Ampliar derechos para una democracia más democrática
- Opinión
En el marco de la conmemoración del 17 de mayo como día de la Lucha contra la discriminación por orientación sexual o identidad de género se realizó un encuentro en UTE Diversidad Sexual ( Unión de Trabajadores de la Educación) en el que se proyectó “Yo nena, yo princesa” un documental que relata la historia de Luana que nació varón, pero apenas supo hablar se identificó con lo femenino. Hoy es la nena trans más joven que tiene un DNI acorde a su identidad de género. Gabriela Mansilla, su mamá, registró este proceso, muy complejo y doloroso, en un cuaderno, y lo publicó en forma de libro y Valeria Paván y María Aramburú lo convirtieron en un documento audiovisual. Lo que sigue es mi intervención en dicho evento.
Las leyes[1] que logramos en estos últimos años como sociedad son un enorme avance para la consolidación de nuestra democracia. Y es necesario decir que son fruto de valiosas ( y valientes) decisiones políticas, pero especialmente debemos decir que son el resultado de un montón de años de lucha de muchas personas, organizaciones sociales, innumerables vidas que aún están y otras que ya no. Que hoy exista una Ley de Educación Nacional, donde los pibes y pibas vulnerados y postergados sean los sujetos centrales de la escuela o que los pibes sean sujetos de derechos no es sólo una decisión política, de enorme valor estratégico en términos de políticas de Estado y no solo de gobierno, sino que se trata de un montón de años de lucha de una institución como UTE, en la ciudad de Buenos Aires, o SUTEBA en la Provincia, y CTERA en el plano nacional , que lucharon y salieron a la calle para bancar un proyecto de país distinto y librar batalla a los modelos de sociedad excluyentes, al neoliberalismo como política de Estado y como parte del sentido común.
Que exista la ley de identidad de género, de matrimonio igualitario, de educación sexual integral, no son solo decisiones políticas ejecutivas y parlamentarias , es especialmente pensar en Mocha Celis como nombre propio del primer bachillerato Trans de la región, reconociendo a alguien que terminó asesinada en Flores por las fuerzas de seguridad y que en homenaje a ella y a su condición de exclusión social y educativa , el Mocha lleva su nombre reivindicando la condición de lucha de tantas/os silenciadas/os, perseguidas/os, humillados/as y desconocidos/as que hicieron posible dar luz a estas leyes.
La psicopedagoga, la psicóloga y los docentes que fueron mencionados por Gabriela, la mamá de Luana y tan fuertemente cuestionados por su práctica profesional en relación a su hija, si bien no los/las conozco en lo singular me arriesgo a decir que no son personas que hacen las cosas con maldad. No los excuso, y desconozco la situación que siempre debe analizarse en su contexto específico y por los involucrados directos, lo que puedo afirmar es que son responsables de sus actos. Pero en un espacio como este y desde mi lugar como autoridad educativa me interesa destacar que tenemos que entender que somos consecuencia y herederos de un siglo XX en el que la escuela fue una maquinaria de inclusión muy eficaz, pero al mismo tiempo fue una inclusión excluyente, en tanto esa forma de incluir fue y aún sigue siendo en muchos lugares un sinónimo de homogeneizar. Todos adentro, del mismo modo, dejando en la puerta de la escuela su cocoliche, su manera de mirar, de sentir, de estar, su elección sexual y un conjunto de cuestiones identitarias sobre las que afirmamos nuestra condición de sujetos. Creo, que estos docentes, como tantos otros/as han sido formateados por este modelo de inclusión. La escuela incluyó pero haciendo que todos “se desarmen” de sí mismos en la entrada.
Pero por suerte a las escuelas hay muchas cosas que entran sin pedir tanto permiso y este tiempo que nos toca a nosotros es el del desafío de una inclusión más democrática en las escuelas en el que la inclusión no es homogeneización porque en esa ecuación la diferencia queda congelada como deficiencia, y muchas veces como anormalidad.
