Geopolítica del ataque a Angostura

12/03/2010
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  • Opinión
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El tema de esta mesa redonda remite a las múltiples facetas de la dominación de América Latina por parte de los Estados Unidos. Por este motivo, y a efectos de que esta exposición contribuya con algún elemento relevante al análisis de la aludida cuestión, he creído del caso orientarla al discernimiento -aunque sea impresionista- del contenido medular de la geoestrategia actual de Washington respecto de Latinoamérica y el Caribe, es decir, a la denominada cruzada contra el narcoterrorismo. En lo que concierne a los países andinos, semejante campaña tiene un nombre bien conocido: Plan Colombia.
 
Fases del Plan Colombia
 
La invasión estadounidense a Panamá para derrocar y “extraditar” al ex títere Antonio Noriega, a fines de 1989, operativo denominado Causa Justa que se saldó con la muerte de cinco mil civiles panameños, marca un viraje en la geopolítica hemisférica de la Casa Blanca. Tal intervención –conforme lo destacara Agustín Cueva en su libro Las democracias restringidas en América Latina- se materializó, ya no con el usual argumento de la Guerra Fría relacionado con el “combate al comunismo”, sino con la nueva pancarta de la “lucha contra el narcotráfico”.
 
Para el conjunto de naciones latinoamericanas –especialmente sudamericanas- la redefinida estrategia estadounidense se viabilizó con la elaboración por el Departamento de Estado y la colaboración del gobierno de Andrés Pastrana del denominado Plan Colombia, puesto en vigor por Bill Clinton en su visita a Cartagena de agosto del 2000. El susodicho Plan, financiado inicialmente con un aporte metropolitano de 1.300 millones de dólares, comporta una agenda esencialmente militar destinada a sustentar la erradicación del narcotráfico en nuestros países y, específicamente, a liquidar a la “narcoguerrilla”.
 
Más allá de esos declarados propósitos, la meta realmente acariciada por Washington no era otra que convertir a nuestro vecino norteño en cabeza de playa para el control y explotación por el capital transnacional de las riquezas naturales, energéticas y bioenergéticas de la Amazonía.
 
Después del memorable 11-S del 2001, con George W. Bush como inquilino de la Casa Blanca y Álvaro Uribe como titular de la Casa de Nariño, se inicia una segunda fase del Plan Colombia, rebautizado con el nombre de Iniciativa Regional Andina (IRA), que agrega al fementido argumento de combate a las drogas naturales –marihuana, cocaína, heroína- la tarea de extirpar el terrorismo.
 
¿Qué está detrás de la cruzada contra el narcoterrorismo?
 
Si desde los años 70 la campaña antidrogas se reveló como el gran negocio de Wall Street –particularmente para los grandes “lavadores” de dinero, los fabricantes de armamento y los productores de precursores químicos- la lucha contra el terrorismo internacional
incorporada al Plan Colombia/IRA vino a robustecer los propósitos geopolíticos de la potencia unipolar. Esto último porque le permitió a Estados Unidos ampliar el abanico de su confrontación con los disidentes de la globalización corporativa, que pasaron a denominarse “terroristas”, nombre que en la semiótica del Pentágono, y según explica Noam Chomsky, “incluye a campesinos organizados, líderes sindicales, activistas de los derechos humanos, intelectuales independientes, candidatos políticos, cualquier cosa”.  
 
Este tópico amerita una mayor precisión. En efecto, el nuevo mandato del Plan Colombia/IRA alude –según analiza el propio Chomsky- al “terrorismo al por menor”, es decir, a las distintas acciones de resistencia a la mundialización del capitalismo adelantadas por organizaciones legales o informales, armadas o desarmadas; y, de ninguna manera, al “terrorismo de Estado” o “terrorismo primigenio” que, para el caso, promueve y ejecuta el eje Washington-Bogotá.
 
Al rededor de lo mismo, conviene recordar que la politóloga norteamericana Susan Sontang
ha incorporado una noción clave para comprender la actual geopolítica estadounidense. Ella apunta que los operativos enfilados contra “los condenados de la Tierra”  a pretexto de reducir la producción de sustancias psicoactivas y eliminar a los grupos contestatarios, corresponden, en realidad, a “guerras metafóricas”, es decir, a conflictos diseñados para que no terminen jamás. En la esfera de la economía, algo similar podría decirse del bancomundialista “combate a la pobreza” que, por lo demás, inspira a la práctica totalidad de gobiernos contemporáneos de América Latina.
 
La sofisticada y sanguinaria violación de la soberanía territorial del Ecuador en la remota aldea de Angostura (provincia de Sucumbíos), instrumentada por fuerzas militares estadounidenses, israelíes y colombianas el 1 de  marzo del 2008, con el respaldo logístico de agentes de inteligencia y uniformados “compatriotas”, habría tenido el soporte geopolítico sumariamente descrito.
 
Ironías de la historia, la lectura superficial de ese ignominioso suceso y la proverbial candidez de nuestra diplomacia han determinado que, en la propia administración de Rafael Correa Delgado, el país se encuentre involucrado más que nunca en una guerra que libran en estas tierras el imperio y la oligarquía “paisa”, y para la cual no es previsible ni posible una salida militar.
 
Las calamidades no vienen solas, apunta la sabiduría popular. En los días que corren, una Asamblea Legislativa de mayoría oficialista se encuentra empeñada en fomentar una suerte de balcanización de la República, con la aprobación contra viento y marea de un caotizante Código Orgánico de Organización Territorial, Autonomías y Descentralización (COOTAD), segura fuente de inimaginables pugnas intestinas.
 
¿Cuánto tiempo más tendremos que soportar del encantamiento de nuestras dirigencias con la lógica mortal de los discursos (neo)coloniales?
 
(Texto revisado de la exposición en el Encuentro Internacional “Angostura: dos años después”, evento cumplido en la Universidad Central del Ecuador el 4 de marzo del 2010)
 
- René Báez miembro deInternational Writers Association.
https://www.alainet.org/fr/node/139969?language=en
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