Níger: Los secretos del desierto
- Análisis
Seguramente en el reciente encuentro entre el presidente Donald Trump y su par francés Emmanuel Macron, entre arrumacos y caídas de ojos, y tras abordar algunos temas tan complejos como el Pacto Nuclear con Irán, la guerra en Siria, sanciones a Rusia o Corea del Norte, y entre quitadas de caspas y mutuas “llevadas al huerto”, ambos mandatarios habrán tenido algún comentario, por lo menos mínimo, sobre la cuestión del Sahel, donde las dos naciones tienen intereses comunes tanto económicos, como militares.
Washington y Paris, en la frontera entre Mali y Níger, mantienen una guerra de baja intensidad mediática, pero guerra con todas esas cosas que producen las guerras: muertos, destrucción, daños colaterales, desplazados y ganancias monumentales para las potencias.
Esta geografía ha pertenecido históricamente a Francia, sus operaciones en la región a partir de las guerra de reivindicación territorial de la nación Tuareg, en 2012, por su ancestral territorio de Azawad, (y que fue la excusa para la aparición de las bandas wahabitas) han sido ineficientes por la carencia de suficientes drones para combatirlas ya que el uso de aviones de combate Mirage y helicópteros con fines de vigilancia se ha convertido en un costo demasiado elevado para el ejército francés. Por ello, Paris ha debido profundizar sus políticas con Washington, para utilizar una base norteamericana de drones cercana Niamey, al igual que para sus operaciones de vigilancia en la región.
En octubre pasado, el mundo, y particularmente el público estadounidense, se desayunaron, que tenía un nuevo frente de combate en Níger y cuatro Green Berets (boinas verdes), menos. Una emboscada a una patrulla compuesta por efectivos norteamericanos y nigerianos, por parte de una de las tantas organizaciones fundamentalistas que operan en ese sector, que bien podría ser el Daesh en el Gran Sahara, (ISGS) o los al-qadianos del Jama'at Nasr al-Islam wal Muslimin, (Frente de Apoyo para el Islam y los Musulmanes, JNIM) , que ninguno de los grupos se adjudicó de manera concreta, pero que dejó, además de los norteamericanos muertos, otros cinco hombres del ejército nigerino. (Ver: Cacería en el Sahel y Trump emboscado en el Sahel.)
La presencia norteamericana en Níger tenía como excusa la construcción de la Base Aérea 201 para operar con drones, MQ-9 Reaper, ordenada por la administración Obama en 2014, que se estima estará terminada para principios de 2019, a un costo de 120 millones de dólares, con un largo de pista de más de 2 mil metros y 45 de ancho, en una superficie total de unas 900 hectáreas.
Hasta la llegada de Trump la dotación de boinas verdes era de unos 100 efectivos, número que ya se elevó a 800. En el momento de la emboscada próxima a la aldea de Tongo-Tongo la patrulla norteamericana estaba en procura de captura o asesinar a un jefe terrorista local, aunque los militares norteamericanos, “oficialmente” tengan prohibido participar en combates y sus misiones se reduzcan solo a entrenamiento y asistencia técnica.
Desde la base 201, ya se han realizado operaciones contra Somalia y el sur de Libia donde cerca de Ubari, se ejecutó el último 24 de marzo, a dos miembros de al-Qaeda para Magreb Islámico (AQMI), uno de ellos era Moussa Abu Daoud, uno de los jefes de la organización en el sur libio. Además, desde la 201, se hace el seguimiento de grupos takfiristas que operan en Chad, Camerún y Nigeria.
Las operaciones con drones se realizaban hasta ahora desde Camp Lemonnier en Djibouti, con cuyo gobierno Estados Unidos tiene un acuerdo de “implementación” hasta el 2044, contra Yemen y Somalia, que le sirve además para custodiar el crítico canal de Bab el-Mandeb (La puerta de lamentaciones) por donde cruza casi el 40% del petróleo mundial. Para los ataques contra Libia, se utiliza la Base Aérea de Sigonella en Sicilia, a unos 1700 kilómetros de sus objetivos. En operaciones, la Base 201 simplificará los ataques contra Libia y Somalia, pero también pero también permitiría articular operaciones con las fuerzas francesas del norte de Mali, que desde el 2012, con la operación Serval y continuada con la Barkhane desde 2013, con cerca de 3 mil efectivos, intentan mantener en línea a los fundamentalistas, que amenazan los yacimientos de uranio Arlit y Akouta, en la región tuareg de Agadez, que controla la estatal francesa Areva.
