<I>Cámara Pinamar</I>

14/02/2011
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Un boliche de Pinamar ha lanzado un nuevo producto al mercado: en palabras de un informe periodístico: “se trata de una suerte de "cámara Gesell", instalada en el VIP del local bailable, destinada a que los padres de los adolescentes que concurren a la matiné puedan ver cómo se divierten sus hijos, de 13 a 16 años, entre las 20 y las 24. La medida comenzó a aplicarse esta temporada. Para que los padres de los adolescentes no teman por la seguridad de los menores que quieran salir a bailar, el boliche Kú decidió transformarse y permitirles la entrada. Pero sin que sus hijos los vean”. [1] La periodista Luciana Peker lo relata en una muy buena nota publicada por Pagina 12, “Vigilar y veranear”[2].
 
No es mi intención demonizar al mercado, tampoco creer que el problema está en algunos de sus productos (por más sofisticados que parezcan), sino en poner atención en ciertos valores asociados a ellos que suelen transformarse en pautas de acción para las personas. Nos orientan en los modos de vestirnos, de hablarnos, de asegurarnos y especialmente de relacionarnos. Es que formamos parte de una sociedad que viene de ser arrasada por el fundamentalismo de mercado de los `90 como único modo de regulación social, en la que el consumo se transformó en religión y las demandas de seguridad siguen rankeando muy alto en cualquier encuesta. Y por allí gambetea el marketing de la inseguridad  con su “mejor producto”, como único y más eficaz modo de combatir los riesgos y excesos a los que se exponen los más jóvenes. Intranquilidad de los padres que el espectáculo mediático a menudo convierte en pánico, al compás de una sociedad en estado de miedomabiente.
 
Dice el dueño del boliche Así ven cómo se divierten los chicos, es algo muy armónico y contenedor. Es algo muy positivo", y agregó: "El tema es culturizar, y sembrar un granito de arena para mejorar este tema con buena energía".
 
Dicen algunos/as adolescentes”no me gusta porque no confían en nosotros”, “no nos dejan estar libres”.
El “Gran Hermano” de la matiné expresa de manera astuta pero también degradante una peculiar idea de protección de los padres hacia los hijos. Controlar no es ni mala palabra ni lo contrario a cuidar. La cosa se complica especialmente cuando la única forma de cuidado está ligada al control.
 
"Se puede observar cómo se divierten los chicos sin que los chicos se sientan observados", sostiene Gustavo Palmer, dueño del boliche. Aunque su intención sea netamente comercial, aquello que se promociona como el último grito de la pedagogía parental no es otra cosa que una versión tecnológica del panóptico de J.Bentham. Un invento arquitectónico que tiene más de dos siglos a través del cual se podía vigilar a los presos en las cárceles sin que estos advirtieran desde donde eran observados. Dispositivo que resultó muy útil para el disciplinamiento en  otras instituciones como fábricas, escuelas, etc.
 
Algunas personas suponen que espiar a su hijo/a sin ser visto por el o ella aumenta la probabilidad de su “seguridad”. Yo pienso que es una relación inversamente proporcional. Esas personas quizás piensan que se trata de una especie de seguro contra terceros (porque contra todo riesgo ya ni el mercado ofrece). Lo que parece más seguro es que al igual que con un auto, estemos ubicando a nuestro hijo en el lugar de objeto al que solo hay que controlar, y de esa manera lo despojemos de su condición de sujeto,  que nos guste o no irá armando su propio camino, que no es la extensión del nuestro, sino uno propio. 
 
Pareciera que en esta época para muchos la opción es obtener más “seguridad” a costa de perder libertad. Y en tren de pensar en otros modos de cuidar a los adolescentes, me asalta algunas preguntas… quien puede suponer que un pibe que sabe que está siendo observado (y nada menos que por sus padres) va a actuar naturalmente. Más bien podríamos imaginar que si ya posee un celular al estilo “louyac”( avance más que eficaz si nos remontamos unos años atrás) entonces saldrá en búsqueda de otros sitios sin vigilancias, para preservar su espacio de libertad, por más pequeño que sea.
 
La cosa estaría mejor si el control, que sin dudas es necesario, lo combinamos con otros ingredientes que escasean bastante en el mercado de los vínculos padres- hijos: más y mejor diálogo, confianza, respeto, pero también aprender a  bancarnos lo incierto, lo inesperado, que es constitutivo de las nuevas generaciones.
 
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Columna de Educación del lunes 14 de Febrero de 2011, en el programa Uno nunca sabe, por las mañanas de la Radio AM 750. Buenos Aires. Argentina.
 
Gabriel Brener es Lic. Educación (UBA) y Especialista en Gestión y Conducción del Sistema Educativo (FLACSO). Capacitador y asesor de docentes y directivos de escuelas. Co-autor de “Violencia escolar bajo sospecha” 2009 Ed. Miño y Dávila Bs As


[1] Para ampliar información puede leerse la nota y ver informe del informativo de Telefé en http://telefenoticias.com.ar/sociedad/2379 (24/01/2011)
 
https://www.alainet.org/fr/node/147581
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