Economía: De sangrías, cebas y decrecimiento

20/12/2010
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Muy adecuadamente el economista y Nóbel Joseph Stiglitz definió las políticas de austeridad aplicadas en Irlanda, Grecia, Portugal y otros países europeos como “sangrías médicas”, esa brutal práctica de la medicina antigua que duró hasta finales el siglo 19 y que consistía en desangrar a los enfermos de “diversas maneras, incluyendo el corte de extremidades, uso de la flebotomía o la utilización de sanguijuelas” (Wikipedia) para supuestamente lograr una ‘reacción positiva del organismo’, y que tan funestos resultados tuvo para los pacientes. Otro Nóbel de economía, Paul Krugman, es criticado por Steven Hill –director del Programa de Reforma Política de la New América Foundation- porque propone cebar la economía con estímulos masivos para reactivar la demanda interna, o sea el consumo.
 
Simultáneamente otros economistas piensan que desangrar a los pueblos con políticas de austeridad para seguir enriqueciendo al hipertrofiado sistema financiero o cebar artificialmente las economías mediante estímulos monetarios –tirando dólares desde helicópteros o imprimiendo moneda, como dijo y hace Ben Bernanke, actual presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos (EE.UU.)- y fiscales para hipertrofiar la demanda son alternativas que deben ser rechazadas por sus consecuencias sociales, políticas, económicas y ecológicas, y que “lo que el mundo necesita es figurar cómo las economías avanzadas pueden satisfacer las necesidades de sus pueblos sin apoyarse en las altas tasas de crecimiento impulsadas por las burbujas bursátiles”, escribe Hill.
 
La sangría médica.
 
Tiene razón Stiglitz cuando acusa a esos programas de austeridad basados en el despido de cientos de miles de empleados públicos, en la baja de salarios y el aumento los impuestos que afectan a los sectores más humildes, en los cortes de los presupuestos para la salud, la educación y demás obras sociales de ser un desangre, una larga y controlada hemorragia de la riqueza social practicada con sanguijuelas conocidas como “financieros chupa-sangre”.
 
En Grecia e Irlanda, y pronto en Portugal, España, Hungría y otros países, los pueblos pagarán la socializada deuda privada de los especuladores financieros con el desempleo, el empobrecimiento masivo por una brutal disminución de los salarios y del nivel de vida, y un menor acceso a la educación y la salud, durante un periodo que muchos economistas vaticinan durará muchos años y quizás hasta una década. Como victimas de los programas de austeridad -que fueron y siguen siendo las recetas del Fondo Monetario Internacional (FMI)- los latinoamericanos tenemos una larga experiencia sobre las “sangrías médicas” que dejaron exangües a nuestras economías durante décadas.
 
La ceba.
 
En “Reconsidering Japan and Reconsidering Paul Krugman” (truthout.com), Hill critica dos aspectos en la posición de Krugman: las criticas que hace de Japón y de Alemania, de que ambos países “no están gastando o consumiendo lo suficiente como para estimular sus economías”, y el que se haya convertido en “un falcón del estímulo”. Y se pregunta qué es lo que alemanes y japoneses deben comprar más. Krugman visitó ambos países y sabe que en ninguno de ellos hay falta de bienes materiales o de “baratijas” modernas, y Hill añade que solo los estadunidenses siguen pensando que “necesitan tres refrigeradores, cuatro televisiones y un auto para cada miembro de la familia”, para subrayar que “demasiados economistas tienen todavía que entender que es este modelo económico impulsado por el consumo el que se ha desplomado y quemado”.
 
El argumento de Hill es que mientras este modelo consumerista en EE.UU. ha provocado una gigantesca brecha entre ricos y pobres, dejado una terrible secuela de desempleo, pobreza, de millones de estadunidenses sin acceso a la salud y la educación, aun en la “década perdida” en Japón por la burbuja inmobiliaria de 1990 había solo el 3.0 por ciento de desempleo, ningún ciudadano quedó fuera del sistema de salud y ese país mantuvo el puesto de “la menor desigualdad en materia de ingresos del mundo desarrollado”. Japón y Alemania, según Hill, “son mejores en compartir (con la población) la riqueza producida por sus economías” y por lo tanto no necesitan esas altas tasas de crecimiento que los economistas –entre ellos Krugman- piensan son necesarias para “confirmar sus teorías y cálculos económicos”.
 
