Serie : Los 70 años de Bretton Woods, del Banco Mundial y del FMI (XII)

Las falacias teóricas del Banco Mundial

18/11/2014
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El Banco Mundial pretende que para progresar, los PED[1] deben recurrir al endeudamiento externo y atraer las inversiones extranjeras. Este endeudamiento sirve principalmente para comprar bienes de equipamiento y de consumo a los países más industrializados. Los hechos han demostrado día tras día, durante décadas, que esto no funciona. Los modelos que han influenciado la visión del Banco Mundial conducen naturalmente a los PED a una fuerte dependencia de los aportes externos de capitales, en general en forma de préstamos, con la ilusión de alcanzar un nivel de desarrollo autosostenido. Los proveedores de fondos públicos —gobiernos de los países industrializados y el Banco, en particular— consideran los préstamos como un poderoso medio de influencia sobre los países que se endeudan. Las acciones del Banco no se resumen en una sucesión de errores o de malas jugadas. Al contrario, son parte de una visión coherente, teorizada, sistematizada, que se enseña doctamente en la mayoría de las universidades. Centenares de libros de economía del desarrollo la destilan. El Banco ha producido toda una ideología del desarrollo. Cuando los hechos la desmienten, el Banco no la vuelve a considerar. Al contrario, intenta deformar la realidad para continuar protegiendo el dogma.
 
En el curso de los primeros diez años de su existencia, el Banco generó muy pocas reflexiones sobre el tipo de política económica que debía mantener con los países en desarrollo. Se explica por varias razones: porque 1) esto no formaba parte aún de sus prioridades. En 1957, la mayoría de los préstamos del Banco (52,7 %) se concedían a países industrializados;[2] 2) la matriz teórica de los economistas y dirigentes del Banco era de inspiración neoclásica, teoría que no atribuye un lugar específico a los PED;[3] 3) hasta 1960, cuando se creó la Asociación Internacional de Desarrollo (AID), no se había dotado de un instrumento específico para prestar dinero a bajo interés a los países en desarrollo.
 
El Banco trabajó poco la teoría, pero ello no le impidió criticar a los otros. Así, en 1949 criticó un informe de la comisión de las Naciones Unidas para el empleo y la economía que defendía la inversión pública en la industria pesada de los PED. El Banco objetó que los poderes públicos de los PED ya tienen bastante que hacer con la realización de buenas infraestructuras y que deben dejar la responsabilidad de la industria pesada a la iniciativa privada local y extranjera.
 
Según Mason y Asher, historiadores del Banco Mundial, su orientación partía del postulado de que los sectores público y privado deben desempeñar papeles diferentes. El sector público debe asegurar el desarrollo planificado de una infraestructura adecuada: ferrocarril, carreteras, centrales eléctricas, instalaciones portuarias y medios de comunicación en general. Al sector privado le corresponde la agricultura, la industria, el comercio y los servicios personales y financieros, puesto que se da por sentado que en todos estos ámbitos la iniciativa privada obtiene mejores resultados que el sector público.[4] En realidad, hay que ceder al sector privado todo lo que puede producir un beneficio. En cambio, las infraestructuras son actividades del sector público porque la cuestión es socializar los costes, en beneficio del sector privado. En resumen, El Banco Mundial recomienda la privatización de los beneficios, combinada con la socialización de los costes de lo que no es directamente rentable.
 
