Primera batalla ganada contra el régimen de Mubarak

14/02/2011
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El estallido de alegría del pueblo egipcio ante el anuncio de la renuncia de Hosni Mubarak y el traspaso del poder del Estado al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (CSFFAA), el pasado viernes, refleja la conciencia de una estratégica primera victoria para un pueblo que durante tres semanas mostró una inquebrantable voluntad de derribar un régimen despótico y al servicio de los intereses de Estados Unidos (EEUU) y de poderosos grupos económicos locales y extranjeros.
 
La correlación de fuerzas en esta lucha favorecía al pueblo, pero como se ha visto con el traspaso del poder al CSFFAA, han sido los militares que jugaron hábilmente el papel de arbitro entre el pueblo y el presidente Mubarak quienes recibieron el poder y el mandato de asegurar una incierta transición, porque la lucha continuará mientras se mantenga el sistema que Mubarak construyo durante tres década de poder.
 
El imperio y el “eje del rechazo”
 
Por el momento es importante tratar de entender lo sucedido en los días que precedieron a la renuncia de Mubarak, en particular lo sucedido el jueves 10, cuando el presidente Hosni Mubarak anunció que se aferraba al poder, burlándose de las ansias de libertad y de la pacífica sublevación de los millones de egipcios que estaban reunidos en la Plaza Tahir y otros lugares del país para exigir la salida del Presidente y el fin de su régimen.
 
En esa oportunidad Mubarak también humilló públicamente a la Administración de Barack Obama al rechazar las presiones provenientes de Washington, que en las horas previas había dejado entrever –vía el Pentágono, la CIA, el Departamento de Estado y la Casa Blanca-  que Mubarak partiría y que una transición estaba en marcha en Egipto.
 
Mubarak, un autócrata como hay otros en el Oriente Medio, actuó de esa manera porque estaba apoyándose en las posiciones del gobierno de Israel y del rey de Arabia Saudita, que en los días precedentes intervinieron ante el presidente Obama para que Washington cesara de promover una transición de poder en Egipto, aunque solo fuera para mantener la continuidad del régimen, y mantuviera su apoyo a Mubarak.
 
En suma, los tres aliados estratégicos de EEUU en el Oriente Medio (Israel, Egipto y Arabia Saudita), una parte importante del sistema imperial y los mejores clientes del complejo militaro-industrial estadunidense (el Pentágono, la industria del armamento y de los servicios de seguridad) como lo definió el ex presidente Dwigth Eisenhower, por un momento se convirtieron en el “eje del rechazo” a la política del gobierno Demócrata de Barack Obama, percibida como favorable a cambios que permitan establecer al menos un simulacro de democracia, disminuir las tensiones internas y externas para estabilizar la situación política regional.
 
Los extremistas sionistas que gobiernan en Tel Aviv y los autócratas árabes, como quienes gobiernan Arabia Saudita, rechazan cualquier tipo de cambio que afecte la actual estructura de poder en los países de esa región, que reduzca o elimine una situación de inestabilidad endémica que favorece a intereses locales –justificando los regimenes represivos, la continuidad de la opresión popular y las compras de armamento-,  y sobre todo que afecte a los intereses de quienes se han enriquecido inmensamente y esperan continuar beneficiándose de tal situación.
 
Y no carecen de aliados en EEUU, desde el cabildeo pro-sionista a una importante fracción del Partido Republicano, pasando por las industrias de armamentos y de servicios de seguridad y las transnacionales que en Egipto explotan una mano de obra indefensa ante la violencia y la corrupción del régimen, no sindicalizada y mal pagada.
 
Esto explica que en pasado 9 de febrero y cuando millones de egipcios manifestaban en las calles de todo el país para exigir el cambio de régimen, el subsecretario de Defensa para asuntos de seguridad internacional, Alexander Vershbow, dijera en Washington -según la agencia Reuters-, que “Israel y los Estados árabes tienen un interés común en contener a un Irán (con el arma) nuclear y esto no ha sido afectado por las protestas en Egipto contra el presidente Hosni Mubarak”. Esta declaración se produjo después que el primer ministro israelí Netanyahu advirtiera que “puede haber una revolución islamista al estilo iraní en Egipto si la Hermandad Musulmana que se opone a Mubarak toma eventualmente el poder”.
 
El amo y el esclavo
 
Hasta ahora sólo el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu se había dado el lujo, por la influencia que tiene el cabildeo sionista en el Congreso y los medios de difusión en EEUU, de humillar públicamente al presidente Obama al negarse a frenar la construcción de nuevos asentamientos en Jerusalén y en los territorios palestinos ocupados por Israel, y al obligarlo a abandonar la política de “cambiar territorios por paz” en la negociación con la Autoridad Palestina.
 
