La agonía y el cambio

05/07/2009
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  • Opinión
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Mientras el golpismo hondureño se atrinchera en la desgastada institucionalidad de un Estado oligárquico y excluyente, jaqueado por el aislamiento internacional y una firme movilización ciudadana que demanda  el retorno del presidente Zelaya, la crisis se ahonda en el Perú. Crispado y de pie, el vendaval social y político no se detiene.

La exigencia del retorno de Alberto Pizango al Perú, libre de amenazas de cárcel para respetar su liderazgo en la negociación de los amazónicos con el régimen, y la exigencia de acabar con la criminalización de la protesta social, encabezan las banderas de la Jornada Nacional de Lucha del 8 y el Paro Andino Amazónico del 7, 8 y 9 de julio. Cierra la plataforma de 6 puntos el planteo de una nueva Constitución y una Constituyente de elección popular: respeto a los pueblos y el derecho de construir un Estado democrático y participativo, descentralizado, plurinacional, un nuevo pacto social y una economía al servicio de la gente, sobre el equilibrio entre naturaleza, sociedad, cultura y derechos laborales y sociales. Sin duda, la Plataforma incluye la salida del gabinete Simon-Cabanillas-Aráoz, exige una política económica que no eche la crisis sobre los hombros de la gente, defienda a los productores nacionales y recupere nuestros recursos naturales (como el gas), y reclama de solución a las demandas de maestros, transportistas, trabajadores de salud, sectores laborales, el agro, regiones y pueblos.

Agoniza el “Perro del Hortelano”: se aísla el dogma neoliberal de la modernidad basada en una economía primario-exportadora que entrega nuestros recursos y territorios a grandes transnacionales, barre con la propiedad comunal y el pequeño propietario, abandona el mercado interno a su suerte, garantiza el cholo barato y sin derechos, y concentra la riqueza en los de siempre.

Entre los coletazos de un gabinete que no acaba de morir muriendo, la calle movilizada, y la ineficiencia e ilegitimidad del régimen, relampaguea una suerte de “democracia plebiscitaria”. La gente de a pie y los pueblos organizados, hasta ayer actores sociales y políticos invisibles e ignorados, llevan al gobierno a lugares que nunca pisaron y negocian “de tú a vos”, directamente. Es una demanda y una experiencia, incipiente, de una nueva  relación con la autoridad y el poder. Se abre paso el protagonismo social, político y descentralizado de la gente. El fenómeno rebasa toda teoría esquizoide de “complot internacional y guerra fría”. Plantea, no sólo al desgastado régimen, sino a las fuerzas políticas y liderazgos sociales nuevos retos.

No es sólo una crisis de Gabinete o presidencial. Rebasa el desprecio a un Congreso  de alcantarilla o a la incredulidad en un PJ que exuda condescendencia y complicidad con la corrupción y los fallos con tarifa, como vemos con Medelius y León Alegría.

Claro, hay que enterrar a los muertos vivientes con fajín o curul que hicieron que reviente –a partir del detonante amazónico– esta honda crisis larvada. Un lunático en Palacio es un peligro. Linda con la locura anunciar –en medio de la tormenta y a puertas de nuevos paros– que a fin de año estaremos libres de la gripe porcina y de la crisis económica mundial, cuando el número de infectados aumenta exponencialmente o la producción nacional y la recaudación fiscal caen dramáticamente en los dos últimos trimestres y EEUU sigue empantanado. La negación de la realidad es enfermiza y grave. Podríamos explayarnos en la lastimera situación del Congreso y del PJ.

Pero, en realidad, es un hondo desgaste del régimen, de la forma de organizar y gestionar el Estado, de manejar la representación y tomar las decisiones políticas, de falta de control ciudadano y rendición de cuentas de las autoridades, de desconfianza en los liderazgos de las alturas, de nuevos actores –pueblos cansados del racismo y de la exclusión– que demandan un Perú justo, plurinacional y descentralizado, con democracia participativa y comunitaria, en que se cumplan compromisos, palabras empeñadas y actas firmadas.

Se trata de refundar el país, el manejo económico, la organización del Estado y de la sociedad para que sean de todos. No nos engañemos: el fondo se refiere al respeto a la gente, al control de la autoridad, a la participación en tomar decisiones, al reconocimiento de la plurinacionalidad, a recuperar el control sobre nuestros recursos naturales para que el país se beneficie de la renta que generan y los explote respetando el medio ambiente, con consulta y beneficio para los pueblos.

No se trata de unos tractores o una carretera. Se trata de dignidad, soberanía, derecho a ser dueños de nuestro futuro. Ello no sólo exige un nuevo Gobierno y nuevo Congreso, que son indispensables, sino una nueva Constitución y una Constituyente elegida por el pueblo, vigilante, que construya ese nuevo contrato social. En ese esfuerzo, hombres como Alberto Pizango y muchos otros que han abierto trocha para el cambio deben renovar una vieja política que ignora a las regiones, a los pueblos y a los liderazgos sociales. El cambio está naciendo.

La República, 06 de julio de 2009
http://www.larepublica.pe/archive/all/larepublica/20090706/19/pagina/1634

https://www.alainet.org/fr/node/134829?language=en
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