En mi voz de afro descendiente

21/03/2015
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He vivido diferentes formas de discriminación en mi vida y la más feroz ha sido la racial debido a mi color de piel por mi afro descendencia. El estigma de tener un color de piel oscuro, cabello crespo y músculos macizos. Para la sociedad el color oscuro es muestra de suciedad e impureza, contrastante también signo de calentura sexual. Ahí está que se dice que el hombre negro tiene el miembro grande. Ahí está que se dice que la mujer negra es explosiva en la cama. Y ahí está que por eso nos ven como lo exótico del erotismo prohibido. Prohibido porque nos ven como lo mundano que solo es bueno para el sexo pero jamás para una relación de pareja interracial que pueda ser un matrimonio o una unión civil y con hijos. Jamás para formar una familia como el estado y la iglesia lo disponen. Y no es exageración, es decir las cosas como son. Es esa parte que todos vemos y fingimos que no está allí porque incomoda.

 

A los negros nos toman como brutos que no tenemos inteligencia y que por músculos macizos solo servimos para los trabajos de carga, como las bestias.

 

 Experimenté la discriminación en mi seno familiar, todas las formas de denigración por el color de piel me las escupió mi mamá en la cara, fue doble porque a la vez de los golpes venía el insulto. Soy la única hija negra, desde niña he vivido la segregación y sé la forma en que avería las emociones. El rechazo constante aniquila todo deseo de vivir y de estabilidad emocional.

 

 Pero mi mamá no es la malvada del cuento, dos de sus hermanas son negras y vivieron en manos de mi abuela peores cosas que yo, y así nos vamos hacia atrás en la historia y diría que mi tía abuela materna, que mi abuelo materno y sus hermanos. La familia de mi papá que la mayoría es negra.  Esto sabemos que viene desde la imposición del genocidio español en Latinoamérica. Está tan metido en los patrones de crianza que los infesta.  Con los que terminamos lacerando a otros seres humanos con tal nivel de ignorancia, prejuicios y estereotipos que les desgraciamos las vidas. Y cuando lo hacemos desde la infancia esto es irrecuperable.

 

Hace unas semanas le envié una fotografía a mi mamá, pensé que reiría, es bien popular: es una oveja negra en medio de un grupo de blancas. Y decía “yo soy la oveja negra de mi familia”.  Y es que literal eso soy en mi familia en todos los sentidos.  Eso motivó a que me llamara por teléfono, hablamos poco porque chocamos, pensamos abismalmente distinto  y aún hay muchas heridas sin sanar, por esa razón yo prefiero que nuestra comunicación no sea tan constante, así evitamos discutir y pasar mal momento ambas.  Pero esa fotografía tenía algo que yo no intuí y que a mi mama le dio en la médula.

 

Le cambia el tono de voz cuando está pensativa y nostálgica, así la escuché y me asusté y pensé que algo había pasado en la casa, -y yo tan lejos- pero no, respiró profundo y comenzó a hablar sin parar, ella no es así, me desequilibró por completo.  Cuesta que nos salgan las palabras, por ejemplo no puedo decirle mami como le llaman mis otros hermanos, por más que intento las palabras dulces no salen cuando conversamos,  a secas le digo mama o Nanoj, que es mi forma más tierna de llamarla. Y lo que no nace no se puede forzar porque entonces sería hipocresía.

 

  Hace mucho tiempo que no conversábamos del tema de su trato conmigo debido a mi color de piel y mi rebeldía incurable,  siempre lo apartamos adrede porque es una bomba de tiempo. Hablamos del día a día de cada una y a mí me fascina transportarla en el tiempo a su infancia que fue desgarradora y en un agridulce también con hermosura y me transformo en cronista y veo a través de sus ojos cuando recuerda sus vivencias de cipota, de recién parida, de aldeana y jornalera.

 

 Las relaciones personales son tan delicadas como un jarrón que cuando se quiebra aunque se vuelvan a pegar todas las partes no queda igual. Y mucho se pierde en la reconstrucción de las mismas, al final es lo que hay no se puede regresar el tiempo ni cambiar lo que sucedió, en cambio sí afrontar el presente con los estragos de lo que nos ha ido formando como personas.

 

 Hacía muchos años que no conversábamos del tema porque terminábamos peleando y teníamos que dejar tiempo pasar para que se calmaran las aguas y recuperar la comunicación. Ahora que hay tierra de por medio nos llevamos mejor.  Yo pensé que jamás viviría ese momento, nunca le exigí que me pidiera disculpas por su trato, no tengo derecho a obligar a nadie a que cambie sus actos ni su forma de pensar, en cambio yo le he pedido perdón por no ser la hija que ella soñó y encarnar el  fracaso en todas sus formas.

