Antonio Guterres: un voto por la paz negativa
- Opinión
Desde hace varios días, en la sede de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), el secreto a voces era que el portugués, Antonio Guterres se perfilaba como el próximo Secretario General de la institución para sustituir en el cargo, a partir del 1 de enero de 2017, al surcoreano Ban Ki-Moon. El disgusto de diversos Estados miembros de la ONU era mayúsculo: después de todo, el proceso para elegir al nuevo Secretario General se suponía que sería más transparente a diferencia de elecciones previas, donde, en “lo oscurito”, o bien en el Consejo de Seguridad, a puertas cerradas, se tomaba la decisión.
La Carta de la ONU establece que en la elección del Secretario General intervienen tanto el Consejo de Seguridad, como la Asamblea General, siendo éste segundo el órgano en el que, lo dispuesto por el primero, se ratificaba con el voto de todos los Estados miembros. Ahora bien, la diferencia entre elecciones previas y la actual, es que se abrió la posibilidad de que quienes aspiraran al cargo, comparecieran ante los miembros de la ONU para presentar su propuesta de plan de trabajo. Así, en el primer semestre del año en curso, suspirantes procedentes sobre todo de Europa Oriental, más Europa Occidental, América Latina y Nueva Zelanda desfilaron ante los miembros de la ONU, explicando sus proyectos. Con todo, y pese a lo “democrático” que este ejercicio pudiera parecer, la elección del portugués Antonio Guterres fue “a la antigua”, decidida en el seno del Consejo de Seguridad, fundamentalmente con la bendición de los cinco miembros permanentes de ese órgano –Estados Unidos, Rusia, la República Popular China, Francia y la Gran Bretaña- tras seis rondas de votación. ¿Cómo se llegó a la conclusión, en el Consejo de Seguridad, de que Guterres era el mejor candidato, capaz de colocar a la ONU en el centro de la política mundial, en tareas tan complejas como el mantenimiento de la paz y la seguridad internacionales y la promoción del desarrollo y del respeto de los derechos humanos? Nadie lo sabe. Los miembros del Consejo de Seguridad no explican al mundo sus decisiones, como tampoco transparentan por qué votan como lo hacen.
Hay que recordar que, en esta ocasión, como nunca antes, se postularon varias mujeres, algunas de ellas con reconocidas capacidades para aspirar seriamente al cargo. Entre ellas cabe destacar los casos de la búlgara Irina Bokova, actual titular de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) y la neozelandesa Helen Clark, responsable del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Las carteras en las que ambas se han desenvuelto, no son poca cosa: son temas fundamentales del desarrollo, de la paz positiva, y de tareas que, al no ser atendidas, coadyuvan a las inmensas desigualdades y a la inseguridad que imperan en el mundo de hoy. Lo que es más: la desatención que merecen los temas del desarrollo en la agenda global es preocupante. En septiembre de 2015, la comunidad internacional aprobó los objetivos de desarrollo sostenible (ODS), 17 metas que ponen el acento en el combate de la pobreza, la erradicación del hambre, la promoción de la salud y del empleo, el cuidado ambiental, etcétera. Por lo tanto, cualquier aspirante a presidir la Secretaría General de Naciones Unidas, estaría llamado a velar por el cumplimiento de dichos objetivos, teniendo en mente la relación simbiótica que existe –o debería existir- entre seguridad y desarrollo (paz positiva). Bokova y Clark, claramente tenían el perfil deseado y requerido para llevar a buen puerto esa encomienda.
Por lo tanto, la designación del portugués Antonio Guterres como Secretario General, arroja muchas dudas. De entrada, se trata de un ciudadano europeo, el cuarto en la historia de la institución, en ser investido con esa responsabilidad –previamente figuraron el noruego Trygve Lie, el sueco Dag Hammarskjöld y el austríaco Kurt Waldheim. Al terminar el mandato de éste último en 1982, se produjo un acuerdo no escrito entre los miembros de Naciones Unidas, en el sentido de buscar que la Secretaría General reposara en nacionales de países en desarrollo, conforme al principio de representación geográfica que la ONU impulsa –al menos en teoría- en todos sus órganos, programas y organismos especializados. Fue así que tras Waldheim, un latinoamericano, el peruano Javier Pérez de Cuéllar, ocupó el cargo, seguido por el egipcio Boutros Boutros-Ghali, el ghanés Kofi Annan y el surcoreano Ban Ki-Moon. Si a ellos se suma la gestión del birmano U Thant, quien fue designado Secretario General tras la muerte de Hammarskjöld, resulta que la región peor representada en ese importante órgano es América Latina, dado que Europa había producido tres Secretarios Generales, Asia dos, África dos y en el caso latinoamericano sólo uno.