Una visión del mundo conservadora y etnocéntrica
 
La visión del Banco está marcada por diversos prejuicios conservadores. En los informes y discursos de sus primeros quince años de existencia, se refería regularmente a regiones atrasadas y subdesarrolladas, lo que ya es todo un programa. Sobre las causas del subdesarrollo, el Banco adoptó un enfoque etnocéntrico. Se puede leer en el octavo informe anual de Banco: «Las razones de que ciertas regiones del mundo no estén desarrolladas son numerosas y complejas. Muchas culturas, por ejemplo, conceden poco lugar al progreso material y, de hecho, algunas lo consideran incompatible con unos objetivos más deseables para la sociedad y para el individuo[5] La falta de deseo o de voluntad de progreso material y de modernización de la sociedad es presentada como una de las causas del atraso. El profundo respeto de los hindúes por las vacas resulta así un resumen que permite comprender el retraso de la India. A propósito de África, Eugene Black, presidente del Banco, declaró en 1961: «Aún a día de hoy la mayoría de los doscientos y pico millones de habitantes de África apenas comienzan a formar parte de la sociedad mundial[6] El carácter reaccionario de la visión del Banco Mundial no ha desaparecido del todo con el correr de los años. En el Informe sobre el Desarrollo en el Mundo de 1987 manifiesta: «En Principios de economía política (1848), John Stuart Mill evoca las ventajas que resultan del “comercio exterior. Aunque haya pasado más de un siglo, sus observaciones siguen siendo tan válidas hoy como en 1848. Hablando de las ventajas indirectas del comercio, Mill dice: “... un pueblo puede estar en un estado letárgico, indolente, inculto, con todas sus aspiraciones satisfechas, adormecido, y no puede poner en acción todas sus fuerzas productivas por la falta de un objeto que desee. La aventura del comercio exterior, al hacerle conocer nuevos objetos u ofrecerle la tentación de adquirir objetos que hasta entonces no pensaba poder procurarse [...] alienta a quienes se contentaban con un poco de comodidad y un poco de trabajo a trabajar duro para satisfacer sus nuevos gustos, incluso a ahorrar y acumular capital.”»[7] El retorno al poder de los neoconservadores, con Bush en el gobierno desde 2001, ha fortalecido su carácter profundamente materialista y reaccionario. La nominación de Paul Wolfowitz, uno de los principales neocons, a la presidencia del Banco (2001-2008), había consolidado esta orientación.
 
Lo que resulta sorprendente en los documentos del Banco y en la literatura en boga en materia de desarrollo, de los años 50 a los años 70 es el espacio dedicado a la planificación del crecimiento y del desarrollo (tanto en las economías industrializadas como en los PED). Hasta finales de los años 70, la presencia de la planificación se puede atribuir a varios elementos: 1) la voluntad de planificación —el planismo— surgida en el curso de la prolongada depresión de los años 30 como respuesta al caos provocado por el laissez-faire; 2) la necesidad de organizar la reconstrucción de Europa y Japón; 3) era el período de los treinta gloriosos, caracterizado por un crecimiento económico sostenido, que había que dirigir y planificar; 4) los éxitos, comprobados o supuestos, de la planificación soviética, que ejercían una indudable atracción real hasta sobre los enemigos declarados del llamado bloque comunista. La planificación es un tema que fue totalmente ignorado a partir del comienzo de los años 80, con el retorno de la ideología y las políticas neoliberales.
 
Otra preocupación, muy presente al principio, pero que fue olvidada a partir de los años 80, era la decisión tomada por una serie de países latinoamericanos de recurrir a la sustitución de importaciones y la posibilidad (vista como una amenaza por la mayoría de los dirigentes de los países más industrializados) de que otros países, de reciente independencia, siguieran la misma vía.
 
Pasemos revista a varias aportaciones de economistas que tuvieron una influencia directa sobre el Banco y en el seno de éste.
 
El modelo HOS (Heckscher-Olin-Samuelson)
 
La teoría de las ventajas comparativas de Ricardo fue reforzada en los años 30 por el análisis de los economistas suecos Heckscher y Olin, al cual se incorporó más tarde Samuelson (cuya síntesis se conoce como modelo HOS). Este modelo habla de «dotación en factores de producción» (trabajo, tierra y capital) y sostiene que todos los países tienen interés en especializarse en la producción y la exportación de bienes que utilicen con mayor intensidad el factor de producción más abundante en ellos —que también es el más barato—. Gracias al librecambio, se operará la equiparación de la remuneración de los factores en todo los países que lo practiquen (el factor abundante —exportado— se hace escaso y por lo tanto se encarece; el factor escaso —importado— abunda y en consecuencia se abarata). La especialización establecerá una distribución óptima de los factores en un mercado mundial homogeneizado. Según esta óptica, la búsqueda de la máxima integración del mercado mundial sería una apuesta ganadora y un juego de suma positiva para todos los participantes. Diversas investigaciones efectuadas más tarde, especialmente por Paul Krugman,[8] para verificar la pertinencia del modelo HOS han demostrado que éste no se ajusta a la realidad.
 
Las cinco etapas del crecimiento económico según Walt W. Rostow
 
En 1960, Rostow[9] enumeró cinco etapas del desarrollo en su libro Las etapas del crecimiento económico, un manifiesto no comunista.[10] Para él, todas las sociedades se pueden clasificar en alguna de las cinco categorías, y deben seguir este itinerario.
 