Trump no solo volvió sobre sus pasos respecto a las promesas de campaña de anular las intervenciones militares en el extranjero, sino que las está multiplicando respecto a las políticas de Barack Obama. La emboscada del 4 de octubre al Comando de Operaciones Especiales, más que amilanarlo, ha excitado su sesgo militarista, tomando medidas más agresivas contra los grupos terroristas que operan en el norte y el oeste de África.
Si bien el desafío más apremiante que Estados Unidos tiene en África, es Somalia, donde el grupo al-Shabaab, (al-Qaeda) nuevamente está a la cabeza de las acciones terroristas del continente y quizás del mundo junto al Talibán afgano, “resolver” el terrorismo en Níger es perentorio para permitir el acceso a los ricos recursos minerales de toda la región. Por esa razón es que la base 201, se construye a poco más de 3 kilómetros de Agadez, epicentro de las explotaciones de uranio, y donde, según denuncias de la población, docenas de camiones norteamericanos roban a diario el uranio.
En noviembre pasado, tras la emboscada, Niamey, autorizó al Departamento de Defensa norteamericano a operar drones lo que les da además de un gran poder estratégico, una cobertura legal, que de alguna manera, le evitará problemas frente a la opinión pública y algunas arremetidas del congreso norteamericano. Los Estados Unidos también cuentan con bases de aviones no tripulados en Túnez y Camerún. Además de cientos de soldados en Camerún, República Democrática del Congo, República Centroafricana, Uganda, Sudán del Sur entre otras naciones africanas.
Un espiral sin fin
Estados Unidos ha tenido un crecimiento exponencial de sus operaciones militares en África llegando casi a unas 3500 al año, lo que representa un aumentado de un 1900 por ciento desde 2008. Según los expertos, que toman en consideración la experiencia afgana, los asesinatos puntuales, las matanzas generalizadas y los daños colaterales, que por lo general producen la mayoría de las bajas en este tipo de guerra, producen reacciones de mayor violencia, haciendo que los parientes, amigos o hermanos de tribus o clanes de las víctimas, hasta el momento sin posiciones políticas, se decidan a ingresar a las organizaciones terroristas para combatir a los asesinos de sus allegados. Con ello, se alimenta un sentimiento anti-estadounidense, difícil de desenraizar, que sirve como una herramienta esencial de reclutamiento de organizaciones terroristas.
En Níger, el crecimiento de la presencia militar de Estados Unidos ha generado reacciones contra el gobierno del presidente Mahamadou Issoufu y las representaciones de países occidentales.
Los militares norteamericanos, tras la emboscada de Tongo-Tongo, han incrementado sus acciones contra las aldeas, para quitarles a los terroristas apoyo y cobertura, tal como lo practicó en las guerras centroamericanas, Vietnam y Afganistán. Esta táctica es conocida como remove the water from the fish, obligando a miles de aldeanos a abandonar el área donde los estadounidenses fueron emboscados, que según los expertos convertirán a sus milicianos en héroes, además de fomentar la unidad entre los muyahidines.
Se conoció hace unas pocas semanas que tropas norteamericanas se batieron el seis de diciembre último contra un grupo de militantes del Daesh, dejando un saldo de 11 terroristas muertos, cerca de Diffa, al sureste del país, sin que se hayan registrado bajas entre los norteamericanos. Unos diez enfrentamientos similares se han reconocido desde entonces, por lo que queda en claro que la violencia está en franco aumento, dando la posibilidad a los fundamentalistas de crear un frente donde asentarse y convocar a los muchos camaradas que bien armados y entrenados recorren el desierto en procura de una nueva posibilidad.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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