¿Hacia dónde va Pakistán?

21/02/2017
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El atentado del último jueves revindicado por el Daesh, que opera en Asia Central, también conocido como Wilayat Khorasan contra el mausoleo sufí más importante del país, con 800 años de antigüedad en memoria del santo Lal Shahbaz Qalandar en Shewan en la provincia Sindh, en el sur de Pakistán, dejó por lo menos 88 muertos, 343 heridos, 76 de ellos de gravedad por lo que el número de muertos puede aumentar.

 

El ataque fue perpetrado por un suicida que,  tras arrojar una granada que no llegó a explotar, hizo detonar el chaleco explosivo que llevaba puesto, en el momento del rezo al que se habían convocado más de 500 personas, ya que es el jueves el día en que los sufís celebran sus rituales más importantes. 

 

A pesar del ataque, los devotos llegaron otra vez al santuario al amanecer del viernes, con sus habituales naqqara (tambores batientes) para completar su danza sagrada, al son de los dayereh y daf sus tambores sagrados.

 

No es ninguna novedad que los santuarios sufíes, sean blanco del integrismo wahabita, ya que a ellos acuden también chiís, suníes, sikhs, cristianos y budistas, en su mayoría agricultores y trabajadores pobres.

 

En junio último el popular cantante de qawwali (música devocional sufí que alaban a Dios, al Profeta y a Alí, el primer imam del chiismo, además de otros santos sufíes), Amjad Sabri, fue asesinado en Karachi, por un comando del grupo Hakimullah Mehsud, componente del talibán pakistaní. Integristas wahabitas atacaron el santuario del poeta sufí Rahman Baba del siglo XVII en las afueras de Peshawar. En noviembre último un ataque suicida produjo 52 muertos y más de un centenar de heridos en el templo Shah Noorani, en el distrito Khuzdar en la provincia de Beluchistán. Desde 2005 más de 25 santuarios sufíes han sido atacados en todo el país.

 

El integrismo wahabita, donde abrevan organizaciones como al-Qaeda, Daesh y el Talibán, consideran  takfir (herejes) a todo aquello que no se apegue estrictamente a la interpretación del Corán que ellos hacen. Y es justamente el sufismo, muy popular en el todo el sur de Asia, que practica la versión más tolerante del sunismo y podría ser considerada como punto de convergencia entre las dos grandes ramas del islam.

 

Quienes acuden a un dargah (santuario construido sobre la tumba de un santo), como el el templo atacado el jueves Lal Shahbaz Qalandar, practican el rito de dhaga que consiste en atar hilo rojo en las ventanas o pilares de los santuarios como ofrenda y procuran taweez o amuletos. Los santuarios se han convertido en espacios de introspección, en los que tanto pueden participar hombres como mujeres, salteando el purdah, la estricta norma que segrega a las mujeres en ceremonias como el dhamal o dhikr, una danza que lleva al trance, acompañada por timbales, tambores y canciones en cuya repetición rítmica del nombre de Dios o sus atributos, llevan al paroxismo, como es el caso de los conocidos bailarines derviches. Algunas de estas canciones hacen referencia explícita al pluralismo religioso y la tolerancia.

 

Los dargahs sufíes del sur de Pakistán se contraponen a los oscuros principios del wahabismo, ya que son un símbolo del sincretismo de la región, donde se mezcla al Islam con las culturas locales. Y fueron los poetas filósofos sufí quienes consiguieron la gran difusión de Corán en el sur del continente.

 

El ataque contra el templo sufí fue el sexto de la semana que totalizaron cerca de 120 muertos.

 

En la ciudad de Lahore, un ataque similar había dejado 14 muertos, mientras que en la provincia de Beluchistán, el mismo jueves fueron asesinados tres policías.

 

La respuesta de Islamabad, no se demoró y practicó intensos ataques con artillería y bombardeos aéreos sobre la frontera con Afganistán,  a los sectores pakistaníes que se conocen como “territorios tribales” y a las provincias afganas de Nangarhar y Kunar, donde,  según informes de la inteligencia tanto norteamericanos como pakistaníes,  existen campos de entrenamiento de integristas, a los que le produjeron más de un centenar de bajas.

 

Kabul ha denunciado que en los ataques murieron varios civiles inocentes. En otros lugares como en Sindh y en el paso Khyber Pakhtunkhwa, los extremistas fueron atacados por grupos paramilitares ranger y la policía, sin que se conozcan el número de bajas.  

