¿Es posible cuantificar económicamente la corrupción?

10/12/2018
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Ilustración: CELAG
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La corrupción resulta antipática en cualquier sociedad. El informe de Guillermo Oglietti, Corrupción y anticorrupción, flagelos de Latinoamérica, hace una descripción aguda sobre los elementos centrales que giran en torno a este problema. ¿Es posible eliminar la corrupción? El documento responde las preguntas clave, y realiza las críticas importantes. La más relevante es cuando se critica de manera minuciosa la literatura teórica de los años noventa, en la que se aseguraba que la corrupción podía generar eficiencia en el sector público de la región.

 

La percepción sobre la falta de transparencia de las autoridades en Latinoamérica es realmente alarmante. El problema aparece en forma reiterada en la literatura y en el cine latinoamericano, y deja manchas en Gobiernos de todas las ideologías. El poder económico, no obstante, se empecina en clasificar a los gobiernos progresistas de la región como los verdaderos artífices del robo de los recursos de las arcas públicas.

 

La plataforma de contenido audiovisual Netflix es el mejor ejemplo para poder entender la situación. En medio de la campaña presidencial de Brasil se lanzó El Mecanismo, una serie de ocho episodios del director José Padilha. Se narra la operación Lava Jato, en la que aparecen políticos y empresarios comprometidos por la corrupción.

 

¿Tiene sentido basarse en la imaginación popular para medir la corrupción? No, porque de esa forma es imposible explicar y cuantificar el impacto real de la corrupción, que excede a un Gobierno y es intrínseco al sistema de acumulación. El objetivo de este informe es observar qué recursos encuentra la literatura especializada para intentar medir cuánto y cuáles son los efectos de largo plazo que genera la opacidad sobre los bienes públicos.

 

Los indicadores más usuales

 

Una búsqueda rápida por la tinta volcada sobre temas de corrupción a nivel global indica que el principal índice para cuantificar el problema es el de Transparency International [1]. Se trata de un organismo que se autodefine como un movimiento que busca erradicar la corrupción desde las zonas rurales de la India hasta los pasillos del poder en Bruselas. La entidad realiza una encuesta de percepción sobre la corrupción en 180 países y arroja los siguientes resultados para 2017:

 

 

Suiza y Canadá tienen una valoración positiva para los encuestados. Sus gobiernos no tienen fama de corruptos. En Latinoamérica, la economía que mejor se ubica en la lista es Chile. Paraguay, en contraste, es una de las peores del ranking.

 

Estos indicadores pueden estar mostrando una parte de la realidad, pero esconden mucho de lo que ocurre. Suiza es un país que logró vivir de las finanzas gracias a transformarse en el paraíso fiscal de los ricos del mundo. Muchos de estos hombres de negocios y políticos hicieron su dinero en base a maniobras opacas en sus países. ¿Eso no es corrupción?

 

Otro elemento clave para ver la encuesta desde una perspectiva crítica es que tanto Chile como Paraguay, pese estar en niveles muy distintos del ranking, presentan niveles de desigualdad de la riqueza de los más elevados de la región. Si en Chile la corrupción no es tan significativa como en Paraguay ¿dónde están los recursos estatales? ¿Por qué sigue habiendo diferencias tan grandes entre los pobres y los ricos?

 

El informe de Oglietti da algunas pistas para entender la falta de practicidad de estas encuestas de percepción de la corrupción. El investigador explicó que esta clase de estimaciones son altamente cuestionadas porque resulta difícil transformar los juicios personales en medidas cuantitativas. “La percepción subjetiva de los que responden las encuestas no se basa en la experiencia personal ni es independiente de los medios formadores de opinión”, planteó. Esto implica que con esta clase de metodología, que no sólo utiliza el Transparency International sino también el Banco Mundial, volvemos al problema inicial: la falta de un estimador para poder cuantificar la cantidad de dinero en dólares fugado por maniobras opacas en cada país.

 

Corrupción y riesgo país

 

Antes de pasar a otra serie de estimaciones que intentan medir la corrupción sin hacer uso de las percepciones, puede mencionarse que la lógica del mainstream emplea los índices de Transparency International para justificar muchas cosas. Incluso el riesgo país. Es una forma simple de liberar de culpas al mercado de la especulación financiera.

