Escasez de alimentos

09/03/2011
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Dice la Biblia, en una vieja anécdota contada sabiamente, que el faraón egipcio haciendo caso al vaticinio de un joven esclavo, acopió cereales en tiempos de prosperidad para hacer frente a la época de escasez que llegaría después de la abundancia. Pese a los cinco mil años transcurridos desde entonces, no aprendemos la lección y derrochamos en tanto hay abundancia para luego sufrir las consecuencias de los tiempos malos.
 
En realidad, al revés de aquella historia, hoy los faraones son los derrochadores porque, después, hacen cargar las consecuencias de sus abrumadoras imprevisiones a los pueblos que empobrecieron para gozar en abundancia. Los cereales siguen siendo la clave de la prosperidad o la pobreza. Los mercados internacionales han aumentado el precio de estos productos de modo considerable, argumentando el cambio climático que, ciertamente, ha traído calamidades en todo el mundo.
 
Es un argumento sólido. Es cierto: las cosechas en casi todo el mundo han sido destruidas por riadas, inundaciones, granizadas y heladas o, al revés, por falta de lluvias y sequías prolongadas. Los alimentos escasean y quien quiera comprarlos debe pagar un precio más alto. Los costos subieron para hacer frente a las irregularidades climáticas que estamos viviendo. No parece haber debate en este análisis. Todo es consecuencia del cambio climático.
 
¿A qué se debe este cambio? Hace unos cuantos meses, en Cancún, México, se realizó una cumbre en la que Bolivia presentó una propuesta, quizá sería mejor decir apuesta, que todos rechazaron, incluyendo nuestros amigos. ¿Estábamos tan trastornados que apostamos a perder? En realidad, apostamos a advertir y, los hechos, los tozudos hechos, han sido más contundentes de los que, incluso nosotros, esperábamos. Nadie se compromete a reducir la depredación del medio ambiente y, quienes proponen comprometerse, dan lugar a mediaciones que terminan en acuerdos tímidos que, los poderosos faraones, firman a regañadientes. ¿Vale la pena tamaño esfuerzo para tan pobre resultado?
 
La FAO (Organización de Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) y la CEPAL (Comisión Especial para América Latina, también de la ONU) reportan alzas considerables en este rubro. Destacan que, entre enero de 2010 y enero de 2011, hay una fuerte tendencia alcista en Latinoamérica que está controlándose en algunos países pero que, en general, sigue subiendo. El remedio, dicen estos organismos, es que sembremos más, aunque advierten que ninguno de nuestros países tiene capacidad para ser autosuficiente. Y luego sueltan su sentencia: se requiere que los mercados no tengan trabas y sean cada vez más transparentes y competitivos.
 
Los índices inflacionarios, en Bolivia, han sido discretos en estos tiempos de crisis internacional. Ya el año pasado se alzaron voces airadas, pronosticando la caída de la economía nacional. Hoy, esas mismas voces se regocijan anunciando que, en los dos primeros meses del año, se ha llegado a la mitad de la inflación prevista para 2011. ¡Qué felices serían si sus peores pensamientos se hiciesen realidad y dijesen hipócritamente: “¡qué pena que no nos equivocamos!”.
 
Hasta aquí son los hechos, los informes y los comentarios. Veamos ahora la relación entre aquéllos y éstos. El calentamiento global, el cambio climático, los desastres naturales o como quieran llamarlo, redujeron el nivel de las cosechas en todo el mundo. Pero, ¿por qué se produce ese fenómeno? En menos de un siglo –y esto lo saben científicos y profanos- hemos cambiado las condiciones climáticas de forma drástica. Aguas contaminadas, bosques arrasados, hidrocarburos agotados, atmósfera intoxicada, son la causa esencial de esos trastornos. Tímidamente, algunos científicos aducen que estamos viviendo una etapa de cambios que ocurren en forma natural. Asumamos que es cierto; no lo es menos que estamos contribuyendo, con mucho entusiasmo, a que ese cambio se precipite.
 
Claro que el tema no se acaba ahí; tiene efectos económicos. Y aquí, no hay nada que ocurra en forma natural; todo es manejado por personas y, ¡cuándo no!, por quienes tienen en sus manos el manejo financiero mundial. Ganaron más que suficiente en los tiempos de bonanza y quieren ganar más en este periodo de crisis. Esa es la ley del mercado. La única diferencia es que, en bonanza aparecen empresas chicas que hacen el trabajo excedente y, en crisis, esas pequeñas empresas desaparecen porque las grandes absorben el excedente. Así funciona el mercado.
 
