La crisis y su solución

28/10/2012
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La crisis y su solución
 
¿Acumular o compartir?
 
Todos sabemos de sobras que la vida humana, la convivencia, no se da sin problemas. Y, a veces, pensamos que no tiene remedio, que irá a peor y que en lugar de arreglarse se complicará cada vez más. Lo estamos viendo en nuestros días con una crisis espantosa, que afecta a muchos de manera grave, que aumenta sin cesar la escasez, la privación, el sacrificio, los recortes. Pero los recortes no para los que más tienen sino para los que menos y les toca sufrir escasez y pobreza. La preocupación y la desesperación no tocan a los que han provocado la crisis sino a otros muchos que la están sufriendo por culpa de esta serie de irresponsables y sinvergüenzas.
 
Es cierta la crisis y es grave. Pero no vale la solución que nos proponen. Andan equivocados, porque unos y otros, los poderosos, no se apean de su poder, de su avaricia, de sus lujos, de su egoísmo... Y, así, no hay solución. No porque no la haya sino porque no la queremos.
 
La solución está al alcance de nuestra mano. Hay que vivir con dignidad, con amor, sin romper la unidad de unos con otros, manteniendo el espíritu de la fraternidad universal, el único que nos llevará al respeto, la solidaridad, la ayuda mutua, a la paz de unos con otros.
 
La solución existe. Existe a nivel individual, familiar, social, político, internacional. Existe porque existen recursos suficientes para todos, sobran. No falta dinero, sobran ladrones, ladrones de guante blanco, que hacen y enarbolan las leyes y son los primeros que no las cumplen o que las utilizan para manipular, engañar y explotar.
 
Esto es lo que sobra: prepotencia, egoísmo, avaricia.
 
Como personas humanas todos tenemos una misma dignidad y unos mismos derechos. Y a nadie se le puede negar el derecho a vivir con dignidad y reconocimiento de sus derechos. Como personas, todos llevamos impresa en el corazón ley del amor y no del egoísmo: "el hombre es, para el hombre, hermano y no lobo".
 
Y las cosas materiales podrán ser y tener gran precio, pero ninguna de ellas tiene el valor de una persona, porque la persona es sgrada, tiene un valor infinito, y las cosas precio, limitado, no valor.Todas las cosas juntas no valen lo que vale una sola persona.
 
Lo que pasa es que hay ideologías, filosofías y políticas aberrantes, que quieren mercantilizar todo, incluida la persona, la persona sería una cosa más, una mercancía que se vende o se compra. Ese es el capitalismo de nuestros días, al que Hinkelammert llama cínico.
 
Se ha desatado en muchas partes la infamia del egoísmo, la bandera de la dominación y explotación, la inhumanidad de ver como irremediable la miseria, el hambre, la desigualdad, el escándalo de que unos naden en la abundancia y otros perezcan en las miseria.
 
Pero, está claro, no es la solución, venga de donde viniere. Fracasará.
 
La solución está en nuestra mente, en nuestro corazón y en nuestras manos: debemos llevarnos con amor, ayudarnos los unos a los otros, ser solidarios, actuar los unos con los otros como hermanos.
 
Estoy seguro que si obramos así no habrá crisis que pueda contra nosotros. Tenemos más de lo que necesitamos, nos sobra, pero tenemos que compartirlo.
 
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Por una política personal, democrática y multicultural posnacionalista
 
1. Primero de todo PERSONAS
 
Estamos zarandeando muchos conceptos sobre nuestra convivencia humana, individual y colectiva. Y no sé si, en medio de las prisas y pasión, tenemos sosiego para poner las cosas en su sitio, con el valor que les corresponde. Simplemente que nos paremos un poco a ponderar lo que somos y aquello por lo que luchamos, no sea que concentremos las energías allí donde todo es relativo y secundario y descuidemos lo esencial.
 
