La muerte no manda aviso previo

11/06/2009
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Aquí en Francia hay una general consternación por la muerte de los 228 pasajeros y tripulantes del vuelo 447 de Air France el lunes 1 de junio. El avión desapareció en el océano Atlántico en la ruta Rio de Janeiro-París.

El presidente Sarkozy interrumpió su descanso largo (el lunes en Francia fue feriado religioso) y en compañía de tres ministros se presentó en el aeropuerto Charles De Gaulle para consolar a los familiares de las víctimas. En el Brasil el presidente Lula encargó a su vice, José Alencar, hacer lo mismo.

Hace poco perdí a un conocido, Roger Wrigh, en un accidente aéreo al sur de Bahía, cerca de Troncoso. Con él fallecieron otras 13 personas, entre ellas hijos y nietos de sus dos matrimonios (su primera mujer también murió en un desastre de aviación). Tres generaciones de una sola familia vieron precoz y trágicamente segadas sus vidas.

La vida es un juego de sobrevivencia. Entre millones de espermatozoides en busca de ser acogidos por el óvulo, sólo uno lo consigue. Este uno es usted, soy yo, y todos los millones de habitantes de este planeta. Todos nosotros somos resultado de una lotería biológica. Nadie escogió la familia ni la clase social en las que nació. Lo cual no debiera representar un privilegio para los que están libres de la miseria y de la pobreza, y sí una deuda social.

El frágil milagro de la existencia exige dos condiciones básicas, cada vez más precarias: oxígeno y nutrición. Y bien sabemos todos que, por culpa del afán de lucro y la falta de conciencia de sustentabilidad, contaminamos el aire que respiramos.

En Såo Paulo, donde vivo, sobre todo los niños y los ancianos sufren por la gran polución. El elevado índice de desarrollo de la ciudad más industrializada del país exige, en contrapartida, un precio igualmente alto de sus moradores, obligados a absorber contaminantes que hieren los ojos, contaminan los pulmones, causan alergias. Seis millones de vehículos ruedan por la capital paulista exhalando el gas carbónico que vuelven el aire casi irrespirable.

Asegurar al organismo alimentos en cantidad y calidad suficientes significa obtener trabajo e ingresos capaces de garantizar una vida digna y saludable para cada familia. En el Brasil todavía estamos lejos del nivel de Cuba, donde cada uno de los once millones de habitantes tiene derecho a una canasta básica, además del acceso gratuito a la educación y a la salud.

Hoy, con la crisis del capitalismo neoliberal, vemos cómo el desempleo amenaza la sobrevivencia de millones. Y como nadie soporta pasar hambre y vivir al desamparo, es inevitable el aumento de la violencia urbana.

Todos sabemos que el ser humano se enfrenta con sus limitaciones insuperables: defecto de fabricación y plazo de validez. Es lo que la Biblia llama pecado original. Tenemos que morir, aunque puedan ser muchos nuestros años de vida. Pero no sabemos cómo ni cuándo. Por eso tratamos de imprimir un sentido a nuestra breve existencia, a través de la religión, del arte, de la profesión o, sobre todo, del amor (la familia).

Algunos buscan lo que todos buscamos -la felicidad- en el camino equivocado de la posesión de bienes finitos. Pasan la existencia adquiriendo y conservando bienes superfluos que tan útiles podrían ser para quienes fueron injustamente privados del acceso a una vida digna: los pobres. Otros hacen de su trayectoria existencial una acumulación de bienes infinitos, tales como amistad, solidaridad y compartimiento.

Todos sabemos que la felicidad no consiste en la suma de placeres, como trata de inculcarnos la publicidad de esta sociedad consumista. Pero ¡qué difícil resulta cultivar el ejercicio de las virtudes, el rigor ético, la ecobiología interior que nos libra del apego, de la lengua dañina, de la envidia, del resentimiento, y llenan nuestro corazón y mente de espiritualidad, altruismo, sabiduría y hambre de justicia!

Como dijo Jesús, respecto a nuestra muerte, no sabemos el día ni la hora. Ni el modo. Ciertamente no tendremos la suerte de Francisca, el personaje del cuento de Jorge Onelio Cardoso (1914-1986), "Francisca y la muerte". La muerte, celosa de su deber, fue rauda en busca de Francisca en la zona donde ella vivía. La buscó en su casa, con sus amistades y vecinos. A donde llegaba, Francisca ya había salido un poco antes, dedicada siempre a cuidar a los demás. Viendo que pasaban las horas y ya el último tren de la tarde iba a salir, la muerte desistió de encontrar a Francisca y llevarla consigo. Poco después un viejo conocido pasó a caballo y vio a Francisca cuidando el jardín de la escuela. La saludó: "Entonces, Francisca, ¿usted no muere nunca?" "Nunca -respondió ella-, siempre hay algo que hacer". (Traducción de J.L.Burguet)

- Frei Betto es escritor, autor de "El arte de sembrar estrellas", entre otros libros.

https://www.alainet.org/fr/node/134277
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