México en llamas
- Opinión
El país se ve aquejado de manera recurrente por incendios forestales que, en lo que va del año, han implicado la destrucción de una superficie equivalente a 109 veces la que corresponde al Bosque de Chapultepec.
En Semana Santa, camino a Zacatlán de las Manzanas, llamaba poderosamente la atención una enorme columna de humo que se alzaba en la Sierra Mágica poblana y que era visible a muchos kilómetros de distancia desde la carretera. El olor a quemado era notorio. Es temporada de incendios. Los lugareños afirman que son frecuentes en esta época del año y que es muy difícil extinguirlos, dado que, por la orografía del lugar -que es poco accesible- se requieren esfuerzos extraordinarios, incluyendo el empleo de helicópteros cisterna.
Los incendios forestales han sido una constante en la historia del mundo. Se presentan en todos los continentes. La percepción sobre ellos es que son destructivos dado que dilapidan bosques, recursos ganaderos, agrícolas, diversas especies animales y, desafortunadamente, en muchos casos, vidas humanas. Sin embargo, existe una ecología del fuego, toda vez que en el planeta hay distintos ecosistemas y, por lo mismo, diferentes tipos de incendios. Así, no es lo mismo un incendio en una región fría con poca vegetación como Groenlandia donde el incendio generalmente es de turba -acumulación de materia orgánica con un grado de descomposición variable más una franja de hierba que hace posible la combustión, que muchas veces arde en el subsuelo por largo tiempo, lo que hace difícil su extinción-; que en zonas mediterráneas, donde grandes extensiones de eucaliptos y pinos arden; o en el Sáhara, en que se queman distintas especies de herbáceas. Al respecto, estudios ambientales y ecológicos revelan que diversas especies han sido resilientes al fuego y que tras los incendios han logrado reproducirse y autoregenerarse.
Por supuesto que los efectos benéficos de los incendios forestales merecen un mayor análisis que rebasa el objetivo de estas líneas, en las que se busca analizar la problemática que enfrenta México. El país se ve aquejado de manera recurrente por incendios forestales que, en lo que va del año, han implicado la destrucción de una superficie equivalente a 109 veces la que corresponde al Bosque de Chapultepec.
Las causas de los incendios reposan, sobre todo, en actividades humanas, aunque también ocurren por causas naturales y, de manera creciente a causa del calentamiento global, del cambio climático y de fenómenos como El Niño. A ello hay que añadir lo que se conoce como “la paradoja de los incendios” que consiste en que a medida que las sociedades se han tornado más eficientes en la extinción y/o prevención de incendios, se produce más acumulación de combustible, por lo que se mantiene latente la posibilidad de un incendio forestal de gran envergadura. Toda proporción guardada, es algo parecido a lo que ocurre cuando se acumula energía en las placas tectónicas por largo tiempo, lo que, eventualmente, desencadena un terremoto de gran magnitud. Un ejemplo de lo expuesto es el gran incendio de Yellowstone de 1988, el cual devastó 321 300 hectáreas.
Es importante destacar que los incendios forestales no se detienen cuando llegan a las zonas urbanas, sino que continúan y pueden generar verdaderas catástrofes como queda de manifiesto en el gran incendio de Valparíso, Chile de 2014; el de Coimbra, Portugal de 2005; el de Moscú, Rusia, de 2010 -en que la capital eslava se quedó a oscuras por el humo y la lluvia de cenizas-; y el de Atenas de julio del año pasado, en el que fallecieron más de 80 personas.
Pero antes de continuar hay que señalar que un incendio forestal es el fuego que ocurre y se propaga sin control afectando selvas, bosques, o vegetación de zonas áridas o semiáridas. Los incendios forestales son una de las causas principales de destrucción forestal -aunque también el tráfico de maderas y la tala inmoderada coadyuvan a este hecho. Como se sugería líneas arriba, existen diversos tipos de incendios forestales: los superficiales, de copa y subterráneos. Los hay también de distintas magnitudes. En México, los más comunes son los superficiales.