La primera etapa es la sociedad tradicional, caracterizada por el predominio de la actividad agrícola. El progreso técnico es nulo, casi no hay crecimiento del producto y no se prevé un cambio de mentalidad.
 
Luego, la etapa previa al despegue, que ve nacer el desarrollo de los intercambios y de las técnicas, una evolución de las mentalidades que rompe con el fatalismo y un aumento del ahorro. Ha sido, de hecho, la evolución de las sociedades europeas entre el siglo xv y principios del siglo xviii.
 
La tercera es la del despegue (take-off), una etapa crucial que corresponde a un salto cualitativo, con un aumento significativo del ahorro y de la inversión, así como al paso a un crecimiento acumulativo.[11]
 
La cuarta etapa es calificada de «marcha hacia la madurez»: el progreso técnico se impone en todas las actividades y la producción se diversifica.
 
En fin, la era del consumo de masas, que coincide con la quinta y ultima etapa.[12]
 
Según Rostow, en el nivel del despegue, la aportación de capitales exteriores (bajo forma de inversiones extranjeras o de crédito) es indispensable.
 
Este modelo se caracteriza por un esquematismo caricaturesco. Presenta el estado de desarrollo alcanzado por Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial a la vez como objetivo a alcanzar y como modelo a reproducir. Asimismo, considera que el modelo de despegue de Inglaterra, donde se sucedieron la revolución agrícola y la revolución industrial, debe reproducirse en otras partes. Esto significa no tener en cuenta la historia concreta vivida por los demás países. No hay nada que demuestre que cada país tenga que pasar por las cinco etapas descritas.
 
Insuficiencia del ahorro y necesidad de recurrir a la financiación externa
 
Según el enfoque neoclásico, el ahorro es un requisito previo a la inversión y es insuficiente en los PED. De donde la insuficiencia del ahorro es un factor fundamental que explica el bloqueo del desarrollo. Paul Samuelson se basa, en Economics,[13]14 en la historia del endeudamiento de Estados Unidos en los siglos xix y xx para determinar cuatro etapas diferentes, que conducen a la prosperidad: nación endeudada, joven y emprendedora (de la guerra revolucionaria de 1776 a la guerra civil de 1865); nación endeudada madura (de 1873 a 1914); nueva nación acreedora (de la primera guerra mundial a la segunda); nación acreedora madura (años 60). Samuelson y sus émulos aplicaron al centenar de países que constituyen el Tercer Mundo, desde la última postguerra, el modelo de desarrollo de Estados Unidos desde finales del siglo xviii hasta la Segunda Guerra Mundial, como si todos estos países tuvieran que imitar, lisa y llanamente, la experiencia estadounidense.[14]
 
En lo que respecta a la necesidad de recurrir al aporte de capitales extranjeros (en forma de préstamos o de inversiones), uno de los socios de Samuelson, Paul Rosenstein-Rodan, emplea la siguiente fórmula: «Los capitales extranjeros reforzarán la formación del capital nacional, es decir, serán íntegramente invertidos; la inversión generará un aumento de la producción. La principal función del ingreso de capitales extranjeros es ayudar a que la tasa de formación del capital nacional alcance un valor que pueda mantenerse sin ayuda exterior suplementaria[15] Esta afirmación es refutada por la realidad: no es verdad que los capitales extranjeros refuerzan la formación de capital nacional y son invertidos en su totalidad. Una gran parte de estos capitales se van rápidamente del país al que se dirigieron temporalmente (fuga de capitales, repatriación de los beneficios).
 
Otro error monumental: Rosenstein-Rodan, director adjunto (assistant director) del departamento económico del Banco Mundial entre 1946 y 1952, hizo predicciones sobre la fecha en la que una serie de países alcanzarían un crecimiento autosostenido. Vaticinó que Colombia llegaría a ese estadio en 1965, Yugoslavia en 1966, Argentina y México entre 1965 y 1975, India a principio de los años 70, Pakistán 3 o 4 años más tarde, Filipinas después de 1975. ¡Majaderías!
 
