La heurística de la crisis económica en el neoliberalismo
- Opinión
El concepto de crisis económica ha suscitado un amplio y profundo debate en la economía. Se reconoce a Marx y Keynes como los principales teóricos de la crisis del sistema capitalista, mientras que se le critica al pensamiento económico dominante su incapacidad de reconocer a la crisis económica como inherente al sistema. Sin embargo, la emergencia, consolidación y radicalización del neoliberalismo a escala mundial, obligan a repensar la noción de crisis económica desde otra perspectiva.
Se trata de una discusión que se aleja de las coordenadas de la economía para inscribirse directamente en aquellas de la política. En efecto, el neoliberalismo ha provocado cambios tan importantes en el capitalismo mundial, que es necesaria una nueva visión sobre la crisis económica que salga del ámbito académico para formar parte del debate político.
Si en primera instancia se pensaba en la crisis económica como una anomalía o disfuncionalidad del sistema capitalista, las derivas del shock económico sitúan a la crisis económica en otro nivel: aquel que desencadena las condiciones de posibilidad para la imposición radical de las transformaciones neoliberales. En efecto, habría sido muy difícil que las políticas de ajuste y estabilización macroeconómica, o su correlato en las políticas de austeridad fiscal, que se impusieron y se imponen a rajatabla en varios países de América Latina, África y Europa, tengan el consenso social necesario sin un requisito previo de crisis económica.
Empero, es necesaria una reflexión que sitúe a la noción de crisis económica no tanto como el expediente estratégico que posibilita la transición de un modelo de economía hacia otro, sino como parte de una gran transformación global en la cual la crisis pasa de convertirse de evento desencadenante a fenómeno estructural.
Esa gran transformación afecta los contenidos de la política, las formas de la democracia, las dinámicas de los Estados modernos y los patrones que definen la acumulación a escala mundial. Todos ellos, de una u otra manera, convergen hacia a la crisis como el núcleo central desde el cual se genera la fuerza gravitacional necesaria para que el mundo gire alrededor del neoliberalismo y sus transformaciones.
Para desarticular al Estado de Bienestar construido luego de la última posguerra y, al mismo tiempo, permitir la consolidación del neoliberalismo, es necesario que la sociedad legitime esa desarticulación y que, además, se cree un consenso alrededor de la noción de “mercado” como el eje de articulación de las relaciones sociales y los marcos institucionales, en ese sentido, la noción de “crisis” es fundamental para conseguirlo, porque permite la convergencia de varias dimensiones de tipo político, ideológico, económico e institucional hacia el neoliberalismo.
De esta forma, y a contrapunto de la creencia del sentido común que piensa que la crisis económica representa los equívocos del sistema y los síntomas de su decadencia, en realidad, el sistema capitalista, y en particular el neoliberalismo, ahora necesitan de la crisis para garantizar su propia existencia.
Si no existe la crisis es necesario crearla, porque gracias a ella se puede abrir el espacio político necesario para que puedan operar en el interior de la sociedad los mecanismos de mercado como reguladores sociales y políticos.
No obstante, hay que precisar que cuando se menciona al “mercado” desde el discurso neoliberal, no se hace referencia solamente a los procesos de compra-venta, o definición de precios, o de equilibrios entre oferta y demanda, sino que se pretende ir más allá: el mercado, en la visión neoliberal, es una categoría política más que económica. El mercado se convierte en el espacio desde el cual se transita de la regulación económica de la sociedad hacia su regulación política y, por tanto, de sus relaciones de poder.
Desde una estricta visión económica, el mercado puede ser visto como el espacio que permite el encuentro entre la oferta y la demanda a través de la lógica de los precios, pero desde una visión política, el mercado es el espacio que regula al conjunto de la sociedad y define el marco y las formas de sus relaciones de poder.
Se trata de un cambio de perspectiva importante porque desde el discurso neoliberal, esto implica que todos los procesos y mecanismos que regulaban a la sociedad y que se definían desde la política y el Estado moderno, ahora deben articularse y definirse en función del mercado como el espacio desde el cual se estructuran las relaciones y luchas de poder.
Por ello, desde el enfoque neoliberal, la oposición Estado/mercado no es económica sino política. En efecto, no pueden oponerse fenómenos sociales que tienen estructuras y dinámicas diferentes, a condición que puedan ser inscritos dentro de la misma lógica.
Al oponer Estado y mercado, el neoliberalismo utiliza un concepto con una fuerte significación ética y una deriva axiomática, como aquel de la libertad individual, para inscribir la noción de mercado en el interior de la esfera de la política y convertirlo, de esta manera, en un concepto político. Así, su apelación a la libertad individual es puramente estratégica, porque le permite desprender a la categoría de mercado de sus prosaicas referencias al interés individual y transformarlo en un deber-ser social.