 

  Yo lo he hecho en mi vida todo al revés pero no me arrepiento de absolutamente nada y si volviera a nacer lo repetiría igual.  No tengo hijos no puedo saber lo que siente una madre cuando ve a una hija desbarrancarse, ahogada en alcohol y alejarse de ella y cortar la comunicación, poner tierra de por medio y verla como una persona ajena. Eso he hecho yo con mi mamá y no me arrepiento, de haberme quedado en Guatemala estoy absolutamente segura que ya no estuviera en este mundo. La relación que tenemos así como un jarrón roto recién pegado, es bastante comparado con el caos cuando yo vivía en Guatemala. Suficientes penas ha vivido mi mamá en su vida como para que yo siguiera allá amargándosela.

 

Le he pedido perdón por no calzar en el molde pero he hecho de mi vida lo que mi gusto y mi gana han querido y eso se lo heredé a ella y se me infla el pecho, tengo su tesón y su osadía. No hay nada que me haya podido heredar mi mama en sus genes que yo agradezca tanto como sus arrestos para pelarle los dientes a la vida aunque esté comiendo mierda. La constancia de caerse y de levantarse con la frente en alto, bien pijeada pero jamás vencida. Somos como un espejo, me veo y la veo a ella. Idénticas en nuestra resistencia. Al final la vida es eso, resistir…

 

En aquella llamada mi mamá me pidió perdón por haberme tratado tan mal en mi infancia, yo no podía creer lo que estaba escuchando, me desmoroné. Nunca lo esperé, nunca lo soñé, pensé que jamás sucedería, que ella aceptara que me lastimó tanto física y emocionalmente. Me dijo que era la única forma de crianza que ella conoció y que no sabía que había otras, y que no sabía que eso era racismo. Lo vivió en su casa con sus hermanas y lo tomó como normal, lo vio en sus tíos y también.

 

 Y eso me refiero cuando digo que los patrones de crianza están atestados de estereotipos, racismo, homofobia, y los vemos como normal porque está en todos lados, estamos dentro de esa atmósfera.  Yo dentro de mi corazón ya había dejado ir esa parte tan amarga de mi vida, y jamás espere de su parte una aceptación como mamá. Por eso fue tanta mi sorpresa.  Sucedió a mis 35 años.  Lo hermoso de todo esto, es que mi hermana pequeña tiene una niña que es idéntica a mí, en el color, en lo físico, en el carácter, en lo pasional y en su ferviente amor al fútbol y a la bicicleta. Sin duda de haberla parido yo jamás hubiera salido tan parecida a mí.  Lo más hermoso de todo esto, que aunque mi mamá no pudo darse cuenta a tiempo cuando yo era niña, sí ha sucedido ahora con su nieta  que es una réplica mía. La vida tiene sus recovecos…

 

Los patrones de crianza los están cambiando ella y mi hermana, la niña no es discriminada por su color de piel, no hay insultos, no hay segregación, no hay golpes. Y eso me hace inmensamente feliz. Es como si yo lo estuviera viviendo en carne propia. Es como si la vida nos hubiera dado una nueva oportunidad. Yo decidí no tener hijos, no conoceré los genes salidos de mi matriz, no sé de la intensidad del amor que dicen que le tienen las madres a sus hijos de sangre, para mí la sangre es tan solo un lazo de trámite; el amor no tiene nada que ver con orígenes, con color, con religiones, con identidades sexuales.

 

 Mi mama que es una mujer árida, inquebrantable, con esa voz de trueno que refleja su caminar tormentoso  por la vida, de pronto llamarme y abrir su corazón, es algo que valoro tanto, que me hace admirarla como persona, porque sé que no fue fácil, pero lo fácil en la vida no vale ni la pena ni la alegría.

 

Por amor es que existimos personas que todavía creemos que esta humanidad se puede salvar y una forma fundamental de hacerlo es cambiando nuestros patrones de crianza, no decir que porque así nos criaron así criamos. Nunca es tarde para cambiar, nunca es tarde para recomenzar, para reaprender. Para reconstruir esta sociedad que nos calcina a todos. Lo sucedido con mi familia en el tema racismo y segregación, es un ejemplo que los patrones de crianza se pueden cambiar. Los beneficiados somos todos y más las criaturitas que son como esponjas que todo lo imprimen.  Merecen vivir dentro de un jardín rebosante de flores y de esperanza.

 

Tengo el orgullo de ser afro descendiente –por el lado materno-  raíz de la mamá África y nunca en mi vida lo he negado ni me he avergonzado, al contrario a pesar de los golpes y del rechazo de la sociedad, ser negra y murusha es un privilegio que pocos tenemos en la vida. Y si le agregamos la alegría del sonido de los timbales y de los colores, hombre, aquí se forma un baile al estilo batucada de carnaval en Brasil.

 

 Hoy 21 de marzo es el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial.

 

Seamos parte del cambio.

 

Ilka Oliva Corado. @ilkaolivacorado.

Marzo 21 de 2015.

Estados Unidos.

https://www.alainet.org/fr/node/168397
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