Unos y otros, desde nuestras respectivas perspectivas, no olvidemos que primero de todo somos personas con una dignidad, derechos y valores universales y, por tanto, irrenunciables, en cualquier lugar, cultura o país del mundo. Las fronteras, los territorios, las lenguas, las culturas, los credos y las religiones son relativas, no así la dignidad de la persona, que nos hace acreedores en todas partes a obrar como tales y a que se nos acoja y respete como tales.
 
Yo no sé si habrá habido algún momento de la historia en que los hombres se hayan relacionado tanto como en la nuestra. Pero sí sé que la intensísima relación de nuestros días no ha servido, como debiera, para que los hombres aumentaran el respeto, la justicia, la cooperación y la paz.
 
Nunca tanta riqueza y nunca tanta pobreza; nunca tanto intercambio sociocultural y político y nunca tanta desconfianza y hostilidad; nunca tanta comunicación y nunca tantas barreras para una veraz información; nunca tanta declaración de igualdad y soberanía de las naciones y nunca tan descarada práctica de invasión, dominación y guerra; nunca tanta proclamación de derechos humanos y nunca tanta conculcación de los mismos.
 
La conciencia de que ninguna nación debe prosperar a base de explotar y dominar a otra, crece; la conciencia de que ningún ser humano debe ser explotado por otro, crece; la conciencia de que ninguna religión es única y superior y debe imponerse a los demás, crece; la conciencia de que todo sistema económico, que no sirva para remediar las necesidades humanas de todos es injusto, crece; la conciencia de que los pueblos están llamados a entenderse, colaborar y solucionar juntos las grandes causas de la humanidad, crece.
 
La humanidad rechaza la omnipresente y voraz mercancía de la globalización neoliberal. Lo que no es bueno para todos, no puede serlo para uno o para una lista de grupos particulares. La humanidad es una y tiene vocación de justicia, de fraternidad, de libertad y de paz para todos.
 
Demasiadas veces en la historia nos hemos peleado a causa de nuestras diferencias. Nadie pretendía actuar desde el plano de la igualdad sino desde la superioridad y del dominio. Y, por mantener esa superioridad hemos perdido hasta la vida y hecho de la tierra, nuestra casa común, lugar de dolor y conflicto permanente.
 
Hoy, la conciencia avanza imparable por los caminos que hace 2.000 años, señaló Jesús de Nazaret: Dios no hay más que uno, el del Amor, y la vida de cada hombre vale lo mismo. El valor de la vida está en sí, en cada persona, sin ceder a ninguna idolatría de patria, raza, religión, clase o género.
 
Jamás hechos, circunstancias o notas accidentales pueden eclipsar o rebajar lo esencial de la vida. Y lo esencial es que, frente a la realidad pequeña de la patria, del territorio, de la lengua, de la cultura, de la religión, de la política, de los Estados, está la realidad grande, superior a todas las otras, de la persona.
 
Mi patria universal es la dignidad de la persona. Mi lengua universal son los derechos humanos. Mi religión es la que me religa a todo ser humano, me lo hace otro yo y me hace tratarlo como yo quiero que me traten a mí. Mi sangre y mi ADN universales me identifican con los anhelos de justicia, de libertad, de amor y de paz, bullentes en los miembros de la especie humana. Mi ciudadanía es universal y planetaria, no disminuida en ninguna parte, y brota de mi ser humano como la de todos los demás.
 
Los credos particulares quedan relegados a un segundo lugar. Todos, por encima de una u otra religión, por encima de una u otra raza, por encima de una u otra cultura, por encima de una u otra condición social, por encima de una u otra modalidad sexual, somos personas. Y, si personas, iguales. Y, si iguales, hermanos. Y, si hermanos, ciudadanos del mundo entero. Y, si ciudadanos del mundo entero, hijos de un único Dios, Padre y Madre de todos.
 
