Degeneración de diálogo o diálogo entre generaciones
- Opinión
Buena parte de los ingresos a cualquier lado requieren algunos códigos, ciertas pautas que se transforman en algún tipo de pasaporte. Ya sea a un (primer) empleo, a un cajero automático o al “feisbuc”.
La escuela moderna que asociamos a Sarmiento y la ley 1420, de inmensos edificios, de bustos y rituales ilustres, de “altaenelcieelo”, de maestras y profesores, de cuentas, ríos y preposiciones, forman parte de toda una arquitectura escolar que formateó a través de la letra escrita y la lectura prolija a muchas generaciones. Podríamos decir que esa escuela fue, tal como la conocimos, todo un pasaporte de ciudadanía. Más allá que el valor del pasaporte y por ende la jerarquía de los códigos de barra de cada uno también estuvieron y siguen estando asociados a otras distinciones (como clase social, lugar de residencia, accesos culturales, tecnológicos, etc.). Los adultos que hoy somos docentes del sistema educativo fuimos formateados por esa escuela con edificios del siglo XIX, contenidos, normas, pizarrones y tizas del siglo XX, pero nuestra razón de ser y estar en la escuela tiene que ver con niños y adolescentes que laten el ritmo cardiaco del siglo XXI, del relato audiovisual, de la cibercultura, y el celular como prótesis, como extensión del pulgar y brújula. De alguna manera, vivimos sensaciones paradójicas. Aunque conocemos aquello que enseñamos, (la materia, las normas, ciertos procedimientos, o lo que sea) también somos, de alguna manera, extranjeros que tenemos que proveer de pasaportes a los nacidos y criados. Mas precisamente, si de tecnología digital se trata, los adultos somos forasteros y nuestros hijos o alumnos son los nativos.
Las netbooks hacen más visible esta paradoja y su propia condición portátil, contrasta con una tradición de lo estable, lo fijo, y por ende controlable de los objetos y las personas en las escuelas. Su sola presencia, que es masiva y justa en términos de política educativa pública, prioriza a un sector de la población largamente postergado en términos de acceso cultural, y se materializa en los adolescentes de las escuelas públicas, acortando la brecha de desigualdad, en lo que a acceso tecnológico se refiere. Al mismo tiempo se abren provechosas discusiones sobre qué, cómo, por dónde encarar este ambicioso proyecto educativo y también qué hacer entre adultos, espacios de reflexión y capacitación más que relevantes.
Esta paradoja o inversión intermitente de lugares entre adultos y alumnos, resulta claramente disruptiva respecto del modelo de autoridad con que se identificó mucho tiempo la cultura escolar. Modelo adultocéntrico, de única dirección, más cerca siempre de la imposición que de algún tipo de negociación. Se presenta entonces un gran desafío, de esos que son como abrir la puerta de una habitación a oscuras. Paradoja que pone en tensión la apelación a la nostalgia de un pasado que fue mejor con la ocasión de animarse a un cambio. Pero no un cambio cosmético, al que los docentes a veces le hacemos el juego, sino a uno sincero, de ese que nos pone a la intemperie, porque no sabe de recetas y planes, no tiene seguro contra terceros y significa asumir riesgos. Supone ceder algo del control, porque somos concientes que hay cosas para modificar de ese inquebrantable modelo adultocéntrico, intocable durante mucho tiempo y que resulta claramente ineficaz.
Será cuestión de practicar aquello de que el mapa no es el territorio, en la medida que aunque conozcamos muy bien la idea con la que vamos, nuestra pregunta no será solo aquella que dispone siempre de una respuesta de antemano. Y eso ofrece un reto interesante, si podemos formular preguntas que inviten a pensar, que incomoden y muevan el deseo de saber. Será cuestión de aprender a entrar y salir de escena, siendo artífices del guión y por momentos quizás, alguno de los personajes, animando escenas que alienten a los adolescentes a sentirse parte, alejándolos del lugar de espectador pasivo que solo sentencia con el control remoto. Escenas que requerirán de insistencia, que habrá que sostener incluso cuando parece que no se puede, sabiendo que habrá enojos e interrupciones, amagues y sinsabores. Conocer y abrir mundos suponen esfuerzo y protagonismo, aunque la inercia nos-los recueste en el corto plazo del zapping. Habrá que bancar y sostener la distancia de la asimetría que significa hacerse garante del cuidado, del dialogo y la enseñanza de los mas jóvenes, asimetría que conlleva variaciones pero nunca la dimisión del adulto.
Y a no engañarse con esas falacias del reemplazo del hombre por la máquina, porque ni Skinner y su invento de la maquina de enseñar con toda la fuerza del imperio taylofordista en su apogeo, pudieron torcer o evitar la centralidad del docente. Pero claro, lo que hoy resulta imperioso es dotar de significado la asimetría entre adultos y alumnos , que no viene dada de antemano, será cuestión de volver a autorizarnos frente a ellos pero con la certeza que dicha asimetría supone alteraciones , y que quien enseña aprende y viceversa.
Habrá que animarse al imprevisible, incómodo pero fascinante sendero que supone ser docente o adulto referente. Que el asunto está en ofrecer medios de orientación, sabiendo que no son todos, que hay otros, pero que tienen el valor agregado de la escuela, ámbito privilegiado para ensayar y practicar ciudadanía.
La escuela media fue pensada para pocos, y la actual escuela secundaria se propone incluir a todos los adolescentes en edad de asistir, asunto que pone más en evidencia que muchas veces se trata de una institución sobredemandada y subdotada. Las Netbooks son una enorme posibilidad para dar batalla, para abrir mundos y derribar fronteras, con el saber y entre generaciones, son una oportunidad para fortalecer el nuevo pasaporte de cada adolescente.
- Gabriel Brener es Lic. en Ciencias de
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