La paz es una fiesta popular
- Opinión
Que jugar futbol era de machos, se les decía a las mujeres que pisaban un balón, que tirar el trompo agrandaba los senos, que entrar a un billar era indecente y que si tomaban era solo cocteles. Para los hombres que el rosado era de mujeres y llevar aretes de maricas. En pocos años esto ha cambiado. Se reconoce que las identidades no ocurren por naturaleza, si no que se conquistan en luchas por derechos, igual que la paz y la guerra que se justificaba como salvación es una terrible violación. Los prejuiciados y autoritarios señalan que llegó la perdición, que no hay valores (los de ellos: obediencia y sumisión), que se perdió el temor a dios y que tanto derecho es perjudicial y se vuelve libertinaje o que la gente se vuelve loca comentan en los clubes. De todo un poco, gente medio loca a consecuencia de tanta guerra, millones con algún nivel de esquizofrenia, otra parte por la combinación alucinante entre lo real y lo virtual y otros por el temor a vivir sin la guerra que los deleita con muertos ajenos.
Gente que parece hablar sola, gritar, maldecir y dar órdenes mientras camina o conduce, gente conectada a un alambre imperceptible que produce decenas de accidentes por falta de atención a las señales del camino y gente pegada al twitter lanzando trinos de odio y desesperanza. Que la sociedad perdió algunos valores, es posible, sobre todo el de solidaridad gracias al virus inoculado por el mercado que enfrenta a todos contra todos, los convierte en sutiles enemigos, siempre en competencia igual o desigual -da lo mismo- hay que ganar o ganar, ser exitoso, comprar, lucir, competir, pasar por encima o por debajo del otro pero pasar, corromperse si es preciso, mentir, engañar, hacer trampa, ponerle atajos a la vida y a las leyes, usar el todo vale que proclaman los dueños de la guerra.
Que no hay respeto y que a nadie le importa el otro, también parece cierto. La Urbanidad de Carreño que era el libro de la conducta y los modales conservadores del siglo xx, fue llevado a reglamento de convivencia en condominios, colegios y universidades y recién se convirtió en código de policía, que no se detiene a educar, si no a castigar, no busca convivencia si no recursos, se enfoca a prohibir y castigar a la misma clase social ya estigmatizada por una sociedad altamente desigual y controlada por los de siempre. A manera de ejemplo los viejos modales de orinar donde toca no se enseñan, se castiga la falta. Orinar donde no toca saldrá caro. Los que orinen en la calle, postes, estatuas, esquinas o árboles pagaran su gracia, no importa que lo hagan por borrachera, necesidad, por llevar la contraria o por falta de sentido de lo público. Hubiera sido importante pensar en baños públicos antes del castigo o mejorar la equidad social para que a nadie le falte un baño, una letrina o pueda acudir a orinales públicos y gratuitos en algún lugar, porque orinar en un café, almacén o tienda, tiene precio, por orinar se paga. Pagaran por el delito los sin nada, los ñeros, los empobrecidos que llegan a los centros colados en los buses por no tener con que pagarlo y no encontraran quien les preste un baño -bien por su pinta o por insolvencia económica- y como no tienen como pagar irán a la cárcel. Allí tampoco encontrarán un baño, habrá un W.C. sin puerta, con una tasa entre gris y café, chorreada, pestilente y putrefacta en la que orinan cien más, en fila y según la jerarquía criminal en ese patio o pasillo, entonces aprenderán a orinar en una botella, en una bolsa o más sencillo y educativo para evitar el castigo perpetuo: a tomarse los orines por manotadas.
Pero también otros socialmente mejor ubicados, tendrán que aprender por las malas, el código de policía anuncia que la convivencia con plata entra. Quien no recoja los excrementos de sus mascotas pagara cara la gracia del animal y la del amo que conectado al celu se distrae, la clase media es aquí la afectada, es la que tiene mascota de sacar al parque y puede pagarle comida con nutrientes, vacunas, peluquero, pedicure y lociones de Can Amor. Pagar la multa será el peor descuadre en los servicios del mes y el animal pagará lo suyo, tendrá menos comida aunque pierda pelo y simpatía.
Que cambien cosas es motivo alegría, a pesar de los solo saben resolverlo todo con castigos, con sangre, con dolor. Provoca alegría ver que ahora las mujeres juegan al futbol sin imitar machos, ni perder su identidad y hay selección en la olimpiada. Igualmente después del Tour, Nairo hizo vibrar al país y hasta las ruanas de Boyacá -tierra de varones ligados a la tierra- se tiñeron de rosado, ¡sí¡ ruanas rosadas allí donde el tal paro campesino estremeció al país y el Chico Futbol Club cambio su camisa ajedrezada por rosada. En época de chulavitas, de godos y de chusmeros liberales, solo existía rojo y azul y con esa excusa llevaron a la muerte por necesidades de la guerra a un cuarto de millón de colombianos, por el rosado hubieran decapitado al pueblo entero. Los hombres del futbol, los del negocio -por supuesto- que son comprados y vendidos como esclavos, usan botines de colores a veces uno rosado y otro azul o verde biche, otros hombres, con otra masculinidad, no la que tocaba por naturaleza según los prejuiciados, se ponen aretes, se pintan el pelo, llevan dibujos en la cabeza y se tupen de tatuajes como las maras salvatruchas que aun desde prisión desafían al imperio.
Cambian tiempos, conductas, percepciones, modos de ser y actuar. Quien no soporta el cambio llama a la guerra, al orden, al castigo, otros se niegan a aceptar los cambios como la indolente clase política tradicional que se recicla, cambia las reglas o le pone botox a sus atajos; otros atraviesan infamias en el camino, llaman al odio en su afán de homogeneizarlo todo y castigar lo que no controlan. Ahora hay una tensión por el cambio de guerra a paz, de intolerancia y terror a tolerancia y respeto. Es un cambio de colores, del luto y gris, a lo multicolor, diverso y diferente.
Si la guerra es un funeral, dolor y lágrimas, la paz es una fiesta popular vestida de todos los colores que agita banderas rosadas, rojas, tricolores, blancas, rojinegras, wipalas y arco iris. La fiesta de la paz hace pensar en una plaza llena, en un festival sin prejuicios ni verdugos, en una verbena popular con orinales públicos y mixtos, con mascotas de pedigrí y gozques, con un coro de muchas voces para silenciar el ruido de las ametralladoras y declarar inservibles las herramientas y códigos de castigo usados en la guerra. La paz es un derecho humano inderogable, luchado y conquistado por un pueblo y no puede quedar atada al interés de los partidos. La paz es un logro colectivo, un cambio para convivir de otra manera. La paz sin prevenciones ni prejuicios no traerá todo lo esperado, pero si más felicidad, menos dolor y muerte, más afectos y menos odios... ¡qué alegría! SI, SI, SI...
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