La organización del trabajo antes y durante la conquista española en México
- Opinión
La organización del trabajo en la época prehispánica estaba reglamentada o mejor dicho estructurada de acuerdo con sus necesidades; el trabajo agrícola, fue la base de su economía, era prioritaria y ésta se realizaba bajo la tenencia y trabajo colectivo de la tierra. De esta forma el trabajo era tomado con cierta satisfacción y sentido de responsabilidad, contribución y alegría. Este sistema se conoce como etapa de la comunidad primitiva; desarrollaron obras de infraestructura importantes para la agricultura, construyeron acueductos para la distribución de agua potable para la gran ciudad y otras zonas del Valle de Anáhuac y fuera de él, estas obras quedaron semiescondidas por el paso del tiempo. En la Europa, la situación de trabajo en masa o colectivo transitaba en condiciones de esclavitud.
No tardó mucho en que los españoles lograron influir en los tlatoanis para aprovecharse del trabajo indígena, en condiciones como las imperantes en algunas regiones de Europa, perdiendo con ello el sentido de contribución y la experiencia del trabajo colectivo gratificante; con la conquista, el trabajo perdió las categorías -sociales, morales y espirituales-, entrando a la categoría económica-física bajo la extrañeza de nuestros pueblos originarios, que estaban acostumbrados a sentir y ver el trabajo como un entretenimiento más.
La esclavitud del trabajo indígena estaba regulado por las encomiendas, introducidas en los trabajos de la construcción y de la minería. En Tenochtitlán y Tlatelolco, la exigencia de mano de obra para la construcción de la ciudad fue de primer orden; en cuanto a la actividad minera esta se realizaba fuera del valle, pues en esta zona se carecía de metales preciosos.
El coatequitl en lengua náhuatl implicaba la división de tareas entre subdivisiones de los calpulli, el tlatoani convocaba a los trabajadores para la realización de un trabajo, de inmediato el español entendía que se trataba de un llamamiento. Los tlamemes o cargadores surtían de mercancías a las comunidades prehispánicas ante la falta de vehículos o bestias de carga y, aun lo seguían haciendo después que los españoles introdujeran los animales de carga, mulas que jalaban una carreta para comunicar a las comunidades de la ciudad de México con las costas y, la venta de mercancías.
Algunas autoridades reales trataron de eliminar el trabajo no recompensado de las listas de los tributos (1549). Las leyes debían aplicarse tanto en las encomiendas como en los corregimientos, porque pensaron que la coacción era innecesaria y que los indígenas podían trabajar voluntariamente si se aportaba un salario. Las órdenes reales y reglamentos de los tributos en las encomiendas y corregimientos redujeron mínimamente parte del trabajo no remunerado. Aunque nunca lo erradicaron del todo.
Antes de éstas modificaciones en materia de trabajo, sorprende, que los beneficiarios del trabajo barato de las masas indígenas, en la primera generación colonial, se dieran cuenta que la disminución de la fuerza de trabajo se debía a los servicios de la encomienda, a ello se debió que la legislación laboral de 1549, apareció en momentos críticos, tanto para la población indígena y blanca y con la experiencia de la aparición de la plaga de 1545-1548. Pronto apareció una nueva clase en franco crecimiento, los no encomenderos, debido a que las encomiendas resultaron insuficientes, para cubrir las necesidades de la población blanca; estos nuevos terratenientes de encomenderos solicitaban trabajadores, reclamaban la mano de obra indígena, la cual era más escaza. La solución fue el repartimiento, es decir, la distribución de tierras, de tributo, la venta forzada, pero sobre todo, el trabajo reclutado. La explotación indígena aumentaba tanto en las encomiendas, como en las no encomiendas; los patrones coloniales se beneficiaban cada vez más. Las demandas reales de pocas horas, tareas moderadas o trabajo voluntario por salario, no fueron acatadas, sino al contrario, la explotación laboral rayaba en lo inhumano.
Los primeros registros conocidos del nuevo repartimiento agrícola aparecieron en julio de 1550. A fines del gobierno del virrey de Mendoza, decidió que caciques, gobernadores, alcaldes y principales de la periferia de la ciudad de México enviaran trabajadores para el cultivo de plantaciones de trigo, durante 5 años consecutivos el repartimiento combinado para las fincas de trigo privadas y para la construcción de casas y otras tareas de la ciudad de México. A principios de 1560, el repartimiento ocupaba la mano de obra de 2 mil 400 trabajadores indígenas a la semana, para ello, había un juez repartidor, encargado de la administración de los trabajadores indígenas y de su distribución a los agricultores españoles. Los jueces repartidores, tenían a sus servicios a tenientes, alguaciles e intérpretes indígenas. El repartidor recibía la paga de 250 pesos netos por los agricultores españoles.
