“Así como el PT no evaluó el antipetismo, nosotras no evaluamos el antifeminismo”

24/10/2018
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Brasil se acerca a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales en un ambiente de zozobra, que enfrenta dos proyectos de sociedad: por un lado, el de retomar el camino de la democracia y políticas redistributivas, representado por el binomio Fernando Haddad del Partido de los Trabajadores (PT) y Manuela d’Avila del Partido Comunista de Brasil (PCdoB); y por el otro, una propuesta que azuza la violencia, ofrece mano dura en seguridad, promueve la intolerancia y rechaza la “ideología de género”, en la persona de Jair Bolsonaro, del Partido Social Liberal (PSL), en binomio con el general retirado Hamilton Mourao, del Partido Renovador Laborista Brasileño (PRLB), ambos partidos de la derecha neoliberal.

 

En conversación con ALAI, Sonia Correa1, investigadora en temas globales de sexualidad y política de la Asociación Brasileño Interdisciplinaria de SIDA (ABIA), habló sobre el trasfondo de esta polarización y las fuerzas que hay detrás de la candidatura de la derecha en su país, y la participación en este contexto de los movimientos de mujeres, tanto feministas como movimientos de la derecha.

 

Antecedentes de la polarización política

 

Para Correa, la polarización de la política brasileña, si bien se ha exacerbado en esta campaña electoral, no comienza ahora, sino que viene desde los años ‘90, si bien con menor intensidad. Señala que se radicaliza a partir del 2013, cuando un conjunto de manifestaciones públicas expresa malestar en la sociedad con lo que está pasando; sale a las calles un conjunto bastante heterogéneo de gente, con reclamos para la educación, el deporte, transporte urbano, etc. “Pienso que el gobierno no ha sabido responder a esas demandas como debió haberlo hecho. Y en ese momento, sale a la luz la segunda crisis de corrupción. Y ahí esa insatisfacción de la sociedad se polariza con la derecha, una derecha no todavía extrema, en una dinámica de ataque directo a la administración”.

 

Si bien reconoce que la corrupción es sistémica y presente en todos los sectores políticos, la investigadora considera que el problema es que el PT llega al poder con la promesa de gobernar con parámetros éticos, lo que no es menor. Allí la derecha retoma el tema de la corrupción y hace de eso un instrumento de guerra, mientras que en el campo de la izquierda, “ni el PT fue capaz de reconocer hasta ahora los errores en términos de corrupción como debería haberlo hecho”.

 

Otro trasfondo sistémico que identifica es la violencia estructural, un tema que ha estado presente en toda la trayectoria de la democratización. “Los gobiernos democráticos, las agrupaciones sociales en democracia, no hemos sido capaces de dar una respuesta razonable y efectiva al tema de la violencia estructural. 62 mil homicidios en un año, somos el 10% de los homicidios mundiales. Eso crece; es una guerra civil de baja intensidad y la respuesta de los gobiernos socialdemocráticos como Cardoso, y después con el PT, fue una respuesta débil, que era más de lo mismo: guerra a las drogas, más policía y militarización, sin solucionar el problema”.

 

Esta violencia estructural, como un factor de miedo y desorden real en la vida de la gente, ha sido sistemáticamente instrumentalizado, desde hace tiempo, por fuerzas de derecha, incluyendo la prensa, que lo han usado para hacer demandas de orden autoritario, y se exacerba con el discurso de Bolsonaro. Pero para Sonia Correa, es parte también de “la ferocidad del capitalismo que vivimos en el siglo 21, que se adapta a cualquier sistema político que pueda mantenerlo, donde todo bien público tiene que ser convertido en acumulación; y, en ese sentido, Brasil tiene un montón de bienes públicos que son blanco de los intereses salvajes del capitalismo actual. Tiene dos bancos gigantes, una petrolera gigante, para no hablar de los recursos naturales. En ese marco está la Amazonia que, a lo largo de la democratización, hemos conseguido imponer leyes, barreras institucionales, para evitar que el Amazonas fuera totalmente destruido, consumido” que también está en juego ahora.

 

Como cuarto factor, nuestra interlocutora ubica la relevancia de los sistemas de sexo-género, que “no son menores o secundarios: son temas muy centrales en la constitución de orden, en la formación social, porque así se estructuran las sociedades”, y que registran cambios drásticos, no solo en Brasil, sino en todo el mundo. Brasil tiene hoy una tasa de fecundidad por debajo del nivel de reposición, con 0,7, que representa “un terremoto demográfico”. Además, un 40% de familias son encabezadas por mujeres.

