Libia, otra vez el petróleo
20/03/2011
- Opinión
La nueva Administración estadounidense, más informada e inteligente que la anterior, ha manejado la problemática de Libia, buscando una supuesta participación internacional en la toma final de decisiones.
Siempre que las grandes potencias asumen posiciones respecto a las pequeñas naciones, poniendo excesivo énfasis en la “comunidad internacional”, tenemos derecho a desconfiar. Especialmente porque lo primero que debemos hacer es cuál es su definición de “comunidad internacional”.
Estados Unidos acostumbra referirse a los problemas de otros países como si le correspondiera en puridad, no solo la solución del conflicto, sino el tipo de políticas a seguir por esos gobiernos. Más que sugerir, imparte órdenes.
Cuando surgieron los primeros brotes de protesta en Túnez y más tarde en Egipto, Washington abogó por “soluciones negociadas entre las partes”: gobierno y manifestantes. Los gobernantes de ambas naciones eran aliados de Estados Unidos. No fue hasta que el ejército, la policía y los principales miembros del orden interior, optaron por demandar la renuncia de sus Jefes de Estado, que la Casa Blanca exigió, con ese complejo de mando que la caracteriza, que Mubarak y Alí abandonaran el mando.
Libia es otro pastel o quizás un cordero envenenado. En vista de esta circunstancia Estados Unidos ha recurrido al “apoyo internacional” que, en este caso, es el apoyo de Alemania, Reino Unido, Italia, Francia, Canadá y Japón. Este grupo, junto con Estados Unidos, se conoce con el nombre de G-7. Pero antes de iniciar estas gestiones que permitan la imagen de una actuación internacional mancomunada, Obama ya había declarado que Gadafi tiene que irse porque “ha perdido el poder para gobernar”. Ni siquiera esperó el mencionado “apoyo internacional”.
La intención de crear una zona de prohibición de vuelo sobre Libia, fue aprobada por el Consejo de Seguridad de la ONU el jueves 17 de marzo. Estados Unidos no estaba muy conforme con esa reunión porque imaginaba que la reacción de Rusia y China no serían favorables y ya tenía de su lado a Francia e Inglaterra, para comenzar una acción militar.
Los chinos han vetado muy pocas veces, pero cuando abrigan dudas de la practicidad de las propuestas, optan por la abstención. Conforme a esa tradición de no opinar, echarse a un lado y esperar, fue que actuaron nuevamente en esta ocasión.
Solamente Alemania, uno de los aliados estadounidenses del G-7 decidió abstenerse y expresar sus motivos. La dirección política de ese país considera extremadamente peligroso un ataque militar a Libia, por las enormes probabilidades de que ocurra una guerra civil de difícil control. También se abstuvieron India y Brasil.
El caso de Libia a diferencia de Túnez y Libia, se parece más al de Barhain, donde la fuerza pública ha reprimido las protestas aceptando inclusive la entrada de dos mil soldados de Arabia Saudita.
Estados Unidos reiteradamente ha enarbolado su bandera de doble rasero político.
No critico que cada cual arrime la brasa a su sardina, pero hay una elegancia política, si queremos llamarla de alguna manera, que debe primar por encima de la arrogancia, junto a un mínimo sentido de justicia y respeto ajeno.
Vivimos en un mundo múltiple, donde si bien Estados Unidos tiene el mayor poder militar, otros han crecido económicamente, hasta el punto de que China ya le pisa los talones, no solo en el aspecto productivo sino en tecnología militar. En menos de veinte años, China ha transformado el país, sin necesidad de apelar a extraordinarios métodos opresivos y sin llegar a las cruentas represalias de la URSS, ni volver a aplicar algunos de los excesos de Deng Xiaoping durante los primeros doce años de su mandato.
China, sin renunciar a su discurso de organizar un mundo más justo, con una mejor distribución de la riqueza y acceso para todos a los servicios básicos a la vida, ve con buenos ojos los movimientos sociales y los justos reclamos de los pueblos por mejorar sus condiciones, pero respeta y reconoce la obligación de los Estados a la hora de imponer el mando y el cumplimiento de la Ley.
El movimiento social que tiene lugar en Medio Oriente está más bien vinculado al rechazo del autoritarismo y poner fin a la corrupción creada por poderes omnímodos y absolutos, que a un cambio en las formas de producción y administración. No claman por una revolución, sino por el derecho a respirar. Aspiran al mismo orden social alcanzado por Europa en el Siglo XIX y que también, por razones históricas y geográficas, pudieron organizarse con fluidez en el Norte de América, tanto en Estados Unidos como en Canadá.
En Barhain y Libia existe un enfrentamiento de grupos sociales con la fuerza pública, lo cual no llegó a suceder en Egipto y Túnez, donde los cuerpos militares y represivos se sumaron a la protesta.
En situaciones como estas, el camino adecuado, al margen de simpatías, es apoyar al gobierno de Libia frente a la actitud de anarquía y violación del orden público creado por los manifestantes. Al mismo tiempo se impone buscar vías que favorezcan un entendimiento entre las partes, porque no caben dudas que existe un amplio sector poblacional, capaz de tomar ciudades y paralizar parcialmente el país. Por consiguiente la protesta debe ser escuchada y canalizada. Pero la integridad territorial debe ser defendida en una región donde las tendencias tribales constituyen un disperso núcleo central del poder. Gadafi ha perdido la capacidad que en los primeros años unificó el país, en función de profundas reformas que fueron beneficiosas para la mayoría, pero aún conserva algo de su autoridad moral.
Barhain tiene la misma situación, excepto que dicho enclave gravita en la órbita de Arabia Saudita y juntos favorecen la presencia de una fuerza naval estadounidense y una producción petrolera sensible a los intereses industriales y financieros de Estados Unidos.
Esta diferencia geopolítica y económica es la que lleva a los colonizadores europeos a asumir una actitud de parcialidad total, apoyando al gobierno de Barhain en sus represalias y desautorizando al de Libia.
Gadafi ha sido una veleta. Ha sido socialista, panárabe, nacionalista y anticomunista. En una época practicó el terrorismo. Luego se retractó e incluso pagó indemnización por la voladura de un avión de pasaje de Panam en 1988. En tiempos de George W. Bush llegó al acuerdo de suspender los planes nucleares y la producción de armamento químico a cambio de no aparecer en la lista negra de Washington, como uno de los países que apoyan el terrorismo.
Todo esto obliga a ser cautelosos. Quizás por eso los chinos quieren observar los toros desde la barrera. Pero con seguridad gritarán si detectan una desestabilización que solo sirva para beneficiar a Estados Unidos y sus aliados.
La revuelta al interior de ese territorio de casi dos millones de kilómetros cuadrados es irrelevante para Europa y para Washington. Lo importante es una parte de la costa norte, hacia el este, donde están los pozos petroleros. Todo indica que en esa zona concentrarán los esfuerzos de vigilancia aérea, con un costo aproximado de cuatro millones de dólares a la semana. El Pentágono plantea concentrar allí dicha actividad puesto que vigilar la enorme distancia de la costa de Libia, representaría un desembolso cercano a los cien millones.
El escenario que presenciamos nos vuelve a llevar nuevamente al criterio de siempre. No se trata de salvar civiles, el derecho al voto y ni siquiera las facilidades comerciales.
El asunto es simple:
¡Es el petróleo idiota, es el petróleo! Esperar para ver.
Miami, 21 de Marzo del 2011
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Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en los EEUU y subdirector de Radio Miami
https://www.alainet.org/fr/node/148457
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