En Bolivia ocurre exactamente igual. Los grandes empresarios –relativamente grandes, porque no alcanzan el nivel de nuestros vecinos- venden sus productos fuera del país, donde obtienen mayor ganancia. En un momento dado, hace poco tiempo, incluso hubo escasez de cemento. El combustible salía y sale en grandes cantidades. Los alimentos también. ¿Cómo no va a producirse una inflación mayor a la programada? Para paliar sus efectos, el gobierno está comprando unos y otros en el exterior, a precios de mercado mundial, para venderlos al pueblo a precios inferiores. De algún modo, esto es posible tras haber acumulado fondos para hacer frente a la crisis. Pero no es suficiente.
 
La próxima apuesta debe ser por la soberanía alimentaria. FAO y CEPAL nos dicen que abramos los mercados y, por si hay dudas, añaden que ninguno de nuestros países es capaz de ser autosuficiente. Esa es la historia que nos han vendido desde siempre. Saben que es exactamente al revés. Nuestros países, los empobrecidos, somos capaces de cubrir nuestra demanda interna y exportar. En cambio, los países enriquecidos, requieren de nuestros productos y de nuestras materias primas. Quieren mercados abiertos, para vendernos los suyos a precios elevados y comprarnos los nuestros depreciados.
 
Desde Raúl Prebisch, que fue secretario general de CEPAL por más de una década. La receta ha sido la misma. Le ponen otro envoltorio, lo presentan en forma y tamaño distintos, pero el fondo es el mismo: produzcan más, abran sus mercados y sigan trabajando porque el mundo prosperará con el esfuerzo de ustedes.
 
De modo que, conociendo sobradamente los resultados, apostemos a la soberanía alimentaria. Necesitamos cereales y debemos sembrarlos en cantidades suficientes para nuestro consumo y el de nuestros animales de crianza. Cuando seamos soberanos en alimentación, podremos disponer libremente de nuestras exportaciones. Esa es la regla que hemos aprendido, a fuerza de rompernos la cabeza, siguiendo las propuestas de la FAO, de CEPAL, del Banco Mundial y el FMI.
 
Esto requiere aumentar la frontera agrícola. Se calcula en 16 millones de hectáreas, la extensión de tierras aptas para el cultivo, en Bolivia. Sólo trabajamos 4 millones. Los otros 12 millones están fuera de alcance por falta de caminos. Tenemos que construirlos. Ese esfuerzo deben hacerlo tanto el gobierno central como las gobernaciones y municipios. Ni el gobierno central puede por sí solo, ni tampoco las autoridades regionales. Se trata de una planificación, una inversión y una puesta en marcha conjuntas. Si nos proponemos extender esa frontera en 2 millones cada año, habremos alcanzado la meta en 6 años.
 
Tenemos más de 30 millones de hectáreas aptas para la ganadería. Sólo en el Beni hay al menos la mitad de esa extensión y es allí donde ocurren, un año sí y otro no, inundaciones que impiden toda planificación pecuaria. Hay que invertir y, de nuevo, insistir en que se trata de un esfuerzo conjunto. Planificar primero las previsiones para evitar el daño de las inundaciones. Después, controlar el desborde de los ríos. Con esos controles, desarrollar una política pecuaria que nos permita suministrar los alimentos cárnicos requeridos internamente y luego exportar.
 
Las 5 mil hectáreas que establece la Constitución Política del Estado, como límite para la propiedad agraria, fue una extensión pensada para los ganaderos que estiman en 5 hectáreas el área necesaria para alimentar una cabeza de ganado vacuno. Mil cabezas es un hato importante y manejable. Esos imposibles rebaños superiores a 10 mil cabezas, si los hubiese, no pueden ser controlados; no es cuestión de tener más peones y esto lo saben muy bien los ganaderos. Ya es hora de que trabajemos racionalmente el tema de la ganadería.
 
Y hagamos, de nuestros bosques, reservas naturales para explotar en forma adecuada sus recursos. Es cierto que los pueblos indígenas cuidaron siempre de esos territorios, que son su ámbito de vida. Pero también es cierto que, la miseria en que viven, muchas veces los lleva a aceptar tratos dolosos que depredan los bosques. Hay que vigilar junto con ellos y castigar a los invasores armados de motosierras.
 
En conclusión: CEPAL y FAO nos dan la alerta de que, el problema alimentario es mundial y se agravará en los próximos años, por efecto de los cambios climáticos. Pero no cometamos el error de seguir sus planes. Trabajemos por la autosuficiencia alimentaria.
 
- Antonio Peredo Leigue es periodista, senador del Movimiento al Socialismo (MAS) de Bolivia.
 
https://www.alainet.org/fr/node/148109?language=en

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