Mauritania, un estado esclavista
- Análisis
La larga historia de la esclavitud en África no ha terminado. En Mauritania, que fue el último país del mundo en abolirla, oficialmente en 1981, miles de personas siguen sumidas en esa condición, sin que ningún cambió se haya producido: la venta, la separación de hijos y madres, para que no se establezcan vínculos afectivos, los castigos físicos, los abusos de todo tipo y las violaciones sexuales siguen a la orden del día.
Desde la invasión berebere en los siglos III y IV se estableció un rígido sistema de castas, que ha subsistido hasta hoy, en el que las tribus de los grupos afro-mauritanos, como los moros negros o haratine, bambara, imeraguen, soninké, y tukulor se diferencian de los moros blancos o beydan que representan las clases dominantes y son de origen berebere-árabe. Aunque los orígenes de los haratines, literalmente “esclavo liberado”, no están bien definidos se cree que se conformaron con los esclavos negros que fueron liberados a lo largo de la historia y que se asentaron en algunos oasis del norte del país.
Las tribus originarias han debido servir como esclavos, tanto a los bereberes como más tarde a los propios árabes. Desde entonces la condición de esclavo fue trasmitida de madre a hijo, lo que ha continuado sin modificación hasta nuestros días. Aunque los gobiernos sucesivos, desde la independencia mauritana, se han jactado de haber terminado con esa herencia atroz.
No existen datos ciertos del verdadero número de personas que se encuentran privadas de su libertad ya que por razones obvias es imposible hacer un relevamiento estadístico
Según Naciones Unidas, más allá de las negativas del gobierno de Nuakchot, siguen sumergidas en el sistema esclavista, 900 mil de los 4.5 millones de habitantes. Otras fuentes señalan números menores: la Walk Free Foundation habla de un número próximo a los 150 mil, mientras que otras fuentes disminuyen la cantidad hasta las 43 mil almas. Fuera el número que fuese, el agravio es intolerable.
En Mauritania, oficialmente es una República Islámica, (Yumhuriya Islamiya Mauritaniya), una antigua colonia francesa que más tarde pasó a ser parte del reino de Marruecos, se aplica la sharia (ley islámica) en una versión extremadamente rigurosa. El gobierno aduce que la totalidad de la población es musulmana, por lo que se castiga cualquier incumplimiento. En el país africano se pena con prisión o muerte a la homosexualidad, los actos sacrílegos, la apostasía y la blasfemia.
Recientemente se endureció la ley que daba tres días para arrepentirse, antes de ser castigado, tanto por blasfemar como por pretender abandonar la fe; con la nueva legislación, desde ahora, el castigo se llevará a cabo, más allá del arrepentimiento del inculpado, incluso con la pena de muerte.
Si bien en Mauritania la esclavitud se abolió oficialmente en 1960, año de la independencia del país, y ese hecho fue ratificado en 1981 y vuelto a ratificar en 2007, el vasallaje sigue siendo un fenómeno habitual. Las clases poseedoras de esclavos, a fuerza de influencias y sobornos, evitan que las leyes se cumplan, impidiendo el reconocimiento de esta práctica, por lo que no es de extrañar que nunca haya habido un procesamiento exitoso contra un poseedor de esclavos, aunque, según las últimas legislaciones, las condenas por este delito se elevan a veinte años de prisión.
Así y todo, miles de personas permanecen en condición de sumisión absoluta, como trabajadores manuales, peones de labranza, personal de servicio doméstico o mujeres y niñas para la explotación sexual. Miles de personas viven en condiciones paupérrimas, sin acceso a agua potable y con horarios extenuantes de trabajo, entre otros agravios.
Se estima que uno de cada dos haratines se encuentra en condición de esclavitud, obviamente sin paga, sin derechos y sin posibilidad de acceso a la educación. Incluso aquellos Haratines, que no son esclavos, tienen restringido el acceso a muchos puestos laborales, solo por su condición, además de tener vedado el ingreso tanto al ejército como a la policía.
Los miembros de la principal organización anti-esclavitud de Mauritania, Iniciativa para el Resurgimiento del Movimiento Abolicionista (IRA), han intentado en varias oportunidades desplazar electoralmente a la casta gobernante árabe-bereber, beydan.