Las razas son relativas. Las religiones son relativas. Las lenguas son relativas. Las patrias son relativas. Las culturas son relativas. Lo absoluto es el amor a toda persona, el no querer el mal para nadie, el no explotar a nadie, el no humillar a nadie, el no discriminar a nadie, el no engañar a nadie.
 
La fraternidad es la genética constitutiva de la humanidad, genética que hace imposible la injusticia, el odio, la indiferencia, el orgullo, la insolidaridad. Uno se hace prójimo de cualquier necesitado cuando tiene compasión de él. Y tiene compasión cuando ve en su cara la cara de un hermano. Y ver en otro la cara de un hermano, es ver a Dios. “Cuanto hicisteis con uno de estos hermanos míos más pequeños, conmigo lo hicisteis”. Y hacer eso es cumplir, ni más ni menos, la voluntad de Dios.
 
Las falsas grandezas, las falsas apariencias, los mil huecos títulos han cedido a la verdad. Y la verdad es que, entre nosotros, no hay señores y esclavos, grandes y pequeños, mayores y pequeños, extranjeros y nacionales, sino iguales, porque todos somos hermanos.
 
2. Tiempos de posnacionalismo
 
Nadie elige el lugar donde nace ni las personas con las que vive. Ambas cosas, nacer en un lugar y cohabitar con otros nos es dado. Un hecho, por tanto, accidental y sobre el que no puedo enorgullecerme o menospreciarme. Nacer en Lugo, Badajoz, Badalona, Zaragoza o Bilbao y ser griego, alemán, cubano, chino o español no es elección mía. Ahora, el nacer en uno u otro lugar conlleva ser ciudadano de ese lugar y ser conocido con el nombre de dicho lugar. Y, en consecuencia, la convivencia de cuantos cohabitan en ese lugar supone construir un patrimonio con lengua, cultura y costumbres propias. Y esto marcará una diferencia con otros grupos que, aún relacionándose, dispongan de territorio y cultura diferentes.
 
Cuenta no menos el hecho de que todo humano nacido es persona y el ser persona es una realidad que implica la dignidad y propiedades específicas de un ser racional, libre y responsable; y unos derechos, tales como el ser libre, vivir con seguridad y sin discriminación, ser tratado con igualdad y justicia, elegir la vida privada y familiar, circular libremente en la sociedad y elegir residencia, tener una nacionalidad o cambiarla, poseer bienes individual y colectivamente, disponer de libertad de pensamiento, de conciencia y de religión, de opinión y expresión, de reunirse, de participar en el gobierno de su país, de que le sean satisfechos sus derechos económicos, sociales y culturales.
 
Esta dignidad de la persona, con sus propiedades y derechos, no son accidentales, sino esenciales y, por lo tanto, universales. Tal dignidad personal confiere a todos un sitio en todo lugar y cultura, nos proporciona una identidad común, que está por encima de la identidad más relativa y pequeña de nuestro lugar de nacimiento y cultura.
 
Ser español o sueco o armenio no lo elijo yo y me aporta diferencias peculiares e importantes; ser implantado en el mundo como persona tampoco lo elijo, pero en todo lugar y cultura estoy obligado a actuar como persona y ser tratado como tal. Y la defensa del territorio y cultura de cada nación no puede hacerse con anulación, oscurecimiento o rebajamiento de la dignidad personal de nadie. La convivencia humana se funda sobre el pilar básico de la persona cuyo contenido esencial es universal, en tanto que lo nacional es particular y accidental.
 
La historia nos muestra el curso de los pueblos: su origen y desarrollo, sus luchas y conciertos, sus avances y aportaciones a la convivencia internacional. Y, dentro de esa historia, existen naciones cargadas de historia que se han formado integrando a diversos pueblos.
 
En esa historia, nos encontramos con los dos hechos descritos, el accidental en el sentido de que los nativos han nacido allí sin elegirlo y han elaborado una determinada cultura; y el esencial en el sentido de que todos los cohabitantes del lugar, nativos o foráneos, son personas y los hace reconocerse idénticos.
 