Me parece fundamental poder revisar la mirada hacia el otro porque la escuela puede ser un lugar en el que aprendamos a mirar y estar entre nosotros de otra manera y ese es el desafío que tenemos que librar. La escuela es un lugar en el que los y las docentes tienen que saber que no solo están en carácter personal sino que, son la representación del Estado frente a los pibes y las pibas. Por lo tanto, la escuela es el primer ámbito por fuera de las familias en el que los recién llegados/as se constituyen como ciudadanos/as. Entonces la diferencia no es deficiencia, sino una maravillosa oportunidad de enriquecimiento de la convivencia.
Hay una frase muy incorporada al sentido común y dice que la maestra es la segunda mamá. Por un lado, está sesgada por género y por otro lado, aun reconociéndole su valor afectivo, no podemos dejar de señalar cierto rasgo de despolitización en la medida que simplifica o primariza el lugar de el / la docente que es político por definición, por necesidad, y siempre acorde a una historia, un contexto. Más que la segunda mamá es la primera o primer adulto/a por fuera de la familia ante quien los pibes y las pibas se constituyen como ciudadanos/as.
La ley es necesaria pero nunca suficiente, porque requiere un proceso de sensibilización, de construcción e implementación de nuevas miradas y reglas para acompañar los cambios en las maneras de estar y relacionarnos. Muchas veces en las escuelas se etiqueta y estigmatiza, como sucede en la sociedad de la que forma parte activa y eso es lo que debemos transformar. La inclusión no se da por imposición, es un proceso que se construye lenta, contradictoria y sostenidamente, mucho más por convicción ( y actos consecuentes) de que puede ser posible que por la declamación de lo políticamente correcto.
En estos tiempos electorales, andan dando vuelta (ya no tan agazapados) aquellos que tienen la convicción de que todo pasado fue mejor, aquellos amantes de las nostalgias moralizantes, anunciadores del declive y la tragedia de las escuelas y la enseñanza, aquellos que se guardan y no revelan algunas de sus más íntimas convicciones. Que temen a lo nuevo, los asusta la irrupción de lo inesperado que son los centenares de miles de pibes/as y sus familias que no fueron convidados a la escuela en Argentina y hoy son sujeto de derechos y el Estado se hace responsable de la obligatoriedad de su escolaridad, con los logros y las dificultades que eso supone. Hay un montón de pibes que tienen derecho en la escuela a acceder a información relevante en torno a su propia sexualidad. Un/a docente no puede elegir si va a trabajar o no la Ley de Educación sexual Integral, porque es derecho de cada pibe y piba en Argentina que en la escuela se enseñe Educación Sexual integral y el Estado, y la /el docente como su representante debe ser garante de ese derecho y debate en las aulas y generar las condiciones para que cualquier pibe o piba pueda sentirse escuchado, respetado en su decisión de ser quien quiere ser, de enamorarse de quien se quiera enamorar y garantizar procesos administrativos, baños y diversos espacios según sus necesidades y deseos.
¿Si es sencillo? Para nada! Es complejo, supone trabajar el conflicto en forma permanente porque es mentira lo que nos hacen creer que tenemos que andar en armonía. En una sociedad como la nuestra, con diversos tipos de desigualdades, el conflicto organiza la convivencia y hay que bancarlo y transitarlo como algo necesario y no perjudicial. El conflicto permite procesar las diferencias. Pensemos cómo hacemos para que en la escuela los pibes sientan que pueden ser quienes desean ser y no quienes un otro cree que deben ser.
Hay un libro que se llama “Frankenstein educador”, de Philippe Meirieu, que es una parodia a la escuela moderna , pero fundamentalmente una crítica a los adultos que a veces no nos podemos bancar la irrupción de lo nuevo e inesperado. Lo que hace “Frankenstein educador” es demostrar cómo muchas veces lo adultos lo máximo que esperamos de nuestros pibes es que sean una réplica de uno mismo y en miniatura. Ese es el peor modo de pensar la educación. Nos guste o no, la escuela está en la encrucijada entre la permanencia y el cambio.
