Sociedad e Iglesia católica “juzgonas”

06/06/2016
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En plena jornada de emisión y conteo del sufragio en 13 estados del país para elegir a 12 gobernadores, 965 alcaldes y 388 diputados locales, y después de ser el primer votante en mi casilla, motivo por el cual me llamaron ciudadano ejemplar y ya entradas en gastos las guapas ciudadanas me invitaron a ser en ese momento funcionario, resultaría pretencioso abordar el tema.

 

Sobre todo cuando existen asuntos que trascienden la inmediatez como el matrimonio igualitario y la despenalización de la mariguana con propósitos medicinales y de investigación, y se da por hecho que serán aprobadas las iniciativas, pero sólo porque provienen del titular del Ejecutivo federal son reducidas a “maniobras electorales” y subestimados sus alcances. Pierden de vista que podría ser, en dependencia de cómo se legisle, un producto neto de la puja de varias generaciones de mexicanos. O de plano cuesta harto trabajo ponderar los éxitos de la sociedad civil porque algunos apuestan por la máxima de “entre peor, mejor”, en una caricaturización de “la agudización de las contradicciones”.

 

Por fortuna existen voces en la mismísima Iglesia católica, como la de Alejandro Solalinde, que ayudan a aquilatar mejor las enormes resistencias de una jerarquía enriquecida que se conduce bajo la hipócrita conducta: “No sean castos, pero sean cautos. Es decir, mientras no hagan escándalo, todo está bien y tranquilo. Lo que importa es la imagen de una institución y no la vida de las personas”. Y comparte su experiencia a Sanjuana Martínez: “Mientras hacía el decanato, me di cuenta de que todos tenían pareja. El obispo también tenía su pareja; el vicario general era homosexual y también tenía su pareja, y en uno de los pueblos había un padrecito que era demasiado enamorado; tenía su mujer, pero se pasaba de la raya con las secretarias, y entonces el vicario puso el remedio: retiró a ese sacerdote y puso a un gay y se acabó”.

 

En agudo e hipócrita contraste, es la misma jerarquía la que protege a sacerdotes pederastas –como consta en averiguaciones ministeriales en Los Ángeles, California, que involucran a Norberto Rivera–, y la que encabeza la campaña contra el matrimonio entre personas del mismo sexo, esto último aseverado por el coordinador de la Pastoral de Movilidad Humana Pacífico Sur del Episcopado Mexicano y fundador y director del albergue de migrantes Hermanos en el Camino.

 

Para José Alejandro Solalinde “Ellos sacan textos del Antiguo Testamento para condenar a los homosexuales, como si Cristo estuviera pintado. Cristo es la culminación de las escrituras y del Antiguo Testamento, y él no excluye a nadie en los evangelios”.

 

Explica que “La sociedad mexicana es una juzgona y tenemos una Iglesia juzgona. Ésta viene juzgando desde hace muchísimos siglos, lo que no hizo Jesús (…) ¿Cómo liberar a los católicos, los bautizados, de este vicio hacia los demás? Jesús claramente dijo: ‘No juzguen y no serán juzgados’, pero si andan haciéndolo, con la misma vara que midan serán medidos”.

 

Los cardenales, obispos y sacerdotes –subraya Solalinde Guerra a Sanjuana Martínez– no somos árbitros de la vida, ni de sus cuerpos. Ellos son buenos para juzgar. Y pregunta con singular agudeza: “¿Por qué los obispos no defienden a los trabajadores que están muertos de hambre con un salario mínimo, a las mujeres que están siendo asesinadas o a los jóvenes que no tienen oportunidades o a los indígenas, los campesinos olvidados?”

 

La frase clave, como bien concluye, es respeto a la diversidad sexual.

 

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