Grandes expectativas con AMLO

03/12/2018
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Aunque no sea un problema de derechos sino de realidades, de correlación de fuerzas, el ciclista que se emparejó con el famoso coche blanco de Andrés Manuel López Obrador –todavía presidente electo, pues eran las 10:40 horas del sábado 1–, para indicarle: “Tú no tienes derecho a fallarnos”, resume en seis palabras un estado de ánimo que ronda las fronteras del límite con la cosa pública imperante 36 años después del predominio del modelo económico que muchos resumen con la palabra neoliberal y enunciado por sus arquitectos como Cambio de rumbo.

 

También sintetiza una petición y hasta exigencia que adquirirá tintes de clamor a la luz de la experiencia de 2000-06, en la que Vicente Fox hizo lo contrario de lo que prometió en campaña a muchos ciudadanos antipriistas que le entregaron su voto. Y para redondear su mala obra impuso a Felipe Calderón como el sucesor y hasta lo presumió. “Nos robaron la Presidencia” no se cansan de decir AMLO y millones de electores hasta hoy, con lo que Fox tiró por la borda el discurso del “cambio”.

 

Son las grandes promesas sexenales de priistas y panistas –el afamado PRIAN que no pudo operar en julio de 2018–, desde la conducción de México al primer mundo del depredador de bienes nacionales llamado Carlos Salinas, hasta las reformas estructurales de Enrique Peña que colocarían a México en la senda del crecimiento sostenido y la generación de bienestar.

 

Proyectos que no se materializaron y al concluir el ciclo de seis sexenios que construyeron el “nuevo rumbo”, el panorama con todo y claroscuros, resulta indefendible en parámetros clave como la seguridad pública y las condiciones de vida y trabajo de las mayorías. “La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública del país”, definió Obrador ante el Congreso de la Unión, “haciendo a un lado prejuicios ideológicos”.

 

El estado de ánimo demandante, con el que se emplaza a López Obrador (“Tú no tienes derecho a fallarnos”) coexiste con otros que bien podrían ilustrase con expresiones como “¡Ya me puedo morir!”, me dijo una distinguida universitaria que luchó por el triunfo del ahora presidente, y que actúa con persistencia ahora institucional.

 

Y la del azoro y la sorpresa ante el triunfo del primer domingo de julio: “¡Nunca imaginé que viviría para presenciar el triunfo de Obrador!”, dice una querida médica familiar comprometida con el movimiento social.

 

Resultan, pues, simplificadoras las líneas divisorias establecidas con adjetivos ofensivos, superficiales, entre los partidarios y los críticos, cuando el abanico pasa por la diversa escala de grises. Y lo es más todavía, cuando ante los deseos e intereses personales legítimos –como obtener un espacio en el gobierno o pautas publicitarias– cierran ojos y oídos ante los porcentajes de apoyo que registran las encuestas y que rondan en el 69% (Parametría), frente al 55% con que empezó Enrique Peña Nieto con todo y el aparato mediático y las casas encuestadoras a su favor.

 

Con grandes expectativas llega a Palacio Nacional el presidente Andrés Manuel, quien enlistó sus principales objetivos gubernamentales en San Lázaro tras recibir la banda presidencial. Y en el Zócalo los mencionó uno por uno hasta sumar 100 compromisos ante los pueblos originarios que le entregaron el bastón de mando.

 

Esta apuesta de AMLO, de elevar las expectativas ciudadanas con su gobierno en lugar de atemperarlas como haría cualquier presidente, muestra que está dispuesto a que la presión social sirva de impulsora de su proyecto de regeneración de México.

 

 

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