Who’s paying the bill?
- Opinión
La pregunta tiene su razón de ser visto que según un tronko de los míos “El que paga la música pide la melodía”. Dicho en cristiano, el menda que, autoritario, pide la cuenta, es el que manda, y a correr todos. Diputados, senadores, subsecretarios y ministros, para no liarnos más arriba, hacen lo que les manda el que puso el billete.
Un opinólogo de esos que suelen invitar a la radio y a la TV, osó decir: “Yo espero que el dinero que les pasan no influye en sus convicciones”. El pobre infeliz todavía no se entera que estos chulos playa no tienen convicciones: sólo intereses. Privados, los intereses. Y cada vez que entonan eso de que se están sacrificando en el “servicio público”, si les miras a los ojos verás un gran signo $ que les cubre las pepas.
Desde luego esto ha ocurrido, ocurre y ocurrirá en otros sitios, la diferencia estriba mayormente en que los mexicanos –por poner un ejemplo– no le cuentan a todo el mundo que en México no hay corrupción, ni postulan al Oscar de la probidad ni a un Grammy Award de la decencia tomando como asesor de comunicaciones a Enrique Correa cuyo motor funciona al aceite fenicio.
Osvaldo Puccio, presidente de la Fundación Allende y director de SQM, Enrique Correa vicepresidente de la misma Fundación y con clientes llamados SQM y PENTA… Habría que regalarle gafas a una cierta Isabel aun cuando no parece ser una cuestión ligada a la oftalmología sino más bien a la cantidad de cromosomas en un organismo diploide.
Tú dirás lo que te salga de las amígdalas del sur, la cuestión es que la lista de los beneficiarios de la generosidad del yerno de Pinochet se alarga como las sombras en el invierno y se va pareciendo al padrón del PS.
Y de RN para ser justos: los rufianes de SQM tenían la generosidad panorámica.
Sin embargo, el tema va de otra cosa. ¿Otra? Eso se discute.
Pasa que el tipo de los jarrones, el del MOP-Gate, el inventor del Transantiago y otras cuáticas que le ganaron el “amor de los empresarios” (ricitos Somerville dixit), sostiene que el financiamiento de la política tiene que ser “público y privado”. Y convocó una conferencia de prensa para hablar de eso.
No se trata de cachondearse, el tipo es experto, tiene un doctorado en maletines, y si no me crees pregúntale quién financia su Fundación sita en Eliodoro Yáñez con Dr. Roberto del Río en Providencia. A pesar de mi renuencia ante los juegos de azar, apostaría que algunas empresas escrutadas por la Fiscalía y un tal Carlos Slim (vía Felipe Isidoro González) no son totalmente ajenos a esa suerte de teletón ricardiana. No me preguntes si un cierto Lagos-Weber figura en las listas de SQM, de eso yo no sé nada.
En fin, que la costra política y el periodismo en plan papagayo del pirata sólo se ocupan de este tema –el financiamiento de los políticos– que en materia de portadas y titulares ha remplazado ventajosamente a Alexis Sánchez (que no emboca una) y a Julio Bravo (al que le embocan más de una).
Si los pobres regalones se corrompieron es porque el Estado no los financia como debiese, y qué le vamos a hacer, Ud. me comprende, conservar la sinecura que trae plata cuesta plata, y de dónde pecatas mea, sino de la sacristía…
Bajo otros cielos, hace ya tres décadas, los escándalos ligados al financiamiento de los partidos políticos en Francia (el affaire Urba, por ejemplo) llevó a muy pocos responsables políticos a capacha, y a todos los parlamentarios a votar una generosa Ley de financiación pública.
Y desde luego la Ley puso límites. Por partido, por voto, por candidato. Como se trata de una democracia –imperfecta– pero democracia al fin y al cabo, tú puedes crear un partido político fácilmente. Los “líereh”, ejerciendo su “líerahgo”, inventaron cientos de micro-partidos políticos, y así reciben un billete, que multiplicado por las decenas de partidos virtuales que controlan, les permite recibir un billete más largo.
¿Satisfechos? ¡Qué va!
Cuando Eduard Balladur intentó una candidatura presidencial (1995), su responsable de finanzas, un tal Nicolas Sarkozy, metió las manos en una venta de fragatas y submarinos a Pakistán, y 500 millones de francos de coimisiones desaparecieron en menos tiempo del que tardo en contarlo. Los generales pakistaníes que se quedaron sin pasta se las arreglaron para organizar un atentado que mató a decenas de ingenieros y técnicos franceses en Islamabad. La venganza es un plato que se sirve frío…
Como sabes, Sarkozy terminó siendo elegido presidente de Francia (2007). Hasta ahora lo persigue la Justicia por recibir ilegalmente 50 millones de euros de Muhammad el Gadafi –en ese entonces presidente de Libia– para amenizar sus mítines. Ya presidente, Sarkozy decidió cerrarle la boca a Gadafi: ordenó el bombardeo de Libia, y el asesinato de su generoso donante. En octubre del año 2011 –según se sabe– un agente francés lo mató de algunos tiros, echándole la culpa a la oposición libia. Claude Guéant, uno de los ministros de Sarkozy, fue detenido hace unas semanas, precisamente en el marco de esta investigación.
Para no aburrirte con historias de platas brujas –en Francia y otros sitios– regreso al tema central.
El financiamiento público, privado o mixto de los rufianes no cambia en nada los resultados finales. Mandan los rufianes. Perdón… quién financia a los rufianes. Y no es porque el Estado les pasa más billete del que ya reciben que se van a limitar en su codicia por el poder.
En la Atenas de Pericles (siglo V antes de nuestra era), y mucho más tarde, en la República de Florencia (y aún de Venecia) habían encontrado una solución mucho más radical: los magistrados no eran designados mediante elecciones (que históricamente es el método favorito de la oligarquía), sino por sorteo. Y cada ciudadano, sin ningún tipo de discriminación, podía ser sorteado para dirigir los destinos de la República o de la Polis.
Desde luego había algunos detallitos, pero eso te lo cuento en otra parida. Lo importante era que, una vez sorteado para dirigir el gobierno, no tenías ninguna posibilidad de repetirte los espárragos: la sabiduría ateniense lo prohibía.
Tú me dirás que un sorteo –el azar– puede favorecer a un cretino, a un subnormal, a un taradito, a un chamuscado de la crinolina y no puedo sino concederte que llevas razón.
¿Y las elecciones?
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