Vamos p’atrás
- Opinión
No lo digo yo, lo dice el WEF, el celebérrimo World Economic Forum, o más bien –para contar la firme– la Universidad Adolfo Ibáñez. La UAI aparece como goma del WEF, porque este último no envía ningún experto a Santiago, para qué, si Chile está saturado de gurús, adivinos, arúspices, sibilas y profetas. De modo que la UAI cuenta lo que le sale de las amígdalas del sur.
Pasa lo mismo con las evaluaciones de la economía chilena que hace el FMI: un par de beocios del FMI viene a Santiago y le pide a sus homólogos del Banco Central y de Hacienda que le hagan las tareas. Luego, esas tareas regresan bajo la forma de títulos de prensa: “El FMI felicita a Chile…” El auto aplauso es un gran valor. Guarda esto en reserva, más adelante volveremos a ello.
De acuerdo a la UAI pues, vamos p’atrás. ¿En qué? Espera, espera, ya viene.
Periódicamente el WEF elabora un ranking de competitividad global con el que distribuye buenas y malas notas. Los países obedientes suelen recibir las felicitaciones de Herr Klaus Schwab y secuaces. Los reglazos en los dedos van a los países que se salen del marco, que osan adoptar políticas económicas que contradicen los dogmas del WEF. Así de sencillo.
De modo que el WEF acaba de publicar su ranking de competitividad para el período 2015-2016, en el que Chile pierde terreno y constata un retroceso de 13 posiciones desde que fuese publicado el informe para el período 2004-2005. Como quien dice “Houston… tenemos un problema…”
A estas alturas te estás preguntando “¿Y qué diablos entienden por la jodida competitividad?”. Haces bien. Visto que los mendas publican rankings a tontas y a locas en plan ‘quién es el que la tiene más larga’, sería bueno saber qué diablos miden, ¿no?
Según el premio Nobel de Economía Paul Krugman, el que habla de “competitividad” no tiene una pinche idea de lo que dice: “La mayor parte de los que usan el término “competitividad” ni siquiera se detuvieron a reflexionar en ello.”
Krugman escribió toda una nota (“La competitividad una obsesión peligrosa”. 1994) para enmendarle la plana a los ignorantes que pontifican con la noción de competitividad. Cachondeándose de los “expertos” Krugman escribió:
“Se podría decir, haciendo una analogía algo severa pero no enteramente injustificada, que un gobierno casado a la ideología de la competitividad tiene tan pocas posibilidades de llevar adelante una buena política económica como un gobierno adicto a la teoría creacionista de llevar adelante una buena política científica…”
Para Krugman, definir la noción de “competitividad” asociada a un país no es tarea fácil. Lo cierto es que ni siquiera lo intenta. Más aún, previene: “…el peligro más grave es sin duda que esta obsesión de la competitividad afecta de manera sutil e indirecta la calidad de los debates económicos y las decisiones de política económica”.
La obsesión de la “competitividad” puede así ser asimilada a una suerte de cretinismo. Lo que desde luego no le impide a los gurús de la UAI exhibir su ciencia pasándole los platos a la WEF, haciéndole de paso un eminente favor a la CPC y a las derechas: la del gobierno y la oposición.
Para hacer “serio”, el ranking de la WEF –subcontratado a la UAI en lo que se refiere a Chile–, parte ofreciendo una definición de “competitividad” que merece el desplazamiento:
“Definimos competitividad como el conjunto de instituciones, políticas y factores que determinan el nivel de productividad de una economía, la que a su vez determina el nivel de prosperidad que puede obtener el país.”
Nótese que en la definición está ausente la noción de mercado internacional, cosa curiosa cuando se trata de un ranking que clasifica 140 economías. Ello permite asimilar el nivel de prosperidad de un país a su nivel de productividad, mientras el país en cuestión viva en autarquía, es decir únicamente en torno a su mercado interno.
En la definición también está ausente la noción de justicia en la distribución de la riqueza: que unos pocos se apoderen de la parte del león y la inmensa mayoría viva en la inopia es algo que no afecta a la noción de “competitividad” que le interesa al WEF y a la UAI.