El argumento para privilegiar a un nacional procedente de los países en desarrollo para la Secretaría General, se basó en el hecho de que en los organismos y programas más importantes del Sistema de Naciones Unidas suelen predominar funcionarios de países desarrollados, contrario al ya citado espíritu de la representación geográfica. Con todo, la designación de Antonio Guterres rompe con esa tradición que se había mantenido, al menos, desde 1982. América Latina, por su parte, quedó marginada del proceso y tal vez tendrán que transcurrir 10 largos años, antes de que la región pueda volver a aspirar a ocupar el cargo.
Otro tema que ha generado un disgusto mayúsculo ante la designación de Guterres, es el de género. En la historia de la ONU, han desfilado por la Secretaría General, ocho Secretarios Generales, todos ellos hombres. Naciones Unidas desoyó así, la necesidad de impulsar al más alto nivel, la equidad de género, tema que, se suponía, finalmente sería considerado en la reciente elección del (a) nuevo (a) Secretario (a) General. Con todo, una vez más, se eligió a un hombre, pese a que, como ya se comentaba, figuraban entre los aspirantes, distinguidas féminas con credenciales impecables. Aquí no se discuten las competencias ni el currículum de Antonio Guterres. Se trata de un personaje con una distinguida carrera política en su natal Portugal y en la Unión Europea, y que, de manera más reciente, estuvo a cargo del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) -en una de las coyunturas más dramáticas en la materia, al menos desde la segunda guerra mundial. Empero, su designación fue una decisión alimentada por la coyuntura y por la afectación que la crisis de los refugiados sirios, iraquíes y otros más, le genera específicamente al continente europeo.
En este sentido, el nombramiento de Guterres pareciera obedecer a un razonamiento eurocentrista y de paz negativa. La encomienda es que mitigue esa crisis, no sus causas. Ello es grave, pero lo es más, el mensaje que transmiten los miembros del Consejo de Seguridad –sobre todo los permanentes- de la ONU al mundo: a pesar de que había candidatas idóneas para asumir tan insigne responsabilidad, al final del día no se les consideró aptas para el cargo. Así, el conservadurismo y la desigualdad de género que se manifiestan cada vez con mayor crudeza en diversas partes del mundo, hizo eco, de manera muy desafortunada, en la mismísima Naciones Unidas.
No es deseable que la coyuntura sea la consideración fundamental para designar a un Secretario General. Ahí está el caso del saliente Ban Ki-Moon. Se pensaba que este personaje ayudaría a gestionar la crisis de las relaciones entre Corea del Norte y Corea del Sur, toda vez que, cuando fue canciller, había participado en las pláticas para una posible unificación de ambos territorios. Sin embargo, a 10 años de la gestión de Ban al frente de la ONU, la situación en Corea del Norte no podría ser peor. El país, que ya había abandonado el Tratado de No Proliferación de Armas Nucleares en 2003, se embarcó en un polémico programa nuclear que lo ha llevado a desarrollar misiles y ojivas nucleares acompañadas de diversos ensayos, que abonan a la inseguridad regional y mundial. Teniendo este marco como referente, a Antonio Guterres se le está entregando la estafeta de la Secretaría General, porque se piensa que tras su paso por el ACNUR, es la persona mejor calificada para enfrentar la crisis de los refugiados, ya descrita, en Europa.
La moraleja de esta historia es que la ONU existe, no para abocarse a un tema único, por más importante que éste sea. Naciones Unidas, a lo largo de la gestión de Ban, ha perdido relevancia en el mundo. En las principales crisis que se han gestado en los últimos años, la ONU ha sido hecha a un lado por las grandes potencias, quienes han preferido negociar entre ellas acuerdos y medidas de acuerdo con sus intereses instrumentales particulares. En Ucrania, Siria, Irak, Afganistán, Irán y Corea del Norte, por citar sólo algunos ejemplos, han sido las decisiones de Estados Unidos, Rusia, la República Popular China y Europa las que han prevalecido, lo cual, no sobra decirlo, compromete el presente y futuro de Naciones Unidas y del mundo.