Destaquemos que esta definición de crecimiento autosostenido es utilizada con frecuencia por el Banco Mundial. En 1964, Dragoslav Avramovic, por entonces director del departamento económico del Banco, emitió la siguiente definición: «Se define el crecimiento autosostenido como el que implica una tasa de crecimiento de los ingresos del orden del 5 % anual, financiado por fondos gestionados dentro de las fronteras, así como por capitales extranjeros...»[16]
 
La planificación del desarrollo vista por el Banco Mundial y el establishment universitario estadounidense conduce a una impostura pseudocientífica, basada en ecuaciones matemáticas que tratan de dar legitimidad y credibilidad a la voluntad de hacer que los PED dependan del recurso a la financiación exterior. Veamos un ejemplo, formulado muy doctamente por Max Millikan y Walt Rostow en 1957: «Si la tasa inicial de inversión local de un país representa el 5 % del producto nacional, si los capitales extranjeros ingresan a una tasa constante equivalente a un tercio del nivel inicial de la inversión local, si el 25 % de todo ingreso suplementario es ahorrado y reinvertido, si la ratio capital/producto es 3 y si la tasa de interés de la deuda externa y los dividendos repatriados son equivalentes al 6 % anual, el país estará en condiciones de prescindir del préstamo neto externo después de catorce años, y podrá mantener una tasa de crecimiento del 3 % sobre la base de sus propios ingresos.»[17] ¡Otra necedad!
 
El modelo de doble déficit de Chenery y Strout
 
A mediados de los años 60, el economista Hollis Chenery, que unos años más tarde sería economista jefe y vicepresidente del Banco,[18] elaboró con su colega Alan Strout un nuevo modelo llamado «modelo de doble déficit»,[19] partiendo de dos condiciones previas: primero, un ahorro interno insuficiente, y después una insuficiencia de divisas. Charles Oman y Ganeshan Wignarja resumen este modelo con los siguientes términos: «Por definición, las hipótesis del modelo de doble déficit son: que mientras en las etapas iniciales del crecimiento industrial un ahorro insuficiente puede constituir la principal limitación de la tasa de formación del capital nacional, una vez que la industrialización está bien encaminada, la limitación principal puede no ser ya el ahorro interno en sí mismo, sino la disponibilidad de divisas requeridas para importar bienes de equipamiento, bienes intermedios y quizás incluso materias primas empleadas como insumos industriales. El déficit de divisas puede así superar el déficit de ahorro como principal limitación del desarrollo[20] Para resolver este doble déficit, proponen una respuesta simple: pedir un préstamo de divisas o aumentar las exportaciones.
 
El modelo Chenery-Strout es muy matemático. Era lo que se estilaba. Tiene la ventaja, para sus partidarios, de otorgar credibilidad y apariencia de rigor científico a una política que sobre todo pretende incitar a los PED a recurrir masivamente al empréstito exterior y a las inversiones extranjeras, por un parte, y por otra a hacer depender su desarrollo de las exportaciones. El modelo fue objeto de muchas críticas en su momento. Citaremos la opinión de Keith Griffin y Jean Luc Enos, quienes afirman que el recurso a los aportes externos limitará el ahorro local: «Mientras el coste de la ayuda (por ejemplo, los intereses del préstamo externo) sea inferior al crecimiento marginal del capital y de la producción, a un país le convendrá endeudarse todo lo posible y a sustituir el ahorro local por el préstamo externo. En otras palabras, dado un objetivo a alcanzar en términos de tasas de crecimiento, la ayuda exterior permitirá un aumento del consumo y limitará el ahorro local a la diferencia entre la inversión deseada y el monto de la ayuda exterior disponible. En consecuencia, el fundamento de los modelos del tipo Chenery-Strout es endeble en la medida en que, en teoría, se debería encontrar una relación inversa entre la ayuda exterior y el ahorro interno[21]
 
La voluntad de incitar a los PED a recurrir a la ayuda exterior como medio de tener influencia sobre ellos
 
La política de ayuda bilateral y la del Banco están relacionadas con los objetivos políticos que persigue Estados Unidos en materia de asuntos exteriores.
 