¿Qué hacer?
 
La critica de Hill a Krugman y a las propuestas de estimular la demanda interna se basan, como él mismo escribe, en que el crecimiento económico ha dejado de ser el problema central en los países avanzados porque ha sido superada la era de la “economía del goteo” (trickle-down economics), que demostró ser insustentable económica y ecológicamente, y que ahora se trata de lograr sustentabilidad: “Las naciones desarrolladas deben liderar el camino hacia diferentes patrones de desarrollo. Este no es un reto fácil, aunque es el curso que Japón y Alemania han escogido. Si EE.UU. no hubiese tenido tal economía del goteo que ha producido tanta desigualdad, y si compartiera mejor su riqueza, quizás no tuviera tanta necesidad de enormes estímulos fiscales y de crecimiento”.
 
Esta critica subraya la importancia de la red de protección social, los “estabilizadores automáticos” para aminorar los impactos de las crisis económicas coyunturales, que caracterizan los modelos económicos europeos y de Japón y está casi totalmente ausente del modelo económico estadunidense.
 
El crecimiento económico infinito en un mundo finito se ha convertido en el dogma central del llamado neoliberalismo, como lo fue durante periodos de liberalismo comercial en el pasado. El economista francés Jean Gradey escribe en Alternatives Economiques que el capitalismo incrustó en el pensamiento de los pueblos la idea de “una relación estrecha entre crecimiento y progresión universal del bienestar”, porque sus dirigentes saben “que la fe en el crecimiento es la primera condición del apego al sistema”. Y recuerda que grandes economistas del pasado que no tenían nada de anticapitalistas, como John M. Keynes, se pronunciaron “sobre los límites del crecimiento” y de la abundancia material, aconsejando “que es tiempo para que la humanidad aprenda cómo consagrar su energía a otros objetivos que los económicos” (J. M. Keynes, Perspectivas económicas para nuestros nietos, 1930).
 
Gradey pertenece al heterogéneo grupo de economistas y filósofos que promueven el “decrecimiento” en los países ricos, algo que –subraya- no debe ser confundido con el “estado estacionario” al que se referían los economistas del siglo 19. Los economistas del decrecimiento dedican una particular atención a la degradación ecológica, el cambio climático, la desigualdad en los ingresos y la pobreza. En su libro “Adieu á la croiassance” Gradey elabora las perspectivas de “otra modernidad, de bien vivir en un mundo sustentable” y los escenarios alternativos pos-crecimiento, en todos los cuales una condición es imprescindible: una fuerte reducción de las desigualdades sociales, en el mundo y en cada país.
 
Pero, agrega, un futuro sostenible de ninguna manera deberá ser “la reducción de todo, en el empobrecimiento general y la penuria”, sino al contrario, se trata del “desarrollo del bienestar y de la disminución del consumo material en ciertos terrenos. La reducción de las desigualdades es absolutamente decisiva para que todos accedan a modos de vida sostenibles y deseable”.
 
Tal modelo, debatido en foros de economistas y filósofos (1) en varios países europeos implica ruptura con el dominante capitalismo financiero, como aclara Gradey, quien pone en duda “la capacidad misma de un capitalismo reformado para sacarnos de la zona de tempestades (financieras y económicas) a repetición”.
 
Si cuando el río suena es porque agua trae, es entonces probable todo este manantial de críticas y debates del modelo socioeconómico actual en círculos de economistas y pensadores en algún momento llegará al mundo de la política en los países avanzados, donde aun reina el ‘pensamiento único”.
 
 
- Alberto Rabilotta, Toulon.
https://www.alainet.org/fr/node/146341
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