Los repartimientos agrícolas del valle, estaban centralizados en Chapultepec, Chalco Chiconautla, Cuautitlán, Ciudad de México, Ecatepec y Tepozotlán. A raíz que la población indígena disminuía (s. XVII), hubo nuevos reclutamientos, desapareciendo las exenciones de no reclutamiento a los submaceguales, debido a que ya no cubrían la cuota de trabajadores y los españoles demandaban cada vez más personal de mano de obra, para la agricultura y otros trabajos. Las comunidades más explotadas en demanda de trabajo eran Coyoacán, Huitzilopochco, Tacuba, Cuautitlán, Tenayuca, Culhuacán, Toltitlán, Tepoztlán, Coyotepec, Teoloyuca, Huehuetoca, Zumpango, Ecatepec, Chiconautla, Chimalhuacán y Tacubaya.
Las cabeceras de Xochimilco, Tlalmanalco y Tacuba, aportaban 100 trabajadores, las doblas (1580) eran por un periodo de cuatro, seis, ocho o diez semanas, según la estación y la urgencia del trabajo. Las dificultades aumentaban por la mal planeación en el desarrollo de los campos de trigo y la irrigación de éstos.
En el siglo XVII los repartimientos fueron deficientes, teniendo que reformar la estructura del trabajo colonial y suspendieron las reparticiones en la agricultura, y en casi todas las ocupaciones, menos en la minería. Ahora los trabajadores debían escoger a sus patrones españoles, supuestamente de manera voluntaria (1601). Los jueces repartidores cambiaron de título, ahora les decían, jueces comisarios de alquileres; con el paso de los días, el trabajo voluntario resultó ser una cruel mentira.
En 1607, los jueces impusieron la asistencia laboral por la fuerza; en 1609, se volvió a intentar el establecimiento del sistema voluntario de ocupación laboral, fue hasta el año de 1632, cuando se cambió de definitivamente el repartimiento, en casi todos los casos, menos en el de las minas, éste cambió a partir del de enero de 1633. La aplicación de las leyes en México, ha sido sólo en teoría, por eso, es de esperar que la abolición de 1632, con respecto repartimiento, no llegó a su fin como se esperaba, pues la agricultura fue la más afectada por la falta de repartimiento. Los trabajos urgentes y pesados consistió en el desagüe y, el trabajo en las hacienda; que dependía de mano de obra privada y del peonaje. El desagüe se refiere a las inundaciones en las áreas bajas de la ciudad, provocadas por las fuertes lluvias en la ciudad de Tenochtitlán.
Las inundaciones que provocaron mayores daños, fueron las de 1604 y 1607, la tala de árboles de los bosques circundantes y las construcciones de nuevas casas, en el primer periodo colonial fueron las causas. La inundación de 1607 fue la más catastrófica, que lo que llaman Albarradón de San Lázaro tuvo que ser reconstruido; las calzadas de Guadalupe, San Cristóbal y San Antonio Abad tuvieron que ser reparadas; las obras se extendieron en la Presa de Acolman conteniendo el agua del río Teotihuacan (Nexquipaya). Enrico Martínez fue el ingeniero que dirigió los trabajos. Construyeron un túnel en el extremo noroeste del valle, para conducir el exceso de agua mediante una serie de canales. Miles de trabajadores estuvieron más de 11 meses laborando, el trabajo del canal subterráneo y sus adyacentes fueron terminados. Sin embargo los trabajos continuaron más adelante debido a que los expertos Enrico Martínez y Adrian Boot, consideraban insuficientes los planes para contener el agua; en el verano de 1620 la ciudad sufrió nuevas inundaciones. En el año 1628 las construcciones de diques y desvíos de aguas de los ríos continuaron de manera permanente.
En 1629 sucedió la inundación más dañina que las anteriores, y estas se debían al cierre de canales y la falta de mantenimiento de éstos. De los pueblos aledaños llegaron con canoas y remeros para ayudar a la población, pues la ciudad permaneció inundada y las casas se derrumbaron, muchos habitantes huyeron a tierra firme. Se dice que cuando el rey fue informado de esta catástrofe, sugirió trasladar la ciudad a tierra firme. Sin embargo los planes de obtener un mejor desagüe continuaron hasta fines de los tiempos coloniales. Durante estos tiempos de fuertes lluvias e inundaciones, un gran número de personas padecieron, por lo mismo, enfermedades, sobre todo aquellas que trabajaban en las labores de desagüe, el número de peones en esta labor consistía en 1500 ó 2000 trabajadores que laboraban diariamente.
Pasaba el tiempo y se empezaron a dar hechos en el desarrollo del trabajo privado; el secuestro de indígenas, para laborar en los obrajes era cosa común, se requería mano de obra exclusiva para los talleres de la producción de telas de lana, siendo el inicio de la industria colonial por un lado, y la cría de ovejas por el otro. Los primeros empresarios privados fueron el oidor, Lorenzo de Tejada y Antonio de Mendoza, el primer virrey; el trabajo se subdividía en el lavado, la cardadura, el hilado y el tejido. A principios del siglo XVII había en la Ciudad de México, 25 obrajes de telas y sombreros, éstos talleres se encontraban en Texcoco, Xochimilco, Azcapotzalco, entre otros; el trabajo era extenuante, el alimento y las condiciones de vida insatisfechas.
