Se cumplieron 20 años desde que China recuperó Hong Kong
- Opinión
Este 1 de julio se cumplieron 20 años desde que la República Popular China recuperó Hong Kong, ocupado por el Reino Unido. Esa recuperación fue un gran dato para los pueblos del Tercer Mundo y para los argentinos, estando de por medio Malvinas.
Aunque China y Argentina son muy diferentes, uno socialista y el otro capitalista dependiente, y distan miles de kilómetros entre sí, hay temas en que se hermanan.
Son parte del Tercer Mundo, con distintos grados de desarrollo y autonomía, teniendo en cuenta sus sistemas políticos y sociales. Y sobre ambos ejerció pleno poder el imperio, en su pasado colonial y su posterior grado imperialista, particularmente el británico.
En noviembre de 1845 la Confederación sufrió la agresión naval de ingleses y franceses, a los que el gobierno de Juan Manuel de Rosas presentó batalla en la Vuelta de Obligado. Los incursores querían imponer el “libre comercio” y navegación por los ríos interiores. Tuvieron una victoria pírrica y no pudieron lograr inmediatamente sus objetivos. Eso les llegó gracias a la Generación del ’80, ya sin el Restaurador, cuando se había impuesto el modelo de “granero del mundo” (cualquier similitud con el macrista “supermercado del mundo” no es mera coincidencia).
Cuando esa flota atacaba en el río Paraná, había terminado con éxito un operativo similar en China entre 1840 y 1842, cuando ganó la “Guerra del Opio”. Los ingleses forzaron militarmente el ingreso del alucinógeno traído desde la India y junto con éste impusieron el “libre comercio”, igual que habían querido en el Río de la Plata. La dinastía Ching opuso una débil resistencia. Mejor lucharon las tropas de Lin Tsé su, pero ganaron los viejos piratas. Y entre otras pérdidas China sufrió Hong Kong, en tanto Portugal se quedó con Macao.
La escuadra inglesa había ocupado las Malvinas en enero de 1833, pese a la resistencia del Gaucho Rivero y ante la claudicación del encargado militar Federico Pinedo (su árbol genealógico dio ramas secas, hoy asentadas en el Senado).
Para China y Argentina la recuperación de sus territorios ocupados fue una causa nacional. Los gobiernos más progresistas, como los yrigoyenistas y peronistas, hicieron fuerza porque volviera “la hermanita perdida”, como le cantó Atahualpa Yupanqui. No se consiguió pese a una pila de resoluciones de Naciones Unidas. En la dictadura militar-cívica de Galtieri hubo un operativo militar y una breve recuperación, entre abril y junio de 1982. Los gobiernos democráticos insistieron con los reclamos de soberanía, aprobaron leyes para penalizar las operaciones petroleras en las islas y el tráfico marítimo, pero Londres no soltó más la presa. Y, volviendo a la línea capituladora de 1990 de Carlos Menem y Domingo Cavallo, Mauricio Macri y Susana Malcorra pusieron la soberanía bajo el paraguas. Mejor dicho, bajo tierra.
Fuerza de China
La manera de reclamar de China fue diferente y concluyó exitosamente, de allí que debería estudiarse con mucha atención. La principal diferencia fue que en Beijing hubo una revolución nacional, democrática y popular entre 1924 y 1949, con períodos contra el reaccionario del Kuomintang y otros de guerra contra el imperialismo japonés que había ocupado en 1931 el nordeste, para finalizar cuatro años de guerra victoriosa nuevamente contra Chiang Kai shek, quien debió refugiarse en Taiwán, protegido por la armada norteamericana. En 1949, con la proclama de Mao en Tiananmen, comenzó la revolución socialista. Si bien Hong Kong no era prioritario porque había mucho por hacer con 550 millones de habitantes pobres, ese pedazo de China estaba en la agenda. Había sido cedido a perpetuidad a Londres y luego los usurpadores fijaron un plazo de cien años, que vencía en 1997, con la idea de no respetarlo. En el interín se había convertido en una plaza financiera de importancia internacional.
Beijing apremió a Londres. No habría extensión del plazo ni un día. Y en 1984 Margaret Thatcher, que había vencido en Malvinas dos años antes, firmó con el líder Deng Xiaoping un compromiso de devolución.
Para facilitar las cosas el referente del PC de China había planteado una tesis inédita: “un país, dos sistemas”. Hong Kong se reintegraba como parte de China continental, pero se respetaría por 50 años su sistema capitalista, en tanto la República Popular seguía su socialismo sin fecha de finalización.
Dos años más tarde China también recuperó Macao de manos portuguesas. Y tiene pendiente la reincorporación de Taiwán.
Por más que no le guste, hasta el energúmeno de Donald Trump ha tenido que rechinar los dientes y aceptarlo, nombrando el 27 de junio su nuevo embajador en Beijing, Terry Branstad.