Para Hollis Chenery: «El objetivo principal de la ayuda exterior, así como de otros instrumentos de política exterior, es producir a escala mundial el tipo de ambiente político y económico en el que Estados Unidos pueda perseguir en las mejores condiciones sus propios fines sociales.»[22]
 
En un libro titulado Las naciones emergentes: su crecimiento y Estados Unidos, Max Millikan[23] y Donald Blackmer, ambos colegas de Walt Rostow, describen con claridad, en 1961, ciertos objetivos de la política exterior estadounidense: «Es del interés de Estados Unidos ver emerger del proceso de transición unas naciones dotadas de ciertas características. En primer lugar, deben ser capaces de mantener su independencia, especialmente frente a poderes hostiles o potencialmente hostiles con respecto a Estados Unidos. [...] En cuarto lugar, deben aceptar el principio de sociedad abierta, en la cual sus miembros estén invitados a intercambiar ideas, mercaderías, valores y experiencias con el resto del mundo; esto implica que sus gobiernos deben estar dispuestos a comprometerse en disposiciones de control social, policial y económico necesarias para el funcionamiento de una comunidad internacional interdependiente»,[24] bajo el liderazgo de Estados Unidos, naturalmente.
 
Más adelante, en el libro, señalan explícitamente cómo la ayuda se utiliza como instrumento para orientar la política de los países ayudados: «Para que la ayuda en capitales alcance una potencia óptima de incentivo con el fin de persuadir a los países subdesarrollados de que sigan una vía compatible con los intereses de Estados Unidos y del mundo libre, las sumas ofrecidas tienen que ser suficientemente importantes y las condiciones suficientemente flexibles para persuadir a los países receptores de que el juego vale la pena. Esto significa que debemos invertir unos recursos sustancialmente más importantes que hasta ahora en nuestros programas de desarrollo económico.»[25] (El subrayado es del autor.)
 
Veremos más adelante que el volumen de los préstamos a los PED aumentó a un ritmo creciente en el curso de los años 60 y 70, como consecuencia de una política deliberada de Estados Unidos, de otros gobiernos de países más industrializados y de las instituciones de Bretton Woods destinada a influenciar las políticas del Sur.
 
Privilegiar las exportaciones
 
Chenery y Strout afirman en una de sus principales contribuciones que el recurso a la sustitución de importaciones constituye un medio admisible para reducir el déficit de divisas.[26] Después cambiaron de opinión, en un momento en el que la aplicación de políticas de sustitución de importaciones por algunos PED se convertía en uno de los principales temas de las críticas formuladas por el Banco, el FMI, la OCDE y los gobiernos de los más importantes países industrializados.
 
Es así como otros trabajos de economistas directamente asociados al Banco se dedicaron a valorar las tasas efectivas de protección de las economías y los sesgos resultantes en términos de utilización de recursos productivos y de rentabilidad de las inversiones. Preconizaban una orientación de las estrategias hacia las exportaciones, el abandono de las tarifas proteccionistas y, en general, una política más basada en los mecanismos de mercado para la fijación de precios. Bela Balassa, Jagdish Bhagwati y Anne Krueger[27]28 sistematizaron este enfoque y sus análisis marcaron la evolución de las instituciones internacionales, constituyendo el zócalo teórico de las medidas de apertura comercial propugnadas en las décadas de los años 80 y 90. Anne Krueger[28] escribió: «Un régimen de promoción de exportaciones puede liberar la economía del país del yugo del subempleo keynesiano, pues, al contrario del régimen de sustitución de importaciones, puede disponer de una demanda efectiva virtualmente infinita para sus productos en los mercados internacionales, y por lo tanto siempre puede tender al pleno empleo, a menos que haya una recesión mundial. Una economía pequeña orientada a la exportación será capaz de vender cualquier cantidad de bienes que produzca; en otras palabras, la capacidad de oferta del país será la única limitación.»[29] Siempre el mismo cuento.
 
Trickle-Down effect o el efecto derrame
 
El efecto escurrimiento o derrame es una metáfora trivial que ha guiado la actividad del Banco Mundial desde el principio. La idea es muy simple: los resultados positivos del crecimiento se derraman, beneficiando en primer término a los más ricos, pero al final llegan también a los más pobres. Así, éstos tienen interés en que el crecimiento sea lo más fuerte posible, pues de ello dependen las gotas de riqueza que les lleguen. En efecto, si el crecimiento es débil, los ricos retienen una parte mayor que cuando el crecimiento es fuerte.
 