Por lo demás, en la definición propuesta hay una relación tal que la noción de competitividad puede ser asimilada a la noción de productividad, error muy propio de la ignorancia de los expertos. El WEF lo confirma cuando precisa: “El Índice Global de Competitividad combina 114 indicadores que capturan conceptos que cuentan para la productividad.”
Lo que favorece la productividad aumenta la competitividad, y viceversa. Claro como el agua de roca. Sólo que la realidad es un pelín más compleja. Como la ley de la oferta y la demanda: cuando los precios bajan, aumenta la demanda. Los precios del cobre y del petróleo han bajado lo suyo, ergo… la demanda debiese subir. ¡Plop! Los precios bajan, la demanda baja. Como sucede con las acciones y otros activos: cuando el precio se hunde, se hunde la demanda. Pídele a Felipe Larraín que te lo explique…
Pero no nos perdamos en tan buen camino. La competitividad. Con la definición del WEF, que no quiere decir nada, no iremos muy lejos. Krugman cita otra definición, la de Laura D’Andrea Tyson, que fue presidente de la Comisión de consejeros económicos de Bill Clinton. Según esta ilustre patriota, la competitividad es “nuestra capacidad a producir bienes y servicios que pasan la prueba de la competición internacional, mientras nuestros ciudadanos gozan de un nivel de vida que, a la vez, progresa y es duradero”.
Ya ves, aparecen aquí la noción de la competición internacional, y la de bienestar de la nación en cuestión. Sin embargo la definición adolece de un pequeño detallito: según Miss Tyson la competitividad es la capacidad para competir, como la agresividad la capacidad para agredir, y la serenidad la capacidad para permanecer sereno. En la escuela primaria uno aprendía que para definir no se debe incluir lo definido en la definición. No avanzamos mucho.
Por otra parte, el mismo Krugman destroza la definición de Miss Tyson aduciendo que, aplicada a países como los EEUU de los años 1950, cuando los intercambios externos eran poco significativos, ella convierte en sinónimos “competitividad” y “productividad”:
“Para una economía de este tipo, su capacidad a mantener un saldo exterior en equilibrio depende esencialmente de las tasas de cambio. Pero como el comercio internacional es un factor tan poco importante en la economía, el nivel al que son fijadas las tasas de cambio no tiene gran incidencia en el nivel de vida. De modo que en una economía cuyo comercio exterior es insignificante, el mejoramiento del nivel de vida, y por ende la ‘competitividad’ según la definición de Tyson, estaría determinada casi exclusivamente por factores internos, esencialmente la tasa de crecimiento de la productividad. Es decir, el crecimiento de la productividad interna, y no el crecimiento relativo de la productividad con relación a la de otros países. En otras palabras, en una economía que practica poco los intercambios exteriores, la ‘competitividad’ sería un curioso sinónimo de ‘productividad’, sin ninguna relación con la competición internacional.”
Exactamente lo que te comentaba más arriba a propósito de la definición de la WEF… Pero hay que tener claro que todo eso importa un cuesco. Para el WEF y la UAI no se trata de comprender nociones económicas que claramente ignoran y les tienen sin cuidado: para el WEF y la UAI el objetivo claramente es otro.
Ese objetivo tiene que ver con impedir el desarrollo de cualquier derecho laboral que pudiese atentar contra la máxima rentabilidad que el capital se estima en derecho de obtener en Chile.
De ahí que el WEF, en un intento de dar el pego, examine diferentes elementos que estima asociados a SU noción de competitividad. Una serie de “índices”, como les llaman. El informe del WEF explica:
“El ranking examina la competitividad en base a tres subíndices y 12 pilares asociados a ellos: requerimientos básicos (instituciones, infraestructura, entorno macroeconómico, salud y educación primaria); potenciadores de eficiencia (educación superior y capacitación, eficiencia del mercado de bienes, eficiencia del mercado laboral, desarrollo del mercado financiero, tecnología, tamaño del mercado), y sofisticación e innovación (sofisticación de negocios, innovación).”
