Voracidad consumista
09/07/2011
- Opinión
Para el filósofo Edgar Morin la ciencia, al buscar autonomía fuera de la tutela de la religión y de la filosofía, sobrepasó sus límites éticos, como la producción de armas de destrucción masiva. Los científicos no disponen de recursos para controlar su propia obra. Hay un divorcio entre la cultura científica y la humanista.
Ejemplo paradigmático de ese divorcio es la actual crisis económica. ¿Quién es el acusado? ¿El mercado? Decir que sí es lo mismo que atribuir al ordenador la responsabilidad por una novela de pésima calidad literaria.
Uno de los síntomas nefastos de los tiempos en que vivimos es el intento de reducir la ética a la esfera privada. Fuera de ella todo es permitido, en especial cuando se trata de reforzar el poder y aumentar la riqueza. Obama admitió que se torturaba a los prisioneros para localizar la pista de Bin Laden y no hubo protestas con vehemencia suficiente para hacerle enrojecer de vergüenza.
La globocolonización, inaugurada con la caída del muro de Berlín, está conociendo ahora su primera crisis económica. Y ésta explota en el seno de la fragmentación de la modernidad. “Todo lo que es sólido se disuelve en el aire…” Se le podría añadir: “y lo insólito en el bar”.
Desmenuzadas las grandes narraciones que dirigían la modernidad, se abre amplio espacio al relativismo. El proyecto emancipatorio se diluye en el terrorismo y en el asistencialismo compensatorio ansioso de votos. El futuro se desvanece.
Para los heraldos del neoliberalismo “la historia terminó”. El presente es hoy el movimiento perpetuo. El pasado, mera evocación, como la pintura que se contempla en la pared de un museo. Nada de intentar arreglar cuentas con él. Gracias a las nuevas tecnologías el espacio se contrajo y el tiempo se aceleró. El otro cabo del mundo está ahí, y lo que sucede allá es visto acá en tiempo real. Todo eso impacta nuestros paradigmas y nuestra escala de valores. Paradigmas y valores que suenan a cuentos de la buena pipa comparados con los ensayos de bionanotecnología.
El mundo real se escindió y ya no está a la altura de su doble virtual. Vía internet, cualquiera puede asumir múltiples identidades y los más contradictorios discursos. Ahora todos pueden ser simulacros de sí mismos.
Ya no hay propuestas libertarias que fomenten utopías, nutran esperanzas y siembren optimismo. Al mirar por la ventana no hay horizonte. Lo que se ve refuerza el pesimismo: el calentamiento global, la jarana especulativa, la ausencia de ética en la lucha política, la ley del más fuerte en las relaciones internacionales, la no sustentabilidad del planeta.
Si no hay futuro que construir vale la regla del prisionero confinado a su celda: aprovechar al máximo el aquí y el ahora. Ya no interesan los principios, lo que importa son los resultados. El sexo se disocia del amor como los negocios de la actividad productiva.
La cultura del consumismo desencadena dos reacciones contradictorias: el afán por la adquisición de lo nuevo y la frustración por no haber tenido tiempo suficiente para usufructuar lo ‘viejo’ adquirido ayer… La competitividad rige las relaciones entre personas e instituciones. Todos somos atacados por una permanente sensación de insaciabilidad. Nada llena el corazón humano. Y lo que podría llenarlo ya no forma parte de nuestro universo teleológico: el sentido de la vida como fenómeno, no sólo biológico, sino sobre todo biográfico, histórico.
Ahora la voracidad consumista proclama la fe que identifica el infinito en los bienes finitos. El principio del límite es visto como anacrónico. Mala suerte nuestra, porque todo sistema tiene su límite, desde la vida humana hasta el mercado. Sabemos por propia experiencia lo que sucede cuando se intenta ignorar los límites: el sistema se paraliza. Pero tratándose de finanzas nadie creía en ello. La riqueza de los dueños del mundo parecía brotar de un pozo sin fondo.
En este proceso se perdieron dos dimensiones de la modernidad: la dignidad del ciudadano y el contrato social. Marx sabía que la burguesía, en sus orígenes, era una clase revolucionaria. Lo que desconocía es que revolucionaría el mundo de tal forma hasta exterminar la propia cultura burguesa. Los valores de la modernidad se evaporan como consecuencia de la mercantilización de todo: sentimientos, ideas, productos y sueños.
Para el neoliberalismo la sociedad no existe, existen los individuos. Y éstos cada vez más cambian la libertad por la seguridad. Lo cual robustece este ejemplo singular de mercantilización posmoderna: la enconada disputa por el control del mercado de las almas. Las religiones tradicionales pierden sus espacios territoriales y el número de fieles. Ahora en el bazar de las supersticiones la religión no promete el cielo sino la prosperidad; no promete salvación sino seguridad; no promete el amor de Dios sino el final del dolor; no suscita compromiso sino consuelo.
De este modo el amor y el idealismo quedan relegados al reino de las palabras inocuas. Lo que importa es el lucro y el provecho personal. (Traducción de J.L.Burguet)
- Frei Betto es escritor, autor de “Cartas desde la cárcel”, entre otros libros. http://www.freibetto.org/> twitter:@freibetto.
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