 

Las relaciones entre hombres y mujeres han cambiado, con las nuevas masculinidades, relaciones más equitativas entre hombres y mujeres, lo que ha producido globalmente una reacción fuerte, con un objetivo de restauración del orden tradicional, “como nudos de sostén de un orden político jerárquico y autoritario. Yo no lo digo ‘patriarcal’, porque pienso que puede ser androcéntrico y autoritario usar el término patriarcal, porque el patriarcado es una formación bastante específica; pero sí con sesgos fuertes de restauración patriarcal”. Esta política antigénero fue gestada desde los años ’90 por el Vaticano (principalmente Joseph Ratzinger) y actores aliados; pero Correa considera curioso que ahora haya generado un debate sobre normas y políticas a nivel global y que ahora está presente en el debate electoral brasileño. En estos días “Bolsonaro discute con el obispo de Río sobre la ideología de género y aborto. El término de ideología de género aparece en el tiempo electoral, incluso aparece más que aborto, significativamente”.

 

La investigadora ubica que, cuando Dilma Rousseff ganó la elección en 2010, fue la primera vez que esos temas del sistema sexo-género, como base de un determinado orden político, aparecieron en el debate brasileño. Para ello, la iglesia católica estableció una alianza con los evangélicos. Pero también hay actores seculares, como los Kardesistas (espiritualistas) y otros, incluyendo una nueva formación política ultraliberal producto del periodo post 2013, que antes eran marginales en la escena política, pero desde 2013 y luego con el impeachment de Rousseff, tomaron fuerza. “En esa escena, la novedad no es solamente la restauración de una ultraderecha de corte fascista que considerábamos marginal –no desaparecida, pero pacificada y marginalizada por la democratización–; sino también un antifeminismo feroz, un antifeminismo de mujeres. Tenemos hoy en Brasil un movimiento de mujeres de derecha antifeminista, que no son las señoras católicas con rosarios y pegando ollas de la pre-dictadura en Brasil o las señoras de clase mediana pre Pinochet en Chile; son mujeres jóvenes, profesionales, educadas, bonitas, que, en general, no tienen una moralidad sexual convencional, aunque sean muy heterosexuales. Esa es la nueva figura de la política brasileña, que no estaba, no existía; porque los ‘bolsomachos’ vienen del pasado, pero esos personajes son nuevos. Y tenemos también los Gays de derecha”.

 

 

Participación política de los militares

 

En cuanto a la presencia de los militares en la contienda electoral, Correa observa nuevamente ciclos largos y ciclos cortos. Como en otros lugares de América Latina, los militares en Brasil son un actor político de larga historia, si bien es distinta a lo que ocurrió en Chile, Argentina y Uruguay. “Nosotros no hemos hecho un proceso de justicia transicional a fondo. Tuvimos una ley de amnistía débil, a la brasileña: ‘quedamos todos bien con todos’”, lo que fue cuestionado por la Corte Interamericana, pero la Corte Suprema brasileña respondió que eso ya no se debería remover. Eso significó que el sector militar continuara más o menos impune, intocable; entonces no sorprende que se sientan cómodos con el discurso de hace 50 años. Hoy, Correa estima que la mayoría de la cúpula militar está con Bolsonaro.

 

El ciclo más corto tiene que ver con el mismo tema de la violencia estructural, siendo que desde los años ’90, los distintos gobiernos han llamado a los militares a intervenir, lo que se convirtió en práctica casi sistemática durante los años del gobierno del PT. “Más que una respuesta a la crisis de seguridad, fue una respuesta hipermilitarizada en su conjunto. Hubo una militarización flagrante del Estado brasileño en estos últimos veinte años. Lula creó una nueva fuerza militar, para Haití, que es una guardia pretoriana que obedece al presidente, que ha intervenido varias veces en situaciones de violencia estructural y en otros lugares. O sea, hubo una dinámica de flagrante remilitarización del Estado bajo el pretexto de Haití, de las crisis de seguridad, de violencia estructural; pero también los megaeventos han servido como pretexto gigantesco para esa dinámica de militarización”.

 

Renovación feminista y antifeminista

 

Respecto al papel del feminismo brasileño en la resistencia al fascismo y a Bolsonaro, Sonia Correa señala que hay una nueva ola feminista, en Brasil como en otras partes. “El feminismo brasileño de los '80 fue una fuerza muy vibrante del proceso de democratización, que puso sobre la agenda de la democratización temas que no estaban presentes como el aborto, la violencia, entre otros. Pero en el curso de la democratización, el feminismo se engranó con el Estado, pasando a ser la contraparte en la discusión de políticas públicas, perdiendo mucho de su vitalidad. Hubo cooptación, lo que solemos llamar ‘femócratas’, el ‘feminismo del Estado’, que tampoco es sólo propio de Brasil”. Pero a partir de 2013, cuando muchas mujeres jóvenes participan en las movilizaciones, como el Movimiento Passe Livre (por el libre transporte para los estudiantes), emerge un feminismo digital, de blogueras y acciones digitales en relación al acoso sexual, que fue sumamente movilizador, señala.