¿Cuales son las consecuencias para la conducta del Banco? Hay que favorecer a cualquier precio el crecimiento para que la escorrentía llegue a los más pobres. Toda política que frene el crecimiento en nombre de la redistribución de la riqueza (aunque sea parcial) o en nombre de la defensa del ambiente reduce el efecto derrame y causa un perjuicio a los pobres. La actitud de los dirigentes del Banco se guía en la práctica por esta metáfora, cualquiera que sea el discurso, más sofisticado, de algunos expertos. Los historiadores del Banco dedican una veintena de páginas a las discusiones sobre el trickle down[30] y reconocen que «esta creencia ha justificado unos esfuerzos duraderos para persuadir a los deudores de las ventajas de la disciplina, del sacrificio, de la confianza en el mercado y por ende de la necesidad de no caer en las tentaciones políticas».[31] Afirman que esta creencia ha caído en desgracia progresivamente, a partir de los años 70, por los violentos ataques de una impresionante cantidad de investigaciones sobre el tema, tanto en Estados Unidos como en los PED.[32] Pero revelan que en la práctica no se ha cambiado gran cosa,[33] sobre todo desde que en 1982 el trickle down recuperó su posición en el Banco. Evidentemente, el trickle down es inseparable de la cuestión de la desigualdad, que ahora abordamos.
 
La cuestión de la desigualdad en la distribución de la riqueza
 
A partir de 1973, el problema de la desigualdad en la distribución de los ingresos en los PED, como factor que influye sobre las posibilidades de desarrollo, comenzó a ser estudiado por el Banco.[34] El equipo económico dirigido por Hollis Chenery se dedicó a ello con un cierto brío. El libro más importante que el Banco dedicó al tema fue coordinado por el propio Chenery y se tituló Redistribución y crecimiento.[35] Se publicó en 1974. Chenery era consciente de que el tipo de crecimiento inducido por la política de préstamos del Banco generaba un aumento de la desigualdad. La preocupación del Banco fue expresada en muchas ocasiones de forma muy clara por Robert McNamara: si no se reduce la desigualdad, se asistirá a repetidas explosiones sociales y éstas perjudicarán los intereses del mundo libre, cuyo liderazgo ha asumido Estados Unidos.
 
Chenery no compartía el punto de vista expresado por Simon Kuznets[36] en los años 50, según el cual después de una fase necesaria de aumento de la desigualdad durante el despegue económico, ésta es posteriormente resorbida. La necesidad de ver crecer la desigualdad estaba muy arraigada en el Banco, como lo prueban las palabras de su presidente, Eugene Black, en abril de 1961: «La desigualdad de la renta depende necesariamente del crecimiento económico [que] da la posibilidad a la gente de escapar de una existencia en la pobreza[37] Sin embargo, los estudios empíricos realizados por el Banco en la época de Chenery desmienten las afirmaciones de Kuznets[38].
 
De todos modos, después de la salida de Chenery en 1982 y su reemplazo por Anne Krueger, el Banco abandonó por completo la preocupación por el aumento o el mantenimiento de la desigualdad, a tal punto que se decidió no publicar más datos sobre el tema en el Informe anual sobre el desarrollo en el mundo. Anne Krueger, como veremos luego, no vaciló en retomar la curva de Kuznets por su cuenta, haciendo del aumento de la desigualdad una condición del comienzo del crecimiento ya que el ahorro de los ricos es capaz de alimentar las inversiones. Hubo que esperar la llegada de François Bourguignon como economista jefe, en el año 2003, para asistir a una reactivación del interés del Banco en esta cuestión.[39] En el 2006, en el informe del Banco Mundial sobre el desarrollo en el mundo titulado Equidad y desarrollo se vuelve a hablar de la desigualdad como freno del desarrollo.[40] Su enfoque es considerado, en el mejor de los casos, como de buen marketing por James Wolfensohn (presidente del Banco entre 1996 y 2005) y por su sucesor, Paul Wolfowitz.
 
- Éric Toussaint, portavoz del CADTM internacional (www.cadtm.org), es autor de varias obras, entre ellas: Bancocracia, Icaria, Barcelona, 2014; Procès d’un homme exemplaire, Edition Al Dante, Marsella, 2013; Banco Mundial: el golpe de Estado permanente. La agenda oculta del Consensus de Washington, Ediciones El Viejo Topo, Mataró (Barcelona), 2007, y una Tesis doctoral, presentada en 2004 a las Universidades de Lieja y de París VIII, titulada: «Enjeux politiques de l’action de la banque internationale pour la Reconstruction et le Développement et du Fonds Monétaire International envers le tiers-monde»http://cadtm.org/Enjeux-politiques-..., Además es coautor junto a Damien Millet de 60 preguntas, 60 respuestas sobre la deuda, el FMI y el Banco Mundial, Icaria Editorial, Barcelona, 2009; del libro colectivo La deuda o la vida, Icaria Editorial, Barcelona 2011 que tuvo el premio al libro político concedido por la Feria del libro político de Lieja.