De manera análoga, la designación de Antonio Guterres en razón de su experiencia al frente del ACNUR, supone el riesgo de, paradójicamente, marginar y distraer aún más a Naciones Unidas de sus tareas fundamentales. La ONU existe sí, para apoyar a los refugiados, pero también fue creada para promover la salud, la educación, la equidad de género, los derechos humanos, el cuidado ambiental, y, por supuesto, para gestionar la paz y la seguridad internacionales, entre muchas otras cosas. Naciones Unidas tiene competencias en tantos ámbitos, que se necesitarían decenas de páginas para describirlas. Muchas de las cosas que hace la institución, pasan inadvertidas para el común de la gente, pero no por ello son menos importantes. Por eso se ha dicho por largo tiempo que, si la ONU no existiera, habría que inventarla. Por lo mismo, es importante traerla de vuelta, colocarla en el lugar que le corresponde, lo cual no es sencillo de cara a los embates de los más poderosos, pero es justamente por ello que se requiere un (a) Secretario (a) General con oficio político para llevar a buen puerto semejante responsabilidad.
Para terminar, es un buen momento para que América Latina y el Caribe como región –el llamado GRULAC- reflexione sobre el reciente proceso de elección en la Secretaría General de Naciones Unidas. Como se sugería líneas arriba, es la zona peor representada en la historia de la Secretaría General. ¿Qué sucede? ¿Por qué fue marginada de esa manera? Hay varios factores que contribuyeron a ello. Brasil, el país latinoamericano más poderoso, ha vivido la peor crisis política en su historia reciente y, por lo mismo, no está en condiciones de proyectar liderazgo. La crisis de los petro-precios ha tenido impactos devastadores en México y Venezuela, países que también buscan la manera de solventar sus respectivas crisis internas –en el caso venezolano hay además serios problemas políticos entre Nicolás Maduro y la oposición. Cuba ha puesto el acento en restablecer las relaciones con Estados Unidos, tema que, por el momento, parece alejarla de la región. A ello habría que sumar la abierta confrontación entre México y Brasil en diversos ámbitos. Por tratarse de las dos economías latinoamericanas más importantes, los desacuerdos que existan entre ambas naciones, debilitan a la región frente a otras que, como la europea, cerraron filas en torno a Guterres, logrando su objetivo. México, no hay que olvidarlo, tenía en la persona de Alicia Bárcena, actual titular de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL) a una candidata inmejorable para aspirar a la Secretaría General de la ONU, pero las autoridades nacionales decidieron no postularla. Otros países como Costa Rica y Argentina, intentaron hacerse presentes en la dinámica para suceder a Ban Ki-Moon, pero nunca ganaron el respaldo del GRULAC. Aquí aplica la estrofa que José Hernández puso en boca del Gaucho Martín Fierro, cuando éste decía: “los hermanos sean unidos porque esa es la ley primera. Tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de afuera.” Los países latinoamericanos y caribeños, hermanados por los problemas sociales, económicos y políticos que enfrentan, están, paradójicamente, muy divididos. ¿Habrán aprendido la lección dentro de 10 años para proponer un candidato o candidata de consenso que pueda ocupar la Secretaría General de la ONU? No queda sino respirar profundo y, con resignación, esperar que así sea.
Mientras tanto hay que desearle suerte a Antonio Guterres. Lo espera un entorno global en crisis, con una ONU que tiende a ser irrelevante en la gestión de los problemas mundiales y con un gran descontento de la comunidad internacional por su designación, no porque el portugués carezca de cualidades para el cargo, sino porque su elección fue, como siempre, en “lo oscurito”, business as usual, a pesar de que se le dijo al mundo que las cosas se harían de otra manera. Y en este caso, la forma es fondo. Ni hablar.
- María Cristina Rosas es Profesora e investigadora en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México
etcétera, 7 de octubre 2016
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