 

El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) publicó un informe reciente en el que busca relacionar el peor desempeño de las calificaciones soberanas de los bonos con una percepción mayor de la corrupción[2]:

 

“La correlación entre las calificaciones emitidas por las tres principales agencias de calificación (Standard & Poor’s, Moody’s y Fitch) e indicadores de corrupción usados habitualmente es robusta. Lo es incluso si se controla por el hecho de que la corrupción también está correlacionada con el nivel de desarrollo, el monto de la deuda pública, el balance en cuenta corriente y un indicador de la inestabilidad macroeconómica” (BID)

 

 

El organismo abre el paraguas y asegura que estadísticamente no es posible conocer si la corrupción genera un alza del riesgo país o si el riesgo país provoca mayores niveles de corrupción. Pero no importa la causalidad. El análisis permite deducir que si hay percepción de corrupción está justificado que los inversores del mundo le presten a tasas usurarias.

 

Correlacionar ambas variables es una forma fácil de justificar a los grandes capitales financieros del mundo, que realizan estrategias de inversión de cortísimo plazo sin tener en cuenta el resultado para la producción y el empleo de los países en los que realizan sus operaciones. En el detalle de la investigación se precisa que los coeficientes de correlación oscilan entre 70% para índices Moody’s y 83% para los resultados de índices Fitch.

 

Los indicadores puramente cuantitativos

 

La posibilidad de medir en cantidad de dólares las pérdidas por corrupción es compleja. Se trata de un juego en que empresarios y políticos tienen una promesa de silencio implícita. No le conviene ni a uno ni al otro hacer alarde las cantidades manipuladas en operaciones opacas contra recursos del sector público.

 

Uno de los intentos por cuantificar sin usar percepciones apunta a evaluar y proyectar datos sobre causas probadas. Se trata de indicadores objetivos que miden el nivel de corrupción basándose en la recopilación de datos judiciales, de auditorías específicas o mediciones del contraste entre las infraestructuras y la inversión pública involucrada.

 

Estos indicadores no han sido los más desarrollados porque tienen, también, problemas para poder reflejar la realidad. Algunas dificultades son:

 

  • La falta de causas penales puede reflejar pasividad de parte del Poder Judicial.

  • La abundancia de casos puede representar una activa política de control de la corrupción.

  • Las auditorias y mediciones son demasiado costosas.

  • Es difícil realizar comparaciones intertemporales o interregionales.

 

Existen, además, indicadores que apuntan a basarse en las metodologías de rendición de cuentas y de transparencias para encontrar diferencias sustanciales. Esto aplica principalmente a gastos de capital del sector público, pero no pueden extrapolarse en tanto no permiten tener una dimensión a nivel agregado del problema.

 

Reflexiones finales

 

La corrupción es un verdadero agujero negro para las economías. Pero poco dicen los indicadores que buscan medirla en base a la percepción de la población. Se trata de indicadores que tienen que ver más con la subjetividad que con un dato preciso de dólares perdidos por la corrupción. Incluso son indicadores que pueden manipularse fácilmente.

 

Los intentos de medir efectivamente el derroche de dinero público por la corrupción, también encuentran serias dificultades. Este tipo de indicadores no han prosperado debido a la falta de datos. Es lógico. Nadie declara lo que no gana en forma lícita. Y es imposible suponer que todos los casos de corrupción llegan la justicia.

 

La conclusión es que, en la línea del trabajo de Oglietti, la posibilidad de cuantificar en dólares constantes y sonantes el nivel de enajenación del patrimonio público es prácticamente imposible. La tarea de buscar herramientas en la literatura para intentar obtener esos números no es provechosa. Pero sí lo es identificar el problema e intentar encararlo con una agenda propia. Permite evitar los perjuicios socioeconómicos de la corrupción y el flagelo antidemocrático de la agenda anticorrupción que nos viene dada.

 

Notas

 

[1] https://www.transparency.org/about

 

[2] https://publications.iadb.org/bitstream/handle/11319/8562/El-uso-de-indicadores-de-corrupcion-en-las-calificaciones-soberanas.PDF?sequence=6

 

Fuente: Unidad Debates Económicos

CELAG

 

https://www.celag.org/es-posible-cuantificar-economicamente-la-corrupcion/

 

https://www.alainet.org/fr/node/197025?language=en
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