El presidente del país, el general Mohamed Ould Abdel Aziz, en el poder desde el 2008, en abril de 2009 renunció a su rango militar para presentarse en las elecciones de julio de ese año en las que triunfaría por un amplio margen. En 2014 volvió a imponerse una vez más, e intentará el próximo año alcanzar su tercer mandato, siendo su rival el líder del IRA, Biram Ould Abeid, un haratine que ha padecido constantes reclusiones y que difícil el triunfo, dado el aceitado sistema electoral de Aziz.
El referéndum para una reforma constitucional promovida por el presidente en 2017, con el fin de suprimir el Senado y cambiar la bandera, se impuso con un “apabullante” 85% de los votos. De manera que Abdel Aziz, por la vía del referéndum, abre la posibilidad para constantes modificaciones con el fin de “adaptar la Constitución a nuestra realidad”, según los propios dichos del Aziz.
El silencio de los inocentes
La esclavitud está fuertemente establecida en la cultura mauritana, no solo en los grupos sociales profundamente racistas conocidos como moros blancos o beydan, sino también en el inconsciente de muchas de las víctimas de este sistema.
Se han conocido casos de jóvenes que han logrado huir de sus apropiadores y tras regresar para liberar a su madre o hermanos, han sido denunciados por ellos mismos para que los vuelvan a retener. No son pocos los haratines que consideran que están condenados, por pertenecer a esa casta, a ser sumidos en ese estado, al tiempo que deben lealtad y respeto a los amos.
La mayoría de los esclavos liberados temen por lo que puedan acarrear sus denuncias o protestas, ya que las élites esclavistas siguen utilizando los castigos por insolencia, que suelen ser muy violentos e incluso, en algunos casos, letales.
Las víctimas de esta trata suelen desconocer su origen familiar y solo se identifican con su apropiador. El estado de subordinación absoluta al “amo”, el sometimiento y el aislamiento, los convierte en dependientes de sus patrones, lo que hace que muchos no tengan otro sentido de vida que el de pertenecer a sus amos. Inhibidos de todo sentido de solidaridad con sus iguales, incluso si por alguna razón consiguen escapar de su situación, avergonzados buscan a algún grupo abolicionista solo para conseguir apoyo material y después intentar alejarse de toda esa experiencia para volver a empezar, ausente de cualquier compromiso con la lucha antiesclavista. Muchos de ellos se refieren a sí mismos como moros o pertenecientes a alguno de los grupos étnicos, tratando de eludir el término haratine (esclavo liberado).
Mientras esto sucede, el presidente Mohamed Ould Abdel Aziz continúa con su diatriba política negando la existencia de una estado esclavista y acusando a las ONGs de promover una campaña contra él y su gobierno, ya que el próximo año deberá otra vez enfrentarse a una pugna electoral.
Abdel Aziz ha sabido congraciarse con los Estados Unidos y muchas naciones europeas, debido a dos razones de gran peso: la primera por su involucramiento en la contención de la inmigración hacia Europa y en segundo lugar por su colaboración con los Estados Unidos y Francia en su lucha contra los grupos rigoristas armados que operan fundamentalmente en Mali, con quien Mauritania tiene una frontera de casi 2300 kilómetros, absolutamente permeable y sin barreras naturales. Además, el gobierno de Nuakchot es parte del G5 Sahel, el grupo que, junto a Níger, Mali, Chad y Burkina Faso, se han unido para luchar contra el terrorismo wahabita.
Mauritania ha sido el único país de la región que, salvo un incidente aislado en la frontera con Mali y el secuestro en 2009 de tres cooperantes españoles, ha conseguido “extrañamente” mantenerse exento de la violencia terrorista de los últimos años. Esto, sumado a la expectativa del descubrimiento de grandes yacimientos de gas y petróleo en sus costas, próximas a la frontera con Senegal, reúne los suficientes méritos como para que nadie se espante por la existencia de un estado esclavista.
Guadi Calvo es escritor y periodista argentino. Analista Internacional especializado en África, Medio Oriente y Asia Central.
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