Petición de Paz Impagable
15/01/2013
- Opinión
Un niño está tratando de arreglar el neumático de un automóvil frente a su casa. Aparecen dos hombres en una motocicleta y le disparan. La gente del barrio se agolpa en la escena del crimen, llanto, dolor, rechazo, son las imágenes de hombres, mujeres y niños que no logran entender porque la muerte se lleva lo único que tienen: la vida. Es gente empobrecida, humilde, a merced de las reglas que impone el fuerte, el poderoso, el que tiene armas y decide someter a otros a su voluntad. Llega la ambulancia y se lleva el cuerpo del niño que en breve tiempo muere.
Este episodio es consecuencia de la política de guerra agenciada por el Capital y el Estado y en este relato da inicio a una nueva cadena de muerte que apenas comienza, pero ya viene interconectada a otras formas de violencia, crueldad y sufrimientos integrados a una misma situación: la guerra. En este relato en Ajami de Jaffa que por dos años estuvo encerrado con alambres de púas, todo inició cuando un hombre entró disparando a una tienda-bar del barrio y el dueño reaccionó también disparando y dejándolo herido.
En la casa del niño asesinado queda dolor y vacío. En la casa vecina empieza el temor, el miedo, saben que ellos serán asesinados. Los asesinos en moto venían a cobrar venganza sobre Omar el mayor de tres hermanos, sobrinos del dueño del bar que había disparado sobre el agresor cuya familia tiene cierto poder, inclusive para dictaminar el exterminio total de la familia de Omar. Esta regla de exterminio en otras latitudes también se aplica sobre opositores políticos, sobre quienes anuncian otras ideologías o viven otras culturas o sobre quienes evaden las reglas del poder.
El día anterior habían quemado el bar y atentado contra su tío. Los dos hermanos menores de Omar, un niño y una niña, debieron huir rápidamente a la ciudad capital. La ciudad, en el marco de la guerra se convierte en el último recurso de refugio en el que podrá prorrogarse la vida, aun a costa de enfrentar nuevas violencias. La ciudad recibe y acumula desterrados, huérfanos, viudas, lisiados, los esconde entre los escombros que deja la miseria de la guerra y del despojo, los apila en cordones de miseria, los convierte en números pequeños, en seres anónimos, en humanos sin derechos.
Omar tiene 21 años y se queda junto a su madre, sabe que no puede abandonarla. Decide tratar de protegerse, reúne algún dinero y compra un arma. Se encierra en su casa a esperar que los vengadores vengan a “hacer justicia”. Malik, es amigo de Omar que tratando de encontrar una salida, lo pone en contacto con el dueño del restaurante en el que trabaja (como ilegal), que hace las veces de conciliador de conflictos locales. El conciliador plantea una “petición de paz”, que se concreta rápidamente con una cita entre las dos familias que exponen sus explicaciones ante un grupo que actúa como jurado. Escuchadas las partes el veredicto se deberá cumplir o la venganza seguirá adelante. El jurado hace cuentas, descuentos, aproximaciones, le pone precio a la petición de paz. Si Omar -que es la víctima- quiere parar esta venganza, deberá pagar a la otra familia –de los victimarios- en un término de 45 días, 35.000 dólares. Ni los días de tregua más la suma de miles de días de trabajo de toda la gente del barrio no serán suficientes para reunir el dinero. La paz prevista será impagable y está condenada de antemano a conectar otras violencias.
Malik por su trabajo en el restaurante conoce a un muchacho que distribuye pequeñas dosis de droga, revisan posibilidades pero este oficio tampoco da las cuentas y el riesgo es demasiado, ir a la cárcel implicaría abandonar a su madre y sus hermanos o morir. Roban en dos gasolineras, pero tampoco es suficiente. No hay salida, el costo de esta la paz es impagable.
En otro lugar del mismo contexto, un hombre sale de su casa a reclamarle a un grupo de jóvenes que toman cerveza en la calle. El hombre alega que la música y unas ovejas no lo han dejado dormir por varios días. Los jóvenes se burlan, no les importa. Uno de los jóvenes lo recrimina, se cruzan ofensas sobre quien es más macho, más hombre. El joven incrusta una navaja en el pecho del hombre y todos huyen del lugar, la policía llega para llevarse el cadáver, el asesino en su huida deja en casa de su hermano un paquete de drogas.
Durante el tiempo de la tregua la madre de Malik es hospitalizada, requiere un cambio de medula que no cubrirá el sistema de salud, talvez porque los gastos sociales van a la guerra. El dueño del restaurante, para el que trabaja Malik, le comunica que el ayudará haciendo una colecta y pondrá una parte, Malik anuncia que trabajará en el restaurante por el resto de su vida para pagar el faltante. Sus amigos del restaurante tratan de animarlo y le ofrecen una torta por su cumpleaños 16, la celebración termina a la madrugada, él se va de último, pues duerme y cuida el restaurante. Al salir ve a tres hombres con armas y radios de comunicación que entran a la casa de su amigo, más tarde recibe la noticia de que está muerto.
Al despedirse su amigo le mostró donde escondía un paquete de drogas, que le había dejado su hermano en su huida de un problema, ahora su muerte será su redención y la de Omar. Las vidas de su madre y de Omar están a merced del dinero que reciban por vender un paquete de drogas que ni siquiera han abierto. Concretan una cita con compradores. La droga resulta falsa, es azúcar que su amigo colocó en cambio de la cocaína que la policía buscaba y que inhaló hasta morir. En el negocio hay un policía al que Malik vio entrar a casa de su amigo. La espiral de muerte continúa, Malik cae víctima de un disparo, el hermano menor de Omar, de apenas 11 años, que había regresado de la capital para pasar la tregua entra a la escena con el arma de Omar y dispara sobre el policía, Omar corre, huye, huye…
Como en Ajami, el relato se repite y no dejará de repetirse mientras la sustancia de la guerra se mantenga en la medula del Estado y del Capital. Para que la Paz sea real, no puede cargarse como deuda a las víctimas, los excluidos, los marginados. Hay que detener la guerra, silenciar las voces que convocan a los héroes y alientan las ansias de matar. Los territorios árabes ocupados y Colombia comparten una situación de guerra que mantiene otras múltiples violencias, que han impedido hacer la durante los últimos 50 años.
P.D. La historia la documenta el film Ajami realizado en 2009. Un saludo fraternal de bienvenida al 2013, que ojala sea un año de treguas y luchas sin descanso para alcanzar una paz real que no tengan que pagarla las víctimas.
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