Parafraseando al filósofo alemán Friedrich Hegel (1) en su dialéctica de la dominación, de que la existencia del amo es imposible sin la existencia del esclavo, y a la inversa, el poder imperial –de EEUU en este caso- depende de la existencia de Estados extranjeros “clientes” y/o subordinados económica, política o militarmente. No hay imperio sin Estados subordinados, ni lo contrario.
 
Por eso es perfectamente lógico ver al rey Abdullah de Arabia Saudita telefonear al presidente Obama para “sermonearlo” por la “falta de respeto” en el tratamiento de la Casa Blanca hacia Mubarak (The Independent, 11 de febrero), y que el gobierno israelí cabildee en Washington en defensa de Mubarak, o que deje saber que como máximo aceptará un cambio de figuras –al vicepresidente Omar Suleiman, jefe del servicio de inteligencia y amigo de Israel- que mantenga intacto el actual régimen egipcio, o que menos de 24 horas antes de abandonar el poder el mismo Mubarak criticase y denunciara las presiones que en su contra se ejercen desde Washington.
 
En suma, cuando los Estados subordinados le exigen a EEUU que restablezca y respete el orden establecido en el sistema de dominación imperial, que se “respete la estabilidad actual” –lo que quiere decir una  inestabilidad que enriquece a tantos en la región, en EEUU y la Unión Europea-, eso indica que el orden imperial está tambaleándose, que el sistema se ha vuelto inestable y que los “subsistemas”, Israel y los países árabes aliados de Washington, se ven como las próximas “victimas” de la sublevación de los pueblos.
 
Las autoridades sionistas de Israel anticipan el peligro de que las ansias de democracia y de cambios estructurales pongan fin a la “estabilidad” actual basada en “millones de pobres e ignorantes en Egipto, mientras las familias reinantes celebran sus miles de millones de dólares en capital” (2), como escribe Gideon Levy.
 
En un ilustrativo análisis el ensayista estadunidense Ton Engelhardt (3) escribe que después de 20 años de haberse convertido en la única superpotencia, por el desplome de la Unión Soviética y el final de la Guerra Fría, EEUU está ahora emprendiendo el declive de su poder “como el otro derrotado poder de la Guerra Fría”, por lo cual –según Engelhardt, es a partir de los primeros días del 2011 –con la rebelión popular en Túnez y en Egipto- que la Guerra Fría terminó con “el simbólico adiós a todos” de la única superpotencia del planeta.
 
¿El tigre de papel?
 
Engelhardt apunta que la Administración Obama ha estado negociando frenéticamente “detrás de las bambalinas” para retener su poder en influencia en Egipto, pero que no es posible que envíe tropas o intervenga militarmente porque “las intervenciones militares siguen siendo esencialmente inconcebibles. EEUU no puede repetir lo que en 1956 intentaron en el Canal de Suez dos fantasmagóricos poderes imperiales, Gran Bretaña y Francia: “No sucederá. Washington está drenado por años de guerras y de malos tiempos económicos”.
 
Este debilitamiento del imperio, según su análisis, es producto del unilateralismo que dominó la política de Washington desde el fin de la Guerra Fría. La segunda ola de este unilateralismo comenzó después del fatídico 11 de septiembre del 2001 y la decisión del George W. Bush, Dick Cheney, Ronald Rumsfeld y compañía de “drenar la ciénaga global” (como dijeron poco después de los atentados contra el World Center de Nueva York y el Pentágono en Washington). De que proseguirían Al Qaeda (y a todos aquellos a quienes le pusieron la etiqueta de enemigos) con todos los medios militares. Esto llevó a intervenciones en Afganistán, en Pakistán e Irak, y a la idea dominante –continúa- de que el poder militar de EEUU es tan abrumador que Washington podía simplemente avanzar solo en el mundo con ayuda de cualquiera “coalición de contribuidores” que pudiera reunir, y obtener exactamente lo que deseara. Y mientras sembraba el terror con sus intervenciones militares, Bush dejó que Israel siguiera apropiándose de territorios palestinos mediante los asentamientos, que invadiera y destruyera el Líbano en 2006, y devastara Gaza hasta el 2009: “En otras palabras, desde el Líbano hasta Pakistán, el Gran Oriente Medio fue desestabilizado y radicalizado” por esta política de Bush, escribe Engelhardt.
 
Las Fuerzas Armadas en el poder
 
La falta de “palanca” de Washington frente a Mubarak también se explica por las “raíces” del régimen en la economía, por la “confraternidad” entre los ricos y poderosos que durante décadas se han beneficiado de la opresión del pueblo, de su empobrecimiento masivo con la introducción del neoliberalismo, de la corrupción, de la apropiación de tierras, de las coimas y prebendas que extraen cotidianamente del pueblo egipcio y de los inversionistas extranjeros que se instalaron en Egipto en las ultimas décadas.
 