 

Pakistán entregó a las autoridades afganas una lista de 72 terroristas que se encuentran en sus territorios y de quienes exige la inmediata detención. Además, como ya lo había hecho en junio de 2016, cerró los dos principales pasos fronterizos Chaman y Torkham, vitales para la endeble economía afgana, ya que por allí llega al puerto pakistaní de Karachi la producción de frutas y verduras que exporta. Estos pasos se mantendrán cerrados por tiempo indeterminado, incluso para peatones. Y la orden de Islamabad es abrir fuego contra cualquiera que pretenda cruzarlos.

 

La tensión política entre Kabul e Islamabad va en aumento, tras las acusaciones cruzadas de dar acogida a grupos extremistas.  Islamabad acusa a Kabul de albergar organizaciones como Jamaat-ur-Ahrar (JuA), una de las tantas que ha jurado fidelidad al líder del Daesh, el califa Ibrahim. Mientras que Kabul protesta de la presencia de talibanes en diferentes zonas fronterizas con Pakistán.

 

 La tensión se acrecienta por la presencia en Pakistán de un 1.5 millón de refugiados afganos, de los 5.3 millones que llegaron a haber durante la guerra soviética, sumados al interregno talibán y la invasión norteamericana. Además, en la actualidad hay otro millón de afganos indocumentados.


Desde el 2014 el ejército pakistaní lleva a cabo la operación Zarb-e-Azb con epicentro en la provincia de Waziristán del Norte, prácticamente un santuario terrorista donde es notoria la presencia de extranjeros provenientes principalmente de las ex repúblicas soviéticas como Uzbekistán, Tayikistán o Turkmenistán.

 

La venganza de la historia

 

Fue la dictadura del general Muhammad Zia-ul-Haq, la pieza clave para que Pakistán se convirtiera en 1979, en el gran “portaviones” norteamericano que abasteció de armas, comunicación y víveres a los muyahidines afganos. Por lo que finalmente pudieron vencer al ejército soviético.

 

En este engendro de asistencia anticomunista, Arabia Saudita, jugó un papel preponderante, no solo aportando miles de millones de dólares y mercenarios,  también  Riad regó Pakistán de las oscuras madrassas (escuelas coránicas) que durante la guerra convirtieron a sus miles de estudiantes (talib) en combatientes que enfrentaron a Moscú, entrenados y  armados por la CIA.

 

Esto es lo que finalmente dio como resultados la aparición del Talibán, y otras organizaciones wahabitas como al-Qaeda y casi 20 años después Estado Islámico.

 

Fueron esas madrassas wahabitas, donde se suele escuchar “si matas a un chií, matas a 10 kafirs (infieles)”, donde germinó el terrorismo que hoy ataca desde California a Yakarta, y que asola Pakistán, Afganistán, Siria e Irak, fundamentalmente.

 

El wahabismo se opone a la “cultura del santuario” como la que tienen tanto chiíes como sufíes. Ellos ven a la adoración de una tumba, un acto de apostasía, que puede alejar a los fieles de la fervor a Allah.

 

Arabia Saudita, cuna y epicentro del wahabismo, en 2014, propuso destruir la tumba del mismísimo Profeta Mahoma, plan que permanece suspendido por temor a la reacción del resto de los musulmanes.

 

Por su parte, Islamabad es responsable directo del accionar wahabita, ya que ha operado durante años como santuarios de los Talibanes y al-Qaeda:  recordemos que Osama bin Laden fue encontrado en la localidad pakistaní de Abbottabad y que el líder talibán afgano Mullah Akhtar Mansournfue muerto por un dron norteamericano cuando se desplazaba libremente en el área de Dalbandi en la provincia de Beluchistán, en mayo pasado.

 

Islamabad acusa a Kabul de tolerar los santuarios terroristas, mientras que responsabiliza a Nueva Delhi de financiar estos grupos y boicotear así los millonarios planes de inversiones chinas en el país, al tiempo dice también que India financia a los grupos separatistas de Beluchistán.

 

Aunque esta situación es compleja, le sigue sirviendo a los militares pakistaníes para conservar su omnímodo poder tras la creación de un imponente complejo empresarial, industrial e inmobiliario.

 

La crítica situación Pakistán se complica, además, con la indefinición de los sardars o jefes tribales que expectantes esperan una resolución de la crisis antes de tomar una posición, que los podría acercar a las organizaciones terroristas.

 

Mientras tanto, a fin de mes se cumple un año de la ejecución de Mumtaz Qadri, un militante wahabita condenado por el asesinato del gobernador de Punjab, Salmaan Taseer, ejecución que produjo grandes disturbios, por lo que se espera que estos se repitan en estos días.

 

Pakistán, se debate en las tormentas que supo fabricar para otros y que hoy se abaten contra sus propios intereses.

 

Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.

 

En Facebook: https://www.facebook.com/lineainternacionalGC

 

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