Morena, constancia y fraude

11/07/2018
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Un simple mensaje vía Twitter, suscrito por Andrés Manuel López Obrador, permitió saber que el Movimiento Regeneración Nacional, el partido-movimiento mejor conocido por su abreviatura compuesta de Morena, llegó a su cuarto aniversario. Lo hizo con un pie de AMLO en Palacio Nacional, mayoría en la Cámara de Diputados y el Senado, también en 17 de los 32 congresos estatales y con cientos de alcaldías. Es el mejor momento de su cortísima historia y seguramente harto complicado de repetir.

 

El candidato presidencial que arrasó en las urnas, al punto de más que duplicar la votación de sus tres contrincantes, dice en el tuit del 9 de julio: “Hoy celebramos 4 años del registro de MORENA como partido político. Dejo a cada quien que haga sus propias reflexiones porque yo, en este caso, no soy objetivo. Sostengo que es un fenómeno mundial”.

 

En efecto, es una experiencia indispensable de estudiar por sus propios constructores y las izquierdas de aquí y de todas partes, máxime que su arquitecto no tiene reparos para reconocer “yo, en este caso, no soy objetivo”, aunque fue estigmatizado como ningún líder, incluido Cuauhtémoc Cárdenas –quien oportuno como es ya pasó lista de presente en las oficinas de AMLO–, como “autoritario” durante su brega por la Presidencia y últimamente como “dueño” de Morena, “el partido de un solo hombre”, mismo que ante sus primeros triunfos en 2015, el trío intelectual de la televisión (Aguilar, Castañeda y Zuckermann), entre muchos, se solazaban presentándolo como partido regional de la capital, Veracruz y el estado de México.

 

La soberbia de los intelectuales orgánicos del presidente en turno, esperemos que el próximo no confirme la regla, nunca fue buena compañera. Y la pérdida de credibilidad de casi todos podría auspiciar recambios en “las estrellas” de la mediocracia y el análisis, como hoy sucede con la élite política. Sobre todo cuando sin el menor asomo de autocrítica abandonaron la cachucha de estrategas y asesores de Ricardo Anaya y José Meade, para colocarse la de analistas, sin rendir cuentas a nadie.

 

Quien sí rinde cuentas es la magistrada presidenta del Tribunal Electoral del Poder Judicial y adelanta que está listo para resolver “sin filias ni fobias” los recursos que se presenten sobre la elección presidencial. Recursos que son impensables, digo yo, salvo que el surrealismo político reaparezca, y sin impugnaciones a los cómputos, plazo que venció el martes, “podremos ver, en efecto, la posibilidad de adelantarnos a la entrega, la validez de la entrega de la elección primero y la entrega de la constancia de mayoría”.

 

Por su parte, Lorenzo Córdova hizo un balance de la histórica elección y afirmó, según “la cabeza” de El Universal: “Fallaron los teóricos del fraude”, cuando el presidente del Instituto Nacional Electoral sostuvo, según la misma nota, que “los teóricos del fraude se quedaron sin materia”. ¡Pequeña diferencia!

 

Ni fallaron ni se quedaron sin materia, sencillamente el fraude es imposible cometerlo cuando se gana con el 53.19 por ciento o 30.1 millones de los votos. Que hubo compra de votos para Meade ni siquiera Luis Carlos Ugalde lo pone en duda. El señor, recuérdese, era el presidente del IFE en julio de 2006, cuando según millones de electores, Felipe Calderón se “robó la Presidencia”. Pero la compra de votos el domingo antepasado no alteró los resultados. Y los estudiosos del tema sostienen que el fraude sólo es posible cuando la diferencia entre el primero y segundo lugares es de menos de seis puntos.

 

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