De pactos y recomendaciones

13/06/2018
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Cada segundo, minuto, hora y día de lo que resta de la campaña y de la cita con las urnas, exige desesperado Jorge Germán Castañeda que todos los partidarios de que Ricardo Anaya ocupe la Presidencia (no la municipal de Querétaro capital) sean dedicados a exhibir el pacto existente, según él, entre Enrique Peña Nieto y Andrés Manuel López Obrador para que el primero goce de impunidad como expresidente de México y el segundo no sea obstaculizado en el camino asegurado por su movimiento, partido y alianzas, algunas muy lamentables, y sus 20 años de brega incansable por encabezar a los mexicanos.

 

Tiene razón Germán en su desesperada convocatoria, pues el 1 de julio ya no estarán en juego las aspiraciones presidenciales de Anaya, con el Partido Acción Nacional dividido como nunca en su septuagenaria historia (16-IX-39) y el “fuego amigo” sin precedente a cargo de Ernesto Cordero, presidente del Senado por obra y gracia de los acuerdos entre Felipe Calderón y Enrique Peña, sino también el futuro político del joven empresario bodeguero como líder opositor y del mismísimo Castañeda, quien reconfirma que es mal político y estratega de campaña, como lo demostró en el Partido Comunista Mexicano, en donde fue derrotado en 1981. Sí es un buen escritor, analista y académico sólo que con desmedidas ambiciones de poder, como lo evidencia el hecho de buscar la titularidad de Relaciones Exteriores con Luis Donaldo Colosio y Felipe Calderón.

 

Por supuesto que Los Pinos niega tal alianza, en boca del gris secretario de Gobernación, Jorge Navarrete Prida, porque “el gobierno federal no se mete en cuestiones electorales” y, además porque “hay un rechazo absoluto a pensar (sic) que el gobierno federal se esté inmiscuyendo”. Y pidió a “quienes difaman” que “eleven el nivel del debate”. ¡Pregone con el ejemplo! En tanto que Jorge Germán jura que “estoy absolutamente convencido que es cierta la tesis del pacto de impunidad” y que “en los pasillos, prácticamente todo el mundo lo da por hecho, sin animarse a decirlo en público” (El Financiero, 8-VI-18). Héctor Aguilar y Leo Zuckermann lo dejaron colgado de la brocha en La Hora de Opinar.

 

Y uno de los señalados de pactar, Enrique Peña Nieto, pide lo imposible o quiere hacerse el gracioso, que el debate tenga tanto interés como el juego entre las selecciones futboleras de Alemania y México. Por lo visto olvidó su reciente afirmación de que lo único que une a los mexicanos es la Selección Nacional. Un poquito de coherencia.

 

Para Enrique Peña, modestia muy aparte, “hace seis años había un ambiente mucho más festivo, y mucho más cargado de propuestas para el futuro de la nación que descalificaciones”. Como lo comprueba el hecho de que una de las consignas más coreadas en los mítines realizados con mujeres en el estado de México –la tierra que gobernó en medio de la corrupción y la represión al movimiento social a la orden del día–, fue: “¡Bombón, bombón, te quiero en mi colchón!” Era y es el ejercicio de eso que llaman megalomanía y que Alfonzo Zárate atribuyó a López Obrador en el programa Sacro y Profano (Canal 11, 11-VI-18).

 

El presidente dice de sí mismo que se conduce “con estricto apego a la legalidad, al gobierno le compete, en exclusiva, ceñirse a lo que mandatan las leyes” y que respetará “la preferencia mayoritaria que expresen los votantes en las urnas”. Me parece, salvo su mejor opinión, que no le queda margen para más, salvo que opte de manera irresponsable y costosísima por incendiar al país. Cosa que a nadie le conviene.

 

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