Solo desde la esfera de la política, el mercado puede disputar sentidos de sociedad al Estado que, en cambio es, por definición, un concepto político. Si el mercado se convierte en un concepto político, la oposición entre dos conceptos políticos y aparentemente antitéticos (Estado y mercado), no es de irreductibilidad, es decir, no implica o el uno o el otro; sino de coexistencia en disputa, en el que el uno subsiste a condición que el otro se pliegue al interior de sus propios requerimientos.
En otros términos, aquello que está en disputa en el neoliberalismo es la legítima capacidad política que tiene el Estado de regular a toda la sociedad. El mercado ahora reclama para sí esa capacidad política de regulación social, pero necesita mantener la violencia del Estado para ejercerla. El neoliberalismo no prescinde del Estado sino que lo subsume.
En efecto, en el neoliberalismo no hay oposición real entre el mercado y Estado, sino el pliegue de la capacidad política de regulación social del Estado, dentro de los mecanismos del mercado, con la vigencia plena de la violencia moderna del Estado. Así, quien controla al mercado, controla la política y, por tanto, la sociedad. Quien sale de las coordenadas del mercado puede ser reinscrito a su interior gracias, precisamente, a la violencia del Estado.
Sin embargo, para realizar esta tarea es necesario que la sociedad y los diferentes sectores sociales que siempre han visto y han situado dentro del Estado la resolución de sus conflictos y la defensa de sus intereses, ahora resignen esa praxis y reconozcan la legitimidad política del mercado como el espacio en el cual se resuelvan esos conflictos políticos y esas luchas sociales.
Un proceso de esas características no puede ser asumido sin violencia social, porque muchos sectores sociales consideran que, a pesar de todo lo que pueda decirse sobre el Estado, es la esfera política la que de alguna manera les ha permitido defender mejor sus intereses, y porque, en conformidad con el discurso del liberalismo clásico, el Estado representaba el “interés general”.
En consecuencia, para que esos sectores sociales se alienen de sus tradicionales mecanismos y procesos de regulación social, es necesario destruir esos mecanismos, es necesario alienar a la sociedad de la política, es necesario crear una cesura radical entre la sociedad y su propio Estado. De la misma manera que el obrero no se reconoce en la mercancía que él mismo ha creado, así la sociedad, en el discurso neoliberal, debe alienarse del Estado que es su propia creación. La sociedad debe mirar al Estado como al Leviatán, como al Ogro Filantrópico, como un espejo esquivo que se niega a devolver su reflejo.
Para producir esa cesura y esa alienación es necesario crear un acontecimiento de ruptura de la sociedad consigo mismo. Es ahí donde cabe la crisis económica y la violencia de su rol heurístico.
En ese sentido, las crisis económicas siempre son dispositivos políticos, aunque aparezcan como fenómenos económicos. En efecto, la crisis económica permite la desarticulación de los procesos políticos que definían y estructuraban la regulación social y que estaban contenidos en el Estado.
En un escenario de crisis económica, la sociedad se siente amenazada por algo que la rebasa y ante lo cual no tiene respuestas ni capacidad de maniobra. La crisis económica, aparece como un hecho creado desde fuera de la sociedad y por fuerzas de mercado que la sociedad no puede controlar y, ni siquiera, reconocer. Esas fuerzas de mercado que desencadenan la crisis se convierten en un Godzilla que amenaza a todos y cada uno con su fuerza destructiva, y ante el cual casi no existen soluciones, sino la espera paciente que se aleje y remita En ese sentido, las crisis económicas recuerdan mucho a las catástrofes naturales, y no es gratuito el hecho que el neoliberalismo haya utilizado a las catástrofes naturales como parte de su heurística de la crisis económica.
A pesar de que la economía forma parte de la sociedad y los seres humanos la crean y la recrean cotidianamente, durante las crisis económicas, la economía se convierte en una potencia extraña, amenazante y, lo más paradójico de todo, en un evento in-humano.
Ante circunstancias tan dramáticas y desesperadas, la sociedad siente que los tradicionales mecanismos por los cuales se regulaba la producción, la distribución de la riqueza, y las relaciones de poder, están desfasados y no pueden, al menos en esos momentos, devolverle a la sociedad la confianza en sus propias capacidades. Si la crisis aparece como el designio de un dios numinoso y producto de la Ira Dei, como fuerzas desencadenadas de un mercado al que nadie puede controlar, entonces para restablecer la calma es necesario recapitular y ceder a esos numinosos designios.