El problema siempre ha estado en no saber correlacionar lo esencial con lo circunstancial y lo personal con lo nacional. Lo personal es universal, lo nacional es particula.
 
Estos principios puede que ayuden a formular algunas conclusiones.
 
1. Los nacionalismos, cualesquiera que fueren, suelen demostrar incapacidad para compaginar lo que es esencial con lo relativo, lo personal con lo nacional.
 
2. Cuando se sobrevalora la particularidad del lugar y cultura propia, pasa a un segundo plano lo esencial y entonces se exagera lo accidental, incurriendo fácilmente en la tentación de menoscabar y destruir la dignidad y derechos de otras personas y pueblos. Es entonces cuando el nacionalismo se convierte en barbarie.
 
3. En el fondo, esa barbarie se alimenta de sentimientos que idolatran lo accidental con olvido de lo esencial de la convivencia. Los nacionalistas albergan en su mirada lo propio de su mundo particular y esa mirada se convierte en excluyente y fanática, si renuncia a reconocer la dignidad de todos los ciudadanos como personas.
 
Cuando se produce esta renuncia aparece delirante el proyecto nacionalista, que quiere implantarse sin el respeto prioritario de la persona y sin el subordinado de la diferencia particular. Los diferentes dejan de ser valorados como diferentes porque los que los valoran pierden primero su condición de personas y la niegan subsiguientemente a los en diferentes.
 
La historia de los nacionalismos resulta casi siempre la historia de una degradación ética sobre la correlación de lo personal y circunstancial, de lo principal y secundario. Una historia repetitiva de la que no se libra ningún nacionalismo, que se centra en negar a los diferentes, se los quita de en medio, para que allí, donde están ellos, no queden más que ellos.
 
La argumentación para rechazar a los otros y decretar la separación, o la sumisión, se revestirá de mil razones: históricas, económicas, comerciales, administrativas o políticas. En el fondo, sin negar la conflictividad a veces aguda, pero que debiera ir acompañada de una conciencia fuerte sobre la identidad común de unos y otros para dialogar, revisar, emendar y concertar nuevos modelos de acuerdo y convivencia, se exacerba la conciencia emocional de una y otra parte aduciendo razones de trato desigual y vejatorio, justificativo de los males, carencias y desajustes de todo tipo, imputados, cómo no, a los foráneos, a los diferentes, a los no cohabitantes del propio lugar y desvestidos de la propia lengua y cultura.
 
Los nacionalistas desestiman y posponen la identidad personal que a todos nos une y debiera guiarnos en la solución de los problemas y conflictos; y ensalzan como superior y garantía de un futuro nuevo, la identidad particular de su territorio, lengua y cultura.
 
Los nacionalistas niegan el derecho a la existencia de los diferentes, marginan y discriminan, niegan la pluralidad cultural, dividen y siembran la hostilidad, provocan sufrimientos y acaban siendo recordados en la historia por sus injusticias contra la dignidad de otras personas, a las que asiste el derecho doble de ser tratadas como personas y de conservar sus diferencias, en armonía con la pluralidad multicultural de la nación que los incluye o acoge.
 
El capitalismo en el trasiego incontenible de unos pueblos con otros ha globalizado las mercancías, el comercio, los mil bienes que la humanidad crea y ha sabido hacerlo con un sistema que garantice el logro de sus objetivos: la apropiación del capital y el incremento de sus ganancias y beneficios con el menor esfuerzo posible. No se ha dado paralelamente la globalización de la dignidad humana y sus derechos, haciendo que los Estados, las instituciones internacionales y los poderes financieros se constituyan y articulen para lograr satisfacer las necesidades básicas de todos los seres humanos, eliminando el cruel panorama de una desigualdad que oprime y atormenta a más de 3/ 4 partes de la humanidad.
 