El 1 de julio de 1997 se produjo una fiesta nacional inolvidable para la nación asiática. Otra “perla del collar de su majestad” volvía a sus legítimos cuellos. Eso fue posible porque China siempre reclamó lo suyo, con un gobierno fuerte y asentado en el apoyo popular, con un Ejército Popular de Liberación que jugó un papel de presión y con anchas espaldas económicas de un país que crecía al 10 por ciento anual y se convertía en segunda potencia mundial. Todo eso pesó para que Londres evaluara posibles beneficios y perjuicios en caso de negarse a devolver lo que no era suyo. Esa enunciación muestra el contraste entre esa China y la Argentina macrista y desmalvinizadora, una vía muerta para disputar la soberanía.
Unidad y lucha
“Un país, dos sistemas” implicaba una coexistencia de dos regímenes contrapuestos, con contradicciones en la economía y la política. La recuperada se llamó Zona Administrativa Especial de Hong Kong (ZAEHK), supeditada directamente al Consejo de Estado, el gobierno central de China. Rige también en la Zona la Constitución de la China, socialista. Y se dictó una ley Orgánica, para garantizar los derechos de HK y marcarle los límites.
Este 1 de julio llegó a Hong Kong el presidente Xi Jinping, quien asumió en marzo de 2013. En una reunión especial pronunció un discurso resaltando los logros económicos, financieros, sociales y políticos de estas dos décadas de convivencia entre los dos sistemas, y reiteró que el gobierno central seguirá respetando los derechos de los hongkoneses, buscando el progreso del “hogar común”.
Los chinos se burlaron, en el 20° aniversario, de los pronósticos agoreros de las publicaciones capitalistas como la Revista Fortune, que en 1995 pronosticó que el pase de Hong Kong “traería una eventual caída de la ciudad”. La agencia Xinhua recordó que sigue siendo entre las primeras siete plazas financieras del mundo: “Hong Kong sigue siendo una de las ciudades más dinámicas del mundo 20 años después de su regreso del mandato británico”. Emergió más fuerte de las crisis financieras asiática y global, y mejoró como centro internacional de finanzas, transporte marítimo y comercio. Acumulaba en 2016 valores por 3 billones de dólares.
En medio de tantas loas a esa plaza financiera, nobleza obliga, el cronista critica sus negocios financieros. En Argentina se supo de los manejos corruptos de bancos y pagos ilegales. Por caso, Fernando Meirelles, de Odebrecht, admitió que hizo giros desde Hong Kong para Gustavo Arribas, funcionario macrista, por 850.000 dólares, pagando coimas del Lava Jato.
No es una crítica a China sino al sistema capitalista de la ZAEHK, que por 50 años –ahora quedan 30- seguirá arrastrando sus lacras.
En Hong Kong también pupulan, como en todo país capitalista, las ideas políticas afines. Y por eso en 2014, como una tardía extensión de la “primavera árabe” supuestamente democratista que linchó a Muammar Khadafy en Libia, los estudiantes de HK ocuparon cuatro zonas reclamando “elecciones libres y democráticas”. Esa protesta, conocida como la “revolución de los paraguas”, fue alentada por EE UU, Reino Unido y Francia, a los que China reclamó que cesaran en su injerencia interna.
La República Popular no contempla ese tipo de partidos y elecciones al estilo del Capitolio. Se guía por su Constitución socialista que en su artículo 1 la define como una república popular fundada por la revolución dirigida por el PCCh. En Hong Kong, el director ejecutivo o “gobernador” es elegido en forma indirecta, aunque en el futuro se prevé una elección directa y más democrática.
Tal evolución no será bajo la presión de movimientos como ese de septiembre-octubre de 2014 en Hong Kong, que amenazó incluso con la ocupación de edificios públicos sino renunciaba el director y se concedían esas elecciones occidentales como paradigma único de democracia.
Beijing recordó que bajo dominio británico Londres designaba al gobernador. Ahora hay más democracia porque lo elige el Comité de Elección, de 1.200 personas (eran 400 en 1998). Del Consejo Legislativo, 30 miembros se eligen por voto directo, otros 30 por jurisdicciones y sólo 10 por el Comité de Elección.
El movimiento procapitalista fracasó. Y en su discurso en Hong Kong, el presidente chino marcó la línea roja que los elementos capitalistas no van a poder cruzar. Dijo: “cualquier intento de poner en peligro la soberanía y seguridad nacionales, de desafiar el poder del gobierno central y la autoridad de la RAEHK o de utilizar Hong Kong para realizar actividades de infiltración y sabotaje contra China es un acto que traspasa la línea roja, y es absolutamente inadmisible”. Quizás ese día llovía en Hong Kong, pero muy pocos usaron paraguas, para no evocar al fracaso de 2014.
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