Maldita sea la cruz…

20/04/2011
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Maldita sea la cruz
que cargamos sin amor
como una fatal herencia.
 
Maldita sea la cruz
que echamos sobre los hombros
de los hermanos pequeños.
 
Maldita sea la cruz
que no quebramos a golpes
de libertad solidaria,
desnudos para la entrega,
rebeldes contra la muerte.
 
Maldita sea la cruz
que exhiben los opresores
en las paredes del banco,
detrás del trono impasible,
en el blasón de las armas,
sobre el escote del lujo,
ante los ojos del miedo.
 
                        Maldita sea la cruz
 
que el poder hinca en el Pueblo,
en nombre de Dios quizás.
 
                        Maldita sea la cruz
 
que la Iglesia justifica
- quizás en nombre de Cristo-
cuando debiera abrasarla
en llamas de profecía.
 
¡Maldita sea la cruz
que no pueda ser La Cruz!
 
Pedro Casaldáliga
 
Estos versos del obispo Pedro Casaldáliga, son un revulsivo frente al sentido expiatorio, que hemos dado a la cruz y jamás tuvo.
 
La cruz, en culturas anteriores al cristianismo, es símbolo del sol y de la vida. ero en otros pueblos y culturas (babilonios, egipcios, griegos, romanos...) se convirtió en instrumento de tortura y de muerte para esclavos, sediciosos y prisioneros enemigos.
 
Los que detentaban el poder, se creían hacerlo en nombre de Dios y en nombre de Dios (para tranquilidad de su conciencia) castigaban al culpable con el instrumento de la cruz.
 
Jesús fue uno más entre los miles de crucificados por amenazar al imperio de Roma y a la religión del Templo de Jerusalén. Una crucifixión realizada por el poder más injusto y violento, no por la voluntad de Dios.
 
Los cristianos llegamos a interpretar la crucifixión de Jesús como un sacrificio y castigo queridos por Dios, debido a los pecados de la humanidad. Con esos pecados cargaba Jesús, el justo, su hijo, y así podía    -a través de su muerte- expiar por ellos y reparar la ofensa de Dios. A este dios se han consagrado templos, doctrinas y prácticas penitenciales.
 
Ha sido uno de los más graves malentendidos de la historia y que todavía perdura en nuestros días.
 
Este dios sádico, gozoso de hacer sufrir a sus creaturas y que cuando lo ofenden, reclama airado expiación, es un dios ajeno totalmente a la vida y enseñanza de Jesús.
 
El Dios de Jesús es un Dios compasivo, con entrañas, volcado como una madre hacia el bien de todos. El Dios de Jesús no es el dios santo del Templo, que discrimina y excluye al pueblo y enaltece a los sacerdotes; que bendice a sus elegidos y maldice a los paganos; que bendice a los piadosos y observantes de Ley y maldice a los pecadores; que bendice a los sanos y maldice a los enfermos.
 
Para Jesús, lo que califica y define a Dios   es su amor, su compasión; en su corazón caben todos: paganos, pecadores, impuros. Dios ama sin excluir a nadie. El Reino de Dios, que Jesús anuncia, no se va construir aniquilando a los enemigos y a los impíos, sino dando preferencia a los últimos de la sociedad, a los más necesitados, indefensos y  olvidados.
 
A Jesús lo que le importa de verdad es el sufrimiento: la gente que sufre y la gente que hace sufrir. Y todo el que sufre o hacer sufrir necesita sanación, liberación.
 
Hoy sabemos perfectamente que el Dios de Jesús no pide sangre, ni sacrificios, ni inmolación alguna por nuestros pecados. Ese tipo de “religión” expiatoria no salva ni libera. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados.
 
Jesús fue violentamente asesinado – crucificado a las afueras la ciudad- no porque Dios lo pidiera o necesitara, sino por haber vivido como vivió: en bondad, en amor, en justicia, en libertad y compasión solidaria, solidaria sobre todo con los últimos y más necesitados.
 
Por eso, es bendito entre los crucificados, aunque es maldita su cruz y la de todos los crucificados.
 
 - Benjamín Forcano es sacerdote y teólogo.
https://www.alainet.org/fr/node/149269
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