Todo ello gracias a datos cuya seriedad no admite ninguna duda: “Por más de 35 años, la serie de Informes sobre Competitividad Global ha arrojado la luz sobre los factores clave y sus inter-relaciones que determinan el crecimiento económico y el nivel presente y futuro de la prosperidad de un país”.
El WEF y sus informes son el camino, la verdad y la vida. Como Jesús, el WEF habla para decir: “Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida.” (Juan 8:12).
De ahí que resulte un pelín chocante que el WEF tome la precaución de rehusar de antemano cualquier responsabilidad con relación a los datos que usa:
“…El World Economic Forum, sus agentes, directivos y empleados: (i) entregan los Datos “como son, como están disponibles” y sin ningún tipo de garantía, explícita o implícita, excluyendo sin limitación garantías de comerciabilidad, idoneidad para algún propósito particular y no-violación de derechos; (ii) no garantiza, ni explícita ni implícitamente, la exactitud de los Datos contenidos en este Informe ni su idoneidad para ningún propósito particular; (iii) no acepta ninguna responsabilidad por el uso de los mencionados Datos, ni por la confianza depositada en ellos, en particular para cualquier interpretación, decisión, o acción basada en los Datos de este Informe.”
El WEF distribuye calificaciones que los economistas de cada país fingen tomar en serio, a partir de datos a los cuales no les puedes acordar ni el más mínimo crédito, ni la menor confianza, no lo digo yo, lo dice el… WEF.
No obstante, a partir de tal Informe, la sección Negocios del diario La Tercera (30/09/2015) titula:
WEF: normativa laboral es el principal problema para hacer negocios en Chile
Así lo señala el Ranking de Competitividad Global del World Economic Forum
¿No parece curioso que La Tercera haga un uso tendencioso y abusivo del Informe del WEF justo en medio del debate parlamentario sobre la reforma laboral?
Los sindicalistas dignos de ese nombre (p. ej. La CGT) rechazan la reforma laboral por discriminatoria y atentatoria a los derechos de los trabajadores.
Ximena Rincón, en una declaración en que prima su pusilanimidad, sostiene que “En algunos empresarios, no en todos, hay casi una obsesión por derribar la reforma laboral”, sin entregar la larga lista de empresarios que –según da a entender– la apoyarían.
Lo cierto es que el gran empresariado, el gran capital, rehúsa aceptar hasta la idea de un cambio, por nimio que parezca, en un país en el que aún está vigente el Código del Trabajo de la dictadura y el Plan Laboral de José Piñera.
De ahí que en una suerte de campaña del terror echen mano al WEF –y a su goma, la UAI– para convencer a todo el mundo de que la “competitividad” chilensis se deteriora. ¿Y por qué se deteriora? Por culpa de la normativa laboral, ¡por culpa de supuestos derechos que los trabajadores no tienen!
En un país en que la práctica vulgar asocia “competitividad” a baratura, a precio de baratillo, de saldo y de ofertones, el costo de la mano de obra –en dólares– se redujo en pocos meses en un 38,6%. Dicho de otro modo, la “competitividad” de los trabajadores chilenos, en el mercado internacional, tuvo un fuerte aumento.
Además, recientemente, un sondeo del Instituto Nacional de estadísticas señaló que, en pesos, el salario real de los trabajadores chilenos muestra una caída de 1,7%... ¡Más competitividad!
No es lo que cuenta La Tercera que, en su edición del 30/09/2015, desinforma:
“El informe del WEF revela que el país retrocedió en nueve de los 12 pilares y que la mayor baja –de 13 lugares– se registra en la eficiencia del mercado laboral (correspondiente al subíndice de potenciadores de eficiencia), cayendo del puesto 50 al 63.”(sic)
La desinformación va aún más lejos, cuando La Tercera afirma:
“En este pilar el país exhibe algunos de sus peores desempeños relativos, ubicándose 117 en costos de despido (medido en semanas de salario), y en la posición 110 en prácticas para la contratación y despido. En este último caso, se trata de una significativa caída de 44 posiciones respecto de la anterior medición.”(resic).