Después de tres semanas de movilizaciones y protestas masivas y pacíficas, con la incorporación en los últimos días de fuerzas sindicales, de profesionales y estratos de la clase media, en términos políticos la correlación de fuerzas pasó a ser indiscutiblemente favorable al campo popular.
 
Pero si frente a esta insurrección popular desarmada se encontraba un régimen políticamente liquidado y sin capacidad de resurrección, no es menos cierto durante toda esta confrontación había un tercer jugador, las Fuerzas Armadas, que desde los primeros días y frente a la furia asesina de los esbirros de Mubarak asumieron el papel de arbitro.
 
Desde el rechazo de Mubarak a abandonar el poder, durante las primeras manifestaciones con millones de egipcios exigiendo la caída del régimen, las Fuerzas Armadas constituyeron la principal carta de Washington para mantener una relativa continuidad en el sistema egipcio (el régimen Mubarak sin Mubarak) e impedir una verdadera revolución. Así lo expreso William Daley, jefe de Gabinete de la Casa Blanca, durante un desayuno en Washington patrocinado por la agencia Bloomberg.
 
Los manifestantes respetan la trayectoria histórica de las Fuerzas Armadas pero al mismo tiempo temen que esta institución sea llevada, como ha sido el caso desde hace seis décadas, a proveer el hombre que “cambios más, cambios menos” mantendrá el régimen, y por ello durante las manifestaciones continuamente reclamaron que los militares se pongan del lado del pueblo y abandonasen la posición de “arbitro” que sería llamado a reprimir el pueblo para defender el régimen de Mubarak, o a llenar el vacío de poder en el caso de una renuncia de Mubarak.
 
Las Fueras Armadas siguen afirmando que “respetarán las reivindicaciones populares” al mismo tiempo que al pronunciarse antes de ser conocida la renuncia de Mubarak confirmaron su apoyo a una transición del régimen bajo la vicepresidencia de Omar Suleiman, algo que la mayoría del pueblo sigue rechazando de plano.
 
Con su millonaria presencia en las calles el pueblo tiene una gran capacidad de forcejeo con los militares, que posiblemente sufren algunas disensiones internas en cuanto al camino a seguir (con el pueblo o al servicio de Washington), que dependen de conscriptos provenientes de los sectores más pobres del país –lo que explica que la jefatura no le diera balas de verdad al personal que operaba los tanques en las zonas donde manifiesta el pueblo-  y que ciertamente reconocen que sus tanques y bombarderos no le servirán de gran cosa si los millones de egipcios deciden continuar la lucha.
 
Pero también se debe incluir en la balanza el enorme peso de los miles de millones de dólares de asistencia militar estadunidense que las fuerzas Armadas egipcias reciben anualmente.
 
¿Qué depara el futuro?
 
 En una sumaria descripción de la composición de clases, de los grupos de intereses y de las representaciones políticas en la sociedad egipcia, el profesor  Paul Amar (4) escribe que los responsables de las numerosas microempresas, los nuevos grupos laborales y las organizaciones barriales para defenderse de la brutalidad policial –que participaron en las manifestaciones-, no comparten la misma posición de clase que los ricos que construyeron su fortuna en las industrias o empresas nacionales, como “los ricos del Consejo de Sabios” que hace unos días se reunió con el vicepresidente Suleiman para “negociar una transición”.
 
Pero a pesar de las diferencias, agrega Amar, hay significantes coincidencias  y afinidades entre los intereses y las políticas de los grupos que patrocinan políticas nacionales de desarrollo, con los “nuevos grupos empresariales de los militares” y los bien organizados y vitales movimientos sociales de jóvenes varones y mujeres. Y agrega que esta confluencia de dinámicas sociales, históricas y económicas asegurarán que este levantamiento popular no quedará reducido a una “foto-oportunidad” para Suleiman y un puñado de los compinches del régimen de Mubarak.
 
- Alberto Rabilotta, La Vèrdiere, Francia
 
Notas:
 
(1) El filósofo alemán Friedrich Hegel (1770-1831) en su “Fenomenológica del espíritu” concluye en que mientras haya dominación o intento de dominación entre seres concientes no puede existir un amo sin esclavo, ni esclavo sin amo.
 (2) Ver el excelente análisis de Gideon Levy “The Middle East does not need stability”, en el diario Haaretz del 10 de febrero.
 (3) Tom Engelhardt (Pox Americana, tomdispatch.com) es cofundador del American Empire Project y dirige el Nation Institure TomDispacht.com.
(4) Ver el análisis de Paul Amar, profesor asociado de Estudios Globales e Internacionales de la Universidad de California, en Santa Bárbara en http://english.aljazeera.net/indepth/opinion/2011/02/20112101030726228.html
 
https://www.alainet.org/fr/node/147540
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