Una revisión del territorio de la República Mexicana revela que el 69. 7 por ciento del país presenta vegetación, de la que el 17 por ciento corresponde a bosques; el 15 por ciento a selvas; el 29 por ciento a matorrales; y el 6 por ciento a pastizales. Según la Comisión Nacional Forestal (CONAFOR), entre el 1 de enero y el 25 de abril del año en curso, se produjeron 3 436 incendios forestales en el país afectando una superficie equivalente a 93 403. 37 hectáreas. De ella, el 93. 92 por ciento corresponde a vegetación herbácea y arbustivo, en tanto el 6. 08 fue arbóreo. Es justo decir, por tanto, que el país se encuentra en llamas, toda vez que, de las 32 entidades federativas, 30 presentaron incendios. Con todo, los estados más afectados por los incendios forestales, en números, en este primer tercio del año, han sido Estado de México, Michoacán, Ciudad de México, Tlaxcala, Puebla, Jalisco, Chiapas, Oaxaca, Morelos y Veracruz, donde se produjo el 82. 6 de los siniestros a nivel nacional. Los estados más afectados por incendios forestales, en superficie, han sido Oaxaca, Puebla, Guerrero, Jalisco, Chihuahua, México, Chiapas, Michoacán, Aguascalientes y Yucatán, los que representan el 70. 25 por ciento a nivel nacional.
Tipos de incendios en México (de enero a abril de 2019)
Fuente: Conafor
Un tema relevante es la tipología de los incendios. Muchos incendios no significan necesariamente que grandes extensiones se quemen. Un solo incendio puede devastar una gran cantidad de superficie y esto ocurre en la mayoría de los países. Al respecto, la CONAFOR explica la tipología de los incendios, que van desde los de impacto mínimo (la mayoría) y los de impacto moderado hasta los de impacto severo (los menos). Como se muestra en el gráfico anexo, en el primer tercio de 2019, la mayor parte de los incendios (3 311) han sido de impacto mínimo; los de impacto moderado han sido 109, y los de impacto severo, 16. La diferencia entre cada tipo de incendio radica en la capacidad de regeneración y/o recuperación de la zona afectada. Así, en el caso de los incendios de impacto mínimo, la recuperación, tras el siniestro, ocurre entre 1 y 2 años; en el caso de los moderados, entre 5 y 10 años; y los severos requieren más de una década.
Lo anterior revela que es necesario desarrollar una cultura de prevención. Si bien las causas de los incendios son diversas, se tiene identificado que la mayor parte de ellos ocurren por la acción de las personas. Los incendios afectan la biodiversidad, destruyen especies animales y vegetales, contaminan y coadyuvan a la deforestación. De hecho, es muy sencillo que se produzca un incendio por imprudencia de las personas –i. e. arrojar colillas de cigarros encendidos; hacer fogatas o cocinar al aire libre; dejar a la intemperie botellas de vidrio expuestas al sol (las que operan como lupas); arrojar basura, etcétera. Si bien los incendios son una constante en la historia del mundo, es posible prevenir grandes incendios forestales, en especial, los generados por las actividades humanas. Para ello, además de investigación, gestión, ordenamiento territorial, planeación urbana y rural, se requiere mayor educación ambiental.
María Cristina Rosas es catedrática de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta con sendas maestrías y doctorados en Relaciones Internacionales, Resolución de conflictos y Estudios Latinoamericanos por la Universidad de Uppsala, Suecia y la UNAM. Preside el Centro de Análisis e Investigación sobre Paz, Seguridad y Desarrollo Olof Palme A. C. Ha sido galardonada con el Premio Jesús Silva-Herzog y con el Premio Universidad Nacional para Jóvenes Académicos por la UNAM, así como también por la Asociación Mundial de Mujeres Periodistas y Escritoras. Miembro del Consejo Consultivo de la Agencia Espacial Mexicana y del Panel de Expertos de la Comisión de Cooperación Ambiental del Tratado de Libre Comercio de América del Norte.
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