¿Recuerdas lo que te comenté al inicio de esta nota a propósito del FMI?
Hace décadas que el FMI, o sea Hacienda, el Banco Central, el empresariado y los sucesivos gobiernos que le hacen las tareas al FMI, intentan reducir a nada el costo de los despidos. En Chile, pretende el FMI (o sea Hacienda, el Banco Central, el empresariado y los sucesivos gobiernos que le hacen las tareas), el salario mínimo está demasiado alto, y los costes de despido son prohibitivos.
En diciembre del 2003, como cada año, el FMI le hizo llegar sus consejos al gobierno de Chile. El FMI elogiaba las políticas en curso pero exigió hacer aun más flexible el mercado del trabajo y llamó a las autoridades chilenas “a explorar el tema de los costes de despido que aparecen muy altos vistos desde una perspectiva internacional, así como a limitar los aumentos del salario mínimo, en particular para los trabajadores jóvenes.”
Si menciono los consejos del FMI del año 2003 es porque al mismo tiempo Dick Grasso, –presidente de la Bolsa de New York que contribuyó poderosamente a su hundimiento–, recibió en premio un bono equivalente a setenta y siete mil años de salario mínimo chileno (770 siglos), y 48 millones de dólares más como indemnización de despido.
Refiriéndose a los salarios, el informe del FMI decía: “Las autoridades (chilenas) indicaron que están examinando formas de reducir los costes de despido... También anotaron que un estudio patrocinado por el BID (Banco Interamericano de Desarrollo) mostró que el aumento del desempleo en los últimos años es mayormente cíclico, pero fue agravado por... el nivel del salario mínimo, que ha sido fuertemente aumentado durante los años 1998-2000”. (Informe de consultas sobre el Capítulo IV. Fuente: FMI).
Puede notarse que según el BID –y las autoridades chilenas, o sea, en esa época, Nicolás Eyzaguirre y Ricardo Lagos–, el culpable del desempleo era el fuerte aumento del salario mínimo al que había accedido el gobierno precedente, o sea el de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. Al asumir su cargo el ministro de Hacienda Nicolás Eyzaguirre ya le había echado la culpa a Frei cuando aseguró que “hubo un cierto exceso de gasto fiscal durante los últimos tres años" lo que "debilitó los fundamentos de la economía".
Ricardo Lagos y Nicolás Eyzaguirre le prometieron al FMI moderar la progresión del salario mínimo y reducir los costes de despido. Lamentablemente para ellos, las luchas sociales, la resistencia de los trabajadores organizados, impidieron –al menos parcialmente– que llevasen a cabo ese crimen contra el pueblo de Chile.
Cuando La Tercera osa, desvergonzadamente, poner en entredicho los costes de despido en Chile, no se refiere a los montos que le reclama Patricio Contesse a SQM por haber regentado durante 25 años el soborno, la corrupción y el fraude fiscal, o sea la friolera de 3 mil 973 millones de pesos, o lo que es lo mismo 1.324 años de salario mínimo. ¡Más de trece siglos!
Qué de cosas debe saber Patricio Contesse para osar esa desvergüenza… Cuantos nombres de parlamentarios pedigüeños, ministros venales, empresarios descarados que –es un decir– hubiesen buscado hacer pagar los salarios de sus empleados por una empresa acomodaticia como SQM. ¿Ah, Sebastián?
Lamento haberme alargado en esta nota, y espero que haya valido la pena. Los Informes del World Economic Forum, que en relación a Chile no son sino lo que babea la Universidad Adolfo Ibáñez, no valen el papel en que están impresos.
Su único objetivo consiste en validar y justificar las pretensiones del gran capital, de los dueños del Club privado que llaman Chile. O sea impedir, con la bendición de una pretendida “ciencia económica” a las órdenes, que los trabajadores alcancen los derechos que sus homólogos del mundo civilizado disfrutan desde hace un siglo.
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