 

Frente a ello, en 2015, cuando la restauración conservadora ya estaba tomando forma con gente en la calle pidiendo el impeachment de Rousseff, y con Eduardo Cunha como presidente de la Cámara, éste empieza a empujar sus agendas. Y una de sus agendas, desde hace muchos años, era contra el aborto y en particular para restringir el derecho legal de acceso al aborto en el caso de violación. A partir de allí, “mi hipótesis es que esas fuerzas han ganado músculo, tanto en la sociedad como dentro del aparato político”, afirma Correa.

 

Allí las feministas salieron a la calle, por primera vez, porque antes esas peleas se daban más bien a nivel institucional, en los medios. “Ahí empieza una secuencia de movidas de calle, lo que llamamos ‘la primavera feminista’, que no paró: el 8 de Marzo, en Río una manifestación con lo de Marcela Temer, que salió en la tapa de Veja como ‘bella, recatada y del hogar’: hicimos una gran manifestación de calle, de que nosotras no somos eso. Esa rebelión feminista de las chicas jóvenes, muy llena de energía y muy radical y creativa en términos de forma, tocó nervios abiertos del conservadurismo. El antifeminismo ahora en la campaña, los bolsonaristas usan todas las imágenes de lo más radical de esas manifestaciones. El momento fuerte fue 2015, pero eso comienza antes con la ‘Marcha de las Putas’, que empieza en 2012”.

 

Allí empieza la ola de internet, muchas mujeres jóvenes negras hablando, un feminismo mucho más heterogéneo que él de los años '80-'90, con mujeres indígenas entrando en la escena política brasileña, señala la investigadora. “Y ahora, ese tejido capilar, complejo, salió de manera impresionante con el #EleNão (Él No, en referencia a Bolsonaro), que fue convocado por una chica joven negra de Bahía. No preguntó a ninguna de las organizaciones feministas, no pidió autorización. No tiene que ver con partido político alguno. Lo hizo así, vamos a hacerlo y lo ha hecho. En dos semanas, tenía 4 millones de mujeres. Pero la reacción también fue fuerte. Porque la contracara que tenemos es ese antifeminismo femenino, de mujeres muy antifeministas, muy poderosas. Son profesionales, tienen plata y eso está también plasmado en los resultados electorales”.

Justamente, uno de los resultados de esta realidad es que hay mucho más mujeres elegidas en las últimas elecciones en Brasil de lo que se ha dado anteriormente, tanto del lado feminista –incluyendo feministas negras–, como del lado antifeminista.

 

A la pregunta de qué balance hace, en retrospectiva, del impacto en las elecciones, por un lado, de la movilización #EleNão, convocada espontáneamente, y por otro, de la reacción que provocó por parte de un movimiento muy articulado, Correa comenta: “Pienso que ni nosotras hemos evaluado el grado de antifeminismo que estaba instalado y cómo eso se podía utilizar. Creo que hemos entrado en la manifestación en el espíritu del pasado, en el sentido de como siempre ha sido. No evaluamos antes que las condiciones electorales eran tales; así como el PT no evaluó el antipetismo, nosotras no evaluamos el grado de antifeminismo. De cómo eso podía ser instrumentalizado con todos los mecanismos y estrategias y maquinarias, la forma de operación de la campaña electoral de Bolsonaro”.

 

Y añade que el antipetismo no es una invención de los bolsonaristas. “Allí hay un sentimiento de decepción, de amargura, y lo movilizaron. Lo mismo con los temas de género, sexualidad o aborto. Toda sociedad tiene su conservadurismo inicial, que en condiciones normales, si hay un trabajo institucional continuo, ese conservadurismo se va transformando. Lo que no pasó en ese ciclo. No tuvimos estrategias, políticas públicas, campañas persistentes para cambiar esos nódulos inerciales. Estaban ahí, siendo reactivados por las iglesias a su modo y lo que ha hecho esa nueva derecha brasileña es activar ese conservadurismo moral de manera muy efectiva. Traerlo afuera, a la calle, con su furia. Pero la derecha y esa fuerza contra la ‘ideología de género’, es increíble que eso sea hecho por religiones, que supuestamente tienen como base al amor, la caridad y la tolerancia”.

 

 

1 Sonia Correa estuvo en Quito para el pre-estreno del documental “Género Bajo Ataque”, del director Jerónimo Centurión Aguirre.

https://www.alainet.org/fr/node/196126?language=es
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