[1] El vocabulario para designar a aquellos países a los que el Banco Mundial destina sus préstamos para el desarrollo ha evolucionado en el tiempo: en un principio se empleó el término “regiones atrasadas”, después se pasó a “países subdesarrollados” para llegar al término “países en desarrollo” donde algunos de ellos son denominados “países emergentes”.
[2] «El período durante el cual el Banco tenía una opinión sólida de la naturaleza del proceso de desarrollo, aunque poco hizo para alcanzarlo, se extendió, grosso modo, hasta el fin de los años 50, y coincidió con una fase de los préstamos del Banco en la que la mayoría de éstos se dirigían aún a los países desarrollados (en 1957, el 52,7 % de su financiación iba aún a estos países).» Nicholas Stern y Francisco Ferreira, The World Bank as “intellectual actor”, 1997», in Devesh Kapur, John P. Lewis y Richard Webb, The World Bank, Its First Half Century, 1997, vol. 2, p. 533.
[3] «Los instrumentos de análisis neoclásico se aplican en general, sin ninguna especificación, a las cuestiones que plantea el subdesarrollo. El subdesarrollo o el bloqueo del desarrollo no son objeto de un análisis sistemático en la teoría neoclásica», Gérard Azoulay, Les théories du développement, Presses Universitaires de Rennes, 2002, p. 38.
[4] Nicholas Stern y Francisco Ferreira, op. cit., ibid.
[5]Edward S. Mason y Robert E. Asher, The World Bank since Bretton Woods, The Brookings Institution, Washington D.C., 1973, pp. 458-459.
[6]World Bank (BIRD), 8th Annual Report 1952-1953, Washington D.C., 1953, p. 9.
[7]Eugene Black, «Tale of Two Continents», Ferdinand Phinizy Lectures, delivered at the University of Georgia, April 12, 1961, in Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 1, p. 145. Eugene Black presidió el Banco de 1949 a 1962.
[8] Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo en el mundo 1986, Washington D.C., 1987, p. 4.
[9] La verificación del predominio de los intercambios entre economías dotadas de factores similares (intercambio de productos similares entre las economías más industrializadas) fue realizada por los trabajos de P. Krugman y E. Helpman durante los años 80.
[10] Walt W. Rostow es un economista influyente y también consejero político de primer orden. Fue asesor de Robert McNamara durante la guerra de Vietnam. Se encuentran en la red algunas de las notas que remitiera a McNamara sobre la estrategia política y militar a seguir con respecto a Vietnam del Norte y sus aliados en 1964. Una nota titulada «Dispositivo militar y señales políticas», del 16 de noviembre de 1964, es particularmente interesante (http://www.mtholyoke.edu/acad/intrel/pentagon3/doc232.htm). Es importante señalarla para enfocar la relación entre política económica y estrategia militar.
[11] Walt W. Rostow, Las etapas del crecimiento económico. Un manifiesto no comunista, Fondo de Cultura Económica, México, 1961.
[12] Señalemos que, según Rostow, Argentina ya había alcanzado la fase de despegue antes de 1914.
[13] Siempre según Rostow, Estados Unidos llegó definitivamente a la etapa del consumo de masas justo después de la Segunda Guerra Mundial, seguido por Europa occidental y Japón. En cuanto a la URSS, técnicamente estaba preparada para alcanzarla pero debía aplicar un ajuste previo.
[14]Paul Samuelson, Economics, McGraw Hill, Nueva York, 1980, 11ª edición, pp. 617-618.
[15]Cheryl Payer, Lent and Lost. Foreign Credit and Third World Development, Zed Books, Londres, 1991, pp. 33-34.
[16]Paul Rosenstein-Rodan, «International Aid for Underdeveloped Countries», Review of Economics and Statistics, 1961, vol.43, p. 107.
[17]Max Millikan y Walt W. Rostow, A Proposal: Keys to An effective Foreign Policy, Harper, Nueva York, 1957, p. 158.
[18] Hollis Chenery fue en 1970 asesor del presidente del Banco, Robert McNamara. En 1972 McNamara creó para él el cargo de vicepresidente vinculado al de economista jefe. Más tarde entró en la tradición. Ejerció las funciones de economista jefe y vicepresidente del Banco de 1972 a 1982. Es, hasta hoy, el economista que ha permanecido más tiempo como economista jefe; sus predecesores y sucesores se mantuvieron en el cargo entre 3 y seis años. Fuente: Nicholas Stern y Francisco Ferreira, op. cit., in Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 2, p. 538.