Lo descrito es casual y se debe a que en el ordenamiento económico-político, rige la ley del más fuerte, del egoísmo y del dinero, del racismo y de la prepotencia, de la desigualdad y de la injusticia, y no del Derecho, del Amor, de la Justicia, de la Solidaridad, de la Igualdad y Fraternidad universal.
 
El principio, de que el “hombre es hermano para el hombre “ se cambió por el de que “es lobo”. El capitalismo cínico degrada a la persona a la condición de mercancía y, entonces, se la puede vender o comprar como una cosa más: no vales por lo que eres (persona), sino por lo que tienes (dinero). El dinero es el dios al que se sacrifican vidas y pueblos enteros, jugando muchas veces de oficiantes en el altar y ceremonia los nacionalismos.
 
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HÁGANSE PUBLICAS
Algunas vergüenzas de nuestros políticos demócratas
(Pequeño resumen sacado de lo escrito por Arturo Reverte)
 
. ¿Pueden nuestros gobernantes políticos, que tanto dicen preocuparse por la justicia, el bien y los derechos del pueblo, presentarse en público ante los hechos que aquí se denuncian? ¿Cuándo dejarán a un lado su vana retórica y nos convencerán con hechos?
 
Lo saben y ahí siguen sin tomar las medidas que, con sólo quererlo de verdad, podrían acabar con nuestro “déficit” sin dañar a quienes no lo han provocado.
 
1.            La Banca ha recibido de los políticos miles de millones del erario público para incrementar los beneficios de sus accionistas y directivos. ¿Quién se los debe hacer devolver?
2.            Empresas de telefonía y ADSL cobran los precios más caros de Europa. ¿Quién los debe controlar y castigar?
3.            Siguen funcionando organismos públicos innecesarios, cargos, asesores y puestos nombrados a dedo, que cobran sueldazos y quedan sin emplear funcionarios públicos titulados y con formación cualificada. ¿Quién debe evitar este nepotismo y exigir responsabilidades?
4.            Políticos corruptos se han llevado mucho dinero causando innumerables perjuicios. ¿Para cuándo procedimientos judiciales rápidos y eficaces?
5.            En la sociedad española el salario máximo de un trabajador es de 624 € al mes y el de un diputado (con dietas y otras prebendas) de 6.500 €.
6.            Un concejal de festejos de un ayuntamiento cobra más que un maestro, un catedrático o un cirujano.
7.            Los políticos, siempre al iniciar la legislatura, se suben sus retribuciones según les apetece.
8.            Un ciudadano necesita 35/40 años para percibir una jubilación. Un diputado la obtiene con solo 7 años. Y un miembro del Gobierno obtiene la pensión máxima con solo jurar el cargo.
9.            Los diputados están exentos de tributar un tercio de su sueldo RPF.
10.          En la Administración se colocan miles de de asesores –amigotes- con sueldos escandalosos.
11.          Es ingente el dinero dedicado a sostener partidos y sindicatos pesebreros.
12.          Son muchos los nombrados para la gestión pública sin que pasen ninguna prueba que acredite su preparación.
13.          Son cuantiosos los gastos que estos numerosos funcionarios cargan al erario público con sus comidas, coches oficiales, chóferes, viajes…
14.          ¿Cuántos, tras tantas quejas, reprobaciones y manifestaciones, han decidido rebajarse el sueldo y proponer una seria reforma?
15.          Nuestros políticos, ellos saben quiénes y cuántos, siguen con 6 meses de vacaciones al año.
16.          Ministros, secretarios de Estado y altos cargos de la política, perciben legalmente, cuando cesan, dos salarios.
 
La democracia, y quienes la representan y ejercen, se pueden regenerar. Estamos a tiempo. Pero, los cambios no vendrán de quienes llegaron a la política para hacer de ella un negocio, ni están en condiciones de entender y situar su bien, realización y progreso individual en conjunción y armonía con el bien, realización y progreso de los demás. Costará pero, con tenaz, unida y responsable acción colectiva lo lograremos.
https://www.alainet.org/fr/node/162196
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