Inventar el porvenir
30/09/2010
- Opinión
Si la educación consiste en poder dirigir la propia vida para ser capaces de afrontar las situaciones que plantea la vida, antes es preciso conocer esta realidad en profundidad y no en las versiones distorsionadas con la que nos golpean los medios, la publicidad y la rutina de las cosas repetidas. Nos tienen de espectadores más que como ciudadanos que participan y se atreven a pensar, a dudar, a disentir y a emprender comprometiéndose.
Afirmaba Jacques Delors, en 1991, que los grandes ejes de la educación para el siglo XXI eran aprender a conocer, a ser y a vivir y, al mismo tiempo, aprender a atrevernos. Porque si sabemos y no nos atrevemos a emprender, seremos como címbalo que retiñe o como agua en un cesto. Porque una proposición no necesita ser verdad para que arrastre a las gentes. Ni una falacia, por mucho que se repita, nunca llegará a ser cierta, pero terminarán por creerla.
No podemos resolver los problemas de hoy con los medios del pasado. Ya escribió McLuhan, “conducimos con el pie en el acelerador pero con la vista fija en el retrovisor”. Es preciso aprovechar las nuevas tecnologías en la revolución de las comunicaciones. Nuestros hijos las dominan y ya no comprenden a voceros y a plumíferos que hablan con engolamiento y escriben con tinta china y pluma de manguillero.
Véase la parafernalia, costes y resultados de la supuesta huelga general. Mientras los sindicatos dependan de los fondos públicos jamás podrán ser auténticos cooperadores en la justicia social y en la defensa de los derechos e intereses de los trabajadores; así como en el desarrollo y buena salud de las empresas, sin las cuales se vendría abajo la estructura social. En Dinamarca, más del 80% de los trabajadores mantienen con sus cuotas a los sindicatos. En otros muchos países avanzados y bien educados alcanzan niveles semejantes. ¿Cómo es posible que en España los militantes de las centrales sindicales que cotizan no alcancen el 15%?
No es posible afirmar los principios democráticos de justicia, solidaridad y libertad sin arrimar el hombro y compartir: partir con los demás en sinergia viva y eficaz. Nos dijeron que teníamos que trabajar juntos para afrontar los problemas de una humanidad explotada y doliente, en la que un 80% padece hambre, enfermedad, ignorancia y miseria, mientras sólo el 20% vivimos con dignidad, aún sabiendo que estamos explotando las riquezas y la mano de obra de otros pueblos empobrecidos.
Nos prometieron todo, pero no hubo ayudas sino préstamos y no hubo cooperación sino explotación: bauxita, madera, coltan, litio, hidrocarburos, opio para la heroína y toda riqueza natural capaz de ser transformado en nuestras sociedades para que rindiera los máximos beneficios. Por eso siguen hablando de “recursos” humanos y naturales. Como si un ser humano pudiera ser un “recurso”, bueno para ser explotado, un instrumento para alcanzar un fin, un objeto de quien por naturaleza, es sujeto que sale al encuentro e interpela. Porque el fundamento de la ciudadanía, antes que el de la democracia, es el reconocimiento de igual dignidad de todos los seres humanos.
No había dinero en el 2000 para conseguir los Objetivos del Milenio, “reducir a la mitad las personas pobres y hambrientas”, pero todo lo que se necesita al año para el Fondo Mundial para la Alimentación se gasta en 15 días en gastos militares.
Recordemos que en ese año se empleaban, cada día, 3.000 millones de dólares en gastos militares y la cifra no ha hecho más que crecer. No había 40.000 millones de dólares para remediar el hambre pero, después del 11 de septiembre, se despilfarraron miles de millones para invadir, destrozar y explotar Irak y Afganistán.
Y cuando, en 2008, se produjo el crack que padecemos todos, se habilitaron 720.000 millones de dólares para rescatar las instituciones financieras en Estados Unidos y 400.000 millones en la Unión Europea. Y el Presidente de la Comunidad europea, Durao Barroso, tuvo el cuajo de afirmar en Camp David que era preciso “reinventar el capitalismo”. Poco le faltó a Bush y a sus mentores del neocapitalismo en una economía de casino para relanzar el libre mercado y reafirmar el poder de los plutócratas que dirigen el mundo. ¿Qué otra cosa fueron los distintos G 8, G 20 sino el poder de una oligarquía financiera?
Convenzámonos, no son los dirigentes políticos quienes gobiernan los estados sino los grandes poderes financieros quienes se sirven de ellos como de administradores para imponer el destino de los pueblos.
Lo que tenemos que hacer es inventar el porvenir. Y recordaba Mayor Zaragoza en una brillante intervención, con palabras de Obama en El Cairo: “para una mejor distribución de la riqueza, en lugar de una época de cambios, queremos un cambio de época”.
- José Carlos García Fajardo es Profesor Emérito de la Universidad Complutense de Madrid (UCM). Director del CCS
https://www.alainet.org/fr/node/144529?language=en
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