Sí hay quinto malo

04/12/2017
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Si algo recordarán los observadores sobre el estilo de gobernar en el sexenio que desde el viernes entró a su recta final, será la debilidad de Enrique Peña Nieto por los rituales políticos del priismo en todas sus vertientes, por los actos faraónicos al modo de los realizados bajo los gobiernos de Luis Echeverría y José López Portillo, ahora excomulgados desde la retórica dominante y la historia oficial a partir de 1982.

 

En Palacio Nacional, el viernes 1, Peña Nieto congregó a 1 500 de sus colaboradores que despachan como secretarios y subsecretarios, oficiales mayores (los que cuidan los negocios del jefe en cada dependencia y en cada sexenio) y directores generales para que lo ovacionaran hasta enrojecer las palmas de las manos, al rendir cuentas de los cinco años “que transformaron a México”.

 

Proceso en curso, explicó el orador durante 30 minutos, a través de la “gran obra de transformación nacional en la que todos participamos” y sobre la que ordenó al millar y medio de subalternos “sembrar optimismo, confianza, esperanza”.

 

Siembra que se complicará con los graves problemas de inseguridad pública a pesar de la cuantiosa inversión realizada por el gobierno federal, que arrojó en octubre cifras de violencia y asesinatos sin precedente y 76 de cada 100 mexicanos se sienten inseguros. Ya cuentan con la Ley de Seguridad Interior, pero en el reino de la impunidad poco importa aquélla. Además de la inversión extranjera en retroceso, inflación persistente, depreciación del peso y las críticas por su postura frente a Donald Trump.

 

Sabedor de que con el destape que formalizó al aceptar la renuncia de José Antonio Meade a la Secretaría de Hacienda, entró a la fase en que para que éste crezca realmente –no por las encuestas hechas por encargo de parte de Liébano Sáenz y otros–, será indispensable que el “hombre sin partido” comience el deslinde, el asesinato (político, por supuesto), del hasta hace unos días su jefe.

 

Paulatinamente, Peña irá quedándose casi sólo. Y por eso se adelanta y convoca a los subordinados a demostrar “el carácter, la preparación y la voluntad de triunfo”. El famoso solitario de Palacio, porque la bufalada se cargará hacia el señor que sonríe al más mínimo pretexto. Esa característica terminará por confundir a los electores porque no se puede sonreír ante todo.

 

Como Felipe Calderón y sus antecesores en Los Pinos, EPN dijo que comenzó “la etapa de consolidar las transformaciones emprendidas, para sentar las bases de un mejor futuro para México”. Bases que el país construye hace décadas.

 

Parte sustantiva de esa construcción son las reformas y en particular la energética, porque la educativa es para someter al SNTE y administrativa, y que ya rechazan el 61 y el 39 por ciento, respectivamente.

 

Lo importante de la pieza oratoria, fue el compromiso de Enrique Peña para tener “un comportamiento de todos los funcionarios públicos apegado estrictamente a la ley durante el proceso electoral (…) una jornada democrática ejemplar desde el ámbito de nuestra responsabilidad. Trabajaremos para que los ciudadanos ejerzan su derecho al voto en un clima de seguridad y certidumbre, de respeto y civilidad”.

 

Que así sea y nadie se confunda, el país no aguanta otro junio de 2017 como sucedió en el estado de México. No basta la voluntad política –o supuesta directriz presidencial–, ni todo el dinero para violentar la voluntad ciudadana, como millones de mexicanos afirman que sucedió en 1988 y 2006, y como bien lo ejemplifica Honduras.

 

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