[19]Hollis B. Chenery y Alan Strout, «Foreign Assistance and Economic Development», American Economic Review nº 56, 1966, pp. 680-733.
[20]Charles Oman y Ganeshan Wignarja, The Postwar Evolution of Development Thinking, OCDE, 1991, citado por Stéphanie Treillet, L’Économie du développement, Nathan, París, 2002, p. 53.
[21]Keith B. Griffin y Jean Luc Enos, «Foreign Assistance: Objectives and Consequences», Economic Development and Cultural Change, nº 18, 1970, pp. 319-320.
[22]Hollis B. Chenery, «Objectives and Criteria of Foreign Assistance», in The United States and the Developing Economies, ed. G. Ranis, W.W. Norton, Nueva York, 1964, p. 81.
[23] Max Millikan había sido miembro del Office of Strategic Services (OSS) y luego de la Central Intelligence Agency (CIA), su sucesora, y era director del CENIS (Center for Internacional Affairs) del Massachussets Institute of Technology, directamente relacionado con el Departamento de Estado.
[24]Max Millikan y Donald Blackmer, The Emerging Nations: Their Growth and United States Policy, Little, Brown and Company, Boston, ed. 1961, pp. x-xi.
[25] Ibid., pp. 118-119.
[26]Hollis B. Chenery y Alan Strout, op. cit., pp. 682, 697-700.
[27]Bela Balassa, Development Strategies in Some Developing Countries: A Comparative Study, John Hopkins University Press for the World Bank, Baltimore, 1971; Jagdish Bhagwati, Anatomy and Consequences of Exchange Control Regime, Ballinger for the National Bureau of Economic Research, Cambridge, 1978; Anne Krueger, Foreign Trade Regimes and Economic Development: Liberalization Attempts and Consequences, National Bureau of Economic Research, Nueva York, 1978.
[28] Anne Krueger fue economista jefe y vicepresidenta del Banco desde 1982 (cuando Chenery fue destituido por Ronald Reagan, quien acogió en el Banco a los partidarios de su orientación neoliberal) hasta 1987.
[29] Anne Krueger, Trade and Development: Export Promotion vs. Import Substitution, citado por Stéphanie Treillet, op. cit., p. 37.
[30] Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 1, pp. 215-233.
[31] Ibid., p. 218.
[32]Ver en particular James P. Grant, «Development: The End of Trickle-Down», Foreign Policy, vol. 12 (otoño de 1973), pp. 43-65.
[33] Refiriéndose al período 1974-1981, dicen: «De las inversiones destinadas directamente a los pobres, la atención del Banco comenzó a dirigirse a un fortalecimiento de los beneficios indirectos destinados a ellos por el aumento del empleo en las ciudades. En efecto, esta estrategia recurrió al enfoque del derrame.», en Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 1, p. 264.
[34] A propósito del giro operado en 1981-1982, escribían: «La reducción de la pobreza dependerá en adelante del crecimiento y del efecto derrame.», in Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 1, p. 336.
[35]Hollis B. Chenery et al., Redistribution with Growth, Oxford University Press for the World Bank and the Institute of Development Studies, Londres, 1974.
[36]Simon Kuztnets, «Economic Growth and Income Inequality», American Economic Review, nº 49, marzo de 1955, pp. 1-28.
[37] Citado por Devesh Kapur et al., op. cit., vol. 1, p. 171.
[38] Más recientemente, en su libro Le capital au XXIe siècle, Le Seuil, 2013, Thomas Piketty presentaba una crítica muy interesante a la curva de Kuznets. Piketty recuerdo que en un inicio, el propio Kuznets dudaba de lo bien fundada que podía estar su curva, lo que no le impidió hacer una teoría con una larga vida.
[39]François Bourguignon, «The Poverty-Growth-Inequality Triangle», trabajo presentado en el Indian Council for Research on International Economic Relations, Nueva Delhi, 4 de febrero de 2004.
[40] Banco Mundial, Informe sobre el desarrollo en el mundo 2006, Equité et développement, Washington D.C., 2005.
 
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