Mientras más profunda, más grave y más radical sea la crisis, más sacrificios debe realizar la sociedad para conjurarla. En circunstancias normales, la sociedad no va a permitir que muchos marcos institucionales que le sirvieron para defenderse a sí misma, por ejemplo las ayudas sociales a los más pobres, o los planes de protección a los jubilados, o a los niños, o a las mujeres en situación de violencia, o los derechos de los trabajadores, se desarticulen. Pero cuando la crisis económica se ha desencadenado, es la existencia misma de la sociedad la que está en juego y ésta apela a negociar aquello que antes era innegociable. El rol heurístico de la crisis es potente porque las causas que la desencadenan nunca coinciden con aquellas que la remiten.
El neoliberalismo aprendió bastante bien ese rol heurístico que tienen las crisis económicas. El neoliberalismo comprendió que de la misma forma que Roosevelt utilizó la crisis económica de 1929 para negociar el New Deal y construir el Estado de Bienestar, ellos podían hacerlo pero en sentido contrario. La historia les enseñaría que no solo que se pueden aprovechar políticamente las crisis, sino que también pueden ser provocadas en beneficio propio.
Existe un catálogo extenso de crisis económicas desencadenadas y provocadas desde que se impusieron las ideas neoliberales como ideas regulatorias del capitalismo. En ese catálogo, el neoliberalismo tiene en sus activos el apoyo a regímenes fascistas y genocidas como las dictaduras de los años setenta del Cono Sur de América Latina, o el régimen de Suharto en Indonesia; o las crisis económicas de Grecia, EEUU, entre otras, que se suscitaron en la primera década del siglo XXI. Para el neoliberalismo, las víctimas de sus políticas podían ser comprendidas como “daños colaterales”.
El neoliberalismo necesita de las crisis económicas. Ellas se convierten en el umbral necesario para su tránsito de la economía hacia la política y hacia el control de la sociedad. Sin las crisis económicas, las sociedades tienen posibilidades de defenderse y el neoliberalismo tendría pocas oportunidades de aplicarse, por ello el neoliberalismo se constituye en la teoría y en la praxis de la crisis permanente.
Todo su discurso está inscrito desde las coordenadas de la crisis: austeridad fiscal, ajuste económico, políticas de estabilización, desregulación, privatización, apertura, competitividad, superávit fiscal, en fin, son conceptos cuya articulación epistemológica y pertinencia normativa solo caben y se explican desde la noción de crisis. Fuera de este marco teórico que tiene como referencia a la crisis, son conceptos y nociones con pocas posibilidades teóricas y prácticas.
La crisis económica como heurística de la gran transformación neoliberal implica una nueva conceptualización, porque ahora la crisis económica no expresa una disfuncionalidad del sistema sino una necesidad política. Cuando se requiere disciplinar a la sociedad y encajarla en el interior de las coordenadas neoliberales, el expediente de la crisis económica es infalible.
Gracias a la crisis económica, se puede flexibilizar el trabajo sin la resistencia activa de los sindicatos. Gracias a la crisis económica se puede radicalizar la austeridad, sin movilización social que la cuestione. Gracias a la crisis económica se puede eliminar cualquier traba jurídica, social, política o institucional que obstaculice a las corporaciones transnacionales. Se puede también devaluar la moneda, recortar gasto fiscal para sectores sociales, eliminar subsidios sociales, restringir el acceso al empleo público, desmantelar el proteccionismo, en fin, todas las políticas que forman parte de la austeridad fiscal.
La gran transformación del capitalismo que está provocando el neoliberalismo tiene a la crisis económica como elemento central. Los teóricos del neoliberalismo, en el fondo son teóricos de la crisis permanente. Así, referirnos a la crisis del sistema implica entrar de lleno en los marcos teóricos de la episteme neoliberal y legitimar involuntariamente sus prescripciones.
Quizá por ello, sea necesario otro marco teórico para definir lo que es la crisis. Quizá en su momento aquellas explicaciones que daban cuenta de la sobreproducción del sistema y de la insuficiencia de la demanda efectiva, aún sean pertinentes para comprender la dinámica interna del capitalismo, pero al parecer son insuficientes para entender la economía política del neoliberalismo y las transformaciones históricas que provoca.
Desde una visión de economía política del neoliberalismo, quizá sea necesario esbozar una nueva hipótesis, cuyos alcances y repercusiones teóricas y prácticas tendrían que ser desarrolladas y que podrían ayudarnos a comprender y situar de manera más coherente las dinámicas internas del capitalismo tardío; la hipótesis que las crisis económicas, al menos desde el horizonte conceptual y analítico en el que las habíamos situado y comprendido, en realidad, no existen.
Pablo Dávalos es economista y profesor universitario ecuatoriano.
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