Educar siempre es elegir, lo sepamos o no. Algunos eligen por la permanencia, adoradores del todopasadofuemejor, le temen a la irrupción de lo inesperado, le temen a la elección sexual libre y soberana. Lo que tenemos que pensar es cómo hacemos para generar las condiciones para que en las escuelas se pueda hablar de esto, de lo que siempre estuvo silenciado y garantizar una vida cotidiana más auténtica, democrática y plural.
El desafío no es otro que el de habilitar espacios para que se hable y se escuche y para que se pueda ejercer el derecho de la Educación Sexual Integral, el derecho a la identidad de género, a ser sujeto de derecho, porque venimos de un siglo en el que los pibes eran menores y no sujetos de derechos. Son muchas las cosas que tenemos que cambiar y la transformación es cultural. Es importante salir a la cancha a jugar y discutir porque hay muchos que a veces piensan que las cosas siempre fueron así y entonces que sigan siendo así o alguito mejor . La verdad que esto demuestra que las cosas pueden ser de una absoluta otra manera y que puede estar mejor transitar esa manera no desprovista de conflictos e incomodidades y dificultades.
No hay otra manera de ser mejores docentes que revisando la propia autobiografía y no hay mejor manera de cambiar la escuela en Argentina que poner los puntos sobre las íes y revisar el modelo sarmientino de escuela moderna que tenemos y pensar que el sujeto de derecho no solo debe ser una enunciación correcta sino la concreción de una mejor vida en las escuelas y fuera de ellas.
Tenemos que pensar cómo hacemos para interpelar la mirada del otro porque las representaciones sobre el otro no sólo describen sino que también son normativas como la pedagogía, porque orientan la mirada, y muchas veces la eficacia de lo que estoy diciendo lo demuestra cuando uno se cruza de vereda frente a alguien (con ciertas características) que ve que está viniendo sin que haya pasado nada. Lo que hacen las representaciones es organizar no sólo el modo de ver al otro sino también la manera de actuar respecto del otro.
La escuela es un espacio estratégico para construir vida democrática, pero fundamentalmente creo que la escuela es un lugar maravilloso para ponerse en el lugar del otro. En tiempos en lo que más cotiza es el otro como amenaza, tenemos que poder transformar esta situación para pensar que el otro, más que una amenaza, puede ser mi complemento.
La lucha es enorme, las leyes ayudan, pero es muchísimo lo que hay que hacer. Hay que sostener las leyes animándonos a multiplicar el debate, con la incomodidad de que a veces hasta los seres más queridos piensan de un modo que nos escandaliza pero hay que buscar argumentos porque el rechazo espontáneo omite la información que ayuda a discernir.
La idea no es quedarnos con rechazos espontáneos sino juntarse con el otro y buscar los argumentos que ayudan a pensar que podemos ser distintos, iguales y mejores que lo que fuimos.
- Gabriel Brener es Prof. De Enseñanza Primaria ( Normal Nº 4) Lic. En Cs. Educación ( UBA)
Especialista en gestión y Conducción del Sistema educativo y sus instituciones ( FLACSO)
Subsecretario de Equidad y Calidad Educativa del Ministerio de Educación de la Nación
Autor de “Periodismo Pedagógico, de escuelas, violencias , medios y vínculos entre generaciones” Editorial Mandioca. 2014 Bs. As.
[1] En referencia a Ley de Garantía del Salario Docente y 180 días de clase (Ley 25864)2004
Ley Educación Técnico-Profesional (26058)2005 Ley Protección Integral de los Derechos de niñas, niños y adolescentes (26061)2005 Ley Financiamiento Educativo (26075). 2006 Ley Educación Sexual Integral (26150). 2006 Ley de Educación Nacional (26206) 2006 Ley de Identidad de género .,de Matrimonio Igualitario, entre muchas otras.
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