Estos trabajos se realizaban a puertas cerradas, como si fueran cárceles y, de hecho lo eran, pues el contrato manifestaba ciertos acuerdos, donde el trabajador tendría algunos “derechos”, pero en los hechos estos no existían; los convictos de las cárceles, trabajaban junto con los que se creían “libres” y el trato era, para ambos, inhumano, e inclusive había niños que eran entregados al patrón del obraje, en calidad de aprendices; las leyes de aquel tiempo establecían ciertas reglas para que el trato patrón-trabajador se diera con cierta justeza, pero estas leyes siempre fueron ignoradas por los patrones. El obraje persistió hasta finales de la colonia, (s. XVIII).
Así como los secuestros sucedían en el caso de los obrajes, también se daban en la agricultura y en las haciendas, con sus variantes respectivamente. En las fincas del valle, a los trabajadores indígenas –privados-, se les denominaba gañanes, es decir, hombres fuertes y rudos, mozos, en la agricultura, o bracero, jornalero en el vocablo de ahora. Hubo muchos gañanes en Teoloyuca, Tepozotlán, Huehuetoca y Coyotepec. Los patrones, privados controlaban a sus trabajadores, considerándolos exclusivos, es decir, no disponibles para el trabajo de la comunidad, tal era el control que se ejercían sobre la mano de obra.
Los salarios según la categoría, subieron un poco en el período de despoblación, desde el año 1630 hasta finales de la colonización, estando más o menos estables. Los trabajadores “libres” de los obrajes, percibían un salario de 3 pesos al mes; los peones recibían, después de la abolición del repartimiento agrícola, 1 real y medio ó 2 reales al día; los trabajadores de las haciendas, 2 reales al día para los peones; 2 reales para los cuidadores de mulas; 1 real y medio ó 2 reales para los vaqueros y ayudantes; 1 real para los pastores; 3 ó 4 reales diarios para los albañiles calificados y los oficiales percibían de 3 a 5 reales al día. Dependiendo el trabajo y en algunas ocasiones daban los alimentos y pasajes. El salario, en algunas zonas, era cubierto o pagado, parte en dinero y otra parte en maíz.
La historia laboral de nuestro país, tuvo que ver con el trabajo por deuda, es decir, un préstamo o anticipo del salario al trabajador “libre” de un obraje, lo convertía en deudor por mucho tiempo. El trabajador, era orillado a comprar con fondos prestados las herramientas que habría de utilizar en el trabajo del obraje. Si el trabajo no era del agrado del patrón, se aplicaban deducciones o disminución de la paga en el salario, prohibiendo además, que adquiriera o compraran mercancías en otras tiendas que no fuera la del patrón; las deudas aumentaban desconsideradamente; las legislaciones reales sobre el trabajo por deuda prohibía algunos préstamos de los patrones, que enganchaban al trabajador y, se prohibió el pago de deudas con trabajo, pero éstas leyes, en la práctica siempre estuvieron a favor de los patrones, basadas en prohibiciones y regulaciones que no se cumplían. En cambio, según cálculos casi a final de la era colonial, el peonaje por deuda aumentó, afectando a un poco menos de la mitad de los trabajadores de las haciendas y en su mayoría debían, el equivalente al trabajo de tres o más semanas.
Los núcleos de trabajadores indígenas se concentraban en Chalco, (1800-1803) con 11 mil trabajadores residentes de este lugar, más 517 que era de fuera; Coatepec, (1799) 1,306 más 12 de fuera; Coyoacán, (1799) 3 mil 548 más 174 de fuera; Cuauhtitlán, (1797), 3 mil 897 más 80 de fuera; Ecatepec ( 1803) 2 mil 573; Mexicalzingo, (1800), 2 mil 222; México (1800-1801) 9 mil 672; Otumba (1800) 1 mil 342 más 19 de fuera; Tacuba (1799), 6 mil 561; Teotihuacan (1804) 1 mil 813; Texcoco (1802) 7 mil 546; Xochimilco (1801) 4 mil 278 más 3 de fuera; Zumpango (1801) 1 mil 310 más 52 externos.
A finales del coloniaje español, el peonaje se concentraba, en las haciendas y las deudas esclavizantes abarcaban el débito de 3 y 4 semanas; esto representaba el control de las haciendas sobre los endeudados trabajadores indígenas. Habían sido despojados de sus tierras, tierras que como se sabe, eran trabajadas en común; las condiciones infrahumanas abarcaron casi todas las categorías de los trabajadores, las viviendas destinadas al peonaje fueron pocilgas. Las haciendas se habían extendido dentro y fuera del valle, algunas con pocos trabajadores y otras con un mayor número de éstos. Las condiciones se dieron para que estallara la Revolución de Independencia (1810). Pero en el siglo XIX se crearon nuevas condiciones que llevaron a la Revolución de 1910-1917.
Bibliografía
Algunos datos fueron tomados del libro “Los Aztecas bajo el dominio español”, 1519-1810” de Charles Gibson. Siglo XXI América Nuestra.
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