los doce países que conforman Sudamérica. No estará presente Guayana Francesa, que oprobiosamente sigue siendo colonia europea y aún no deja de cargar la historia carcelaria que le adjudicó la metrópolis; tampoco asistirá Panamá, parte de la Gran Colombia que organizó Bolívar, pero segregada de nuestra región por intereses financieros del gran capital.
Evo Morales, presidente pro tempore de UNASUR, entregará el texto constitutivo, para que los mandatarios asistentes lo estudien y rubriquen al final de la reunión. Los congresos de cada uno de los países constituyentes, deberán ratificar la Unión, antes que ésta empiece, en realidad, a ser reconocida oficialmente. Porque, su oficina permanente ya funciona en Quito y se anunció que, el Parlamento Sudamericano, tendrá su sede aquí en Bolivia.
Largo es el camino que ha debido recorrer la idea integradora del Libertador y extenso también es el que queda por delante para alcanzar las metas que se propone este proyecto.
Los cien intentos
Todos aprendemos, en la escuela, que Bolívar convocó en Panamá, al Congreso Anfictiónico (a semejanza de las reuniones de delegados que realizaban las ciudades independientes de la antigua Grecia), con que intentó unificar a todos los países latinoamericanos, desde el Río Bravo hasta la Patagonia. El intento resultó fallido y desalentador, ante los mezquinos intereses de los grupos criollos de poder que se expresaron en esa reunión; de los que fueron, porque la mayoría simplemente no asistió.
Fue en el siglo XX que se produjeron otros intentos. Las tres asociaciones comerciales de América Latina, la última de las cuales es la vigente pero nada productiva ALADI, sólo han servido para mejorar los sistemas de negocio de las empresas transnacionales en nuestra región.
El Pacto Andino, fue un propósito interesante de los años ‘70, sustentado por gobiernos progresistas, rápidamente deformado por las dictaduras sobrevinientes. El objetivo declarado, era la industrialización planificada de la zona, pero más pudo el capital internacional. Lo más sólido de ese pacto, ha sido la Corporación Andina de Fomento (CAF), que otorga préstamos casi inmediatos, supuestamente para el desarrollo de las naciones integrantes. Supuestamente, porque los intereses que cobra son iguales a los de la banca privada, convirtiendo el desarrollo en insufrible endeudamiento.
Esos mismos años, se organizó el Sistema Económico Latinoamericano y del Caribe (SELA) con el objetivo de promover un sistema de consulta y coordinación para concertar posiciones y estrategias comunes en materia económica ante países, grupos de naciones, foros y organismos internacionales; además, se proponía impulsar la cooperación y la integración entre las naciones de toda la región. Las intenciones quedaron en ese plano teórico; nadie contribuyó a hacer efectiva la tarea ni cumplir el objetivo.
Vino luego, en los años ’90, el MERCOSUR (Mercado Común del Sur), con la integración de Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay. Funcionó, en la medida en que se fomentó el comercio interno y porque se convirtió en un club exclusivo frente a los otros países de la región. Ya en este siglo, la relación ha cambiado y MERCOSUR ha sido el freno decisivo ante los intentos de llevar la globalización a sus extremos (ALCA de por medio) y ha buscado la integración con el resto de las naciones sudamericanas.
Es el momento en que, las dos organizaciones subregionales (Pacto Andino o Comunidad Andina de Naciones y MERCOSUR) comienzan a trabajar activamente en un proceso de integración que va más allá de lo especulativo y comercial.
Palanca del desarrollo
Latinoamérica y el Caribe fueron divididos y subdivididos a placer de los intereses de los países industrializados y de sus empresas. A muchas naciones, en el papel de abastecedoras de minerales, se las explotó sin medida y se las llevó a la absoluta miseria. Otras tuvieron la desgracia de tener tierras aptas para cultivos exóticos; se las llamó “repúblicas bananeras”, regentadas por dictadores que podían enriquecerse y perpetuar su linaje, bajo la protección de los explotadores. Las que no tenían nada, ornamentadas para ser playas de vacaciones y antros legales para el lavado de dineros y la especulación financiera.
De esas trampas debe salir la región. Es la única forma de hablar seriamente de desarrollo y de poder realizarlo. Se han hecho muchos discursos y es tiempo de obrar. La última serie oratoria ocurrió en Lima, en los días pasados. Se trató de una reunión entre mandatarios de esta parte del mundo frente a los ricos y soberbios gobernantes de la Unión Europea. Poco más que compromisos teóricos, es el resultado de aquella “cumbre”.
Pero la conclusión puede ser provechosa: no esperemos que ellos vayan a contribuir al desarrollo latinoamericano; esto depende exclusivamente de nuestro esfuerzo conjunto.
Usar nuestros recursos para cubrir nuestras necesidades y solucionar las crisis a que nos someten las potencias, es la forma en que podemos salir del empobrecimiento que soportamos desde que nuestro continente fue invadido por Europa. Es bueno, sin embargo, diferenciar posiciones. No es descargando odio y discriminación en contra de los europeos, sino esforzándonos en nuestra integración, que lograremos desarrollo.
Los riesgos
Las posibilidades de integración y desarrollo se dan en un tiempo de crisis del sistema capitalista. La llamada “burbuja inmobiliaria” fue apenas un anuncio previo. Pero la crisis se ha iniciado e irá adquiriendo fuerza en los meses siguientes. La cotización de los energéticos sube sin ningún control. Le sigue el precio de los alimentos. Más adelante, será el encarecimiento de los textiles y así sucesivamente.
No se trata de acomodarse a la globalización y revaluar la moneda local o aumentar el interés bancario. Esas son, precisamente, las recetas dictadas por los organismos internacionales, para que paguemos el despilfarro de los países enriquecidos.
Debe garantizarse el consumo interno de los recursos que producimos. Habrá que trabajar en la restitución de la productividad alimentaria hasta alcanzar la suficiencia interna. ¡Qué importante medida se anuncia con la creación de un banco de semillas no transgénicas!, ¡qué gran paso se daría si ponemos en funciones una institución financiera que dependa de nosotros mismos!
Por supuesto que debemos enfrentar la oposición de los grandes capitales que ven, en esos proyectos, un peligro para sus intereses. Lo más difícil será que, gobernantes de nuestra región, con posiciones entreguistas, comploten contra esta corriente que está ganando a gran número de países latinoamericanos.
Con estas posibilidades y estos riesgos debemos aprovechar esta oportunidad. Es la tarea que nos permitirá dejar un futuro estable para las generaciones futuras.
- Antonio Peredo Leigue es senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
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