Cuba, Estados Unidos y... ¿México?
18/12/2014
- Opinión
El 3 de enero de 1961, luego de las tensiones generadas por la revolución cubana y los desencuentros entre Washington y la mayor de las Antillas en el contexto de la guerra fría –donde, por cierto, la Unión Soviética metió su cuchara-, se produjo la ruptura de las relaciones diplomáticas Estados Unidos-Cuba. Han transcurrido 53 años y el día 17 de diciembre, el Presidente de Estados Unidos, Barack Obama y el Presidente del Consejo de Estado de Cuba, Raúl Castro, anunciaron la reanudación de las relaciones bilaterales. Se trata, a todas luces, de un suceso histórico, puesto que inicia una etapa de reencuentro entre las dos naciones, aun cuando el embargo que la Unión Americana aplica contra la mayor de las Antillas se mantendrá. Se trata de un acto de congruencia de parte de Estados Unidos, toda vez que Washington mantiene relaciones diplomáticas con una gama amplia de países que mantienen regímenes que no son precisamente modelos de democracia. Asimismo, la ruptura de los vínculos diplomáticos entre Washington y La Habana, fue resultado de la dinámica propia de la guerra fría, evento que culminó a principios de los años 90 del siglo pasado con el colapso de la Unión Soviética. También es un reconocimiento a que las sanciones impuestas por el vecino país del norte contra la ínsula caribeña, no sólo no cumplieron su objetivo, sino que, al paso del tiempo, tuvieron costosas consecuencias económicas para los estadunidenses al privarlos de un mercado en el que otras naciones, de manera más pragmática, han establecido firmemente sus intereses.
En el análisis de la forma en que se gestionó el reencuentro entre Estados Unidos y Cuba, es justo reconocer la interlocución del gobierno de Canadá y del Papa Francisco. Sin embargo, un interlocutor esperado que quedó marginado en este proceso es México, lo cual, no es necesario insistir, es lamentable. Tras la revolución cubana, luego de que Estados Unidos promoviera la suspensión de la mayor de las Antillas de la Organización de los Estados Americanos (OEA), hecho que también derivó en que gran parte de las naciones latinoamericanas interrumpieran sus relaciones diplomáticas con La Habana, México fue el único país que mantuvo relaciones formales con su vecino marítimo. Es verdad que las relaciones entre México y Cuba fueron resultado de una suerte de pacto de “no agresión”, en el que, a cambio del reconocimiento político mexicano, La Habana se comprometía a no apoyar a ningún movimiento subversivo que se desarrollara dentro del territorio nacional. El pacto funcionó bien, e inclusive, cuando diversos insurgentes y guerrilleros mexicanos buscaron el visto bueno de Cuba, ésta se los negó reiteradamente.
En aquellos tiempos, previos al fin de la guerra fría, México era un interlocutor confiable y respetado. Sin estrechar las relaciones económicas con Cuba, México hizo de las relaciones con la mayor de las Antillas, un instrumento que reforzaba su nacionalismo y soberanía frente a Estados Unidos. Con todo, hacia el final de la guerra fría el escenario se modificó, llegando las relaciones entre México y Cuba a su punto más bajo a partir de los gobiernos de Vicente Fox –con el consabido “comes y te vas”- y de Felipe Calderón. Así, México perdió la capacidad de interlocución que había tenido y que era importante en la transición que se estaba gestando en Cuba, la cual tiene implicaciones importantes para la seguridad nacional de México.
De entrada y como se decía anteriormente, Cuba es la tercera frontera de México. En esa frontera marítima hay un litigio que involucra a los mexicanos, a los cubanos y a los estadunidenses a propósito de la delimitación de uno de los llamados “hoyos de dona”, donde se presume que existen importantes yacimientos petroleros. Desde hace tiempo, Venezuela ha estado gestionando con Cuba la explotación petrolera en el área, algo que afectaría la soberanía de México sobre los recursos naturales estratégicos que se sospecha, existen en la zona. Será interesante observar si ahora que se están normalizando las relaciones entre Estados Unidos y Cuba, surge un acuerdo entre ambos a propósito de ese “hoyo de dona” que pudiera afectar negativamente los intereses de México en la región.
Otros temas no menos importantes son la piratería que se genera en la región -que si bien no llega a los niveles observados en otras partes del mundo, es importante-; las migraciones de cubanos a México y a Estados Unidos; y la reinserción de Cuba al sistema interamericano, tópicos, todos ellos, donde México tendría que contar con una estrategia clara que lo posicione como un actor ineludible en todo el proceso.
Desafortunadamente en el momento actual, la diplomacia mexicana pasa por un mal momento, y no necesariamente por falta de oficio de la cancillería mexicana. Los lamentables sucesos de Ayotzinapa proyectan una imagen barbárica de México ante los ojos del mundo. Sin ir más lejos, en la reciente Cumbre Iberoamericana celebrada la semana pasada en Veracruz, fue muy notoria la ausencia de mandatarios latinoamericanos, entre ellos el propio Raúl Castro, más Dilma Rousseff, Cristina Fernández y Evo Morales, ausencias sensibles y que al margen de las razones que impidieron que estos jefes de Estados acudieran a la reunión, constituyen, a final de cuentas una opinión, no muy favorable por cierto, del anfitrión.
El gobierno mexicano ha reaccionado a destiempo ante las negociaciones entre Estados Unidos y Cuba que ahora inician una nueva etapa con el restablecimiento de las relaciones bilaterales. Es sólo cuestión de tiempo para que el embargo estadunidense contra la ínsula caribeña llegue a su fin, lo que, casi de manera instantánea se traducirá en una notable presencia económica estadunidense en Cuba a expensas de México. El gobierno mexicano dejó pasar muchas décadas sin decidirse a ser un actor económico preponderante en Cuba, pese a contar con las capacidades para hacerlo. Se dejó intimidar por legislaciones a las que oficialmente denunció como ilegales –i. e. la tristemente célebre Helms-Burton-, pero que llevaron a que diversas empresas mexicanas, por miedo a represalias en el mercado estadunidense –como fue el caso de CEMEX- cancelaran diversos proyectos en La Habana. Parece que ahora la suerte está echada y que México tendrá que conformarse con ver cómo otros se benefician del nuevo estado de cosas entre Estados Unidos y Cuba.
La cancillería mexicana se declara preparada para negociar la situación de los “hoyos de dona” con Cuba, en el entendido de que el tema, de por sí candente, entra en una nueva fase con motivo de los acontecimientos más recientes. Sin embargo, en este tema y en otros más, México llega en desventaja, dado que, pudiendo haber sido un interlocutor legítimo, fue incapaz de insertarse en la exitosa y visionaria mediación efectuada por Canadá y por el papa Francisco. Así las cosas, México aparece como el gran perdedor en el proceso que llevó al restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba.
18 de diciembre, 2014
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