Calais: ¿El fin de la jungla?
- Opinión
Sin duda la entintada moral del presidente francés Flanby Hollande, lucirá estos días más brillante que nunca, tras el cierre exitoso de la llaga purulenta que a la egregia Francia la había brotado en las proximidades de la ciudad de Calais.
A lo largo de la semana pasada se llevó a cabo el desalojo de la Jungla, capcioso nombre con el que se conoció al campamento levantado por miles de refugiados que llegaron hasta allí con el fin de cruzar de alguna manera el Canal de la Mancha para instalarse en el Reino Unido, a final de cuentas antigua metrópoli de los miles de hombres y mujeres que han debido abandonar sus países al ritmo de la violencia desatada a raíz de la políticas “democratizadoras” llevadas a cabo por los Estados Unidos, y sus socios menores como Francia y el antiguo Kingdom.
“Mission accomplie”, dicen que dijo la prefecto de Calais, Fabienne Buccio, cuándo este último miércoles daba por terminado el desalojo de los cerca de 7 mil refugiados que hace más de dos años, había levantado el campo de refugiados llamado “la Jungla”, que dadas las precarias condiciones de salubridad se ha convertido en la más populosa bidonville de Europa.
En La Jungla llegaron a vivir hasta diez mil personas. De lonas, chapas y carpas pasaron a conformarse pequeños ranchos, que llegaron a tener hasta dos plantas. Cada comunidad fue afianzándose en algún sector del campo, lo que le dio un sentido de comunidad. “Esto hubiera podido ser un barrio, la gente ya había instalado sus comercios y tenía una vida de comunidad. Si el gobierno hubiera querido se habrían podido instalar redes de alcantarillado y dejado que la gente construyera casas de verdad”, dijo horas después de iniciado el desalojo Francois Guennoc, de la ONG Albergue de Los Migrantes, que coordinaban los trabajos de voluntarios, para colaborar con los refugiados.
Panaderías, unos setenta restaurantes de comida autóctona de muchos de los países que aportan refugiados, peluquerías, almacenes, cinco mezquitas y dos iglesias ortodoxas, una biblioteca para niños y una escuela multicultural, que daba clases de francés e inglés, a más de cien alumnos, e incluso un estudio jurídico, llegaron a funcionar en La Jungla. Abogados y voluntarios recogían las continuas denuncias de sus habitantes sobre abusos policiales.
La Mission accomplie también se ocupó del “accidental” incendio que terminó por destruir los despojos de muchas de las precarias viviendas.
Los incendios, según las autoridades, se produjeron a raíz de una antigua tradición afgana, que manda quemar las casas que se abandonan; con menos vuelo antropológico, se menciona la presencia de encapuchados con uniformes negros, que durante la noche del martes comenzaron los incendios, que obligaron a los habitantes de La Jungla a una carrera desesperada no solo para salvar sus vidas y sus pocas pertenencias sino para despertar a quienes dormían, ignorantes de lo que sucedía, y para que puedan sacar las garrafas de gas antes que estallaran. En la mañana del miércoles, más de mil efectivos policiales antimotines, rodeaban el campamento mientras que decenas de incendios se seguían produciendo. Los incendiados fueron la gran excusa para terminar de convencer a los más renuentes a abandonar la “ciudadela”.
Los habitantes de la Jungla, fueron derivados a los 450 albergues abiertos por el gobierno francés en diferentes puntos del país, conocidos como centros de acogida y orientación (CAO).
Al tiempo, unas mil personas que todavía no han sido censadas por las autoridades para trasladarlas a los albergues y se mantienen en las proximidades.
Los planes de reubicación se han desarrollado sin inconvenientes, sin que se produjera resistencia a pesar de que cerca de unas 2000 mil personas que se han catalogado como “recalcitrantes”, se niegan a abandonar la zona aledaña a Calais, ya que persisten en su intensión de llegar a las islas británicas, por algún medio, bien sea por su vía marítima en alguna de las muchas naves que atraviesan el canal y operaron hasta hace pocos meses de manera ilegal, o bien de colarse como polizones en alguno de los trenes o vehículos que cruzan a diario el túnel que une Folkestone (Kent) con Coquelles (Calais).
Por su parte, el Ministerio del Interior francés anunció que cerca de 1500 niños han quedado en un centro provisorio levantado con containers, en proximidades de la Jungla, para resolver la situación legal ya que, como pasó con otros 300 que ya han sido enviados al Reino Unido, tras su compromiso con Francia de admitir a los menores que puedan demostrar tener familiares en las islas.
La operación había empezado en la mañana del lunes 24 con la salida del primer ómnibus cargado con un contingente de cincuenta migrantes sudaneses a un CAO de Borgoña.
Miles de esos refugiados, ordenados en tres filas, aguardaron en la inclemente intemperie de la región, largas horas entre las vallas, vigilados por policías y gendarmes. Sudaneses, eritreos, etíopes, libios, malies, afganos, pakistaníes y sirios, sin conocer el destino final de tanta espera.
Solo es el principio
Mientras era desarmada la Jungla, campamentos de recién llegados y otros escapados de Calais, comenzaron a formarse en el norte de París, tan solo a unas diez estaciones de metro de la catedral de Notre Dame, es decir quince minutos de viaje.
En ese mismo sitio fueron desmantelados, en el último año y medio, una treintena de campamentos de refugiados.
La alcaldía de la capital francesa anunció, en reiteradas oportunidades, la construcción de campamentos al norte y el oeste de la capital de Paris, con capacidad para unas 1200 personas, que finalmente nunca se abrieron.
En Paris pululan sin lugar fijo entre 2500 y 3 mil refugiados, a los que sospechosamente no se les ha resuelto la situación, y se espera que en realidad se dirijan a Alemania, donde creen serán mejor recibidos.
Mientras tanto, los improvisados campamentos parisinos están compuestos por tiendas de campaña, en el mejor de los casos. Sin ningún tipo de cobertura sanitaria, cada esquina, cada rincón oscuro sirve de baño; se alimentan de los aportes de las organizaciones humanitarias, la atmósfera del lugar es repugnante lo que ha despertado las protestas de los vecinos.
La situación ha obligado a las autoridades a desplegar vehículos antidisturbios que montan guardia las 24 horas. Las oficinas donde se tramitan las solicitudes de asilo están vigiladas por unidades policiales móviles, que no pueden impedir que hombres y mujeres se instalen a pasar la noche en espera del horario de atención, saben que si en los siguientes tres meses su solicitud no es aceptada serán deportados a sus países de origen, lo que, para muchos, es condenarlos a muerte.
La inestabilidad creciente, en el Sahel, en el cuerno de África, la agravante situación siria, el resurgimiento del talibán en Afganistán y su avance a Pakistán, la inestabilidad económica de otras muchas regiones del mundo, que no excluyen países europeos como los de los Balcanes y el avance de la extrema derecha, conforman un panorama que indican que la cuestión de los refugiados esta solo por empezar.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC
Del mismo autor
- Afganistán, la catástrofe anunciada 22/06/2021
- Ceuta, despojos en la playa 24/05/2021
- Afganistán: hasta siempre míster Biden 20/05/2021
- Netanyahu en defensa propia 17/05/2021
- Afganistán, solo desierto y sangre 06/05/2021
- Somalia: Hacia el abismo más profundo 27/04/2021
- Pakistán: Por Allah contra todos 21/04/2021
- Afganistán, sin tiempo para la paz 16/04/2021
- India: Mao ataca de nuevo 14/04/2021
- Yemen: Los Akhdam, el estigma y la guerra 05/04/2021