“Niños del Arcoíris”
06/05/2012
- Opinión
“Tal vez la vida no valga nada, pero
nada vale lo que vale la vida”.
MICHEL MAFFESOLi
Iconologías: Nuestras Idolatrías Postmodernas, p.49
Desde la masacre de Noruega—hace ya un año—perpetrada por un fanático que quiere “salvar al mundo”, se suceden los análisis e interpretaciones más variadas. Siendo que en menores escalas barbaridades como estas suelen ocurrir en escuelas donde algún desquiciado dispara a mansalva, entonces el fenómeno se “normaliza” como un “accidente”. Esa surte de Banalización del Mal de la que tanto nos habló Jean Baudrillard está en la base de este metabolismo simbólico mediante el cual la sociedad somatiza este choque brutal… para seguir viviendo.
Pero en la terrible tragedia de Noruega hay algo particular: se trata de la condensación en una persona de toda la carga destructiva que puede contener un coctel ideológico compuesto de odios infinitos alimentados por creencias etno-religiosas, prejuicios raciales, inculcación nazi-fascista, ultra-nacionalismo enfermizo, eurocentrismo primitivo, ultra-derechismo político, rechazo visceral a toda izquierda. La matanza que llevó a cabo, el modo como lo hizo y sus macabras “explicaciones” durante el juicio, son elocuente testimonio de lo que es capaz un ser humano poseído por una amalgama ideológica como la descrita (con sus agregados de biografía personal, que nunca faltan).
Sobrecoge uno de los tantos alucinados alegatos de este “monstruo noruego”: su revulsión al escuchar una popularísima canción de ese país que anda en el imaginario popular como una suerte de “segundo himno nacional” (como se dice en Venezuela de nuestra “Alma Llanera”). Esta canción—“Niños del Arcoíris”—es una hermosa evocación de convivencia, de vida y de paz; su letra y música es una impecable alegoría a la libertad y la solidaridad. ¿Qué clase de retorsión psíquica se produce en la mente de este asesino para que la recepción de esta música suscite en su mente más ganas de matar? ¿Imagina usted el revoltillo de pulsiones ideológicas, afectivas, éticas, estéticas que están allí operando?
Lo que estoy insinuando es que la desgracia de Noruega no puede ser leída simplistamente como la ocurrencia de un “loco” que puede estar en cualquier parte, “porque el mundo es así”. Hay allí un componente que no está asociado a una situación de exposición directa a la tragedia de la guerra (como en cualquier país invadido donde se vive a diario la violencia extrema). Al contario, hablamos de la apacible Noruega donde estas cosas parecen “lejanas” y donde su gente cultiva modos de convivencia que son ejemplo para el mundo. Paradójicamente, allí también es posible que un personaje construya su propia jaula, invente sus propios lentes para mirar la realidad, que amalgame durante años estas placas de odios, resentimientos, desprecios y exclusiones. No importa si es por cuenta propia o en el seno de grupos nazi-fascista donde se colectivizan esos valores mortíferos. Lo que importa saber es que ese fenómeno existe—aunque no sea hoy una generalización alarmante en todos lados--, que la sociedad no tiene resortes naturales para atajar su ocurrencia y tal vez tampoco para comprender el fondo del asunto.
Nos recordaba Jean Baudrillard (en el aquel escandaloso libro: La guerra del Golfo nunca existió) que el drama de la violencia es que “se ha hecho simbólica”. Es decir, no sólo ocurre brutalmente con su saldo infernal de muerte y destrucción como lo vemos a diario, sino que esa violencia también está en la subjetividad de millones de seres humanos como parte de su vida, como alternativa a la miseria que viven, como realidad impuesta por la fuerza, como parte de las estrategias imperiales de dominio. Esos contextos no pueden ignorarse al momento de intentar entender una tragedia tan conmocionante como la ocurrida en Noruega hace un año.
Esa sociedad está traumatizada por esos hechos y no es para menor. Fortalece ver el espectáculo maravilloso de miles de noruegos con sus flores en alto cantando en comunión: “Niños del Arcoíris”.
https://www.alainet.org/fr/node/157727
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